lunes, 26 de diciembre de 2016

It's a wonderful year

Es sábado, son las ocho de la mañana y llevo hora y media en la puerta de un supermercado esperando a que abran para comprar unas pizzas (no preguntéis. NO PREGUNTÉIS). Y, como no tengo nada mejor que hacer, me ha dado por reflexionar acerca del año que está a punto de terminar (y que para mí ya ha terminado, pues soy un hereje heliólatra y mis nocheviejas caen en solsticio y no en el día que le apetezca a un señor con una barba ridícula).

fuente: Wikipedia
Según la Bula Inter Gravissimas, la nochevieja es el treinta y uno de diciembre, las rebajas empiezan después de Reyes y el día del porno gratis en Internet es el ocho de septiembre 

Siguiendo la idea que John Oliver se ha empeñado en hacernos creer, el año que termina ha sido una ominosa mierda. Basta con abrir un periódico al azar de 2016 para deprimirse. Para empezar, que se cargasen a Harambe fue algo horrendo, que niños hay muchos pero gorilas, no tantos. "Huy lo que ha dicho", pensaréis algunos, pero aún no he tenido que soportar a ningún gorila dando por saco durante un Ryanair Dublín-Madrid.

También tenemos el Brexit, que si llega aplicarse (porque los ingleses están empezando a darle las vueltas que tenían que haberle dado antes de votar "fuckyeah" y, con la mente fría, la idea no les parece tan seductora) habrá que ver cómo me lo monto para ir a Belfast desde Dublín (porque así es la vida y hay veces que no me queda más remedio que ir a Belfast). Además, la desbandada de empresas y trabajadores que van a necesitar quedarse en la Unión Europea nos va a salpicar de lleno a los de la capital irlandesa, y aunque yo estoy muy a favor del #BritishRefugeesWelcome, intuyo que los alquileres, que ya están por las nubes, van a llegar a un punto absurdamente alto.

Y sí, ha salido Trump, pero eso apenas cambia las cosas. Porque vale que meter a semejante elemento en la Casa Blanca equivale a emborrachar a un chimpancé y dejarle un rifle cargado, pero ¿ha habido, en los últimos sesenta años, alguna vez en la que Estados Unidos no haya tenido al resto del planeta cogido por los huevos? Pues ya está. Obladi oblada, la vida sigue y todo eso.

También podemos lamentarnos por la muerte de personalidades importantes del mundo de la cultura, como David Bowie o Leonard Cohen, pero hay que tener en cuenta que nadie oía obras suyas compuestas en los últimos treinta años, y Alan Rickman había dejado varias películas preparadas antes de irse al otro barrio para que nos hiciésemos a la idea poco a poco. Así que Alan Rickman, de momento, sólo se ha subido a un árbol. Además, para compensar, Rita Barberá ha renunciado a su sueldo de Senadora en 2016, pero no voy a hacer hincapié en esto último, que no quiero meterme en líos.

Y por otra parte, también ha habido malas noticias que no deberían habernos sorprendido una vez que han ocurrido. Por ejemplo, una que me pilla de cerca, es que haya salido el comentario imbécil del Ministro de Exteriores de turno. Pero es que no es la primera vez que alguien del PP hace un comentario imbécil desde dicho ministerio, así que en este caso no queda más remedio que resignarse.

Pero ahora hablemos de mí (recordad, éste es MI blog, así que yo, mi, me, conmigo y a callar).

Que queréis que os diga. Para mí, 2016 ha sido un buen año. Teniendo en cuenta que siempre suelo hablar de toda clase de desgracias que me ocurren semana sí, semana también, puede parecer que miento, pero quiero centrarme en lo bueno para convenceros al respecto.

De entrada, he dado vida a este blog, que me sirve de diván en el que puedo echarme cada semana a relataros mis miserias, traumas infantiles y pensamientos impuros para después señalarlos y reírme de ellos.

He hecho nuevas amistades (yo, que en eso de socializar soy nulo), conservo un buen trabajo y no tengo motivos para odiar a ningún compañero de curro (a ver cuántos de vosotros podéis decir eso). Por otra parte, en lo que respecta a ser un friki del correr, he terminado mi media maratón más rápida, he logrado acabar una carrera de treinta kilómetros sin morirme (el año pasado me morí dos veces intentado hacer lo mismo) y he corrido mi primera maratón. No he dado muchas detalles acerca de esto último en mi blog, ahora que lo pienso. Pero realmente no fue como para dedicarle una entrada: recorrí los cuarenta y dos kilómetros en un tiempo más que aceptable, sólo tuve que parar una vez para hacer uso de un lavabo portátil (porque me estaba meando como un caballo de carreras y no pude hacerlo antes de salir, pues las colas eran interminables) y pude disfrutar del aliento de todos los dublineses que se acercaron al circuito (que no fueron pocos), los cuales animaban como hooligans, y no sólo a los suyos. Daban su apoyo a quien fuera que pasase por allí. Igual que hace Toni Cantó, vamos. El evento me gustó tanto, que me niego a pensar que la gastroenteritis con herpes labial de regalo que me entró al día siguiente tuvo algo que ver con el esfuerzo que hice durante el recorrido. Para no quitarle encanto. Ah, y mi novia y yo hemos participado en una carrera de las de echarte polvos de colores por encima mientras corres. En París, nada menos.

Hablando de viajes, he visitado Londres por primera vez (que ya me valía, después de llevar cuatro años viviendo en Dublín y tenerlo a tiro de lapo), He estado en Oslo y en Bucarest (debido a lo cual, por cierto, no he podido donar sangre en cuatro meses, pues Rumanía se considera zona de riesgo de contagio del virus HTLV). También he podido tirarme al sol en Albufeira y bucear en la costa de Granada, y he visitado Riga y Tallín. Y ha sido en esta última ciudad, precisamente, donde ha ocurrido lo que considero, sin duda, el mejor detalle del año. Permitidme que os cuente...

Mi novia y yo pasamos varias noches en un hotel con spa y gimnasio (tuvimos que ir a un Sports Direct a por ropa de deporte para poder usarlo. Os lo juro). Que pensaréis que es absurdo estar metidos en un gimnasio cuando estás en otra ciudad, pudiendo visitarlo todo. Pero es que en Tallín, en noviembre, a eso de las cinco ya es de noche. Y a eso de las seis está todo cerrado. Pero el spa no cerraba hasta las once de la noche. Yo creo que queda claro, ¿no? Pues bien, después de una sesión de sauna, baño turco, piscinas, chorros por aquí, chorros por allá, toboganes acuáticos y demás, me dirigí a los vestuarios con la intención de despojarme de mi mojado bañador antes de subir a la habitación del hotel. Y en éstas que, mientras yo trasteaba en mi taquilla, apareció un hombre que se situó cerca de mí para cambiarse mientras me lanzaba una mirada cargada de embrutecimiento soviético. No era un hombre muy viejo. Calculo que tendría cincuenta y tantos, pero se veía en su expresión que había envejecido de más por ser el típico carcamal que va por la vida dando por saco a los demás:

El típico carcamal que se te cuela en la cola del supermercado.

El típico carcamal que conduce un BMW y no da los intermitentes cuando tiene que girar.

El típico carcamal que camina despacio ocupando todo el espacio disponible y no te deja adelantarle cuando vas con prisa.

El típico carcamal que va al banco a hacer perder el tiempo a todo el mundo con cuarenta papeleos innecesarios.

El típico carcamal que no se para y ni te mira cuando le dices "Oiga, disculpe" al cruzarte con él aunque sea algo importante o urgente.

El típico carcamal que escupe en mitad de la acera aunque haya gente cerca.

El típico carcamal que ve 13TV, escucha la COPE y lee el ABC.

El típico carcamal que se queja del estado de la sanidad en la sala de espera y que sólo va al médico porque se aburre.

El típico carcamal que aparca su BMW y abre la puerta sin comprobar si viene alguna bici por detrás.

El típico carcamal que pone la tele demasiado alta, jodiendo a todos los vecinos.

El típico carcamal que tiene una mujer que vive amargada por estar casada con el típico carcamal.

Todos aquellos carcamales eran aquel carcamal que en aquel momento me miraba con odio. Y aquel carcamal tenía una pilila diminuta.

Sé que estaréis pensando muchas cosas y tendréis muchas preguntas ahora mismo, así que vayamos por partes, por favor. Un poco de orden:

No. No le miré fijamente entre las piernas. Lo que pasa es que aquello entró en mi campo de visión sin que yo quisiera. Esto lo explica muy bien Matthew Inman en The Oatmeal.

La mitad de mi dedo meñique, más o menos.

No. No estaba encogida por efecto del agua fría.

No. Tampoco hacía frío en aquel lugar.

Sí. He usado "pilila" a propósito porque enfatiza lo del tamaño.

Que no, joder. Que no me paso el día mirando pitos en los vestuarios. Aunque no tendría nada de malo.

La cuestión es que, tras contemplar por el rabillo del ojo su ídem, aquel carcamal plantado a mi lado con una actitud desafiante que le hacía creerse un oso siberiano tenía para mí el aspecto de un gatito que a duras penas puede mantenerse sobre dos patas. Y en aquel momento, mientras me ponía el albornoz y en mi cara se formaba una sonrisa a medias como la que tiene Harrison Ford, cerré la taquilla, le devolví la mirada y le guiñé un ojo, provocando que su gesto pasase de la amenaza a la contrariedad. Salí de los vestuarios sintiendo que mis pies no tocaban el suelo, pues acababa de dejar con el culo torcido a todos los carcamales del mundo, y entonces pensé: "este año no podría ser mejor. Qué coño. Esta vida no podría ser mejor".

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lunes, 19 de diciembre de 2016

Plas

Quienes seguís este blog pensaréis que mi cerebro vive atrapado en Isla Viejuna (el concepto Isla Viejuna lo voy a utilizar bastante a partir de ahora, que me ha gustado), renegando de todo progreso y modernidad. Y en parte es cierto. Os pongo un par de ejemplos: considero que escuchar la música actual es una pérdida de tiempo porque TODAS las cantantes que salen hoy en día en la MTV tienen la misma voz que Rihanna (o lo intentan) y que las notas de voz de Whatsapp son, por decirlo de forma suave, una putísima mierda.

No obstante, y aunque os cueste creerlo, algunas veces abandono el feliz tiempo pasado en el que vivo para adentrarme en el caótico mundo de lo millennial. Y la última vez que esto ha ocurrido ha sido a raíz del Affaire Caranchoa. En parte porque no me ha quedado más remedio (pues tiro de Youtube para escuchar música mientras trabajo y estos días Youtube está SATURADO de vídeos relacionados con el tema) y en parte por iniciativa propia. Y es que ver a un youtuber recibiendo una hostia me produce la misma sensación que a Miguel Gila pasarse una Filomatic por el rostro.

fuente: Youtube
Lo sé. Regocijarme ante esta escena me convierte en una persona miserable, pero hay gente que disfruta viendo MasterChef y a ellos no les decís nada

¿A qué puede deberse el hecho de que el ser testigo de una guasca bien dá no sólo no me indigne, sino que llegue a producir en mí un ligero placer cargadísimo de sadismo? Pues no lo tengo muy claro (y, sinceramente, creo que soy más feliz desconociendo la respuesta a esa pregunta). Sin embargo, no he podido evitar el darle un par de vueltas al tema (sólo un par, que estos días ando liadísimo), y me he dado cuenta de que no es la primera vez (ni será la última) que una hostia ajena tiene algún efecto, bueno o malo, en mi psique, y de eso os quiero hablar hoy. Así que, para vuestro deleite, os presento las diez hostias que, a pesar de no haberme llevado yo directamente, han influido en mi vida de una forma u otra. Y todas ellas acompañadas de imágenes de pésima calidad.

Ojo, esto no es un ranking, y las hostias no están enumeradas en un orden particular.

1-La hostia de Ruiz Mateos a Miguel Boyer


fuente: Youtube
Yo pongo el brazo igual para hacer un pato con sombras en la pared

José María Ruiz-Mateos no tenía ningún problema en perder la dignidad si alguien osaba tocar su dinero (requisito indispensable si quieres entrar en el Opus, por otra parte), y en mayo de 1989 dio el cante por enésima vez al protagonizar una fuerte bronca con el entonces presidente de Cartera Central y ex-ministro de Hacienda Miguel Boyer que culminó con aquél poniendo el brazo como Steve Strange en Fade to grey cuando tiene dibujada la serpiente (esta referencia sólo la pillamos mi hermano y yo) y arreando un puñetazo a Boyer al grito de "¡Yo te pego, leche!".

¿Por qué me marcó? Porque yo era muy pequeño cuando aquella agresión tuvo lugar (sólo contaba con dos añines) pero sí que recuerdo todas las parodias y los chistes que vinieron después. Incluso Francisco Ibáñez, dibujante de cómics al que adoro (y al que he copiado alguna vez con gran descaro) solía caricaturizar a Ruiz-Mateos haciendo referencia al incidente. Esto provocó que una de las primeras ideas que quedaron grabadas para siempre en mi inocente cerebro infantil fuese que se puede sacar humor de la violencia. Al menos en la España de los noventa.

2-La hostia al legionario Saldaña (o Soraya, según la fuente)


fuente: Youtube
Cuando te dan una hostia tan fuerte que te pixelas

No voy a utilizar esta entrada para dar mi opinión abiertamente sobre la Legión Española. Sólo diré que, viendo a los legionarios protestar contra la retirada de una calle dedicada a Millán Astray, el que haya un vídeo en el que muestran un comportamiento de lo más animal al soltarle una hostia espectacular a a uno de sus semejantes, NO ME EXTRAÑA EN ABSOLUTO.

¿Por qué me marcó? Porque la primera vez que vi el vídeo fue en la pantalla de 2,1 pulgadas de mi móvil Nokia 6630. Y, dejando a un lado que se trata de una agresión denunciable y que desde un punto de vista moral no tiene nada de gracia, dicho vídeo, junto con el del derrape fallido de Chechu abría para mí el camino del hijoputismo multimedia al alcance de la mano, todo gracias al Bluetooth y a conocer a gente con un sentido del humor más negro que los cojones de un grillo dispuesta a compartir el material almacenado en sus móviles.


3-La hostia al niñato del metro de Valencia


fuente: Youtube
Gran Torino, versión Levante

Hace unos años (no he logrado encontrar la fecha exacta y no me apetece indagar demasiado) un vídeo de Youtube se hizo bastante popular debido a su contenido: un criajo acompañado de sus amigos, quienes se encargan de reírle las gracias e inmortalizar el momento, a bordo del metro de Valencia, se burla de un anciano sentado junto a él. El crío, imagino que acostumbrado a irse de rositas cada vez que actúa con semejante chulería, es expulsado fulminantemente de su zona de confort por el hombre, a través de un agarrón de cuello que le pone los huevos por corbata. Y de los cientos de vídeos que se subieron a Youtube después haciendo mofa del niñato, mejor no hablar.

¿Por qué me marcó? Porque, pese a que estoy cada día más convencido de que nuestra especie está condenada a una merecidísima extinción, la hostia al niñato del metro de Valencia constituye uno de los poquísimos motivos que tengo para reconciliarme con el ser humano y recuperar la fe en nosotros mismos.

4-La hostia a Silvio Berlusconi con una figura del Duomo de Milán


fuente:Youtube
La mancha marrón es la figura del Duomo. Creedme

En diciembre de 2009, tras dar un mitin en Milán, el político Silvio Berlusconi sufrió el ataque de un hombre con problemas mentales, quien le arrojó a la cara un souvenir de yeso del Duomo (que, por cierto, me parece MUY BONITO. Y estoy hablando del Duomo, no de la agresión. Al menos no del todo).

¿Por qué me marcó? Porque ver cómo había quedado Il Cavaliere tras el impacto del duomo me demostró que me equivocaba en una idea que había tenido hasta entonces. Y es que yo creía que la cara de Berlusconi estaba hecha de cemento. Y no, mira tú.

5-La hostia a Rajoy en Pontevedra durante un acto de campaña


fuente: Diario de Pontevedra
Carallo, qué hoshtia

En diciembre del año pasado, durante un acto de campaña electoral, el Presidente del Gobierno Mariano Rajoy se daba un baño de multitudes en Pontevedra. Un joven de diecisiete años, con la excusa de tomarse una foto con el mandatario, le endiñaba a éste un puñetazo que le rompía las gafas y le dibujaba un mapa de Mallorca en la sien. Por momentos, aquéllo pareció nuestro JFK en Dallas patrio, pero la cosa no fue a mayores y sólo quedó en anécdota.

¿Por qué me marcó? Porque me demostró una vez más que el periodismo español da mucho asco: todos los medios pagados por el Gobierno se frotaban las manos ante el superhipermegaescándalo que te cagas que supondría el que un radical-terrorista-independentista-titiritero-antisistema cercano a Podemos hubiese calentado la cara a nuestro Amado Líder (y algunos llegaban a retocar la foto del magullado presidente para que aquello pareciese aún más grave), y al final no les quedó más remedio que meterse la lengua en el culo cuando se descubrió que el muchacho no sólo no tenía nada que ver con la izquierda, sino que encima era pariente lejano de la mujer de Rajoy. Emilia Pardo Bazán se lo habría pasado teta con esta escena de costumbrismo gallego. Estoy totalmente seguro.

6-Las hostias que le daba el Chavo a Quico de tres en tres


fuente: Televisa
Una, dos, tres. Maravilloso

Mi madre descubrió esta joya de la comedia que es El Chavo del ocho una tarde de finales de los noventa mientras buscaba en televisión algo que mereciese la pena ver. Y yo recuerdo perfectamente lo que pensé cuando pasé por delante de la tele de la cocina y contemplé a un grupo de actores mexicanos entrados en años vistiéndose y comportándose como niños: "menuda mierda". Al día siguiente, mi madre volvió a sintonizar La 2 a la misma hora y me dijo que aquella serie le había gustado, así que le di una oportunidad al Chavo. Dos días más tarde, mi hermano y mi padre se unieron a nosotros en lo que comenzaba a ser un ritual familiar, y a la semana siguiente comencé a grabar cada episodio. Y aún conservo siete cintas VHS con capítulos del Chavo. El Chavo rules, madafacas.

¿Por qué me marcó? Porque un gag recurrente acaba cansando, pero esta situación no se da con la triple hostia chavera (no digo chavista para no liarla). El sonido de campana que acompaña a cada golpe y esos frenéticos cambios de plano hacen que disfrute como un enano (perdón, como gente pequeña) cada vez que el Chavo se la raja a Quico. Que la serie no contaba con los recursos de una superproducción de la HBO, pero esta escena, unida a su humor ácido hizo que adorase una serie que ha envejecido mucho mejor que Seinfeld. Ahí queda eso.

7-El pisotón de Simeone a Julen Guerrero


fuente: Youtube
Pisa, morena. Pisa con garbo

Hubo una época en la que me gustaba el fútbol (más tarde vi que era todo un negocio y me dediqué a aficiones más interesantes, como a ver porno), y mi futbolista predilecto era Julen Guerrero (porque era, y me imagino que seguirá siendo, amigo de un pariente lejano que tengo en Vizcaya, no os lo perdáis). Por ello no es de extrañar que me horrorizase el contemplar cómo Simeone, mientras se disputaba un balón que se iba por la banda con Julen Guerrero durante un encuentro de Liga Athletic-Atlético, le clavase los tacos a mala leche, dejándole el muslo como la cara de Pedro Casablanc.

¿Por qué me marcó? Porque eso estuvo muy feo, Simeone. Y por el karma.

8-La hostia de Adolfo a Guille en Farmacia de guardia


fuente: Youtube
Perdonad el efecto túnel. No he encontrado una imagen de mayor calidad

Entre 1991 y 1995 en mi casa se veía Farmacia de guardia (los jueves por la noche, me acuerdo). Y tiene sentido, pues era una comedia familiar bastante entretenida, al igual que todas las comedias familiares dirigidas por Antonio Mercero. Sin embargo, el episodio vigésimo primero de la quinta temporada, titulado No te bebas la vida (lo sé, se ve de puta pena), incluía una escena que buscaba remover conciencias, sin llegar al nivel de los anuncios de la DGT, que ésos directamente removían estómagos (algo que me parece bien, pues la gente no es consciente de que hay que ser muy hijo de puta para mezclar alcohol y volante). En dicha escena, Guille y el Marmota traían al Piña borracho como una cuba y al borde del coma etílico. Adolfo, el padre de Guille, al descubrir que su hijo también se había pasado bebiendo, le endiñaba un guantazo que le entraba tan bien como un café con sal.

¿Por qué me marcó? Porque yo no me esperaba que un capítulo de Farmacia de guardia me sacase de mi zona de confort, que se suponía que la serie era una comedia. ¿Por qué tuviste que jugármela de esa manera, Antonio Mercero? ¿POR QUÉ? De hecho, estoy muy convencido de que debido a aquella hostia de Adolfo a Guille probé el alcohol con varios años de retraso con respecto a mis amigos.


9-La interminable escena de hostias de la película Están vivos


fuente: Alive Films
"Que te pongas las putas gafas, he dicho"

Mi hermano me recomendó con gran acierto la película Están vivos (They live) de John Carpenter. Y ahora que TODO lo que se rueda son secuelas, precuelas o refritos, es de agradecer el poder ver algo original. El argumento es una ida de olla total, pero es lo que caracteriza a las películas de John Carpenter. Y lo que las hace tan buenas (al menos para mí). Lo que no me esperaba es que en Están vivos se colase una escena de pelea totalmente absurda: cinco minutos en los que Roddy Piper y Keith David se zurran en un callejón porque el segundo no quiere hacer caso al primero y ponerse las gafas de sol que le está ofreciendo. No os doy más detalles porque no quiero destriparle el argumento a quienes aún no la han visto.

¿Por qué me marcó? Porque es una escena innecesaria en una cinta casi perfecta; y a los veinte o treinta segundos ya me tenía descolocado y reflexionando acerca de si debería o no seguir viendo la película. Y, como ya he dicho más arriba, no me gusta que me saquen de mi zona de confort.

10-La hostia narrada por Gomaespuma en uno de sus libros


fuente: Editorial Temas de hoy
Una hostia escrita. Y es de las mejores

Soy muy fan de Gomaespuma. No sólo me meaba de risa camino del instituto mientras les oía en M80 cada mañana (aprovecho para lanzar un mensaje: si pillo al cerdo que en tercero de ESO me robó el transistor Philips que mi abuela me regaló con todo su cariño, LE CORTO LOS HUEVOS), sino que me lo pasé en grande leyendo sus obras Quién me mandaría meterme en obras, Grandes disgustos de la Historia de España y Familia no hay más que una. De este último libro (el que más me gustó) llegué a memorizar capítulos enteros tras desternillarme con ellos. Concretamente bueno es aquél en que narra cómo el hijo mayor, tras una temporada fumando a escondidas, decide confesar su vicio a su padre. Bueno, en la imagen está el texto, así que haced vosotros el esfuerzo y echadle un ojo, que lo queréis todo masticadito, coño.

¿Por qué me marcó? Porque no es fácil hacer reír por escrito (ejem, ejem), y los del dúo Gomaespuma me hicieron hacer reír muchísimo sólo con este fragmento. Así que imaginad el resto del libro. Bueno, no hace falta que imaginéis mucho. Todo lo que hacen Guillermo Fesser y Juan Luis cano ES DESPICHANTE.

Para que algunos digan que la violencia no sirve para nada. Pues a mí me ha servido para escribir una entrada, mira tú.

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lunes, 12 de diciembre de 2016

La tele cochina

Tengo que reconocer que los comerciales irlandeses se cortan un poquito más que los españoles cuando van buscando clientes a pie de calle. Un "lo siento, pero no tengo tiempo" basta para que busquen otro objetivo. Al contrario que aquella comercial que me asaltó en una calle de Madrid para que me hiciese socio de no sé qué oenegé: tras preguntarme que si colaboraba con alguna, le dije que sí (y no es del todo falso, ya que un tercio de mis impuestos irlandeses van destinados a ayuda social y otro tercio a una sanidad pública a la que yo no tengo derecho a acceder), que la cantidad que aportaba era bastante alta y que no quería ser socio de ninguna otra organización. Bueno, pues que sepáis que soy un egoísta que no piensa en los demás y que seguro que tiene mucho dinero que no quiere usar para ayudar a los más necesitados. Al menos eso fue lo que me dijo ella.

Sin embargo, hace unos días, mientras pasaba por delante de un stand de SKY, el ultrasonriente comercial de turno me cortó el paso preguntándome si me interesaba contratar su paquete de televisión para poder disfrutar de chorrocientos partidos de fútbol a la semana. Al responderle que no me interesa el fútbol, me miró sorprendido y contraatacó con el argumento del gran número de películas y series que tendría a mi alcance. Mi respuesta, como bien estaréis pensando, fue que tampoco me interesaba ver películas y series en televisión. Ante esta nueva contrariedad, el comercial me preguntó que qué era exactamente lo que me gustaría ver en la tele, convencido de que, fuese cual fuese mi respuesta, SKY tendría un canal para mí.

Pero resulta que SKY no tiene ningún canal que emita porno. Lo que sí que tiene es un comercial que la próxima vez se lo va a pensar dos veces antes de preguntar a desconocidos por sus gustos televisivos.

Esta situación me hizo percatarme, una vez más, de que los contenidos eróticos han desaparecido de las televisiones de muchos países. Bien sea por legislaciones mojigatas, bien porque el acceso a internet le ha hecho perder rentabilidad, ya no es posible visionar contenido en la caja tonta centrado en el noble arte del retoce. Hay países como Reino Unido o Francia que aún reservan material televisivo subido de tono para la franja nocturna. Pero en otros, como Rumanía, nada de nada. Y esto lo digo porque he dormido en un hotel de Bucarest que, de cincuenta canales sintonizados en la televisión del hotel, tenía al menos siete dedicados a música y bailes regionales y CERO a tomaydale delante de la cámara.

Por ello hoy quiero dedicarle esta entrada, dándole un toque ubi sunt de lo más bohemio, a aquellos meses de mi adolescencia en los que la televisión, en lo que a regulación relacionada con el porno se refiere, era una mezcla entre el Lejano Oeste y el Bronx. Y, para darle más emoción al asunto y parecer que estoy hablando de algo serio, he decidido titular a mi post (y ponerlo en negrita, ojo): El canto del cisne del porno en la televisión de España a principios de los años dos mil.

Espero que disfrutéis de los recuerdos que voy a relatar a continuación. Y espero que el señor que está sentado a mi lado en el AVE mientras escribo esto y que no para de mirar a mi pantalla, disfrute también.

Partiendo de contenidos suaves en los ochenta y noventa como el descuido de Sabrina en la nochevieja del ochenta y siete, las mamachicho en Telecinco o los casposos desfiles de lencería de Noche de Fiesta (o incluso de corbatas. José Luis Moreno tuvo los huevazos de hacer desfilar a las azafatas vistiendo únicamente corbatas mientras las cámaras enfocaban de lado en un desfile de pezones como nunca se ha visto en la televisión pública. Me acuerdo porque aquella noche me costó dormir más de lo normal), a determinadas horas era posible ver pornografía en la tele. Me imagino a que todos os vendrá a la mente la peli de los viernes por la noche de Canal+, pero ésa no cuenta, que los pobres infelices que no estábamos abonados recibíamos la señal codificada. Y, al igual que los trucos caseros para engañar a un control de alcoholemia NO FUNCIONAN, eso de agitar la mano delante de la pantalla, TAMPOCO.

No. No sirve

De todas formas, los que vivíamos en Valladolid teníamos acceso al Canal 29, nuestra televisión local, y cada viernes noche era posible visionar una cinta erótica en dicho canal. La calidad era pésima, pero en un época sin HD ni streaming ni esas moderneces de las que pueden disfrutar los adolescentes hoy en día cuando se encierran con el móvil en el cuarto de baño, pues no estábamos como para ponernos sibaritas. Bueno, cada viernes, no. Recuerdo que en una ocasión un amigo mío se quedó solo en casa todo el fin de semana y, aprovechando que era viernes, me invitó a visualizar la película en su salón. Pues bien, era Viernes Santo, y no quedaba muy bien emitir cierta clase de contenidos en televisión durante esos días, por lo que llegado el esperado momento, descubrimos que Canal 29 había programado Masters of the Universe. Y una cosa es no ponerse sibarita y otra cosa es pasarse, así que nuestro gozo en un pozo. Pero no todo fueron penas aquella noche, ya que también vimos La vida de Brian y cenamos pizza, y el repartidor que nos las trajo cuando la peli de los Monty Python iba más o menos por la mitad tenía la misma puta voz que el personaje de Pilatos. Y tuvieron que pasar muchas semanas para que aquello dejase de hacernos gracia.

Pero sigamos hablando de cine erótico, que no puedo irme sin mencionar el verano de dos mil uno y la saga "Mitos del cine erótico" que programó Antena 3 para los lunes por la noche. Yo poniendo la excusa para quedarme despierto mientras todos en mi casa se iban a dormir de que iba a ver South Park, cuando en realidad lo que quería era culturizarme con el visionado de las obras de Tinto Brass. Dicho así, no me hace quedar tanto como un adolescente salido, valga la redundancia.

Un año antes, por cierto, y apuntándose al carro del exitazo que tuvo Gran Hermano en nuestro país (y que gracias al garrulismo de la población sigue teniendo dieciséis años después), la misma Antena 3 emitió el truñazo El Bus, cuya mecánica consistía en un grupo de gañanes encerrados en un autocar que iba de ciudad en ciudad durante cien días. Pues recuerdo haber visto (a las siete de la tarde, no os lo perdáis) en una televisión local que no recuerdo, la versión porno de aquel reality. Se llamaba La furgo (os lo juro) y era igual del malo que el original, pero con los concursantes dándole delante de las cámaras.

Y es que con el surgimiento de decenas de televisiones locales se abrió una caja de Pandora que sólo la TDT y una restrictiva regulación de contenidos pudo cerrar. Era muy habitual el poder sintonizar canales cuya única misión consistía en estafar a los televidentes: por el día emitían concursos llamaygana amañados (la gente se pasaba horas escuchando la locución de una línea 906 sin llegar a entrar nunca a concursar mientras que las voces que se oían en el programa no pertenecían a concursantes) y por la noche emitían porno mientras gran parte de la pantalla mostraba anuncios de contactos y un supuesto chat de citas en el que se podían publicar mensajes previo envío a un número de pago.

Sin embargo, el rey indiscutible entre todos aquellos canales emitiendo contenidos al límite de la legalidad era el Canal 47. A pesar de que no todos tenían acceso al mismo desde sus casas (y es que sólo era posible sintonizarlo a través de pequeñas antenas situadas junto al televisor, algo de lo que yo NO disponía), no había joven que no hubiese oído hablar de él y de sus maratones de cine porno. En mi clase había dos chicos que contaban con sendas televisiones en sus dormitorios con acceso al Canal 47. Y llegaban a clase cada mañana con unas ojeras como empanadillas, pero con una cara que ni Santa Teresa cuando le pasó aquello de ver a Dios y tal.

fuente: mediavida
"Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento" (Santa Teresa encerrada en su habitación con el volumen de la tele al mínimo)

Al final, el porno en televisión fue desapareciendo poco a poco, y las últimas escenas subidas de tono que recuerdo haber visto en horario infantil se emitieron en La Sexta, dentro de un programa muy absurdo que le dieron a Pocholo Martínez-Bordiú en el que a Arancha Bonete, sin venir a cuento, le daba por enseñar las tetas a cámara en dos de cada tres escenas.

Al final no me ha quedado un artículo tan largo como pretendía. Pero qué queréis. Yo no estaba tan salido durante mi adolescencia como pensábais.

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lunes, 5 de diciembre de 2016

Viaje con nosotros

Soy un experto en sacarle defectos a todo, pero he de reconocer que vivir en Irlanda también tiene su lado bueno (y algún día escribiré una entrada al respecto). Por ejemplo, Ryanair es irlandesa (ahora entendéis lo del arpa en su logo, ¿verdad?) y el país está lleno de polacos. Estas dos características dan lugar a que, por una parte, en Dublín haya varias tiendas Polonez que me salvan el culo cuando necesito productos de primera necesidad que no están a la venta en los tradicionales supermercados irlandeses, como pan rallado, legumbres secas o chocapics; y, por otra parte, pueda visitar el país de la mazurca de Dabrowski con relativa facilidad, gracias al puente aéreo Dublín-Varsovia que los polacos utilizan para volver a casa de vez en cuando, al igual que hago yo cuando voy a Valladolid a reencontrarme con mis putos vecinos.

Y es que los vuelos son realmente baratos. Tan baratos, que merece la pena pasar por alto el giro radical católico que está tomando Polonia últimamente y acercarse allí para conocer el país. Lo malo es que mi novia y yo contábamos con poco más de un fin de semana de tiempo, por lo que decidimos quedarnos cada noche en Varsovia y pasar sólo un día fuera de la capital, al igual que hicimos meses antes cuando estuvimos en Praga y nos desplazamos a Kutná Hora para visitar el osario de Sedlec (y si no he hablado de ello en este blog es porque no ocurrió nada destacable. Bueno, sí, que mi novia apreció que las checas, llegando a cierta edad, tienen todas el físico de señoras de la limpieza. Pero eso no da para una entrada).

La diferencia es que esta vez, en lugar de jugárnosla viajando por nuestra cuenta dentro de un país cuya lengua oficial desconocemos, tiramos de agencia de viajes, la cual puso a nuestra disposición diferentes medios de transporte con el objetivo de que nuestro traslado nos resultase lo más cómodo posible (descartando el insano madrugón, claro). El itinerario comenzaba con un monovolumen (en el que ya había un grupito de señoras italianas, que tampoco pagamos TANTO como para merecer transporte privado) recogiéndonos en la puerta del hotel (aprovecho para mandar un saludo al recepcionista que tuvo a bien darnos una caja de desayuno a cada uno tras asombrarse al vernos aparecer como zombis a las cinco de la madrugada) y llevándonos a la estación de tren que se encontraba... Enfrente del hotel. Aquel paseo motorizado de veinte metros fue entre divertido y ridículo, pero entraba dentro del precio, así que no me arrepiento de nada.

Una vez en la estación, y mientras esperábamos la llegada del tren, el conductor del monovolumen y empleado de la agencia nos preguntó si alguno de nosotros quería un café. Y yo, que siempre quiero un café, quería un café. Además, en el primer piso de la estación había un Costa Coffee, que no hará el mejor café del mundo, pero tampoco decepciona. Le respondí al hombre que adelante con ese café y él y yo nos dirigimos... al quiosco de periódicos del andén, que contaba con cutremáquina de cafés. Y yo, que aún no estaba despierto del todo a esas horas, no fui capaz de reclamar que lo que yo quería era un café (o, al menos, un café del Costa), no la mierda que me iban a servir en el quiosco, así que, mientras el conductor le ponía ojitos a la dependienta (lo cual explicaba su insistencia por llevarme allí), me dejé una cantidad de eslotis que no recuerdo, pegué un sorbo al vaso y lo arrojé casi lleno a la papelera más cercana, para subir al tren minutos más tarde con un regusto a detergente en la boca que me acompañó hasta nuestra llegada a Cracovia.

Lo único que hice durante el viaje en tren Varsovia-Cracovia fue dormir y sacar esta foto 

Una vez en Cracovia, cambiamos el tren por un monovolumen similar al que nos recogió en el hotel, y al grupo de señoras italianas por una pareja de noruegos con un nivel de alcohol en sangre que haría quedar a Boris Yeltsin como un caballero sano y responsable. Para que os hagáis una idea, cuando noruego número 1 me dio la mano y me dijo su nombre, su aliento me dio tal hostia en la cara que se me quedó el pelo como a Pumuki. Evidentemente, no me enteré ni de su nombre ni de la mitad de lo que, tanto él como noruego número 2 dijeron durante el resto del viaje. Y casi mejor, porque VAYA VIAJE.

Aún no habíamos salido de Cracovia cuando noruego 1, entre carcajadas y a intervalos de más o menos tres minutos, ladraba "Conductor, ¿falta mucho?". Mientras tanto, noruego número 2 no paraba de girarse en su asiento para contarnos, con una paupérrima dicción fruto de su intoxicación etílica, que habían perdido el avión que tenían pensando coger para llegar a Polonia desde Noruega, que habían tenido que comprar nuevos billetes y esperar no sé cuántas horas al siguiente vuelo y que llevaban tampoco sé cuántas horas sin dormir. "Y sin parar de empinar el codo" pensé. Con semejante panorama ante nosotros, mi novia y yo, aprovechando un momento en el que noruego número 2 no estaba girado para darnos el coñazo, y mientras noruego número 1 soltaba su enésimo "Conductor, ¿falta mucho?", fingimos quedarnos dormidos. Y al final acabamos durmiéndonos de verdad, fíjate.

Y habríamos seguido durmiendo de no ser por el enérgico "¡Para! ¡Para! ¡Para!" que gritó noruego número 1, acompañado del frenazo del sufrido conductor. Pero no os asustéis, lo que pasaba es que noruego número 1 necesitaba con urgencia echar la pota. En cuanto el monovolumen se detuvo en el arcén, noruego número 1 abrió la puerta y soltó toda la papilla en el suelo. Bueno, parte en el suelo y parte en la puerta. Desgraciadamente, el conductor no pudo darle dos hostias y dejarle allí tirado (algo que, habida cuenta de su expresión facial, estaba deseando hacer desde que salimos de Cracovia), pues un coche de la policía polaca apareció de repente y paró a nuestro lado, pidiendo explicaciones acerca de nuestra peligrosa maniobra. Y todo esto en unos diez segundos, oye. Muy intenso todo.

Imaginad ahora la escena, con noruego número 1 volviendo cabizbajo al vehículo, pensando "jorden sluke meg", noruego número 2 muerto de risa en su nube alcohólica y el conductor, convertido ahora en mártir, echándole la bronca a noruego número 1 como si estuviese tratando con un adolescente al que los amigos acaban de llevar borracho a casa un viernes por la noche. Que si no sabes comportarte, que si el policía casi me casca una multa, que si mira como me has puesto el monovolumen... Y así, entre la bronca y los "I'm sorry, I'm sorry" de noruego número 1 (aunque el muy desgraciado no tuvo huevos de reconocer el pedal que llevaba y afirmó en todo momento que estaba mareado por viajar en coche), llegamos a nuestro destino. Eso sí, antes de entrar, el conductor nos pidió que esperásemos en un bar cercano tomando un café o algo mientras él iba al lavadero de coches más próximo. Fue en ese momento cuando noruego número 1 y noruego número 2 desaparecieron de nuestra vista, y cuando el conductor volvió en su ahora impoluto vehículo, no logramos dar con ellos, por lo que el pobre hombre nos acompañó a la entrada mascullando algo en polaco que no tenía pinta de ser muy bonito (teniendo en cuenta que el polaco, de por sí, tiene poco de bonito) y diciéndonos que nos esperaría a la salida para llevarnos de vuelta a Cracovia, confiando en que los dos merluzos apareciesen por aquel entonces.

Y así fue. Cuando nos reencontramos horas más tarde, los noruegos estaban en el monovolumen. Su borrachera había dado paso a un más que evidente estado de arrepentimiento, y el camino de vuelta estuvo libre de improvistos y del coñazo que noruego número 2 nos dio a la ida. Una vez en Cracovia, en lugar de subir directamente al tren como hicieron ellos, nos saltamos el tour programado y aprovechamos para turistear un poco por la ciudad. Y mereció la pena, a pesar de que tras nuestro regreso tuviésemos que recorrer a pie los veinte metros que separaban la estación de Varsovia del hotel.

Cracovia, qué hermosa eres

Teniendo en cuenta el subidón con el que se presentaron los noruegos, estaréis pensando que nuestra visita tenía como destino algún tipo de macrofiestón o de rave en una discoteca de las de música a toda hostia y gente poniéndose y dándose sin control en los baños, o directamente una orgía desenfrenada de las de todos con todos.

No exactamente. Fuimos a Auschwitz.

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lunes, 28 de noviembre de 2016

El pupitre metálico

¿Alguna vez habéis vivido una guerra civil? Me imagino que no. Afortunadamente, un alto porcentaje de la población de nuestro país no ha tenido que sufrir la tragedia que supone levantarse en armas contra un enemigo. Sólo los viejos de más de ochenta años pueden dar testimonio de algo así. Bueno, ellos, y mis compañeros y compañeras de cuarto de la ESO.

Nuestra clase se encontraba dividida en dos bandos. Por un lado, estaban ellas, atentas y responsables. Acudían cada mañana al instituto con la idea de adquirir conocimientos y sacar adelante un curso académico con esfuerzo y atención. Sin embargo, los del bando contrario no teníamos tal idea en mente. Casi todos mis compañeros habían tirado la toalla estudiantilmente hablando a principios de curso, y yo simplemente me aburría muchísimo en clase, pues cosideraba que todo el conocimiento que un ser humano necesita estaba contenido en las revistas Quo, CNR y Muy interesante que mi padre me compraba cada mes.

Por cierto, la elección del género en el párrafo anterior no es casual. Ellas eran quienes conformaban el grupo formal y nosotros (salvo dos muchachos neutrales que se sentaban en primera fila y se hacían los suizos cada vez que había movida) éramos los folloneros. Cosas de la edad, supongo.

En definitiva, encerrar al grupo de mastuerzos en el que yo me incluía durante seis horas dentro de un aula nos obligaba a buscar formas de entretenimiento. Bien fuese volcando mesas para construir una jaula dentro de la cual echar partidas de futbito durante el recreo, bien fuese haciéndonos reír los unos a los otros cuando había que guardar silencio, bien fuese lanzándonos rotuladores cuando la profesora de biología (que lo había prohibido expresamente) se daba la vuelta, bien fuese creando arte con restos de manzana, no había día en el que no sacásemos de sus casillas a la sección femenina de la clase. Así que unos y otras estábamos en guerra. Una guerra que comenzó en septiembre de dos mil uno y finalizó en junio de dos mil dos.

Si la actitud imbécil anteriormente descrita era nuestra más poderosa arma, con la que atacábamos a diario al adversario, el contraataque de nuestras compañeras solía darse en la hora de tutoría, pues era entonces cuando aprovechaban para dar al tutor un detallado parte de guerra y largar todas las anormaladas que hacíamos durante la semana y que impedían que las clases se pudiesen impartir de forma adecuada. Estas reclamaciones chocaban de frente con nuestra inevitable estupidez adolescente masculina (que dicha estupidez no respetase sexos y también les afectase a ellas en mayor o menor medida ni lo afirmo ni lo desmiento, pues en mi adolescencia yo a las chicas sólo las veía de lejos y no cuento con datos para sacar una conclusión fiable), haciendo que cada tutoría se convirtiese en una especie de Furor en el que sólo se divertía el equipo de los chicos (que, paradójicamente, era el que siempre perdía). Por otra parte, a pesar de los rapapolvos y de los castigos, nuestro tutor era bastante más soportable que Alonso Caparrós. Bueno, en realidad cualquier ser humano, animal, planta, mineral o virus patógeno es más soportable que Alonso Caparrós.

Visto con perspectiva, está claro que elegí el bando erróneo. Pero mira, que me quiten lo guerreao.

Pues bien, a pesar de lo encarnizado del conflicto, durante el mismo tuvo lugar un breve pero noble cese de las hostilidades. Una de esas escasas ocasiones en las que el ser humano recupera la fe en sí mismo. Y todo gracias a un enemigo común: la profesora de inglés y sus absurdas ideas.

Hablemos primero de la asignatura de inglés durante los cuatro años de Educación Secundaria Obligatoria a finales de los noventa y principios de los dos mil en España. "Completa los huecos con do, does, don't y doesn't". Eso es todo. Eso es todo lo que un estudiante de la lengua de Shakespeare aprendía durante esos putos cuatro años. Vale, cierto que es que todos los profesores de esta asignatura solían entrar por la puerta el primer día de clase haciendo el esfuerzo de hablar en inglés y asegurando que allí no se iba a oir una palabra en español entre septiembre y junio, pero cejaban en su empeño a los veinte segundos, que era lo que tardaban en soltar el primer "Do you understand?" y recibir como respuesta la mirada perdida de un grupo de borregos adolescentes.

Y yo, que había comprobado que el temario de inglés de primero y segundo de la ESO era EXACTAMENTE EL MISMO, decidí que no quería protagonizar otro Groundhog Year, por lo que me centré en el francés (María Luisa, si estás leyendo esto, quiero que sepas que tu as été la meilleure professeure du monde y mi francés está oxidadísimo porque he tenido que buscar cómo se escribía la frase anterior y a pesar de ello no tengo muy claro que la haya escrito bien) durante tercero y rellené el hueco del segundo idioma con la asignatura de informática, en la que un profesor entregadísimo que se parecía al presentador de Bricomanía nos enseñó a contar en binario, a programar en HTML y a destripar torres, entre otras cosas.

fuente: Bainet TV
Mis cojones 100001

Y fue entonces cuando empecé cuarto de ESO. Y la profesora, repasando mi expediente, reparó en que yo no había cursado inglés el año previo, por lo que me preguntó si sería capaz de mantener el nivel de la clase. Le dije que of course y, conforme avanzaba el curso, le demostré que mi nivel no es que estuviese a la altura, sino que era superior. Y todo gracias a que el año anterior, mientras la gente de mi edad echaba a perder su gusto musical escuchando a Estopa, yo descubrí a los Beatles. Y no sólo me dediqué a recorrer su discografía, no. Me esforcé por saber qué coño decían en sus canciones (sólo en la versión al derecho, que no soy un psicópata) y llegué al punto pedante de marcarme un Stannis Baratheon cada vez que les escuchaba cantar and she don't care en el estribillo de Ticket to ride.

fuente: HBO
And she doesn't care, HOSTIAS

Hasta aquí, todo bien. El problema que tenía esa teacher es que, sin necesidad de haber tonteado con las drogas, se creía las mierdas que vende gente como Deepak Chopra o Paulo Coelho (que en castellano es Pablo Conejo y pierde mucho), y tenía por costumbre poner música "relajante" durante los exámenes, con la supuesta idea de activar partes adormecidas del cerebro de los alumnos que ayudasen durante la resolución de aquéllos.

Y claro, esta noticia marcó profundamente a quienes, a pesar de llevar sólo unos días de curso, ya estábamos en plena guerra con los bandos claramente diferenciados. Bueno, al equipo de los chicos no nos afectó demasiado. En realidad nos la peló a todos. Pero para el equipo de las chicas aquello resultó devastador. Necesitaban concentrarse durante el tiempo que duraba cada examen, pues para ellas el curso era realmente importante (y con razón, que estamos hablando de labrarse un porvenir, joder). Y lo mejor para concentrarse es, ha sido y será EL PUTO SILENCIO (algo que también viene muy bien para dormir, por cierto), no un casete reproduciendo música de ocarinas y flautas, acompañada de ruido de agua y de pajaritos (porque TODA la música supuestamente relajante tiene putos pájaros sonando de fondo). Vamos, que la profesora pretendía convertir la clase en un Natura, pero sin pestazo a incienso ni atrapasueños colgados por las paredes.

Y llegó el día del primer examen de inglés. Mientras esperábamos a que la profesora apareciese por la puerta con el taco de ejercicios y el radiocasete, una de mis compañeras –particularmente estudiosa–, con unas ojeras que se podían ver desde Palencia, presa de la desesperación causada por el estrés (a ver si no por qué iba a dirigirle la palabra a su más acérrimo enemigo), me confesó que no había dormido bien la noche anterior, pues aunque se había dejado los cuernos empolling, daba por supuesto que la musiquita de los cojones le iba a hacer la puñeta. Y yo, que había pasado la víspera entre Rubber Soul y Revolver y estaba más relajado que Whitney Houston la víspera de los Grammy 2012, le dije que no se preocupase, que seguro que el examen le saldría bien a pesar de todo.

De vuelta en mi pupitre, y esperando a que el reparto de ejercicios comenzase, eché un rápido vistazo al resto de compañeras y descubrí un panorama desolador: sus caras reflejaban el miedo a un fracaso inmerecido, todo por culpa de la gilipollez que se le había ocurrido a la teacher (y a la falta de huevos que tenían para decirle a la maestra "oye, por favor, no pongas música, que nos distrae"). En ese momento, un sentimiento totalmente desconocido para mí hasta entonces llamado "compasión" empezó a darme golpecitos con el dedo en el hombro y decidí que no era justo que nuestro enemigo perdiese una batalla que no estaba luchando contra nosotros. Además, sabía que los de mi bando se unirían a mí en la campaña que estaba a punto de iniciar, no tanto por fidelidad sino porque siempre agradecíamos que se diesen situaciones como la que estaba a punto de ocurrir en aquel aula.

Cuando la profesora terminó de repartir los folios y todos habíamos puesto el nombre en los mismos (niños, recordad que eso es lo primero que hay que hacer), aquélla pulsó el botón de PLAY y empezó a sonar la música. Pocos segundos después se oyeron los primeros trinos de pájaro acompañando a la ocarina, y yo lancé mi ataque sorpresa.

Dije "pío, pío".

Y se desató el caos. Diez maromos de quince años, cargados hasta arriba de hijoputismo y sorna, imitando toda clase de pájaros y aves, gruñendo, balando, barritando, relinchando, haciendo coros con voz de eunuco borracho y dando por saco a más no poder. Años después, el artista barcelonés Augusto Ferrer-Dalmau (a quien considero el mejor pintor español de todos los tiempos) plasmaría esta escena en uno de sus más espectaculares cuadros (y quien diga que en realidad son lanceros carlistas en Viana y que el cuadro no tiene nada que ver con lo que estoy contando y que soy un caradura, miente):

fuente: A. Ferrer-Dalmau
Ferrer-Dalmau, Augusto. La carga de los zánganos [óleo sobre lienzo]

Nuestra ofensiva provocó que la profesora, visiblemente cabreada (y ligeramente dolida) al descubrir lo que el equipo de los chicos pensaba de su maravilloso método psicológico-musical, desenchufase con violencia el radiocasete de la pared (ni siquiera dio primero al botón de STOP, así que imaginad su mala hostia) mientras gritaba "Pues vale. No hay música". Y no hubo más música ni en aquel examen, ni en los que estaban por venir. Os lo juro.

Segundos después, mientras se disipaba la humareda en el frente, descubrí que mi estresada compañera me estaba mirando. En aquel momento éramos dos soldados de distinto bando que se acababan de encontrar en una tierra de nadie silenciosa que te cagas. Su gesto preocupado había desaparecido por completo, hasta el punto de que no podía disimular una ligera sonrisa. Mantuve su mirada y ella susurró un suave "gracias" al que respondí con una leve inclinación de cabeza. Tras este respetuoso intercambio, cada uno se volvió a su correspondiente trinchera, donde nos esperaban huecos que rellenar con do, does, don't y doesn't.

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lunes, 21 de noviembre de 2016

Mira quién pinta

Uno de mis momentos favoritos del libro El Principito es ése en el que —spoiler alert— el autor y el crío se encuentran por primera vez, y éste le suelta a aquél su famoso "Por favor, dibújame un cordero".

Los que os hayáis leído el libro ya sabéis cómo sigue la historia. A los que no, aparte de llamaros vagos (joder, que El Principito se lee en cuarenta minutos) os diré que el pequeño príncipe rechaza el primer dibujo y pide al autor que se lo rehaga una y otra vez, pues ninguno de los corderos le agrada lo suficiente. Al final —spoiler alert one more time— el autor acaba hasta los huevos y pintarrajea una caja, alegando que el cordero está dentro de la misma. Personalmente, considero que esta última jugada es el "Niño, vete a tomar por culo" más elegante que he visto nunca. Y, por si fuera poco, el principito se queda encantado con la caja y con el supuesto cordero que la misma encierra.

Si pensáis que la historia habla del valor que tiene la imaginación, del "sólo se ve bien con el corazón" y de chorradas por el estilo que vuestra compañera un poco rarita de primero de bachillerato solía escribirse en la carpeta, os equivocáis. Antoine de Saint-Exupéry era francés, y la escena de su libro que acabo de resumiros se limita a reproducir la típica relación entre cliente tocapelotas y dependiente borde que se da de forma tan habitual entre la gente de su país.

Pero hoy no quiero meterme con los franceses. Bueno, en realidad SIEMPRE quiero meterme con los franceses, pero esta entrada no va de eso. Si os he hablado de ese fragmento de El Principito es porque he protagonizado una escena parecida recientemente, cambiando al cordero por la imagen de cabecera de este blog. Otras diferencias han sido que la autora de dicha imagen no es ni borde ni francesa (es de algún punto entre Madrid y Gibraltar, pero no me interesa tener más detalles porque no me meto en la vida de la gente), que yo no he sido tan tiquismiquis (creo) y que, desde un primer momento, dejé bien claro que iba a pagarle por ello. No sólo porque pueda permitírmelo y me seduzca la idea de sentirme como un mecenas cuando se lo cuente a mi peluquero vallisoletano la próxima vez que juguemos a los burgueses, sino porque, al contrario que toda esa gentuza gorrona que vive para aprovecharse de los demás y generalmente pone "liberal en lo económico" en su bio de Twitter, considero que todo trabajo merece ser recompensado económicamente por quien se beneficia del resultado del mismo.

¿Podría haber hecho yo la cabecera? No. No. No. Definitivamente, no. Mi nivel artístico dejó de desarrollarse cuando cumplí cinco años, y si no me creéis, os voy a mostrar varios ejemplos que dan fe de mi falta de talento. Y voy a dejar que seáis vosotros quienes adivinéis lo que hay en cada imagen (soluciones al final de la entrada). Están sin pintar, que no sé colorear sin salirme.

Joseá (2016) Imagen cutre número 1 para entrada de blog [Bolígrafo sobre servilleta de papel del Starbucks]. Colección particular


Joseá (2016) Imagen cutre número 2 para entrada de blog [Bolígrafo sobre servilleta de papel del Starbucks]. Colección particular


Joseá (2016) Imagen cutre número 3 para entrada de blog [Bolígrafo sobre servilleta de papel del Starbucks]. Colección particular

Y yo creo que ya vale, que la camarera me ha pillado un par de veces y me está mirando con cara de pena. Que si me apellidase Picasso podría pretender que mis garabatos tienen algún valor, y hasta cobraros sólo por ver mi mierda de dibujos, pero como no es el caso, tengo que delegar en alguien que controle esto de darle a las pinturas. Por suerte, cuento con Isa Gómez para que lleve a cabo dicha tarea y le aporte algo de vida a mi blog desde un punto de vista ilustrativo.

Conocí a Isa en Twitter hace unos años, cuando Twitter molaba (no como ahora, con todos esos pelotas llamando "Don Arturo" a Pérez-Reverte sin conocerle de nada, como si esperasen una invitación a su yate o algo: "Como siempre, muy audaz, Don Arturo". "No le falta razón, Don Arturo". "Verá cómo las féminas se le echan encima por eso que acaba usted de decir, Don Arturo". Me están dando arcadas). En aquella época, mi novia y yo sobrevivíamos con mis trescientos euros mensuales de becario y sus ahorros en un piso del centro de Valladolid con vistas a una familia de gatitos y wifi gratis porque el vecino no lo tenía protegido, y entonces Isa, que es muy seria en su trabajo pero en persona está como una regadera, me cayó bien. Me cayó muy bien. Además, tuvo el detalle de regalarnos a mi novia, a mi hermano y a mí un diseño para una taza que aún utilizo con nostalgia cada vez que voy a Valladolid, mientras evoco aquella época prepeloteo perezrevertiano, y lo único que nos pidió a cambio fue nuestra amistad en Facebook, pues quería vernos la jeta y ninguno estábamos para viajes y quedadas interprovinciales, monetariamente hablando.

Pues bien, gracias a tener a Isa entre mis contactos de Facebook, he visto cómo ha ido perfeccionando su técnica y definiendo su estilo en los bocetos que ha ido colgando en su muro de cuando en cuando, al tiempo que compartía estados con hilarante contenido, fruto de los ataques de nervios que le entraban en época de exámenes mientras finalizaba sus estudios de algo relacionado con Bellas Artes (si queréis más detalles al respecto, esperad a que la chica tenga página de Wikipedia propia, de aquí a un par de años), y sé que la imagen que corona este blog no será el último diseño que veréis con su firma en una esquina.

Para que veáis de lo que hablo, aquí tenéis un enlace a su cuenta de Instagram, con varias de sus obras (su reciente serie dedicada a Halloween con motivo del último inktober me ha dejado con el culo especialmente torcido), a su página de Facebook y a su dirección de Tictail, donde podréis adquirir pegatinas diseñadas por ella con las que dar alegría a vuestro aburrido mobiliario adquirido en Ikea un triste domingo por la tarde. Sosos.

Desde aquí le deseo lo mejor en su carrera artística. Casi puedo imaginar que, dentro de unos veinte años, Isa será portada del periódico que mayor tirada a nivel nacional tenga entonces (y que espero que no sea El País, por otra parte), junto con una entrevista en la que ella misma describirá el proceso que ha seguido para elaborar el retrato del Presidente del Gobierno Aless Gibaja. Y yo, señalando su foto, le diré con orgullo a mi compañero de celda:
—¿Te acuerdas del blog que tuve una vez, en el que escribí que a Aznar le olía el pis fuerte y me metieron aquí porque eso se consideraba terrorismo de acuerdo con la Ley Mordaza-Antimemes del PP? Pues la que sale en esta foto diseñó la portada de aquel blog.
De momento, y mientras Isa se convierte poco a poco en una estrella de los pinceles capaz de bañar en billetes a los cinco o seis seguidores que me leéis cada lunes, le dedico esta entrada y le dejo a deber un desayuno irlandés por si algun día pisa Dublín. Qué menos.

fuente: Isa Gómez
Aprovecho para robarle esta imagen de su Facebook y colarla aquí, que tengo que compensar mis aberraciones con algo bonito

Soluciones: imagen 1: pingüino; imagen 2: gato; imagen 3: Torbe.

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lunes, 14 de noviembre de 2016

Navajeros (y II)

¿Qué tal va vuestra memoria? La mía fatal. Pero eso no me impide recordar que hace un par de semanas, cuando hablé de mi barbafobia (que significa tener miedo a cortarse el pelo, no miedo a la gente con barba. La gente con barba sólo me da asco) dejé un asunto pendiente.

Os conté el qué, pero no el porqué. Y de eso va a ir esta entrada.

Ésta es la última foto tétrica de una peluquería que subo. Palabra

Reflexionemos. ¿Qué motivo puede ser el causante de que prefiera una patada (flojita) en los huevos a meterme en una peluquería? Pues he barajado cuatro hipótesis. En primer lugar, está el hecho de dejar que un desconocido se dedique a manejar tijeras, navajas y toda clase de utensilios afilados alrededor de mi cabeza, pues no me fío de nadie que no sea yo. Y a veces ni eso. Imaginad por un momento que al peluquero de turno se le cruzan los cables y decide comprobar si sus tijeras pinchan lo suficiente clavándomelas en la base del cráneo. O igual le da un ataque de creatividad y considera que el generoso tamaño de mis orejas no va con mi reciente corte de pelo, dándole por reducirlas à la Van Gogh. También puede que le entren ganas de estornudar pero quiera apurar todo lo posible mientras me recorta las patillas a navaja antes de taparse la boca y echarse a un lado y no controle bien la sucesión de acontecimientos, haciendo que mi yugular abierta riegue la barbería. O simplemente, que piense que le estoy mirando mal a través del espejo, se le junte esa idea con el hecho de que pueda tener un mal día y me haga un perro andaluz (qué grima me da esa escena, en serio. Maldito seas, Buñuel). Son muchas posibilidades y ninguna me da buen rollo.

La segunda teoría está relacionada con la estética. Concretamente, con MI estética, la cual estoy dejando en manos de otra persona en esta situación. Y esa persona puede hacer un buen trabajo o arruinar por completo mi imagen. Y vale que la mayor parte de la jornada tengo la cara pegada a un monitor de ordenador que no va a decirme si soy guapo o feo, pero no descarto que pueda llegar un día, teniendo en cuenta lo rápido que avanza la tecnología cuando de inventar gilipolleces se trata, en el que mi pantalla pueda decirme "Vaya desastre te has hecho en el pelo, colega". ¿Se os ocurre algo más humillante que un ordenador haciéndote un "contigo no, bicho"? A mí, no.

Una tercera opción tiene que ver con el hecho de que, mientras me están cortando el pelo, me veo obligado a ver mi puta cara en el espejo y no puedo mirar hacia otro sitio. Y yo, que pertenezco a una generación que siempre ha huído de aparecer en las fotos y que no comprende (ni comprenderá) dónde tienen la gracia los selfies, acabo sintiéndome incómodo tras varios minutos viéndome a mí mismo sin una razón que lo justifique.

Ahora bien, si le doy un par de vueltas más, lo que acabo de escribir realmente no justifica mi adversión peluqueril. En cuanto al primer argumento, he de decir que ojalá fuese una peluquería el único sitio en el que pongo en peligro mi integridad física: un autobús de dos pisos arrimándose mucho al adelantarme mientras voy camino del curro en mi flamante bici, un resbalón tonto al salir de la bañera, esforzarme más de lo que mi organismo pueda soportar mientras intento impresionar a alguna compañera del gimnasio... Joder, cualquiera de mis compañeros podría estrangularme con el cable del ratón mientras bajo la guardia en la oficina, y eso no impide que vuelva allí cada mañana. Así que no, descartamos esa opción.

¿Qué hay de lo de la amenaza a mi estética? "Pero vamos a ver, piltrafilla, ¿de qué estética estás hablando?" pensaréis los que me conocéis en persona o al menos en foto. Vale, no soy ningún supermodelo, y veo difícil que la actividad del peluquero me vaya a afear aún más. Por otra parte, un corte de pelo, sea bueno o sea malo, no dura más de dos semanas. Así que seamos realistas, que esta posibilidad tampoco vale.

Y aprovecho lo que acabo de contar para enlazarlo con mi tercera hipótesis. De acuerdo, a alguien con semejante idea de sí mismo desde un punto de vista estético puede resultarle incómodo plantarse delante del espejo durante varios minutos, pero también lo hago mientras me afeito, me lavo los dientes o intento invocar a la hija del Diablo cada martes a la luz de dos velas en el lavabo (y no, no es ningún eufemismo relativo a hacer de vientre. Algo que, por otra parte, no hago sólo los martes), y ninguna de esas actividades me incomoda. Por lo tanto, tercera opción descartada también.

Entonces, ¿a qué viene mi miedo al señor de las tijeras y la navaja? Para encontrar la respuesta a esta pregunta vamos a tener que sumergirnos a bastante profundidad en mi subconsciente, pues ahí está la clave que me fue revelada durante una de las muchas introspecciones que suelo llevar a cabo mientras (ahora sí) hago de vientre. Así que emulemos a Jacques Cousteau (o a James Cameron, que no se sabe muy bien qué coño hace con tanto batiscafo y tanta polla, pero le tiene que estar quedando una secuela de Avatar DE LA HOSTIA) y adentrémonos en el cajón de sastre en el que encierro bajo llave mis más perturbadores recuerdos para echar mano de uno especialmente traumático...
Otoño de mil novecientos noventa y tres. Una noche de sábado, tras haber dado cuenta de unos deliciosos sanjacobos preparados por mi madre con todo su cariño, me encuentro en plena sobremesa de la cena, acompañado por mis progenitores y mi abuela. Los cuatro estamos pendientes de la televisión. Antena 3 emite El gran juego de la oca, un concurso que, como su nombre indica, emula el conocido juego de mesa en el que los consursantes, a modo de fichas humanas, parten por turnos de la casilla de salida con el objetivo de alcanzar en primer lugar la casilla número 63, debiendo participar en disintas pruebas en función del resultado obtenido tras el lanzamiento de los dados.
A mi yo de aquella época, que acababa de cumplir siete años, le gustaba aquel programa. El contenido del mismo era entretenido, y el estar acompañado por mi familia tras haber ingerido una deliciosa cena hacía que me sintiese cómodo ante la pantalla. Por ello, cual cría de gacela incauta que se acerca a beber despreocupada a la orilla de un lago infestado de cocodrilos, mi cerebro no se encontraba alerta ante posibles amenazas sensoriales que pudieran perturbar mi inocencia, por lo que los acontecimientos de los que fui testigo a continuación me marcaron profundamente. Volvamos pues a la cocina de aquella casa molinera de Valladolid...
La cámara fija el plano sobre uno de los concursantes: Ramón, de Murcia, que desde la casilla 48 descubre con desolación el valor de los dados que acaba de arrojar: dos y dos. Eso significa que debe dirigirse a la casilla número 52, donde le espera El Flequi, un supuesto peluquero que se parece al hermano pobre del príncipe de Beukelaer. Ramón se sienta en la silla de El Flequi y aguarda a que Emilio Aragón, presentador del concurso, le haga tres preguntas de cultura general a las que debe responder de forma acertada si quiere superar la prueba y mantener su integridad capilar.
Primera pregunta: "¿En qué año tuvo lugar el primer viaje de Cristobal Colón a América?" 
Ramón, perplejo ante una pregunta tan fácil de responder, tartamudela un "mil cuatrocientos noventa y dos" (bueno, "mil cuatrocientoh noventa y doh", porque es murciano) que le supone el visto bueno del presentador. Ramón suspira aliviado mientras le es enunciada la segunda pregunta: 
"¿Cuál es la capital de Francia?" 
Ramón sonríe, se envalentona y declara "París" (bueno, "Parih") y aguarda confiado, mientras se desvanece el aplauso del público provocado por su segunda respuesta correcta, a que la tercera pregunta (que será tan fácil como la primera y la segunda, ya verah, acho), le sea formulada. 
Es entonces cuando Emilio Aragón, mirando fijamente al murciano, dice: 
"¿Cómo se llamaba el químico suizo que descubrió el iterbio?" 
Ramón palidece, titubea y no es capaz de articular palabra. Ni siquiera sabe qué es el iterbio. Nadie en Alcantarilla sabe qué es el iterbio. Pasan varios segundos que a Ramón se le hacen eternos y es entonces cuando un suave "no lo sé" se escapa entre sus labios. En ese momento, El barbero de Sevilla, de Rossini, comienza a sonar, dando a entender que Ramón NO ha superado la prueba, y El Flequi, preso de un éxtasis incontrolable, procede a castigar la ignorancia del murciano afeitando su cabeza con estudiada torpeza, mientras las carcajadas de Emilio Aragón resuenan por encima del jaleo del público.

Mientras las carcajadas de Emilio Aragón resuenan por encima del jaleo del público.

Mientras las carcajadas de Emilio Aragón resuenan.

Las carcajadas de Emilio Aragón.

Emilio Aragón.

EMILIO ARAGÓN.

fuente: Atresmedia
Como para no traumatizarse, no me jodas.

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lunes, 7 de noviembre de 2016

Ceci n'est pas une pomme

Considero que mis hábitos alimenticios podrían definirse como "saludables" (al menos desde el lunes por la mañana hasta el viernes por la tarde, todo sea dicho). Suelo huir del azúcar y la bollería industrial (y no sólo porque la bollería de Irlanda sea una mierda, como ya mencioné en este otro artículo), y opto por fruta y verdura cada vez que mi estómago me avisa de que se está quedando sin pilas (es más, me estoy jalando una zanahoria cruda mientras escribo esto, en plan Bugs Bunny).

Sin embargo, no siempre fue así. Los almuerzos y meriendas de mi niñez y adolescencia no tuvieron nada de sano: phoskitos, bonys, tigretones, panterarrosas, mimeriendas (sí, el bollo sin relleno que venía con una tableta de chocolate adjunta), bollycaos, bimbocaos cuando a mi padre le encargaba bollycaos y el pobre hombre se equivocaba, cañas de chocolate, pepitos de chocolate, triángulos de chocolate, círculorrojos y ochos de crema fueron la bollería industrial nuestra de cada día. Y digo "nuestra" y no "mía" porque era tendencia general entre la chavalada ("chavalada", qué carca suena y qué viejo me estoy haciendo, joder) el cerdear toda clase de productos azucarados. Bueno, y lo sigue siendo.

Mención especial merece el emparedado de crema al cacao con avellanas en pan de molde (vamos, el bimbo de Nocilla de toda la vida) que, envuelto en papel de aluminio, viajaba con nosotros al colegio/instituto cada mañana. Al chute de azúcar que suponía su ingesta durante el recreo, había que añadirle el uso que se le podía dar después al envoltorio, una vez convertido en pelota, pues soliamos servirnos de ésta para improvisar partidillos de futbito dentro del aula o para lapidar a algún compañero incauto (dicho compañero incauto, por cierto, solía ser yo bastante a menudo).

La felicidad tiene cuatro lados. Sí, es pan integral

Pues, por increíble que parezca, fui capaz de cambiar esta realidad y lograr que mis compañeros y yo sustituyésemos las golosadas por manzanas durante la hora del recreo, al menos durante unos pocos días. Todo gracias a la psicopedagogía y a un resultado inesperado protagonizado por Gersio, un chaval de mi clase.

Quizá unos análisis de sangre habían evidenciado por enésima vez que mis niveles de colesterol estaban por las nubes, o simplemente se me cruzaron los cables, pero una mañana de primavera, mientras llenaba la mochila, decidí meter dentro de la misma una manzana, en lugar del bocata nocillero habitual. Una vez llegado el recreo, y tras ingerir la pieza de fruta, acerqué el corazón restante a Gersio y le dije (y aquí viene la parte de psicopedagogía que os comentaba antes):

–No tienes huevos a estrellar esto contra la pared.

Y vaya que si tuvo huevos. Y fuerzas, porque el corazón de la manzana impactó con tanta energía contra la pared, que la fruta estalló en pedazos, provocando un asombroso efecto visual similar a una explosión de fuegos artificiales. De día. Dentro de clase.

Y no sólo eso, sino que los restos de manzana quedaban pegados en la pared, a modo de biografiti tó reshulón. Este resultado inesperado (os lo dije), a los adolescentes ligeramente macarras que integrábamos nuestro grupo estudiantil nos pareció LA HOSTIA. Y había que repetirlo.

Ni campañas del Ministerio de Sanidad, ni desayunos cardiosaludables, ni Manuel Torreiglesias dando el coñazo en Saber Vivir, ni pollas. Lo que provocó que nuestros almuerzos a partir de aquel día pasasen a consistir en una pieza de fruta fue el vandalismo (ay, la ironía). Reinetas, goldens, galas, grannysmithes e incluso alguna pera de agua despistada eran ingeridas a toda prisa en aquella clase para poder llevar a cabo una manualidad Art Attack (nunca mejor dicho) con los restos. Comer, lanzar, estrellar, repetir. La performance que comenzó Gersio (no, no lo estoy escribiendo mal. El chico se llamaba Sergio, pero le llamábamos Gersio porque tenía dislexia y nosotros éramos muy hijoputas) era copiada por los compañeros cada recreo con alegría y despreocupación ante el nivel de mierda que estaba alcanzando el aula, que empezaba a parecerse a una obra de Miquel Barceló (si he usado "mierda" y "Miquel Barceló" en la misma frase no ha sido por casualidad. Ahí lo dejo).

Hasta que llegó el día en el que el jefe de estudios (a quien llamábamos el Ruffles porque su pelo muy corto y muy rizado se alineaba en surcos a lo largo de la cabeza) apareció por la puerta para decir, con una voz muy similar a la de Marlon Brando en El Padrino:

–Me comentan que ha aparecido compota de manzana por los rincones de esta clase. No voy a buscar culpables ni a tomar represalias. Pero sé que esto no va a volver a repetirse.

Y oye, no volvió a repetirse. Más que nada porque se nos pusieron a todos los huevos por corbata. A ver, por supuesto que continuamos haciéndolo. La diferencia es que, tras haber recibido el toque del Ruffles, pasamos a lanzar las manzanas por la ventana, estrellándolas en esta ocasión contra la fachada del colegio que teníamos enfrente.

De todas formas, nuestra etapa artístico-manzanil duró poco. Siendo como éramos una generación que enseguida se cansa de todo, en poco más de una semana perdimos el interés por crear nuestro anuncio de Bravia particular, y la Nocilla volvió a recuperar el dominio sobre nuestros almuerzos y nuestras arterias.

Si aquí no veis ARTE es que sois poco vanguardistas. O poco cabrones

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