lunes, 14 de julio de 2025

Aquel viaje. Llegando a Vietnam

La aeronave procedente de Siem Reap tomó tierra, yo guardé mis auriculares y, tras reencontrarme con Jorge (que si nos llegan a asignar asientos más separados nos toca volar en aviones distintos), los dos cruzamos el control de pasaportes y nos adentramos en la terminal de salidas del aeropuerto de Hanoi.

Antes de abandonar el edificio, aproveché la existencia de un puesto que vendía tarjetas SIM para poder hacer hacerme con una y tener internet en mi teléfono que me hiciese localizable (lo que le evitaría a mi compañero de viaje disgustos como el de Camboya un par de jornadas atrás). También me serví de un cajero automático cercano y saqué mis primeros Đồngs:

A la hora de pagar tocaba manejar cifras con muchos ceros, y esto provocó situaciones graciosas como la que vivimos al dejar el hotel de Tam Cốc. Ya os contaré

Jorge prefirió, con buen criterio, dejar estos trámites para la mañana siguiente, confiando en que encontraría mejores ofertas en la ciudad. Y su decisión me vino bien porque hice un amigo que os presentaré la semana que viene (pero el enlace lo pongo al final de esta historia, por mantener la coherencia narrativa entre entradas y tal).

Al final, entre pitos y flautas, cuando subimos al lujoso taxi que nos llevó a la capital ya había caído la noche. Y si a eso le sumamos los cuarenta y cinco minutos de trayecto, nuestra llegada al hotel hanoiano tuvo lugar a una hora bastante indecente desde el punto de vista de lo que viene siendo irse a dormir. Al fondo del vestíbulo, tras el mostrador, se encontraba el recepcionista, quien resultó ser la persona más negada con la que me he encontrado en mi puta vida. Aquel hombre se hallaba enfrascadísimo en Buda sabe qué tarea ante la pantalla de su teléfono móvil, y antes de que nosotros pudiésemos terminar de decir "good evening", sin levantar la mirada del aparato, nos hizo un gesto con el dedo de los que quieren decir, aquí, allí y en cualquier parte del mundo, "esperad un momento".

Aquel momento de espera, que se prolongó más de lo considerado aceptable si estamos hablando de dar atención al cliente, finalizó cuando el colega consideró oportuno hacernos caso y, sin abrir la boca para dar un buenas noches ni nada, nos hizo un gesto con la cabeza que vino a significar "¿qué queréis?". Jorge le dio entonces los datos de la reserva que había hecho semanas atrás y el recepcionista nos dio la llave de la habitación asignada. Subimos entonces a la misma, acompañados por el botones, y llegados a este punto de la historia voy a citar fragmentos de un par de entradas anteriores:


[...] la habitación, la cual contaba con sus dos camas reglamentarias y un pequeño balconcito [...]


[...] nuestra habitación que, al igual que la de Bangkok, contaba con sus dos camas reglamentarias, pasando junto a un gato [...]

Habréis oido miles de veces que "no hay dos sin tres", ¿verdad? Bueno, pues yo hoy voy a joderos la racha de la misma forma que se nos jodió a nosotros aquella noche en Hanoi cuando descubrimos que nuestra habitación contaba con UNA cama de matrimonio. Ante semejante panorama, Jorge ni se molestó en quitarse el mochilón y, tras cruzar una mirada con el botones y recibir por parte de éste un encogimiento de hombros, bajó de nuevo a recepción para decirle al negado que no estaba dispuesto a que pasásemos la noche como si fuésemos Epi y Blas, y que nos correspondía una pieza con sus dos camas reglamentarias.

El recepcionista, manteniendo el estilo profesional que le había caracterizado desde nuestra llegada, le dijo que de eso nada, monada, que la reserva por internet dejaba claro que lo de una o dos camas era un asunto de suerte y que nos había tocado lo que nos había tocado, y que lo único que podíamos elegir a aquellas alturas era volver a la habitación asignada en el ascensor o subiendo por las escaleras.

Tengo que reconocer que yo soy muy mierdas en esta clase de situaciones, así que ya me estaba haciendo a la idea de cederle a Jorge el único catre disponible y pasar la noche sentado en una butaca como si aquello fuese un hospital, pero mi compatriota se plantó con sus huevazos y, con la actitud de quien sabe que va a conseguir lo que quiere, le dejó bien claro al de recepción que aquella noche, o él y yo dormíamos en una habitación con dos putas camas, o nadie iba a poder dormir en aquel hotel. Y no sé si fue porque a aquel hombre le daba más pereza discutir que hacer su trabajo, pero abandonó su puesto y se arrastró hacia el ascensor (en realidad caminó como una persona normal, pero en mi recuerdo lo visualizo desplazándose cual babosa gigante), desapareciendo durante un tiempo que se me hizo interminable.

Durante aquellos minutos en los que me temí que el recepcionista se estaría liando a patadas con el mochilón que yo sí que había dejado arriba, el botones nos estuvo haciendo compañía. Debido a que había leído que mucha gente en Vietnam hablaba la lengua de Victor Hugo, le pregunté que si parlez vous Français, y me dijo que no. El pobre tampoco es que controlase mucho de inglés, pero pudimos intercambiar unas pocas palabras y conversar casi exclusivamente sobre fútbol, pues al enterarse de que éramos españoles sacó el tema de conversación que el noventa por ciento de la población mundial saca cuando tiene que hablar con un español. Además, durante aquellos días se estaba celebrando el mundial de Catar, así que tiré de dos o tres noticias que había leído al respecto y de mi habilitad para fingir que soy un experto en asuntos de los que no tengo ni idea y estuve un rato de cháchara con el chaval, quien, al contrario que su borde compañero, resultó ser de lo más majo.

Al final, tras más de media hora esperando (llegué a bromear con la idea de que el recepcionista estaba partiendo la cama en dos con un serrucho y por eso tardaba tanto), nuestro amigo volvió con la misma cara de vinagre con la que se había ido y con mi mochilón (el cual, a primera vista, se encontraba libre de patadas), y nos asignó una nueva pieza. Se trataba claramente de una single a la que le habían metido una segunda cama con calzador, y para más inri, se encontraba junto a los atronadores sistemas de aire acondicionado del edificio (lo cual me hizo recordar con nostalgia mi estancia en Nara años atrás). Que podía haber sido yo esta vez el que bajase a quejarse, pero viendo cómo había progresado la situación desde nuestra llegada temí que, de hacerlo, el recepcionista nos pegase dos tiros o algo así.

De todas formas, había sido un día agotador (y a la mañana siguiente nos esperaría más de lo mismo), por lo que logré quedarme frito antes de que el ruido de aquellas máquinas pudiese molestarme.

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