Repasemos: el día anterior habíamos salido de la cama a las tres de la madrugada (a las putas tres de la madrugada, concretamente) para tirarnos toda una jornada visitando templos guiados por nuestro adorado conductor de tuk tuk Perún. Después, pasamos la tarde callejeando por Siem Reap, y cuando nos dirigíamos al hotel en busca del necesario sueño reparador, un grupo de desconocidos que pronto dejaron de serlo nos invitaron a salir de fiesta con ellos. Jorge pasó pero yo me uní.
Y se me hizo de día (con lo cual el título de la entrada no tiene mucho sentido, ahora que lo pienso. Pero bueno, mejor lo dejo así que no quiero liarme).
Por ello, la mañana de la jornada que nos ocupa comenzó conmigo buscando a un conductor de tuk tuk que pudiese llevarme de vuelta a mi alojamiento a tiempo para continuar las visitas guiadas que habíamos contratado con Perún. Mi móvil, que en aquel momento contaba con un seis por ciento de batería, no tenía acceso a internet, ya que, si bien tanto en Tailandia como en Vietnam me hice con sendas tarjetas SIM, nuestra breve estancia en Camboya me hizo descartar esta opción. Y tampoco es que contase con amanecer alejado del hotel, la verdad. Por ello, tuve que indicarle el camino al pobre hombre que me recogió como buenamente pude, desde el asiento de atrás y estirando mi brazo hacia adelante como un ridículo mascarón de proa que le iba señalando qué dirección tomar.
Cuando llegué a mi destino, vestido con las ropas del día anterior y con unas ojeras que no cabían por la puerta, Perún ya estaba allí y charlaba animadamente con el recepcionista. Tras pasar ante ellos dedicándoles un agónico good morning, pude ver por el rabillo del ojo cómo se daban algún que otro codazo, al tiempo que nuestro guía me lanzaba una sonrisilla cabrona que le duró el resto del día.
Jorge, que acababa de levantarse en ese momento, me vio entrar en la habitación y me confesó que su preocupación había sido tan grande, al no saber nada de mí, que llegó a telefonear a su novio buscando consuelo, pues la perspectiva de tener que repatriar mi cadáver tomó forma dentro de su cabeza (y no le culpo, que yo en su lugar me habría sentido igual o peor). No obstante, me felicitó por haber desaparecido aquella noche, pues por lo visto un grupo de adolescentes habían tomado el hotel (piscina bajo nuestra habitación incluida), convirtiendo el lugar en el escenario de mi peor pesadilla, llegando a tal punto que Jorge tuvo que bajar a recepción a quejarse para acto seguido subir a la habitación contigua a la nuestra acompañado del recepcionista nocturno (quien, según afirmó mi amigo y compañero de viaje, no parecía capacitado o no tenía lo que había que tener para resolver aquella inconveniencia), aporrear la puerta y montarles un pollo de padre y muy señor mío, haciéndoles saber que, si no podían refrenar sus ganas de jarana y de dar por culo, podían irse a la zona de bares de Siem Reap, que tampoco estaba tan lejos.
Fíjate, igual se habrían encontrado conmigo y todo.
Tras una ducha que no ayudó a que me librase de mi cansancio, le conté a Jorge que se nos había invitado a unirnos al grupo del día anterior a cenar y él, que se apuntaba a todo siempre y cuando no le quitase horas de sueño, dijo que por supuesto.
Bajamos entonces a desayunar, y yo no tomé café porque el del hotel sabía a mierda (y muy malo tiene que ser el café para que yo lo rechace), pero sí que pedí que por favor me cociesen un par de huevos que pudiesen ayudarme a afrontar el día que se avecinaba. Tras dar cuenta de la primera comida del día, subimos al tuk tuk y yo le pedí a Perún que parásemos en algún sitio a tomar café, so pena de que mi cerebro cerrase sesión definitivamente y yo acabase cayéndome de su vehículo, pero no debió darse cuenta de mi solicitud, o se le olvidó, y aquel día no hubo café.
Nuestra primera parada fue un templo con muchas escaleras del que hablaré en otra entrada en la que voy a enumerar todos los que visitamos (o los que recuerde, ya veré). Después, recorrimos un huevo de kilómetros (y durante este trayecto Perún se giró varias veces para preguntar a mi cadáver "are you ok?" entre risas, el muy perro). Por el camino, entre otras cosas, pasamos ante este curioso puesto de cestas del que no me acordaba hasta haber visto otra vez la foto hace cinco minutos:
Otra estampa curiosa que pudimos ver fue la de este monje protegiéndose del sol a la entrada de un comercio:
Llegamos así a una zona de senderismo que, según nuestro guía, nos llevaría a una cascada tras cuarenta minutos de caminata por la montaña.
Está claro que elegí un mal día para no dormir.
Y oye, será porque estoy más o menos en forma o porque puse el piloto automático, pero no fue nada difícil alcanzar nuestro destino a pie. Tras contemplar las ruinas de lo que tiempo ha fue otro de los templos del lugar, llegamos a la famosa cascada. Nos tocó esperar durante un rato a que una pareja de australianos se quitasen del puto medio, y entonces pude hacer uso del filtro de densidad neutra que me había traído y sacar esta foto:
Volvimos por el mismo camino, y una vez en el lugar donde Perún nos había dejado un par de horas atrás (un claro en el bosque junto a la carretera con varios puestos de souvenirs), varios críos se nos acercaron pidiéndonos un dólar. Jorge les preguntó que por qué no estaban en el colegio en ese momento, y yo le pedí que por favor se callara porque a lo mejor la respuesta a esa pregunta no iba a ser agradable de escuchar.
Durante el largo camino de vuelta (el cual incluyó otros tantos "are you ok?" de cachondeo) Perún paró a repostar su tuk tuk, y quiso invitarnos a una cerveza en el bar de una especie de cochera que hacía las veces de gasolinera pero yo preferí que cayese una cocacola porque iba a agradecer la cafeína y el azúcar.
Nuestra siguiente parada coincidió con la hora de comer, y nuestro tuktukero nos dejó en un restaurante ligeramente pijo para los estándares de la zona que, para bien o para mal, no contaba con hamacas como el de la víspera. Esto no impidió que, en los minutos que transcurrieron desde que pedimos hasta que nos sirvieron la comida, yo me quedase dormido en mi asiento como si fuese la pobre Eloísa en el programa de Juan y Medio.
Y oye, ya que me acabo de quedar sopas en la historia, creo que es buen momento para hacer una pausa y dejar el resto del día para la siguiente entrada, ¿no?
