lunes, 28 de abril de 2025

Aquel viaje. Llegando a Camboya

Jorge y yo bajamos del avión que nos dejó en Siem Reap y nos dirigimos al control de pasaportes. Gracias a que fuimos dos muchachitos precavidos que tramitaron la visa antes de comenzar este viaje, nos tocó ponernos a una cola mucho más corta y rápida libre de todo el papeleo que ya traíamos hecho de casa, y en unos pocos minutos, cargando con nuestros mochilones y mochilas, alcanzamos la salida del aeropuerto.

Allí nos esperaba Perún (sé que no se escribe así, pero es como sonaba su nombre y yo soy una persona horrible que no se va a preocupar por investigar la grafía jemer), el amable conductor de tuk tuk que, por cortesía del hotel que había reservado Jorge, nos llevó en su vehículo hasta nuestro alojamiento. Durante el trayecto, del que existe un vídeo que no voy a compartir aquí en el que Jorge y yo aparecemos con una cara de felicidad como poca gente que me conoce ha visto, fruto quizá del buen tiempo que estábamos experimentando y de la expectativa ante la visita a Angkor Wat que tendría lugar en tan sólo unas horas, dejamos atrás lujosos resorts, comercios de todo tipo y a multitud de transeúntes y niños uniformados que salían de los colegios, lo que daba al lugar una estampa muy diferente a la de pobreza y desolación que siempre se nos ha vendido a occidente. Que vale que el itinerario del aeropuerto al hotel no tiene por qué reflejar la realidad de un país entero, pero no voy a ser yo quien se meta en ese debate ahora, por mucho que me duela perder una oportunidad para cagarme en Henry Kissinger.

Una vez en el hotel, el recepcionista nos invitó a sentarnos en un sofá de la entrada para tramitar nuestro registro y nos hizo entrega de sendos tés helados. Jorge y yo nos miramos y supimos que los dos estábamos pensando que el hielo que había dentro de aquellos vasos nos iba a mantener encerrados en el baño de la habitación durante el resto de nuestra estancia en Camboya, pero dimos cuenta de las bebidas porque seríamos unos desconfiados de mierda, pero por encima de todo éramos agradecidos. Además, el té estaba rico, resultó refrescante y no nos hizo ningún daño. El muchacho de recepción nos ofreció también la opción de que Perún nos llevase en su tuk tuk a ver Ankgor Wat al día siguiente esa misma noche para que pudiésemos disfrutar de la salida del sol tras la silueta del complejo, amén de otros templos y enclaves durante los siguientes días, con el compromiso de dejarnos de vuelta en el hotel a media tarde. Y nosotros, recordando lo bien que nos salió la jugada en Ayutthaya, dijimos que vale.

Fue una de las decisiones más acertadas que tomamos en Camboya, he de decir.

Subimos a nuestra habitación que, al igual que la de Bangkok, contaba con sus dos camas reglamentarias, pasando junto a un gato guardián que sesteaba en el pasillo (hecho que celebré en el momento como buena loca de los gatos que soy). Yo, tras depositar mis pertenencias, me escapé durante unos minutos en busca de una lavandería o similar, pues me estaba quedando sin camisetas limpias que ponerme, y volví poco después al hotel para dirigirme en compañía de Jorge dando un paseo al centro de Siem Reap mientras se nos echaba encima la noche de un invierno que no parecía tal.

Por el camino pasamos junto a locales situados en garajes con todo el género expuesto en la calle, puestos al aire libre cuya comida se hallaba a salvo de las moscas gracias a bolsas de plástico atadas a ventiladores en marcha, o comercios en los que lo mismo podías comprar melones o garrafas de agua que echarle gasolina a la moto:

Esta foto se la he robado a Jorge, por cierto

Y ya que había un cajero automático en la zona, aproveché para hacerme con mis primeros rieles camboyanos:


También vimos varios locales de masajes. Fue de uno de ellos del que salió la dueña para pedirnos insistentemente que entrásemos y así disfrutar de una sesión de friegas, usando argumentos tan convincentes como agarrarme repetidas veces del brazo al tiempo que me decía "you are very strong, my friend". No obstante, teníamos más hambre que ganas de recibir un masaje, así que prometimos volver a pasar por allí poco después y continuamos nuestro camino.

En el centro de Siem Reap hay una calle bulliciosa llamada Pub Street a la que acaban yendo todos los turistas y locales, y entre los establecimientos que se pueden encontrar en dicha calle hay un restaurante que sirve unas costillas deliciosas:

Spoiler alert, repetiríamos un par de días después

El local, por cierto, cuenta con vistas a este puesto de crêpes y helados al que no fuimos después de cenar porque nos quedamos bien con la ración de costillas:


A donde sí que nos dirigimos fue a una tienda de ropa donde compré una camiseta amarilla que aún conservo y que me encanta. Si algún día venís a visitarme y me lo recordáis, os la enseño. 

Hablando de camisetas, en el camino de vuelta me encontré con esta moto que tiraba de todo un puesto ambulante de ropa:

Fue uno de los días con más contrastes de mi vida

Para nuestra última parada de la tarde/noche elegimos un bar que contaba con un ambiente relajado perfecto para que Jorge y yo pasáramos un rato de cháchara mientras dábamos cuenta de sendos longislands (sin hielo, que ya nos la habíamos jugado bastante), pero en ese momento comenzó una actuación musical en directo que nos hizo cambiar de planes. Tras escuchar unas pocas canciones, decidimos que podíamos dar por terminada la jornada, pues el trajín del día siguiente nos iba a hacer salir de la cama a las tres de la madrugada, y nos largamos de allí.

Y vosotros ahora os estaréis preguntando que qué fue del masaje que había quedado pendiente. Pues resulta que volvimos a pasar por allí después de cenar (una promesa es una promesa), y nos encontramos el siguiente panorama: la mujer que nos había abordado minutos antes se encontraba tumbada en el suelo, cantando entre risas en un estado entre etílico y lisérgico, totalmente ajena a lo que ocurría a su alrededor, incluida nuestra presencia; y su compañera, tras la caja registradora del local, se encogía de hombros y nos dirigía una mirada en la que se podía leer "aquí hoy ya no se dan masajes".

Así que no, aquel día no hubo masaje.

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