El 24 de septiembre de 1877, la ciudad japonesa de Kagoshima fue testigo de una terriblemente desigual batalla entre 500 samurais al mando de Saigō Takamori y los treinta mil efectivos de la Armada Imperial Japonesa que pusieron fin a la rebelión Satsuma. Los samurais, tratando de resistir al ejército, malamente parapetados en la colina de Shiroyama y armados con tan sólo algunos mosquetes y escasa munición (se habían visto obligados a fundir varias estatuas de Buda de templos de la zona para hacer balas con su bronce), recibieron durante la noche un intenso bombardeo de más de siete mil cañonazos de artillería procedentes de cinco buques de guerra fondeados en la bahía. Esta acción, no obstante, no logró la derrota del bando samurai, y a primeras horas de la mañana, los soldados de la armada se vieron obligados a adentrarse en las defensas de los rebeldes y pelear cuerpo a cuerpo. Aunque los guerreros contaban con más experiencia en este tipo de lucha, su gran inferioridad numérica les supuso una insuperable desventaja. El propio Saigō falleció durante un combate que duró apenas unos minutos, y los pocos samurais que aún quedaban con vida en aquel momento fueron ametrallados mientras se arrojaban colina abajo en un final y desesperado ataque contra las tropas imperiales.
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fuente: wikipedia |
El 21 de diciembre de 1907, mientras una huelga general paralizaba la industria salitrera en Chile, la escuela Santa María de Iquique se convirtió en el escenario de una horrible tragedia. En aquella fecha, pendientes de las tensas negociaciones con la patronal, miles de obreros se encontraban en su interior con la intención de ejercer presión para que se cumplieran sus reivindicaciones. A primera hora de la tarde, el general Roberto Silva Renard ordenó al Comité Directivo de trabajadores que desalojase el edificio, so pena de abrir fuego contra sus ocupantes. Ante la negativa por parte de los huelguistas, quienes se proponían resistir ante cualquier ataque militar, los soldados al mando del general, con armamento que les situaba en clara ventaja frente a los desarmados obreros, dispararon sus ametralladoras y rifles contra la azotea de la escuela, así como contra aquellos que se encontraban a la entrada. La multitud, tratando de escapar desesperadamente, se arrojó sobre la tropa y fue recibida por el fuego de sus armas. Tras ello, los soldados se adentraron en el lugar y, sin discriminación, acabaron con la vida de cientos de hombres, mujeres y niños.
El 24 de abril de 1916, tras leer la Proclamación de la República Irlandesa a las puertas de la Oficina General de Correos de Dublín, el activista Patrick Pearse se unió a los 400 rebeldes parapetados en su interior con la intención de resistir el ataque con el que las tropas británicas responderían a tan insolente provocación nacionalista. A pesar de que otros enclaves de la capital de Irlanda fueron también tomados por voluntarios y republicanos irlandeses, los 16000 soldados desplegados por Reino Unido en la ciudad durante los siguientes días, gracias a su superioridad armamentística, fueron capaces de sofocar la rebelión tras causar un gran número de bajas entre los revolucionarios y provocar grandes destrozos en las infraestructuras. La mayor parte de la oficina de correos fue reducida a cenizas, y los instigadores que sobrevivieron a su asedio fueron sometidos a un consejo de guerra y ejecutados en la cárcel de Kilmainham Gaol.
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fuente: wikipedia En algunas columnas de la entrada aún hay balazos, y lo sé porque he pasado por allí cientos de veces y los he visto |
El 16 de marzo de 1922 una multitud se agolpaba frente a la estación de policía de Nairobi (Kenia) exigiendo la liberación de Harry Thuku, secretario de la Young Kikuyu Association. Thuku había sido arrestado dos días antes por orden del gobierno colonial debido a sus ideas políticas revolucionarias. Seis hombres fueron elegidos representantes para negociar la posible liberación del activista, pero las autoridades decidieron que Thuku debía ser juzgado. Cuando la delegación comunicó esta noticia a la turba, una mujer situada en primera fila, de nombre Mary Muthoni Nyanjiru, levantó su vestido por encima de su cabeza mientras espetaba a los hombres: "Tomad mi vestido y dadme vuestros pantalones. Sois unos cobardes. ¿A qué esperáis? Nuestro líder está ahí dentro. Vayamos a por él". Esta táctica, conocida como guturamira ng’ania, era considerada muy ofensiva para los miembros de la tribu Kikutu, pues constituye un insulto para los hombres al declarar que su autoridad ya no es reconocida. A la provocación de Nyanjiru, que se vio reforzada por el ulular de muchas mujeres a su alrededor, las autoridades allí presentes respondieron abriendo fuego contra los desarmados protestantes, provocando así decenas de muertos entre los que se encontró la propia Nyanjiru.
El 23 de julio de 1941 se rindieron los pocos soldados del Ejército Rojo que aún quedaban con vida en los sótanos de la fortaleza de Brest. Atrás quedaba un mes de intensos enfrentamientos entre los soviéticos y un ejército alemán que por aquel entonces parecía invencible después de haber tomado media Europa gracias a una estrategia de guerra relámpago (y también gracias a que sus soldados iban hasta el culo de anfetas, que esto no siempre se dice) que pilló a todo el mundo desprevenido. La ciudadela bielorrusa fue testigo del heroísmo ofrecido por los efectivos de la Unión Soviética. Éstos, pese a encontrarse en inferioridad numérica y contar con apenas munición y suministros, plantaron cara a los nazis hasta tal punto, que una vez la fortaleza fue tomada oficialmente, los alemanes se vieron forzados a drenar el río Bug Occidental hacia los túneles del complejo para ahogar a soldados que aún ofrecían focos de resistencia.
El 10 de marzo de 1965, cerca de la presa de Belesar, en Lugo, José Castro Veiga, más conocido como el Piloto, fallecía tras ser tiroteado por la Guardia Civil. La muerte del último maquis ponía fin a la lucha guerrillera antifranquista. Durante veinticinco años, muchos integrantes de esta guerra de guerrillas "se echaron al monte" y, haciendo uso de una experiencia adquirida durante la Guerra Civil Española y tras tomar parte en la resistencia francesa al nazismo, se enfrentaron a las autoridades de la dictadura sirviéndose de medios precarios. Lamentablemente, a partir de finales de los años 40, factores como la falta de apoyo por parte del Partido Comunista o una mayor presión represiva por parte de las autoridades en los efectivos guerrilleros provocaron el aislamiento y debilitamiento del maquis. Partidas encabezadas por legendarios militantes como Francesc Sabaté el Quico, Jesús Martínez Maluenda el Duende o Ramón Vila Capdevila Caracremada desaparecieron a manos del régimen del dictador Francisco Franco.
El 24 de noviembre de 2022, en cuanto el avión que cubría el trayecto Bangkok - Siem Reap finalizó la maniobra de despegue, uno de sus ocupantes, vallisoletano de 36 años, debió hacer frente a un enemigo que contaba con ventaja estratégica: encontrarse en el asiento de delante. Dicho enemigo, quien resultó ser una pasajera tocapelotas que lucía un vestido largo divino de la muerte, unos taconazos nada apropiados para un viaje en avión y una pamela del tamaño de una plaza de toros, decidió echar su respaldo hacia atrás con todo su coño (bueno, en realidad fue con su espalda, pero ya me entendéis). El de Valladolid, a pesar de ser consciente de la inutilidad que conllevaría hacer frente a este ataque (porque tú reclinas un asiento de avión y no hay dios que pueda detener esa maniobra, las cosas como son), optó no obstante por plantarse ante tamaña injusticia y pasó los cincuenta minutos que transcurrieron hasta el momento del aterrizaje con las rodillas clavadas en el respaldo de delante, impidiendo la reclinación de éste y la consecuente reducción de un espacio personal ya de por sí escaso. A pesar del intenso esfuerzo por parte de la imbécil de la ridícula pamela que quería echar su puto asiento hacia atrás sí o sí (con lo corto que era aquel viaje, no me jodas), y de que el de Valladolid llevaba las de perder, éste no se amedrentó y resistió sin descanso cada uno de los embistes. Por una vez, la fortuna se puso del lado del débil, y cuando el avión comenzó a aterrizar, aquel respaldo no se había movido ni un centímetro. Tras la toma de tierra en el aeropuerto camboyano, el vallisoletano pudo abandonar el aparato sintiéndose dueño de un victorioso orgullo sólo superado por el dolor de rodillas que le invadía en ese momento.

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