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fuente: Wikipedia
Según la Bula Inter Gravissimas, la nochevieja es el treinta y uno de diciembre, las rebajas empiezan después de Reyes y el día del porno gratis en Internet es el ocho de septiembre |
Siguiendo la idea que John Oliver se ha empeñado en hacernos creer, el año que termina ha sido una ominosa mierda. Basta con abrir un periódico al azar de 2016 para deprimirse. Para empezar, que se cargasen a Harambe fue algo horrendo, que niños hay muchos pero gorilas, no tantos. "Huy lo que ha dicho", pensaréis algunos, pero aún no he tenido que soportar a ningún gorila dando por saco durante un Ryanair Dublín-Madrid.
También tenemos el Brexit, que si llega aplicarse (porque los ingleses están empezando a darle las vueltas que tenían que haberle dado antes de votar "fuckyeah" y, con la mente fría, la idea no les parece tan seductora) habrá que ver cómo me lo monto para ir a Belfast desde Dublín (porque así es la vida y hay veces que no me queda más remedio que ir a Belfast). Además, la desbandada de empresas y trabajadores que van a necesitar quedarse en la Unión Europea nos va a salpicar de lleno a los de la capital irlandesa, y aunque yo estoy muy a favor del #BritishRefugeesWelcome, intuyo que los alquileres, que ya están por las nubes, van a llegar a un punto absurdamente alto.
Y sí, ha salido Trump, pero eso apenas cambia las cosas. Porque vale que meter a semejante elemento en la Casa Blanca equivale a emborrachar a un chimpancé y dejarle un rifle cargado, pero ¿ha habido, en los últimos sesenta años, alguna vez en la que Estados Unidos no haya tenido al resto del planeta cogido por los huevos? Pues ya está. Obladi oblada, la vida sigue y todo eso.
También podemos lamentarnos por la muerte de personalidades importantes del mundo de la cultura, como David Bowie o Leonard Cohen, pero hay que tener en cuenta que nadie oía obras suyas compuestas en los últimos treinta años, y Alan Rickman había dejado varias películas preparadas antes de irse al otro barrio para que nos hiciésemos a la idea poco a poco. Así que Alan Rickman, de momento, sólo se ha subido a un árbol. Además, para compensar, Rita Barberá ha renunciado a su sueldo de Senadora en 2016, pero no voy a hacer hincapié en esto último, que no quiero meterme en líos.
Y por otra parte, también ha habido malas noticias que no deberían habernos sorprendido una vez que han ocurrido. Por ejemplo, una que me pilla de cerca, es que haya salido el comentario imbécil del Ministro de Exteriores de turno. Pero es que no es la primera vez que alguien del PP hace un comentario imbécil desde dicho ministerio, así que en este caso no queda más remedio que resignarse.
Pero ahora hablemos de mí (recordad, éste es MI blog, así que yo, mi, me, conmigo y a callar).
Que queréis que os diga. Para mí, 2016 ha sido un buen año. Teniendo en cuenta que siempre suelo hablar de toda clase de desgracias que me ocurren semana sí, semana también, puede parecer que miento, pero quiero centrarme en lo bueno para convenceros al respecto.
De entrada, he dado vida a este blog, que me sirve de diván en el que puedo echarme cada semana a relataros mis miserias, traumas infantiles y pensamientos impuros para después señalarlos y reírme de ellos.
He hecho nuevas amistades (yo, que en eso de socializar soy nulo), conservo un buen trabajo y no tengo motivos para odiar a ningún compañero de curro (a ver cuántos de vosotros podéis decir eso). Por otra parte, en lo que respecta a ser un friki del correr, he terminado mi media maratón más rápida, he logrado acabar una carrera de treinta kilómetros sin morirme (el año pasado me morí dos veces intentado hacer lo mismo) y he corrido mi primera maratón. No he dado muchas detalles acerca de esto último en mi blog, ahora que lo pienso. Pero realmente no fue como para dedicarle una entrada: recorrí los cuarenta y dos kilómetros en un tiempo más que aceptable, sólo tuve que parar una vez para hacer uso de un lavabo portátil (porque me estaba meando como un caballo de carreras y no pude hacerlo antes de salir, pues las colas eran interminables) y pude disfrutar del aliento de todos los dublineses que se acercaron al circuito (que no fueron pocos), los cuales animaban como hooligans, y no sólo a los suyos. Daban su apoyo a quien fuera que pasase por allí. Igual que hace Toni Cantó, vamos. El evento me gustó tanto, que me niego a pensar que la gastroenteritis con herpes labial de regalo que me entró al día siguiente tuvo algo que ver con el esfuerzo que hice durante el recorrido. Para no quitarle encanto. Ah, y mi novia y yo hemos participado en una carrera de las de echarte polvos de colores por encima mientras corres. En París, nada menos.
Hablando de viajes, he visitado Londres por primera vez (que ya me valía, después de llevar cuatro años viviendo en Dublín y tenerlo a tiro de lapo), He estado en Oslo y en Bucarest (debido a lo cual, por cierto, no he podido donar sangre en cuatro meses, pues Rumanía se considera zona de riesgo de contagio del virus HTLV). También he podido tirarme al sol en Albufeira y bucear en la costa de Granada, y he visitado Riga y Tallín. Y ha sido en esta última ciudad, precisamente, donde ha ocurrido lo que considero, sin duda, el mejor detalle del año. Permitidme que os cuente...
Mi novia y yo pasamos varias noches en un hotel con spa y gimnasio (tuvimos que ir a un Sports Direct a por ropa de deporte para poder usarlo. Os lo juro). Que pensaréis que es absurdo estar metidos en un gimnasio cuando estás en otra ciudad, pudiendo visitarlo todo. Pero es que en Tallín, en noviembre, a eso de las cinco ya es de noche. Y a eso de las seis está todo cerrado. Pero el spa no cerraba hasta las once de la noche. Yo creo que queda claro, ¿no? Pues bien, después de una sesión de sauna, baño turco, piscinas, chorros por aquí, chorros por allá, toboganes acuáticos y demás, me dirigí a los vestuarios con la intención de despojarme de mi mojado bañador antes de subir a la habitación del hotel. Y en éstas que, mientras yo trasteaba en mi taquilla, apareció un hombre que se situó cerca de mí para cambiarse mientras me lanzaba una mirada cargada de embrutecimiento soviético. No era un hombre muy viejo. Calculo que tendría cincuenta y tantos, pero se veía en su expresión que había envejecido de más por ser el típico carcamal que va por la vida dando por saco a los demás:
El típico carcamal que se te cuela en la cola del supermercado.
El típico carcamal que conduce un BMW y no da los intermitentes cuando tiene que girar.
El típico carcamal que camina despacio ocupando todo el espacio disponible y no te deja adelantarle cuando vas con prisa.
El típico carcamal que va al banco a hacer perder el tiempo a todo el mundo con cuarenta papeleos innecesarios.
El típico carcamal que no se para y ni te mira cuando le dices "Oiga, disculpe" al cruzarte con él aunque sea algo importante o urgente.
El típico carcamal que escupe en mitad de la acera aunque haya gente cerca.
El típico carcamal que ve 13TV, escucha la COPE y lee el ABC.
El típico carcamal que se queja del estado de la sanidad en la sala de espera y que sólo va al médico porque se aburre.
El típico carcamal que aparca su BMW y abre la puerta sin comprobar si viene alguna bici por detrás.
El típico carcamal que pone la tele demasiado alta, jodiendo a todos los vecinos.
El típico carcamal que tiene una mujer que vive amargada por estar casada con el típico carcamal.
Todos aquellos carcamales eran aquel carcamal que en aquel momento me miraba con odio. Y aquel carcamal tenía una pilila diminuta.
Sé que estaréis pensando muchas cosas y tendréis muchas preguntas ahora mismo, así que vayamos por partes, por favor. Un poco de orden:
No. No le miré fijamente entre las piernas. Lo que pasa es que aquello entró en mi campo de visión sin que yo quisiera. Esto lo explica muy bien Matthew Inman en The Oatmeal.
La mitad de mi dedo meñique, más o menos.
No. No estaba encogida por efecto del agua fría.
No. Tampoco hacía frío en aquel lugar.
Sí. He usado "pilila" a propósito porque enfatiza lo del tamaño.
Que no, joder. Que no me paso el día mirando pitos en los vestuarios. Aunque no tendría nada de malo.
La cuestión es que, tras contemplar por el rabillo del ojo su ídem, aquel carcamal plantado a mi lado con una actitud desafiante que le hacía creerse un oso siberiano tenía para mí el aspecto de un gatito que a duras penas puede mantenerse sobre dos patas. Y en aquel momento, mientras me ponía el albornoz y en mi cara se formaba una sonrisa a medias como la que tiene Harrison Ford, cerré la taquilla, le devolví la mirada y le guiñé un ojo, provocando que su gesto pasase de la amenaza a la contrariedad. Salí de los vestuarios sintiendo que mis pies no tocaban el suelo, pues acababa de dejar con el culo torcido a todos los carcamales del mundo, y entonces pensé: "este año no podría ser mejor. Qué coño. Esta vida no podría ser mejor".

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