lunes, 24 de marzo de 2025

Aquel viaje. Medio día al norte de Bangkok

Si en mis anteriores entradas en las que describía el inicio de este viaje me he dedicado a quejarme (y con razón) de que pasé por todo aquello sin haber dormido ni gota, hoy quiero comenzar diciendo que mi primera noche en Bangkok se puede describir con dos palabras: sueño reparador. Que mira que yo doy más vueltas que una peonza cuando estreno una habitación de hotel y suelo despertarme de madrugada totalmente desorientado. Pues no fue el caso, oye. La mañana me encontró descansadísimo y listo para la actividad que ocuparía toda la mañana y parte de la tarde. Pero antes, había que comer.

Jorge y yo quisimos probar el desayuno buffet del hotel, que aunque no estaba incluido en la reserva, se podía adquirir aparte. Y no sé si porque estoy acostumbrado al agasaje desayunil de los hoteles europeos, pero el de aquí no me pareció gran cosa:

Al menos venía con huevo. Ya os hablaré de este tema

Una vez nutridos y aseados, Jorge y yo pedimos un taxi que nos recogió en la entrada del hotel. Mientras esperábamos su llegada, saqué esta foto del local de masajes que había enfrente:

Costumbrismo

El vehículo nos dejó en la estación de autobuses, que resultó ser uno de los lugares más caóticos por los que pasé en aquellas semanas. Sin aún comprender muy bien cómo fuimos capaces de ello, dimos con la oficina de venta de billetes, donde una taquillera nos hizo entrega de dos trozos de papel ilegibles que debíamos entregar al conductor del minibus si es que conseguíamos dar con la dársena.

Como estaréis imaginando, encontramos la dársena y encontramos el minibus. De no haber sido así esta entrada terminaría aquí, pero si os asomáis un poquito hacia abajo veréis que aún os quedan un huevo de párrafos por leer. Y, por cierto, he dicho "minibus" dos veces (bueno, tres si contamos esta última, no me seáis especialitos) pero decir "furgoneta" le haría más justicia. Le dimos al chófer los papelitos, ocupamos dos asientos al azar dentro del vehículo y enseguida se nos unieron más ocupantes hasta casi llenarlo.

Con bastante puntualidad, el trasto se puso en marcha, y dentro del mismo sólo había dos asientos libres que se ocuparon en la primera parada que hizo el conductor al poco de dejar atrás Bangkok, donde recogió a una pareja de tímidas asiáticas. Una de ellas portaba un maletón del tamaño de medio ataúd, y sin saber muy bien cómo gestionar la situación, colocó el cachivache sobre su asiento y se quedó de pie en medio del vehículo, como bloqueada.

Y entonces Jorge entró en escena: algo impaciente (y con los nervios un pelín por las nubes, pues cualquier desplazamiento por carretera que tuvimos que hacer por allí le subía la tensión al pobre), agarró la enorme maleta, la colocó en el poco espacio libre que había en el pasillo entre asientos y, mientras le propinaba dos graciosas palmadas al asiento que acababa de liberar, le soltó a la asiática en un perfecto español:

―Siéntate, cariño.

La muchacha, que no necesitaba conocer la lengua de Cervantes para entender la orden, hizo caso a Jorge como si de un obediente soldado se tratase. Quienes sí que comprendieron el mensaje (encontrándolo hilarante, a tenor de las risas que se les escaparon mientras lo repetían en voz alta), fueron los dos portugueses de mediana edad sentados al fondo. Quizá fue el comentario de Jorge lo que rompió el hielo, pero este matrimonio luso se nos unió en cuanto llegamos a nuestro destino, formando una curiosa alianza ibérica con nosotros que duró hasta que termine esta entrada.

Todavía no lo he dicho, aunque puede que el título os dé alguna pista (a estas alturas aún no sé cómo voy a titular el post aunque seguro que no se me ocurre nada ingenioso porque me duele la cabeza), pero fuimos a Ayutthaya, un complejo arqueológico que pudimos conocer más a fondo gracias a los dos portugueses. Y es que Jorge y yo teníamos intención de patear por la zona sin alejarnos demasiado del punto en el que la furgoneta nos recogería horas después, pero en cuanto pusimos un pie en el suelo y nos recibió el olor a mierda de elefante más intenso que he sentido en mi vida, la conductora de un tuk tuk se ofreció a llevarnos por la zona a los cuatro con parada para comer y todo. Y oye, aprovechamos la ocasión.

Jorge fue listo y le sacó una foto al curioso vehículo. Y sí, el techo era tan bajo que los baches que pillábamos por el camino se sincronizaban con las hostias que me daba en la cabeza contra el mismo

La primera parada en nuestra visita fue un complejo de varios templos cuyo nombre no me molesté en aprender porque soy así de paleto. Lo que más me llamó la atención de este sitio fue un altar en el que había varios peluches de Doraemon y ante el que gente joven rezaba con mucho fervor, como se puede ver en la foto que hice:


Éste era un lugar de culto en activo, vista la afluencia de creyentes:


De hecho, mientras nos encontrábamos allí pudimos ver cómo le cambiaban la túnica a una de las estatuas de Buda, pero mi cámara y yo no llegamos a tiempo para inmortalizar el momento:


La siguiente parada del tour fue el monasterio Wat Yai Chai Mongkhon, con su imponente pagoda:


Y su no menos imponente estatua de Buda

Esta foto la usé durante un tiempo como fondo de escritorio porque así es mi ego

Poco después, de mano de la guía del tuk tuk pasamos junto a la estatua de Buda reclinado perteneciente a otro templo que no he logrado localizar:


Vale que no era tan espectacular como el que pudimos ver en Bangkok el día anterior, pero tenía buen tamaño, aunque la foto no le haga justicia. En esta otra se puede apreciar mejor, creo:

Las dos personas que salen en el lado izquierdo estuvieron colocándole la túnica minutos ante de que hiciese la foto, por cierto. Lo sé, mi cámara y yo siempre llegamos tarde a la ceremonia

La mañana se completó con otras dos paradas en aquella visita: una al templo Wat Phanan Choeng, donde se recogía comida para repartir entre los monjes budistas que viven de la caridad de los fieles. Aquí había una enorme estatua dorada de Buda:

Comparto la del detalle de la cabeza porque el resto de fotos que hice en el lugar no son para tanto

Y otra a Wat Mahathat, donde se encuentra el objeto más fotografiado de todo el complejo:

Por respeto hay que agacharse o arrodillarse para sacar la foto. En el lugar había un segurata encargado de que todo el mundo lo hiciese

Nuestra siguiente parada fue en el restaurante elegido por la guía. Aquí pedimos comida frita porque nos seguía aterrando la posibilidad de que nos sintiese mal (situación que empeoraron los portugueses al contarnos que sabían de gente que se había agarrado una gastroenteritis de padre y muy señor mío en el último día de su estancia en la zona por haber cenado en un McDonalds). Mientras dábamos cuenta del papeo, Jorge les habló de la media semana que pasó en Krabi, en el sur, bañándose en sus playas, haciendo kayak, visitando algún que otro templo y conociendo a una pareja de brasileñas muy majas. Y ellos, por su parte, nos contaron que habían empezado a viajar por el mundo ahora que sus hijos se encontraban en los últimos años de la adolescencia y les habían dejado por fin en paz.

Acabo de ver que Jorge sacó una foto de su plato. Decidme qué os parece:


Tras una comida en la que eché de menos un café que la culminase, nuestra visita continuó bajo un sol de justicia por diferentes templos, ruinas y monasterios de los que no os voy a hablar porque a estas alturas ya se os estarán mezclando unos con otros como si fuesen muestras de perfume del pasillo de las colonias del Mercadona. Sólo destacaré otra estatua de Buda reclinado a la que intenté sacar una foto de larga exposición mientras Jorge y los portugueses se compraban sendos helados, los muy insensatos, que mira que dijimos Jorge y yo que nada de hielo. Pero chico, ¿qué le vas a hacer? No vas a andar prohibiendo a la gente que se coma lo que le apetezca porque tú tengas miedo a ponerte malo, ¿verdad? Pues eso.

Ah, sí. La foto:

Si la hubiese hecho bien, las nubes tendrían otro efecto. Pero las prisas y tal

La última parada de nuestro tour fue un monasterio en el que había expuestas MILES de estatuas de gallos sin que yo averiguase por qué ni entonces, ni ahora que la entrada me está empezando a quedar muy larga y ya me da pereza todo:


La visita terminó donde había empezado, y la misma furgoneta que nos trajo por la mañana nos dejó en la estación de autobuses de Bangkok sin que ninguna muchacha asiática con un maletón diese inicio a alianzas ibéricas. Al llegar, los cuatro protagonizamos la minihistoria del taxista cortísimo de vista de la que ya os hablé hace unas semanas, quien nos dejó a los cuatro ante el hotel de los portugueses porque el nuestro estaba a tiro de lapo. Poco antes de despedirnos y dedicar la tarde a otras actividades y visitas de las que ya os hablaré, Jorge les dio su teléfono móvil para que, si les parecía bien, volviésemos a juntarnos mientras nos encontrábamos en la capital tailandesa.

No volvimos a saber de ellos. Y a día de hoy no sabemos si esto fue debido a algún tipo de sequedad portuguesa de la que no hicieron gala en ningún momento durante nuestras horas en Ayutthaya, o si por el contrario la culpa fue de Jorge, quien no tuvo claro si al darles su móvil les indicó correctamente el prefijo austriaco +43 o si se hizo la picha un lío de tanto hablar en español durante la jornada y lo hizo con el +34 patrio.

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