Aquella mañana, la última que pasaríamos en Bangkok ("última", por el momento. Ya daré más explicaciones al final de esta entrada), dimos cuenta de la primera comida del día en una cafetería cercana a nuestro hotel, bastante similar en cuanto a opciones gastronómicas y a nivel de hipsterismo a la que nos vio desayunar el día anterior:
![]() |
Por desgracia, no tenían huevo, pero sí gofres |
Debido a que no contábamos con mucho tiempo, pues nuestro vuelo a Siem Reap tenía programada su salida a primera hora de la tarde, dedicamos los últimos momentos a callejear por la zona cercana al que había sido nuestro primer alojamiento. Pasando junto a decenas de sastrerías, como si aquel fuese el barrio concreto del gremio, y tras comprobar en el escaparate de una agencia de viajes que nuestro siguiente trayecto en avión se podría también completar en un incómodo autobús por el mismo precio pero echando a perder un día entero, dimos con un templo budista ante cuya entrada un monje barría la calle afanosamente:
Nos acercamos al hombre y Jorge se puso a hablar con él. No le contó que había pasado media semana en Krabi, en el sur, bañándose en sus playas, haciendo kayak, visitando algún que otro templo y conociendo a una pareja de brasileñas muy majas; sino que se dedicó a hacerle preguntas acerca de la vida monacal y el día a día de esta gente con interesante curiosidad. Una conversación muy enriquecedora que no puedo reproducir aquí porque, al igual que me ocurrió con la entrada anterior, no soy capaz de recordar en detalle qué más hicimos durante el resto del tiempo que pasamos en Tailandia. Esto, para mí, es una putada enorme porque no sé si significa que se me está empezando a ir la olla, pero para vosotros es una buena noticia, ya que implica que la entrada va a ser más corta de lo normal y hoy podréis iros a perder vuestro tiempo un poquito antes que otras semanas.
Gracias a que me dio por sacar un par de fotos puedo compartir algún detalle más de aquel breve paseo. Por ejemplo, que hubiese una costurera en plena calle, con máquina de coser y todo:
O que ante nuestros ojos pasase una motocicleta con remolque delantero cargada de bombonas de gas de varios tamaños. Sin embargo, esta foto no la voy a poner aquí porque detrás del conductor, en la moto, va sentada una niña que mira al objetivo de mi cámara con actitud desafiante y NO se deben publicar imágenes con menores de edad en internet. Y en parte me jode, porque es una de las pocas fotos que logré sacar bien enfocadas.
Una vez en el hotel, pedimos (bueno, Jorge pidió, que era el que tenía la app para hacer esto en su móvil) un taxi que nos llevó al aeropuerto, y eso es todo lo que os puedo contar de aquel día porque, como ya he dicho, no me acuerdo de más. No sé dónde comimos ni qué comimos, aunque intuyo que sería algo frito, sin pescado en el menú y con agua embotellada sin hielo. Lo he comentado varias veces hasta ahora y lo diré una vez mas: nos aterraba que la comida pudiese sentarnos mal, y actuábamos en consecuencia. Vale que ser extremadamente precavidos nos salvó de problemas gastrointestinales, pero sí que es cierto que perdimos la ocasión de probar cosas exóticas en varias ocasiones y visto con la perspectiva del tiempo, pues es una pena.
Por ejemplo, me quedé sin descubrir a qué sabe el durian, una fruta muy conocida en la zona y que, por lo visto, huele tan mal que muchos hoteles prohíben su consumo en las habitaciones (en el nuestro, sin ir más lejos, había un cartel en el ascensor con un durian tachado). Jorge sí que lo probó durante uno de sus primeros días en Tailandia, aunque me confesó que aquello no es que le hubiese cambiado la vida, y que ni el sabor ni el olor eran para tanto.
De todas formas, si tengo que hacer balance del comienzo de este viaje (y lo voy a hacer, pues esta entrada me ha quedado insultantemente corta), sólo puedo decir cosas buenas: para empezar, lo de poder ir en manga corta por la calle a finales de noviembre sabiendo que al mismo tiempo la gente se estaba congelando el culo en Austria constituía una experiencia casi religiosa. La amabilidad del personal allá donde íbamos nos alegraba la estancia, y descubrir la cultura, la arquitectura y (parcialmente) la gastronomía del país fue de lo más enriquecedor. Además, tuve la enorme suerte de contar con el desparpajo de Jorge, el cual me vino de perlas en todo momento a la hora de provocar situaciones sociales que un seco vallisoletano como yo nunca habría sido capaz de protagonizar por sí solo. Y es que lo de la pareja de portugueses de Ayutthaya, los diferentes turistas con quienes compartíamos unos minutos de piscina en el hotel o el monje de hace unos párrafos fue sólo el principio. A Jorge no le costaba comenzar un rato de conversación con quien fuese y yo consideraba (y considero) aquello un superpoder.
En fin, que hasta aquí llegó nuestra primera experiencia en el país.
Qué entrada más sosa, ¿no?
¿Sabéis lo que os digo? Que si no tengo palabras para llenarla, la voy a llenar con fotos, que hasta la fecha he descartado muchas y puedo aprovecharlas para meter paja. Voy a empezar con ésta de dos estatuas con cara de haberse caído de culo muy fuerte que saqué el primer día:
Allí también hice ésta para practicar un poco con la profundidad de campo de mi cámara:
O ésta otra, poco antes de irnos a comer. Esta foto me hace pensar que aquí el pan de oro deben regalarlo o algo:
Junto al inmenso Buda reclinado que visitamos por la tarde había este pequeñito, y el hombre rezando ante él me dio envidia por el pelazo que tenía:
Del propio Buda reclinado, por cierto, publiqué un par de fotos en su día, pero omití esta porque no me terminó de gustar la perspectiva:
Esta estatua dándole un besito a la fruta me resultó graciosa, pero no tenía contexto para meterla en la historia:
Aquel mismo día, más tarde, pasamos por una calle llena de vendedores de luces:
Y ya de noche, vimos este puesto callejero de fruta:
Al día siguiente, en uno de los muchos templos de Ayutthaya a los que nos llevó la conductora del tuk tuk, vi esta estatua que prueba una vez más lo del pan de oro tirado de precio que os he dicho antes:
Y hablando de tuk tuks, nos cruzamos con este otro:
Más tarde aquel día vimos otra estatua de buda con un rostro tan realista que cada vez que veo esta foto caigo en el valle inquietante:
Antes de terminar nuestra visita a Ayutthaya, en la zona llena de estatuas de gallos de la que hablé en su día, pude ver estos pequeños altares tan cuquis, con escaleritas y todo:
A la mañana siguiente, en Wat Arun, vimos lo que parecen ser nichos; algo que contrasta con los ganchitos y coloridos búhos que hay sobre ellos:
También vimos tejas. Y les hice una foto porque es gratis:
Y para terminar, cuando ya nos íbamos de Wat Saket, saqué esta de un monje que también se iba, escaleras arriba:
Vale, ya he metido morralla en la entrada y me quedo más tranquilo.
Antes de terminar, os aclararé que dos semanas después, tras pasar por Camboya y Vietnam, volveríamos a Bangkok de forma breve. Resulta que el vuelo de vuelta a Viena y al europeo frío invernal del que por aquel entonces nos estábamos olvidado partía de la capital Tailandesa. Y como hacer escala directamente desde Hanoi era un poquito arriesgado, pues posibles retrasos, incidencias o Buda sabe qué nos podrían dejar en tierra, Jorge tuvo a bien el sugerir que nos presentásemos en Bangkok un día antes. Gracias a ello, nos aseguramos de cumplir nuestro calendario viajero, al tiempo que descubrimos una cara B de la ciudad de la que saldrán algunas entradas. Entradas, por otra parte, que vosotros no veréis hasta dentro de meses y meses. Tened paciencia.

No hay comentarios:
Publicar un comentario