lunes, 28 de julio de 2025

Aquel viaje. Descubriendo Hanoi II

Lo primero que Jorge y yo hicimos aquella tarde, después de toda una mañana intentando con mayor o menor éxito que nuestros cerebros se acostumbrasen al bullicio hanoiano, fue dirigirnos a una de las principales atracciones turísticas de la capital vietnamita: la calle Lê Duẩn. Su fama se debe a que por este estrecho callejón pasa el tren dos veces al día, obligando a residentes y comerciantes del lugar a recoger su mierda y constituyendo un espectáculo que la gente gusta de retratar para compartir en redes sociales, muchas veces arriesgando la propia vida. Y es que el ser humano, reconozcámoslo, es así de gilipollas.

En nuestra defensa, he he decir que Jorge y yo nos plantamos allí a una hora segura y así lo atestiguan las fotos que sacamos, las cuales podrían hacer que el lugar pasase perfectamente por una vía muerta:


De hecho, uno podía pasear sin peligro por los raíles. Jorge lo hizo:

El sombrerito de arroz se lo compró minutos antes a un vendedor ambulante por dos duros y yo le hice sentir fatal porque le dije que llevarlo era apropiación cultural y el pobre pensó que hablaba en serio. Pero qué cabrón soy

De allí fuimos al Templo de la Literatura, un complejo dedicado a Confucio del que poco os puedo contar. Tenía algún que otro estanque:


Y estatuas:


Que si hubiésemos formado parte de una visita guiada, a lo mejor habríamos aprendido más acerca del lugar, pero digo "a lo mejor" porque, precisamente, coincidimos con una visita guiada y todos sus integrantes se encontraban hablando entre sí a un volumen DE LA HOSTIA y pasando olímpicamente de las explicaciones del guía.

Lo habéis adivinado. Eran españoles.

Con la tarde comenzando a caer, abandonamos aquel templo y pasamos por un lugar con una cantidad de vida social impensable en una civilización tan egoístamente capitalista como la nuestra. Allí había gente echando partidas de cartas y juegos de mesa que no había visto en mi vida:


Esta foto y la anterior se las he robado a Jorge, que las hizo él

Señoras convirtiendo la acera en una cancha de bádminton:

Sí, esta foto también se la he robado

O hasta un peluquero enfrascado en su tarea bajo los últimos rayos de sol:

Ésta es mía

Todo ello, bajo la atenta mirada de este señor:

🔊

Efectivamente, Hanoi le tiene dedicado un parque a Lenin. Y de aquél nos dirigimos a una cafetería cercana donde también, por qué no, se vendían artículos de cuero. Aquí cayeron un café helado y un yogur, y mientras el camarero se afanaba en prepararlos, Jorge se dedicó a echar un ojo en derredor, acercándome un cubo de rubik allí expuesto cuyas caras estaban decoradas con piel de diferentes tonos. Cuando me lo dio, el cubo estaba desordenado, y cuando se lo devolví, porque soy un friki, estaba resuelto (lo cual provocó que otra dependienta del local exclamase "guau" llena de asombro).

Acabadas las bebidas, volvimos al hotel, pasando ante un nuevo grupo de señoras que, sin contar esta vez con la supervisión de estatuas de revolucionarios, hacían aerobic alegremente, y aprovechamos la existencia de una librería en la zona para que yo pudiese comprarle a mi madre un cuento escrito en vietnamita.

Llegada la hora de la cena, intentamos repetir la experiencia de horas atrás y comer de nuevo en el restaurante en el que almorzamos, pero ya se encontraba cerrado. Entramos entonces en otro que había en la zona y que no tenía mala pinta. Nos sentamos en una de sus mesas, abrimos el menú, cerramos el menú y nos fuimos. Y es que lo único que servían allí (aunque he de decir que de infinidad de maneras distintas) eran ancas de rana.

Al final, con casi todas las cocinas de Hanoi ya apagadas, localizamos uno en el que, pese a estar vacío, tardaron casi media hora en servirnos la cena, lo cual nos hizo preocuparnos por enésima vez ante la posibilidad de una intoxicación alimenticia que, por enésima vez, no tuvo lugar.

Para acabar tan larga jornada nos dirigimos a Beer Street y nos sentamos en una de sus bulliciosas terrazas a tomar algo. Dos turistas que se encontraban a nuestro lado se pusieron entonces a hacer cosas raras con su teléfono móvil, como tratando de sacar una foto a lo que tenían enfrente con disimulo pero siendo al mismo tiempo tan descaradas como un niño pequeño que mira a alguien con cromosomas de más. Jorge, incapaz de refrenar su curiosidad, les preguntó que qué estaban haciendo, y aunque no llegaron a resolver nuestra duda, los cuatro acabamos de cháchara durante los siguientes minutos. Jorge les contó que había pasado media semana en Krabi, en el sur de Tailandia, bañándose en sus playas, haciendo kayak, visitando algún que otro templo y conociendo a una pareja de brasileñas muy majas; y ellas nos dijeron que acababan de completar una ruta en moto por Vietnam de seis días durante la cual, se quejaba una, apenas habían tenido tiempo para dormir ("no me extraña que diga que no ha dormido. ¿Tú has visto qué ojeras llevaba?" me diría Jorge poco después aquel día).

A este rato de conversación, y a sugerencia de Jorge, siguió otro de baile dentro del bar. A veces se nos unía una de las empleadas, quien tenía un nivel de energía que ríase usted de Speedy González, y que también se encargaba de bajar las luces y el volumen de la música y echar las cortinas cada vez que la policía hacía acto de presencia en aquella calle. Sin embargo, a las doce en punto se activó el protocolo cenicienta y un coche patrulla recorrió la zona mientras varios oficiales vestidos como si fuesen militares, megáfono en ristre, mandaban a todo el mundo a su puta casa.

Imponían que no veas, todo sea dicho, así que como para no hacerles caso.

Por el camino de vuelta al hotel nos abordaron dos chicas, dando pie a una situación muy parecida a la acontecida días antes en Bangkok cuando aquellos maromos nos ofrecieron meternos con ellos en un coche para ir a un ping pong show. En esta ocasión, lo que hicieron las muchachas fue sacar un móvil y enseñarnos en el mismo varios segundos de un vídeo en el que una mujer restregaba su cuerpo desnudo y aceitoso contra el de un hombre, también en bolas, que se hallaba tumbado sobre una camilla. Dicho vídeo tenía pinta de haber sido grabado a escondidas, por lo que me pregunté si el prota del mismo era consciente de que estas dos zagalas andaban por ahí enseñándoselo a turistas al tiempo que les preguntaban si les interesaba recibir un masaje nuru a ellos también.

Jorge, tras escuchar esta oferta, preguntó entre extrañado y aterrado: "¿un masaje vudú?", lo que provocó que las chicas se largasen entre carcajadas, conscientes de que no tenían nada que hacer con nosotros.

Sus risas aún resonaban en nuestros oídos cuando finalmente llegamos al hotel. Atrás quedaba un largo día y quién sabe lo que pasaría al siguiente. Agotados, cruzamos el vestíbulo con el mayor sigilo posible y subimos a nuestra diminuta habitación, dispuestos a dejar que los cercanos sistemas de aire acondicionado se pasasen la noche cantándonos nanas.

¿Que por qué lo del sigilo al cruzar el vestíbulo? Pues porque en el sofá situado junto al mostrador, el recepcionista que tan amable había sido con nosotros la noche anterior se estaba echando un sueñecito de lo más entrañable.

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lunes, 21 de julio de 2025

Aquel viaje. Descubriendo Hanoi I

Tras una noche siendo arrullados por el cantar de los equipos de aire acondicionado, Jorge y yo abandonamos la diminuta habitación y nos dirigimos a la última planta del hotel, donde se encontraba el restaurante en el que dimos cuenta de un desayuno bastante decente. El mío incluyó dos huevos fritos que un cocinero allí presente me preparó en el momento. Y hablando del tema: la recepcionista, de una forma infinitamente más atenta que su compañero del turno de noche, amén de recomendarnos qué visitar de aquella caótica ciudad, insistió en que probásemos el café con huevo, un producto típico del país. Nosotros lo hicimos, pero antes de hablaros de ese tema quiero revelaros cuál fue la palabra que se me pasó por la cabeza en cuanto pusimos un pie en la calle:

Caos.

Hanoi es, con diferencia, el lugar más caótico en el que he estado en mi vida: una jungla de motocicletas (miles de motocicletas) y coches que están demasiado ocupados representando una interminable sinfonía de cláxones como para ponerse a respetar semáforos o señales, vendedores ambulantes que ofrecen su mercancía una y otra vez a turistas con cara de panoli como Jorge y como yo, o cocineros que no tienen ningún reparo en preparar comidas y limpiar verduras a lado de alcantarillas de intenso y desagradable olor atestan calles plagadas de locales comerciales llenos de vida. O llenos de muerte, que hasta las funerarias se plantan aquí en la acera para hacer negocio:


Y allá donde no hay un comercio, pues se pone un mural que deje bien claro que en esta casa las leyes de Karl Marx están por encima de las leyes de la termodinámica, y listo:

Me cago en todo cada vez que veo esta foto porque me quedó desenfocada

Tratando no dejarnos arrastrar por este bullicio nos dirigimos al bar mencionado por la recepcionista, donde probamos nuestro primer café con huevo. Que entiendo que os sorprenda la combinación si nunca habéis oído hablar de este concepto, pero he de deciros que el mejunje está riquísimo. Y es que se trata de una mezcla de huevo batido (batidísimo) y mezclado con miel que se vierte sobre una taza de café. Y la experiencia habría resultado digna de un diez sobre diez si no hubiese sido por lo diminuto del mobiliario de aquel local.

Vale, es culpa mía porque soy muy alto, pero un café no se disfruta igual cuando toca bebérselo sentado en un minúsculo taburete con las rodillas a la altura de las orejas.

Tras acabar este manjar volvimos a enfrentarnos a las calles de Hanoi. Jorge se adentró en un quiosco-locutorio-casa de cambio y salió de allí con número de teléfono y dinero en metálico vietnamitas, y mientras hacía las transacciones pertinentes yo me quedé fuera conociendo a este simpático vecino:

Reconozco que <3, o como decíamos los que llegamos a usar Messenger, (L)

Me enseñó su moto:


¿Queréis más fotos? Venga, la última y sigo con la historia:

Adiós, minino. Se te quiere

Continuamos nuestro garbeo urbano e hicimos una parada rápida en una farmacia. Y es que no lo he dicho hasta ahora, pero Jorge venía arrastrando desde el principio del viaje unas llagas dentro de la boca que parecían un mapa de las islas Canarias. Y ya que estábamos en el local (su interior, he de decir, competía con el exterior en lo que a caos se refiere, pues torres de existencias convertían el lugar en un laberinto en el que costaba orientarse. Pero al menos aquella farmacia parecía estar mejor surtida que la que tuve que visitar en Tam Cốc días después por motivos que aún no os he dado), yo me compré una pomada que combatiese a la dermatitis que, como el turrón El almendro, volvía a casa por navidad y ya me estaba jodiendo (es lo que tiene no ser previsor y olvidarse de meter alguna cura para este problema en un botiquín atestado de morralla). La verdad, no sé si dicha pomada tuvo algún efecto porque yo no noté ninguna mejora, pero reconozco que su color mostaza me resultó de lo más curioso y he de confesar que, semanas después, cuando volví a encontrarla entre mis medicinas, no fui capaz de recordar el motivo por el que la había adquirido.

Esto último que he dicho va dirigido a toda la gente que mantiene que soy listísimo y que les encanta cómo funciona mi cerebro.

Y como si Hanoi se hubiese convertido en un extraño tablero del juego de la oca, de la casilla de la farmacia saltamos a la de la tienda de reproducciones de láminas artísticas vietnamitas y tiramos porque nos tocaba. Concretamente, a Jorge le tocó comprar dos muy bucólicas con la idea de que su novio las usase para decorar su despacho y a mí me tocó comprar tres bélicas, de las que dicen a los yankis que se vuelvan a su puta casa. Una de ellas, a día de hoy, decora un rincón de la habitación que aún conservo en la casa de mis padres en Valladolid, junto con otra que mi amigo Pablo me trajo de Moscú hace más de veinte años y unos sellos que compré por joder:


La siguiente casilla en la que caímos fue una cafetería a la que se llegaba subiendo al primer piso de un edificio, y que contaba con una terraza de lo más cuqui desde donde retomamos fuerzas gracias a unos tés helados. O batidos, no me acuerdo. De cualquier manera, algo así no llena el estómago, y a aquella hora el hambre ya nos estaba atacando, por lo que buscamos un lugar en el que llenar el buche y obtener energía que nos ayudase a encarar el resto de la jornada. Tras descartar aquellos con olores más fuertes o los que directamente servían perro (sí, alguno había que tenía una mesa en la puerta con el correspondiente cánido cocinado. No me paré entonces y no me quiero parar ahora), terminamos en uno repleto de turistas, lo cual tomamos como una buena señal.

Oye, la comida estaba riquísima. Y si resultó que el personal la había preparado al lado de una alcantarilla, no se notaba.

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lunes, 14 de julio de 2025

Aquel viaje. Llegando a Vietnam

La aeronave procedente de Siem Reap tomó tierra, yo guardé mis auriculares y, tras reencontrarme con Jorge (que si nos llegan a asignar asientos más separados nos toca volar en aviones distintos), los dos cruzamos el control de pasaportes y nos adentramos en la terminal de salidas del aeropuerto de Hanoi.

Antes de abandonar el edificio, aproveché la existencia de un puesto que vendía tarjetas SIM para poder hacer hacerme con una y tener internet en mi teléfono que me hiciese localizable (lo que le evitaría a mi compañero de viaje disgustos como el de Camboya un par de jornadas atrás). También me serví de un cajero automático cercano y saqué mis primeros Đồngs:

A la hora de pagar tocaba manejar cifras con muchos ceros, y esto provocó situaciones graciosas como la que vivimos al dejar el hotel de Tam Cốc. Ya os contaré

Jorge prefirió, con buen criterio, dejar estos trámites para la mañana siguiente, confiando en que encontraría mejores ofertas en la ciudad. Y su decisión me vino bien porque hice un amigo que os presentaré la semana que viene (pero el enlace lo pongo al final de esta historia, por mantener la coherencia narrativa entre entradas y tal).

Al final, entre pitos y flautas, cuando subimos al lujoso taxi que nos llevó a la capital ya había caído la noche. Y si a eso le sumamos los cuarenta y cinco minutos de trayecto, nuestra llegada al hotel hanoiano tuvo lugar a una hora bastante indecente desde el punto de vista de lo que viene siendo irse a dormir. Al fondo del vestíbulo, tras el mostrador, se encontraba el recepcionista, quien resultó ser la persona más negada con la que me he encontrado en mi puta vida. Aquel hombre se hallaba enfrascadísimo en Buda sabe qué tarea ante la pantalla de su teléfono móvil, y antes de que nosotros pudiésemos terminar de decir "good evening", sin levantar la mirada del aparato, nos hizo un gesto con el dedo de los que quieren decir, aquí, allí y en cualquier parte del mundo, "esperad un momento".

Aquel momento de espera, que se prolongó más de lo considerado aceptable si estamos hablando de dar atención al cliente, finalizó cuando el colega consideró oportuno hacernos caso y, sin abrir la boca para dar un buenas noches ni nada, nos hizo un gesto con la cabeza que vino a significar "¿qué queréis?". Jorge le dio entonces los datos de la reserva que había hecho semanas atrás y el recepcionista nos dio la llave de la habitación asignada. Subimos entonces a la misma, acompañados por el botones, y llegados a este punto de la historia voy a citar fragmentos de un par de entradas anteriores:


[...] la habitación, la cual contaba con sus dos camas reglamentarias y un pequeño balconcito [...]


[...] nuestra habitación que, al igual que la de Bangkok, contaba con sus dos camas reglamentarias, pasando junto a un gato [...]

Habréis oido miles de veces que "no hay dos sin tres", ¿verdad? Bueno, pues yo hoy voy a joderos la racha de la misma forma que se nos jodió a nosotros aquella noche en Hanoi cuando descubrimos que nuestra habitación contaba con UNA cama de matrimonio. Ante semejante panorama, Jorge ni se molestó en quitarse el mochilón y, tras cruzar una mirada con el botones y recibir por parte de éste un encogimiento de hombros, bajó de nuevo a recepción para decirle al negado que no estaba dispuesto a que pasásemos la noche como si fuésemos Epi y Blas, y que nos correspondía una pieza con sus dos camas reglamentarias.

El recepcionista, manteniendo el estilo profesional que le había caracterizado desde nuestra llegada, le dijo que de eso nada, monada, que la reserva por internet dejaba claro que lo de una o dos camas era un asunto de suerte y que nos había tocado lo que nos había tocado, y que lo único que podíamos elegir a aquellas alturas era volver a la habitación asignada en el ascensor o subiendo por las escaleras.

Tengo que reconocer que yo soy muy mierdas en esta clase de situaciones, así que ya me estaba haciendo a la idea de cederle a Jorge el único catre disponible y pasar la noche sentado en una butaca como si aquello fuese un hospital, pero mi compatriota se plantó con sus huevazos y, con la actitud de quien sabe que va a conseguir lo que quiere, le dejó bien claro al de recepción que aquella noche, o él y yo dormíamos en una habitación con dos putas camas, o nadie iba a poder dormir en aquel hotel. Y no sé si fue porque a aquel hombre le daba más pereza discutir que hacer su trabajo, pero abandonó su puesto y se arrastró hacia el ascensor (en realidad caminó como una persona normal, pero en mi recuerdo lo visualizo desplazándose cual babosa gigante), desapareciendo durante un tiempo que se me hizo interminable.

Durante aquellos minutos en los que me temí que el recepcionista se estaría liando a patadas con el mochilón que yo sí que había dejado arriba, el botones nos estuvo haciendo compañía. Debido a que había leído que mucha gente en Vietnam hablaba la lengua de Victor Hugo, le pregunté que si parlez vous Français, y me dijo que no. El pobre tampoco es que controlase mucho de inglés, pero pudimos intercambiar unas pocas palabras y conversar casi exclusivamente sobre fútbol, pues al enterarse de que éramos españoles sacó el tema de conversación que el noventa por ciento de la población mundial saca cuando tiene que hablar con un español. Además, durante aquellos días se estaba celebrando el mundial de Catar, así que tiré de dos o tres noticias que había leído al respecto y de mi habilitad para fingir que soy un experto en asuntos de los que no tengo ni idea y estuve un rato de cháchara con el chaval, quien, al contrario que su borde compañero, resultó ser de lo más majo.

Al final, tras más de media hora esperando (llegué a bromear con la idea de que el recepcionista estaba partiendo la cama en dos con un serrucho y por eso tardaba tanto), nuestro amigo volvió con la misma cara de vinagre con la que se había ido y con mi mochilón (el cual, a primera vista, se encontraba libre de patadas), y nos asignó una nueva pieza. Se trataba claramente de una single a la que le habían metido una segunda cama con calzador, y para más inri, se encontraba junto a los atronadores sistemas de aire acondicionado del edificio (lo cual me hizo recordar con nostalgia mi estancia en Nara años atrás). Que podía haber sido yo esta vez el que bajase a quejarse, pero viendo cómo había progresado la situación desde nuestra llegada temí que, de hacerlo, el recepcionista nos pegase dos tiros o algo así.

De todas formas, había sido un día agotador (y a la mañana siguiente nos esperaría más de lo mismo), por lo que logré quedarme frito antes de que el ruido de aquellas máquinas pudiese molestarme.

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lunes, 7 de julio de 2025

Aquel viaje. Minutos musicales

Yo creo que la anterior entrada en la que hacía un breve análisis literario del duty free del aeropuerto de Siem Reap no fue suficiente para relajar la intensidad alcanzada en este blog a raíz del contenido sobre Camboya, así que hoy voy a desviarme un poquito del tema que nos ocupa y os voy a hablar del mejor disco de la historia del rock en Español. Un álbum que fue publicado hace ya cuatro años porque el tiempo vuela, y de cuya existencia me enteré gracias a que por aquel entonces aún existía La vida moderna y Héctor de Miguel lo dejó caer en una de las emisiones. Concretamente, dijo: "oye, qué bueno lo último de Robe".

Robe, como habréis podido deducir si no lo sabíais ya, es el nombre del grupo. Y Robe es también el nombre de su líder, Roberto Iniesta, quien tras dejar (o más bien disolver) Extremoduro se unió a Álvaro Rodríguez Barroso, Carlitos Pérez, Alber Fuentes, David Lerman, Lorenzo González y más tarde Woody Amores para sacar un disco de la hostia detrás de otro.

De entre todos ellos destaca, y mucho, Mayéutica.

Mayéutica es una obra maestra de casi tres cuartos de hora que, aunque esté troceada en pistas, hay que escuchar del tirón. Algo muy fácil de hacer porque está disponible en Youtube y yo os la estoy enlazando aquí. De nada.

La primera canción del álbum, Interludio, es un puente que une La ley innata (un trabajo anterior de Robe Iniesta cuando era Extremoduro) con lo que se nos viene encima en Mayéutica. Recuerdo que cuando estudiaba informática en la universidad era habitual que muchos temarios hablasen de teoremas complicadísimos que terminaba con el autor diciendo: "la demostración de este teorema queda como ejercicio para el lector". Y yo lo odiaba porque yo no quería pensar. Yo quería memorizar. Pero ahora, curiosamente, os voy a hacer lo mismo a vosotros y os dejo como deberes que busquéis La ley innata en un rato que tengáis libre, os lo escuchéis y me deis las gracias por ello. Además, esto es necesario para entender a qué se refiere Robe cuando, tras los primeros segundos de punteo de guitarras y pizzicato de violín seguido por una preciosa melodía que dan la bienvenida a la pieza, dice eso de:

Se cae la casa desde que se marchó
Perdí la pista del eje del salón

Y debe ser importante, pues lo repite una segunda vez acompañado por la voz de Lorenzo González. Luego, un tarareo hace subir la intensidad de la pieza (acostumbraos a subidas y bajadas porque este disco es una puta montaña rusa).

Dejo las ventanas sin cerrar
y la puerta abierta
por si decidiera regresar
Que no tuviera que esperar
Que nada la entretenga

Y unas notas de violín pegan lo anterior a lo siguiente:

Y dejo las canciones sin final
por si no vuelve nunca más
y nada fuera cierto

Lo de dejar las canciones sin final es un "avisados quedáis" en toda regla, así que avisados quedáis. Pero el disco sigue. Un par de veces más, referencia a La ley innata (la segunda vez, con una base de violín que me vuelve loquísimo):

Se cae la casa desde que se marchó
Perdí la pista del eje del salón

Nuevo tarareo que nos lleva hacia arriba para, haciendo un paralelismo con lo que ha cantado hace nada, decir:

Dejo las ventanas sin cerrar
y la puerta abierta
por si me entran ganas de escapar
Que no tuviera que esperar
Que nada me entretenga

Y dejo las canciones sin final
por si un día quiero regresar
y nada fuera cierto

Insisto en lo de dejar las canciones sin final.

El violín da paso entonces a las guitarras, que a dúo y bien marcadas por la batería, ponen las notas finales a esta introducción.

Si al principio he dicho que hay que escuchar Mayéutica del tirón es porque, entre otros motivos, cada pista está unida a la siguiente y debería ser ilegal hacer pausas en esta maravilla. Para muestra de ello, las guitarras que dejamos atrás en aún resuenan cuando comienza Primer movimiento: después de la catarsis y a una nueva melodía de guitarra se le van uniendo el violín y el piano de forma maravillosa.

No quedan sombras del pasado
desde que te has acercado
Ahora todo es claridad

No quedan penas atrasadas
ni quedan puertas cerradas
ni nada que derribar

No habrá nada que derribar, pero tras estos versos el glissando del violín introduce un ritmo demoledor de los de sacudir la cabeza. Para mí esto es el tema del disco, musicalmente hablando (si no es así, me da igual). Y ahora la batería resalta las palabras:

No queda ni una sombra
No queda ni un recuerdo amargo
Para no sucumbir me tengo olvidado
de todo lo malo

Otra vez el glissando y otra vez el ritmo demoledor. Esta vez, con la voz de Lorenzo dándole más fuerza aún si cabe.

Y pongo a ver qué pasa
hoy las cartas sobre la mesa
Y  te voy a decir lo que a mí me pasa
por si me interesa

La música se relaja lo justo porque la letra así lo va a exigir:

Siento que me estremezco
sólo de estar contigo
respirando el mismo aire

Y si lo que hacen a continuación Carlitos Pérez con el violín y Álvaro Rodríguez Barroso con el piano no os evoca lo que viene siendo una respiración (acentuada por los latidos de un corazón desde el bajo de David Lerman), yo ya no sé qué deciros.

Siento que me estremezco
Será que, culpa del amor
todo me sabe diferente

Y la melodía vuelve arriba, esta vez con el piano guiando a los acordes de la guitarra.

He perdido la cabeza
y la he perdido tantas veces
que perdí la cuenta

El violín rubrica lo que Robe acaba de cantar, pero Robe sigue:

Ahora tengo la certeza
y la he tenido tantas veces
y perdí la cuenta

Me pasé la noche sin dormir
como lobo aullándole a la luna llena
Todo lo que te hace sonreír
me vale la pena 

De lobos aullándole a la luna llena hablaremos más adelante, por cierto.

Quise hacer el mundo más feliz
y quise volar y hacer un mundo nuevo
Y aunque todo esté por conseguir
no me desespero

Que sepáis que estos últimos versos me han ahorrado cientos de euros en terapia durante los últimos años (y no sólo porque se les cuele un órgano Hammond, algo que me fascina), aunque no son nada comparado con lo que Robe está a punto de cantar:

Hoy tal vez el viento sople a mi favor
y me empuje, me eleve y me lleve y me lleve
Voy caminando y de cuando en cuando encuentro una canción
que me empuja, me eleva, me lleva y me lleva

No sé vosotros, pero yo he encontrado en este disco esa canción que me empuja, me eleva, me lleva y me lleva. Decenas de veces. De todas formas, por si no ha quedado claro, la estrofa anterior se repite. Esta vez con el violín haciendo virguerías a las que se une la guitarra de Woody, y es entonces cuando ambos instrumentos tienen una conversación que sí, son viento que empuja, eleva y lleva y lleva. Y de nuevo:

Siento que me estremezco
Será que, culpa del amor
todo me sabe diferente

Y otra vez guitarras enmarcadas por acordes de piano.

Ha llegado la mañana
y ha entrado por la ventana
un rayito de sol

Y otra vez el violín rubricando entre estas líneas.

Me he pasado tanto tiempo
esperando este momento
que perdí la razón

Y se repiten las estrofas anteriores, las que aúllan a la luna llena, las que me ahorran terapia y las que hablan de viento y canciones que empujan, que elevan y que llevan y que llevan. Y entra el solo de Woody, espectacular, con el Hammond de fondo, y luego el violín uniéndose a la fiesta. Y todos los instrumentos llevan la pieza a lo más alto, y parece que estamos en un clímax insuperable, pero es entonces cuando la banda parece decir "sujétanos los cubatas", porque llega Segundo movimiento: mierda de filosofía y no queda otra que ponerse de pie. Encima de la silla. Y bailar.

Los primeros compases de esta canción son toda una declaración de intenciones, pero por si a alguien le ha pillado despistado, ya se encarga la letra de demostrar que puedes sacar a Robe de Extremoduro, pero no puedes sacar a Extremoduro de Robe: 

Mierda de filosofía
Me iría, me ahoga
Dime si tu te vendrías
y el día, y la hora

Buscando la manera
de hacer revoluciones
pasé la vida entera
tocando los cojones
Tener un ideario
y perder las convicciones
Volver a lo primario
Que yo sólo quiero hacerte bailar...
Bailar... Bailar... Bailar como una puta loca

¿Ha quedado claro? Bueno, por si acaso:

Bailar... Bailar... Bailar como una puta loca

E insiste:

Bailar... Bailar... Bailar como una loca

Se repiten las notas del principio y a continuación el órgano deja claro, esta vez hablando en forma de música, que aquí se ha venido a bailar como una puta loca. No os compliquéis. No le busquéis dobles sentidos. Bueno, mejor os lo explica Robe:

No quiero asomarme
al fondo de abismo
que tengo que acercarme
y pierdo el equilibrio

Y con una estructura de paralelismo, como hiciera minutos atrás en el Interludio, añade:

Que no quiero asomarme
ni al fondo de mi mismo
que pierdo el equilibrio
Y yo sólo quiero hacerte bailar...

Bailar... Bailar... Bailar como una puta loca

El violín subrayando una vez más la letra

Bailar... Bailar... Bailar como una puta loca

El violín se abre paso

Bailar... Bailar... Bailar como una puta loca

El violín finalmente roba el micrófono, para ordenar (con ayuda de la batería) que todos bailemos como putas locas. Y entonces Robe vuelve:

Mierda de filosofía
Me iría, me ahoga
Dime si tu te vendrías
y el día, y la hora

Le toca al bajo, y cumple con creces antes de que la letra vuelva a insistir en que nada de asomarse, que a bailar. Y entonces la guitarra se queda con el resto de la canción clavando un solo épico cuyas últimas notas parecen hacernos volver a pisar el suelo mientras Woody pisa el pedal. Comienza así Tercer movimiento: Un instante de luz con calma. Aunque a estas alturas ya deberíais saber que no hay que confiarse...

Nada después de tu mirada
Nada después de este instante de luz
Sólo una imagen congelada
Nada después de este instante que tú...

Y otra vez música frenética. Es como si echasen una carrera sabe Dios a dónde. Os dije que no os confiaseis.

Ni un millón
de besos que te diera
de abrazos que te diera
de versos que te hiciera

Date prisa, métete en la cama
que el vis a vis se acaba
Y empieza aquí, con esta flor, la primavera

Ojalá me muera de repente, ahora
fruto de esta alegre sobredosis
que me da el tenerte justo enfrente, ahora
Ya no necesito nada más

La música baja un poquito el ritmo, lo justo, y así Robe puede destacar mientras nos dice:

Que tú, queriendo descifrar
mi empeño por poner
un cielo azul aquí entre tanto trasto

Tú, tratando de entender
qué he venido a buscar
perdí el gobierno de mis propios actos

Tú, capaz de adivinar
mensajes escondidos
en mis aullidos bajo la luna llena

Tú, haciéndome llegar
al límite, al deseo. Tú...

La música acelera de nuevo. Y tiene sentido, porque la música es siempre un reflejo de lo que intenta transmitir Robe cada vez que abre la boca en este disco

Y ahora, ahora, ahora siento el cuerpo
Ahora, ahora, ahora es el momento
Ahora, ahora, ahora siento el cuerpo
Ahora, ahora, ahora...

Y es justo ahora cuando los instrumentos ya no corren. Ahora es cuando dan vueltas y más vueltas, El violín se ha vuelto loco y el resto le siguen. Es un tornado. La locura se contagia a toda la banda. Me encanta.

Pero todo se calma de nuevo, la melodía es otra vez suave y el piano se asegura de contener al violín. Vuelven los versos que introducían el primer movimiento:

No quedan sombras del pasado
desde que te has acercado
ahora todo es claridad

No quedan penas atrasadas
ni quedan puertas cerradas
ni nada que derribar

Esta vez, sin glissando ni ritmo demoledor. Esta vez unas notas de piano van a marcar el paso, como si subiésemos unos escalones que no sabemos dónde llevan, pero que a estas alturas no podemos evitar seguir como si letra y música, spoiler alert se estuviese haciendo dueña de nuestras emociones.

Nada después de tu mirada
Nada después de este instante de luz
Sólo una imagen congelada
Nada después de este instante que tú...

El órgano y la guitarra avisan de que se vienen cositas:

Ni un millón, ni de cataclismos

(cataclismo de piano)

Ni de cataclismos

(cataclismo de piano)

Ni de cataclismos

(cataclismo de piano)

Date prisa, métete en la cama
que el vis a vis se acaba
Y empieza aquí, con esta flor, la primavera

Y sigue la carrera, con una batería potentísima (Alber tiene mi edad y eso me da muchísima rabia) y una guitarra espectacular. Pero, de repente, el ritmo cambia drásticamente y uno se pregunta: ¿qué es esto? Pues esto son diez minutos de canción, ni más ni menos, y Robe no puede estarse tanto rato haciendo lo mismo, así que disfrutad de este cambio mientras dure.

Y estoy harto de sobrevivir
el tiempo que no te veo
Y ahora que tú te has pasado por aquí
estoy en pleno apogeo

De todas formas, si esta especie de reggae no os ha pillado preparados, el ritmo habitual vuelve enseguida con este deseo macabro repitiéndose:

Ojalá me muera de repente, ahora
fruto de esta alegre sobredosis
que me da el tenerte justo enfrente, ahora
Ya no necesito nada más

De la expresión "alegre sobredosis" no dije nada antes y tampoco lo voy a hacer ahora, porque la canción alcanza una intensidad, marcada por los coros de Lorenzo, que me obliga a callarme unos segundos. Y otra vez tú, tú, tú y más tú. Y ahora otra vez. Es ahora como lo fue antes, pero es ahora. Un ahora al que siguen un violín y una guitarra que, a toda velocidad, le indican a Robe que tiene pista libre para ir donde quiera. Y robe cumple:

Pongo rumbo a la locura
que me sabe a poco
andar a ras de suelo, despacito

He subido a tanta altura
que el cielo es poco
y sólo tu mirada necesito

Esto es precioso, joder. Pero Robe no se queda en lo precioso. Va aún más allá, con la melodía marcado cada frase:

Y has venido, me has mirado
y de repente se ha parado el tiempo. Tú...

Sí, tú. Y a estas alturas ya sabemos que detrás de tanto viene una ristra de ahoras para sentir el cuerpo porque ahora es el momento. En este caso precedida por un órgano espectacular.

Y entra un solo de guitarra, que ya he perdido la cuenta de los que llevamos, pero con éste se me hace un nudo en el pecho, os lo juro. ¿A vosotros no? Un nudo que va a desatar el piano de Álvaro con una melodía preciosa a la que Carlitos va a unir su violín. Música clásica. ¿Y qué hace Robe para acompañar este dueto?

Pues aullar.

Olé sus huevos. Pero sólo si la luna brilla. Aunque debe brillar lo suyo, pues el resto de banda aúlla con él. Hasta la guitarra aúlla. Todos aúllan ahora, el ahora de sentir el cuerpo, que ahora es el momento, y guitarra y violín ponen el broche a esta increíble pieza. Broche que interrumpe muy abruptamente la batería para indicar que está aquí Cuarto movimiento: Yo no soy el dueño de mis emociones. A cada golpe de Alber se atreve a responder el violín, la guitarra aparece entonces para echar una mano a la batería y, tras veinte segundos de rapidísimo "tú la llevas", una melodía preciosa da la entrada a un Robe que vuelve a vestirse de Extremoduro:

Aunque no supiera qué decir
no dudaría en abordarte
Hoy no dudaría en embestirte
si te tuviera aquí delante

Y se pone metafórico:

Y hoy el espacio-tiempo nos concedió
un tren que pasa, una estación

La melodía hace que la canción se eleve por los aires y, desde allá arriba, Álvaro juega con el órgano como sólo él puede, y la pieza se torna alegre, con punteos que salpican una letra sensorial a más no poder:

Los sabores eran tan potentes
y los colores eran tan brillantes
Sólo son destellos
sé que sólo son destellos

Los sonidos eran tan potentes
y las estrellas eran tan brillantes
Sólo son destellos
sé que sólo son destellos

Y estos dos últimos versos, desvaneciéndose, se funden con la melodía del violín, cuyo posterior pizzicato acompaña este trozo de poesía:

Mírame, acabas de llegar
y subo otro escalón
Me acabo de enterar
de que ha salido el sol
y ha prometido darme en adelante
un cielo azul
Un cielo siempre azul

El cambio que se viene me sienta siempre como una caricia.

Empieza la función
Aquí se admiten peticiones
Todos los sueños que no se han cumplido
Hablamos del amor
y ya no existen condiciones
Cruza la puerta y quédate conmigo
Conmigo. Conmigo

Venga, haced caso y quedaos un rato más, que os aseguro que va a merecer la pena. Aunque sea por la genial melodía de bajo que suena, aupada por teclas y guitarras, y rematada por la espectacular voz de Lorenzo. Pero vuelve Robe, y nos trae una estructura similar a la que usó cuando empezó todo esto hace media hora:

Dejo las ventanas sin cerrar
y la cama sin hacer
y la puerta abierta
por si vuelve a aparecer
que no se entretenga

Y dejo las canciones sin final
porque no puedo saber
cómo acaba el cuento
por si no quiere volver
y nada fuera cierto

Yo no soy el dueño de mis emociones

La música se vuelve intensa

Yo no soy el dueño de mis emociones

Más intensidad. La melodía crece

Yo no soy el dueño de mis emociones

Aún más intensidad. La melodía crece a más no poder

Yo no soy el dueño de mis emociones

Y todo revienta cuando entra el tema una vez más. Como cuando no había nada que derribar pero todo reventó. Y ahora el violín mantiene el tipo ante el tono que ha adquirido la música, y su melodía desemboca en un nuevo "tú la llevas" como el que sirvió de carta de presentación a este movimiento que quiero que dure para siempre. Más violín espectacular, y vuelve una letra que, muy bien acompañada por las notas de fondo, nos va a llevar al mar, a las nubes, a las flores, a donde sea:

Sé que hay algo que nos aproxima
No. Yo no sé si el mar
Si el mar, si el mar, si el mar
soltará una nube y si sube
y si viene un viento que la ayude
O puede que suba
y que tenga miedo a las alturas

No, y no hay nada que nos incrimine
No, no, no, no dependió de ti
No, y no dependió de mí
que se secaran las flores

Que fue, yo te puedo asegurar
culpa de un lejano mar
que no lloviera, no llores

Que hoy el espacio-tiempo nos concedió
un tren que pasa, una estación

Y ahora es el órgano el que se hace notar. Y cómo. Y cuánto. Filigranas a las teclas que nos devuelven la letra, esta vez con un nuevo pizzicato de fondo que suena como un arpa imposible:

Siento que estoy fuera de lugar
hoy en mi mente. Ay, ay
Y veo que me entran ganas de escapar
urgentemente. Ay, ay

Quiero volver a empezar
una noche sin luna. Oh, uh oh
Que quiero verte brillar
cuando esté todo a oscuras. Oh, uh oh

La voz se viene arriba

Una luz de agarradero
necesito porque el suelo se mueve
En serio, se mueve
Me desequilibra

Robe insiste en lo del suelo que se mueve, que le desequilibra. Y Woody y su guitarra vienen al rescate, con una melodía tranquila a la que se une Carlitos. Pero ya deberíais saber que cuando en este disco se calman las cosas es como cuando el mar se retira antes de un tsunami. Y así es: las guitarras enloquecen y contagian al órgano, y vuelve la caricia, esta vez dos veces, que advierte que empieza la función, y que si peticiones, y que si sueños que no se han cumplido. Y tenéis que cruzar la puerta y quedaros una vez más, que ahora ya no se sabe si es la voz (el vozarrón) de Carlitos o el violín quien me está poniendo los pelos de punta, porque sus sonidos se mezclan en uno sólo, antes de que Robe sentencie nuevamente:

Dejo las ventanas sin cerrar
y la cama sin hacer
y la puerta abierta
por si me quiero marchar
que nada me entretenga

Y dejo las canciones sin final
porque no puedo saber
cómo acaba el cuento
por si no quiero volver
y nada fuera cierto

Una vez más, Robe deja clarísimo que no es el dueño de sus emociones, y le sigue un solo de guitarra apoteósico, interminable, con el tema del disco golpeando de fondo. Todo lo que ha pasado hasta ahora concentrado en unos segundos apabullantes en los que un Robe que no es el dueño de sus emociones y perdió el gobierno de sus propios actos hace que todos bailemos como una puta loca. El violín avisa de lo que parece ser el inevitable final de esta maravilla, pero es una falsa alarma. Carlitos berrea para que la magia dure un poco más y, de nuevo, la banda entera lanza la melodía a lo más alto. Y ahora sí, el violín toma las riendas ordenando que, poco a poco, nota a nota, toda la pieza eche el freno.

¿Se ha acabado? Por suerte, no. Robe, desgarrador, declara al comienzo de la Coda feliz:

Ahora soy un adicto
feliz
A mí nadie me ha visto
llorar
Ahora soy un adicto
de ti
Y del aire que respiras
que nunca se me termina

Insiste:

Y ahora soy un adicto
feliz
A mí nadie me ha visto
llorar
Ahora soy un adicto
de ti
Y del eco de tus pasos al llegar

Y una tercera vez, ahora con el resto del grupo haciéndole los coros:

Ahora soy un adicto
feliz
A mí nadie me ha visto
llorar
Ahora soy un adicto
de ti
Y de tu piel
Y de tu boca

Entra la melodía, con fuerza, pero es una ilusión, pues al poco se desvanece como si fuese arena cayendo entre los dedos y nos quedamos con las ganas de saber más de esta maravilla. Pero Robe no ha dejado de advertirlo al decir que dejaba las canciones sin final, así que miel en los labios. Bueno, más bien en los oídos. Que si uno viaja en el tiempo y asiste a alguno de los conciertos de la gira que acompañó al lanzamiento de este disco puede disfrutar de la coda al completo (o si busca en Youtube grabaciones que hizo la gente, aunque no es lo mismo). No es por presumir, pero yo estuve en tres de esos conciertos, bailando como una puta loca. Vale, sí es por presumir. Por presumir y por buscar una forma de terminar esta interminable entrada.

Y si alguien es lo suficientemente masoquista como para considerar que esto se ha quedado corto, puede echarle un ojo al video de Lewis Texidor para saber más detalles sobre la técnica del disco, o al de Judit Valkiria analizando la letra. O a los dos de Juancaraes: uno sobre las bases filosóficas que se cuelan en cada tema y otro con detalles sobre los instrumentos y algunas autorreferencias. Tengo que reconocer que me he subido a hombros de todos ellos para poder soltaros semejante turra.

Imagino que después de leer (y escuchar) todo esto os estaréis preguntando, en primer lugar, si me he quedado a gusto y, en segundo lugar, si tiene algo que ver el disco de Robe con el viaje. Pues bien, os voy a responder a ambas preguntas con un "sí, y mucho". Mayéutica es lo que yo estuve escuchando a través de mis auriculares durante el breve vuelo que nos llevó de Siem Reap a Hanoi.

Y ahora, como dijo el presidente yanki Lyndon B. Johnson en 1964, metámonos con Vietnam. Os dejo una de las primeras fotos que hice allí para ir abriendo boca:


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