Llamadme pesado, pero insisto en que mi primer día en Bangkok estuvo marcado por un detallito: no dormí nada durante el vuelo que me llevó allí. Y teniendo en cuenta que el sueño es el pegamento que usa nuestro cerebro para que no se le caigan las memorias, considero un milagro el ser capaz de recordar cada detalle de aquel día que estoy a punto de contaros.
En compañía de Jorge, abandoné el hotel al que llegué en la entrada que publiqué hace un par de semanas, y el callejeo por la zona cercana me reveló uno de los primeros detalles sorprendentes del lugar: minitemplos que se encuentran por todas partes y de los que no os voy a dar explicaciones aquí porque ya he dicho alguna vez que esto no es un blog de viajes. Os pongo la foto que saqué de uno de ellos y os podéis dar con un canto en los dientes:
El segundo detalle que me sorprendió fueron las criaturas que poblaban las acequias y canales que aparecían a nuestro paso, algo así como super lagartos o minidragones alienígenas de los que tampoco os voy a dar explicaciones porque esto no es un blog de biología. Y tampoco tengo foto, que se escondían muy rápido y no me daba tiempo a sacar la cámara.
Nuestro paseo nos llevó a la orilla del río (¿que qué río? Ay, yo qué sé. Buscad vosotros el nombre que esto no es un blog de geografía), y una vez localizado el embarcadero, montamos en un barquito que nos dio un paseo durante el cual nos cruzamos con esta barca tan cuqui:
Tras esta ruta fluvial, el navío nos depositó cerca de uno de los principales complejos de templos de la ciudad. A pocos metros de la entrada de dicho complejo había un puesto de pantalones largos feísimos cuyo dueño se estaba forrando. Resulta que está prohibido acceder a los templos enseñando las piernas, y no son pocos los turistas que ignoran esta ley, por lo que tienen que pasar por caja y adquirir dicha prenda. Jorge y yo, que nos movíamos por la ciudad en pantaloncitos cortos como si fuésemos colegiales de la España franquista, estábamos al tanto del detalle... más o menos. Os explico: yo, por mi parte, le coloqué a mi pantalón convertible las perneras que habían viajado en la mochila hasta entonces (una prenda tan hortera como práctica, di que sí), pero Jorge pretendía cubrirse de cintura para abajo con una especie de pareo. Y en su caso no coló. Cual portero de discoteca borde, el segurata de la entrada le dijo con gestos que de qué coño iba luciendo semejantes pintas y le exigió darse media vuelta y no pisar por allí si no contaba con un atuendo más adecuado a las exigencias del lugar. Así que Jorge no tuvo más remedio que engrosar la larga lista de turistas que pululaban por el lugar portando un pantalón horrendo con estampado de elefantes.
De todas formas, el gasto mereció la pena, habida cuenta de lo que nos esperaba allí dentro. Si queréis culturizaros al respecto, os miráis la entrada de Wikipedia, que yo sólo os voy a poner aquí algunas de las fotos que hice.
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Muchas estatuas y muchas cúpulas doradas por allí |
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Más estatuas y más dorado |
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Colorines y brillibrilli |
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Budismo |
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Más budismo. Y más dorado |
Os hacéis una idea, ¿no? Tras recorrer el complejo salimos en busca de un restaurante. Siguiendo las recomendaciones de mi fisio, entramos en el que más comensales tenía, pero este detalle no impidió que lo hiciésemos bastante acojonados, pues el fantasma de la gastroenteritis que recorrió nuestros miedos durante todo el viaje se sentó a la mesa con nosotros (para que os hagáis una idea de la paranoia, os diré que los primeros días yo me lavaba los dientes con agua mineral). Debido a ello, pedimos comida frita y evitamos todo plato que incluyese pescado. Esta autolimitación gastronómica no impidió que disfrutásemos de aquella primera comida tailandesa, incluso a pesar de la presencia de un grupo de jóvenes españolas que conversaban en una mesa próxima a la nuestra lo hiciesen a un volumen que podría resultar aceptable para cualquier español no residente en el extranjero, pero que a todas luces era excesivo para el resto de la población.
Antes de salir del local quise hacer uso del baño porque yo también soy un ser humano con sus necesidades y tal, aunque no siempre lo parezca. El váter se hallaba en el piso superior, y mientras esperaba a que el mismo se quedase libre, pude ver que aquella planta era también un depósito de sacos de porexpán, lo que convertía el edificio en una caja de cerillas gigante en el caso en el que, Buda no lo quisiera, se produjese un incendio. Pero es que allí el concepto de seguridad estaba más relajado que en occidente. Y si no os lo creéis, preguntadle a los pintores que vimos a la salida:
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Prevención de riesgos laborales mal |
Del resto de la jornada (a la que me enfrenté sin haber dormido, pues lo de echar la siesta después del almuerzo sólo lo haríamos una vez días después) ya os hablaré en otra entrada si os parece bien. Y si no, también.

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