Cuando os hablé acerca de mis primeras dos horas en Tailandia me negué a daros detalles acerca del viaje en el taxi que me llevó del aeropuerto al hotel. Y no lo dice por vagancia (aunque la vagancia es a día de hoy uno de mis principios, al ser una forma válida de luchar contra el capitalismo. Pensadlo), sino porque, siendo varias las veces que Jorge y yo hicimos uso de este medio de transporte, contaba con escribir una entrada que resumiese nuestras experiencias (o al menos las que tuviesen más chicha). Y ahora vosotros habéis empezado a leerla.
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De decenas de fotos que hicimos, sólo hay una en la que salgan taxis. Y encima, a lo lejos y malamente |
Semanas antes de que todo esto ocurriese, mientras Jorge y yo intercambiábamos mensajes de whatsapp en los que preparábamos los detalles del viaje, llegó a salir el tema de los taxis. En algún que otro artículo de los que nos enviamos solían mencionarse dos detalles: que moverse en taxi por Tailandia, Camboya y Vietnam era relativamente barato, y que entrar a un vehículo con el taxímetro oculto bajo un trapo implicaba timo seguro.
Adivinad cómo se encontraba el taxímetro durante mi primer trayecto taxista.
Sé que todos sois listísimos y habríais optado por decirle algo al conductor, o directamente abandonar el taxi y probar suerte en otra parte, pero yo tenía cuarenta cosas en la cabeza en aquel momento y, cuando reparé en la jugada, ya habíamos enfilado la autopista.
De todas formas, aquel hombre me dio un viaje de lo más interesante. El pobre tenía una pasión que seguro que ninguno de vosotros compartís: Suiza. Estaba enamoradísimo del puto país, os lo juro. Y no hacía falta ser muy perspicaz para darse cuenta: bastaba con fijarse en la enorme Switzerland escrita en el frontal de la gorra que llevaba puesta, o en la foto del salpicadero, en la que aparecía posando en un glaciar suizo con su casita de madera detrás. Y lo que voy a decir es una impresión mía, pero juraría que cuando le dije que yo vivía en Austria (bien cerca de Suiza, añadí con interés), el pavo me hizo el favor de pisar un poquito más el acelerador. Lo que sí que hizo fue despegar la imagen y acercármela para que pudiese verla en detalle mientras me relataba las maravillas que había descubierto en aquel país.
También me habló de no sé qué convención que estaba teniendo lugar en Bangkok en aquellos días, habida cuenta del gran número de carteles alusivos que nos daban la bienvenida cuando llegamos a la ciudad; y me sugirió que, si tenía ocasión, fuese a ver un combate de muay thai, aunque me lo dijo sin la misma pasión que expresó al relatarme sus peripecias helvéticas.
Otro taxista del que guardo interesantes recuerdos es el que nos recogió tras nuestra a visita a Ayutthaya con un matrimonio portugués al que conocimos aquel mismo día. La furgoneta que nos devolvió a Bangkok por la tarde nos depositó en algo parecido a una estación de autobuses, y nuestro plan consistía en montar los cuatro en un vehículo que nos dejase en el hotel de los portugueses, pues el nuestro se hallaba a pocos minutos andando.
Jorge hizo la reserva del taxi vía app, y pasado un buen rato, en el chat que se abrió con el taxista, éste le solicitó a Jorge que le enviase una foto de su localización, pues no lograba dar con el punto exacto que el GPS le indicaba. Si tal actitud por parte del conductor os resulta extraña, enseguida entenderéis a qué se debía. Y es que el hombre era mayor. MUY MUY MAYOR. Cuando por fin nos encontró y subimos al taxi, el pobre anciano quiso echar un vistazo a la pantalla de su móvil para confirmar el destino y la ruta. Para tal fin, amplió el zoom al máximo que le permitía el aparato y, acto seguido, SE SACÓ UNA LUPA DEL BOLSILLO Y LA ACERCÓ A LA PANTALLA PARA PODER VERLO BIEN. Que yo en ese momento pensé: "si no me mato en este taxi, es que soy inmortal".
Al final el trayecto fue de lo más suave y tranquilo, oye. Y eso que, a poco de comenzar el mismo, mientras yo estaba convencido de que el viaje y mi propia vida estaban a punto de pasar a los títulos de crédito, el taxista nos preguntó si queríamos ir por la autopista. En ese momento, antes de que nadie pudiese responder, yo le grité que "yes" porque, si tenía que irme al otro barrio, prefería hacerlo a lo grande.
En otra ocasión, una taxista, también en Bangkok, nos llevó del hotel a Chinatown. No hubo parte del trayecto que no hiciese a toda hostia, motivada como estaba ante la potente música que sonaba a través de los altavoces del coche y que le hacía cantar (o hablar sola durante los trozos sin letra), y perdí la cuenta de los semáforos que se saltó en rojo.
Sin duda, el mejor trayecto en taxi de toda mi vida.
Al día siguiente, más o menos a la misma hora, un nuevo conductor nos recogió en el mismo hotel y nos llevó a una zona gentrificadísima cuyo nombre no logro recordar en este preciso momento. No iba tan follado como la que os acabo de relatar, y éste sí que contaba con sentido común como para respetar la luz roja de los semáforos y la seguridad vial en general, y nos intentó dar algo de palique durante el trayecto, haciendo el mismo algo más entretenido que el que nos llevó al aeropuerto el día que volamos a Camboya. El conductor iba a lo suyo (aunque mucho más calmado), escuchando lo que parecían ser noticias en la radio. Buscando entretenimiento, mi cerebro me hizo fantasear con que aquella radio empezaba a emitir marchas militares para informar después acerca de un inminente alzamiento militar. Mi imaginación funciona así, ¿qué queréis que le haga? Que igual pensé aquello porque aún estaba fresco el golpe de estado que meses atrás se había producido en Birmania, o a lo mejor fue porque, por el camino, pasamos por varios cuarteles y edificios gubernamentales cuyas fachadas mostraban enormes imágenes de distintos miembros de la familia real vistiendo entorchados uniformes. Es lo que tienen aquellas regiones con democracias no muy allá, ¿verdad? Que se les va la mano con el culto al líder y tal. Esperad, que os enseño una foto de lo que estoy describiendo para que lo veáis vosotros mismos:
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fuente: el español Ups, me he equivocado de foto. Bueno, no importa |
Con respecto a Camboya no puedo hablar de taxis porque no subimos a ninguno, pues Perún se encargó de llevarnos a todas partes y sólo hice uso de un tuktuk que no fuera el suyo en una mañana que en mi memoria aún se mezcla con la noche anterior por motivos que ya descubriréis.
Por último, en Vietnam sólo tiramos de taxi en dos ocasiones: para ir del aeropuerto de Hanoi a la ciudad y viceversa. Y en ambos casos tuve tiempo de sobra para reflexionar acerca de este medio de transporte, habida cuenta de que el aeródromo hanoiano está, técnicamente hablando, a tomar por culo. Una reflexión que yo pensaba plasmar aquí y que giraba entorno al pijerío en general, nuestros mochilones y el supermercado del Corte Inglés, entre otros conceptos. Pero después de haberla escrito, haberla leído, haberla reescrito un par de veces y no haberme convencido de que mereciese la pena lo que la misma decía, he decidido que era mejor terminar la entrada de esta forma tan rara.

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