lunes, 11 de agosto de 2025

Aquel viaje. Excursión, lluvia, valencianas

La reserva del hotel de Cát Bà que Jorge hizo meses atrás incluía desayuno. Y entre los muchos alimentos de los que disponíamos para llevar a cabo la primera comida del día destacaban dos: las tortitas y la leche condensada. Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que aquella mañana (y el resto de las que pasamos en la isla) abandonásemos el hotel padeciendo sendos empachos que aún nos hacían compañía cuando llegamos a la agencia de viajes en la que contratamos la excursión el día anterior.

Allí se encontraban las dos valencianas que, apareciendo repentinamente mientras hacíamos dicha reserva, nos hicieron cambiar de opinion para unirnos a ellas. En parte porque no considero adecuado dar nombres de gente que no sabe que estoy escribiendo esto, y en parte porque no me acuerdo de cómo se llamaban, de ahora en adelante me referiré a ellas como Valenciana Mayor y Valenciana Menor, pues según nos contaron, sus edades diferían en unos diez años.

Valenciana Mayor y Valenciana Menor, al igual que nosotros, y al igual que todos los turistas en el lugar, estaban dedicando aquellos días a visitar varias ciudades vietnamitas, y quiso la casualidad que nos encontrásemos en Cát Bà de la misma forma que nos acabaríamos encontrando en Tam Cốc días después. Ellas dos en realidad eran tres, pero por aquel entonces una compañera de viaje rusa se había escindido (aquí iba a hacer una comparación pero sólo me vienen a la mente Cataluña y la ETA político-militar, así que mejor no digo nada) para visitar una cascada situada a un huevo de horas en bus de distancia.

Prioridades que tiene la gente. ¿Qué queréis que os diga?

La excursión dio comienzo cuando un monovolumen con lunas tintadas nos dejó a la entrada de un parque natural (años después, mientras mi novia, mi hermano y yo buscábamos donde cenar en las calles del tokiota y pijísimo barrio de Ginza durante un segundo viaje a Japón del que no he hablado en este blog, veríamos varias furgonetas similares aparcadas a la puerta de los más lujosos restaurantes. Éstas incluían escoltas, haciendo que en el momento me invadiese una mezcla de nostalgia y mal rollo). Acompañados por un guía local que vestía la camiseta de la selección de fútbol vietnamita, nuestros primeros pasos nos adentraron en el bosque a través de un camino que, dije entonces en voz alta "hacía la experiencia muy fácil por encontrarse asfaltado".

A los pocos minutos, mi comentario probó lo gafe que soy, pues el asfalto dio paso a un camino de tierra cada vez más agreste y rocoso. No obstante, la alegre conversación que manteníamos los cuatro españoles no se vio afectada por este hecho, ni por el que nos resultase cada vez más difícil seguir el paso dictado por el guía. Valenciana Mayor y Valenciana Menor nos hablaban de otros viajes que habían realizado a diferentes partes del mundo, y nosotros resumíamos nuestra experiencia hasta la fecha al tiempo que Jorge relataba que había pasado media semana en Krabi, en el sur de Tailandia, bañándose en sus playas, haciendo kayak, visitando algún que otro templo y conociendo a una pareja de brasileñas muy majas.

Y en ese momento, con la mente puesta en la cháchara y la vista puesta en el irregular terreno que pisaba, no fui consciente de una gordísima rama que, suspendida a metro ochenta sobre el suelo, ejercía de barrera natural y aguardaba pacientemente la llegada de alguien tan alto como yo para darle un besito en la frente.

La hostia fue tan grande que por un par de segundos vi todo de color blanco. De hecho, se me llegó a desconfigurar el centro del habla, pues de forma involuntaria grité "fuck!" mientras me llevaba las manos a la cara, temeroso de que le faltase un trozo o algo. Afortunadamente, el golpe no tuvo consecuencias más allá de un ligero dolor de cabeza que se quedó conmigo durante el rato que mis acompañantes aprovecharon para comentar lo sonoro que había resultado el impacto.

Pronto el camino pedregoso evolucionó en ladera de montaña, y me vi tratando de subir por empinadísimos escalones naturales, lo cual me resultó un incordio porque yo no había pagado para hacer el cabra. Pero no me quejé porque Valenciana Mayor, que iba delante de mí (aunque teniendo en cuenta que aquello era prácticamente un ejercicio de escalada, lo más adecuado sería decir que iba arriba de mí), que tenía más de cincuenta años y que se había plantado aquella mañana con un vestido de verano y unas sandalias, no se quejó. El viacrucis terminó cuando alcanzamos un lago lleno de ranas en la cima de la montaña al que saqué esta foto con el móvil porque me había dejado la cámara de fotos en el hotel:


El motivo por el que mi máquina de retratar se había quedado en la habitación fue el pronóstico meteorológico de la jornada, y es que había amenaza de lluvia intensa y mi cámara no es sumergible. Dicha amenaza se cumplió cuando nos hallábamos, mira tú qué oportuno, en el punto más alejado de la civilización. Y no estamos hablando de cuatro gotas, no. Nos chupamos una lluvia torrencial que le cambió la cara al guía, pues temía que alguno de nosotros se quedase por el camino. Llegado cierto punto en el que avanzar era directamente peligroso, el vietnamita nos hizo aguardar bajo una roca mientras repetía "rain not good, rain not good" para después rezarle a Buda por un cambio de tiempo y pedirnos a los cuatro que nos uniésemos a su plegaria.

Esperando a que escampase, hicimos un breve informe de daños: a Valenciana Menor se le había jodido el móvil, y aunque yo pude mantener el mío a salvo en una bolsa de plástico, todo el contenido de mi mochila estaba empapado (incluyendo la camiseta de repuesto que siempre llevaba encima para estos casos. Qué irónico, joder). Al final, viendo que la espera podía hacerse eterna, echamos a andar bajo una literal ducha de agua caliente mientras nos metíamos en charcos que nos cubrían hasta los tobillos.

La procesión alcanzó el restaurante en el que estaba programado nuestro almuerzo, y Jorge y yo aprovechamos que el establecimiento vendía ropa (pero qué apañados) para compramos las camisetas de las que ya hablé en la entrada sobre mis anécdotas lavanderas (mucho más tarde seríamos conscientes de que podíamos haber tenido un detalle con el guía y haberle comprado una a él también, que se caló igual que nosotros. Pero en el momento no caímos en la cuenta). Allí también había montado un spa para pies de ésos con peces pequeños que te muerden o algo así, pero todos rechazamos la opción por muy incluida que estuviese en el paquete.

La siguiente actividad de aquel completo día consistió en un paseo en bicicleta por una carretera que atravesaba campos de arroz y bordeaba la costa regalándonos estampas como ésta:

El mal tiempo desluce la escena. Pero os aseguro que aquello era muy bonito

Resumiendo, pues la entrada se está alargando más de la cuenta, de las bicis pasamos a un barquito que nos llevó primero a un pequeño muelle flotante desde el que hicimos una hora de kayak entre las rocas, y luego a esta pequeña franja de playa:


En otras circunstancias, dicha playa habría sido escenario de un agradable baño que sirviese como cierre a esta interminable excursión, pero el frío viento no invitaba a zambullirse, y ya habíamos tenido bastante agua durante la jornada. El mismo barco nos dejó entonces en un puerto cercano a la zona hotelera, y Jorge y yo subimos a nuestra habitación a darnos una ducha en condiciones, pasando antes por la lavandería/tienda de artículos de pesca para recoger la colada que dejamos allí la víspera.

Una vez aseados y secos, volvimos a encontrarnos con las valencianas para cenar. Como aún no era tarde, la última comida del día dio paso a un masaje en grupo que recibimos en uno de los locales de la zona. Y como tampoco era tarde cuando finalizó la sesión de friegas, decidimos volver a acercarnos al bar en el que estuve con Jorge la noche anterior y del que aún tengo pendiente hablar en entrada aparte. Dentro de este local sí que se nos hizo tarde, así que nos dijimos adiós y marchamos a dormir.

¿Os ha parecido que fue un día intensito? Pues el siguiente no se quedaría corto, que durante el mismo montaría en moto por primera vez en mi vida.

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