Y es que los vuelos son realmente baratos. Tan baratos, que merece la pena pasar por alto el giro radical católico que está tomando Polonia últimamente y acercarse allí para conocer el país. Lo malo es que mi novia y yo contábamos con poco más de un fin de semana de tiempo, por lo que decidimos quedarnos cada noche en Varsovia y pasar sólo un día fuera de la capital, al igual que hicimos meses antes cuando estuvimos en Praga y nos desplazamos a Kutná Hora para visitar el osario de Sedlec (y si no he hablado de ello en este blog es porque no ocurrió nada destacable. Bueno, sí, que mi novia apreció que las checas, llegando a cierta edad, tienen todas el físico de señoras de la limpieza. Pero eso no da para una entrada).
La diferencia es que esta vez, en lugar de jugárnosla viajando por nuestra cuenta dentro de un país cuya lengua oficial desconocemos, tiramos de agencia de viajes, la cual puso a nuestra disposición diferentes medios de transporte con el objetivo de que nuestro traslado nos resultase lo más cómodo posible (descartando el insano madrugón, claro). El itinerario comenzaba con un monovolumen (en el que ya había un grupito de señoras italianas, que tampoco pagamos TANTO como para merecer transporte privado) recogiéndonos en la puerta del hotel (aprovecho para mandar un saludo al recepcionista que tuvo a bien darnos una caja de desayuno a cada uno tras asombrarse al vernos aparecer como zombis a las cinco de la madrugada) y llevándonos a la estación de tren que se encontraba... Enfrente del hotel. Aquel paseo motorizado de veinte metros fue entre divertido y ridículo, pero entraba dentro del precio, así que no me arrepiento de nada.
Una vez en la estación, y mientras esperábamos la llegada del tren, el conductor del monovolumen y empleado de la agencia nos preguntó si alguno de nosotros quería un café. Y yo, que siempre quiero un café, quería un café. Además, en el primer piso de la estación había un Costa Coffee, que no hará el mejor café del mundo, pero tampoco decepciona. Le respondí al hombre que adelante con ese café y él y yo nos dirigimos... al quiosco de periódicos del andén, que contaba con cutremáquina de cafés. Y yo, que aún no estaba despierto del todo a esas horas, no fui capaz de reclamar que lo que yo quería era un café (o, al menos, un café del Costa), no la mierda que me iban a servir en el quiosco, así que, mientras el conductor le ponía ojitos a la dependienta (lo cual explicaba su insistencia por llevarme allí), me dejé una cantidad de eslotis que no recuerdo, pegué un sorbo al vaso y lo arrojé casi lleno a la papelera más cercana, para subir al tren minutos más tarde con un regusto a detergente en la boca que me acompañó hasta nuestra llegada a Cracovia.
Lo único que hice durante el viaje en tren Varsovia-Cracovia fue dormir y sacar esta foto |
Una vez en Cracovia, cambiamos el tren por un monovolumen similar al que nos recogió en el hotel, y al grupo de señoras italianas por una pareja de noruegos con un nivel de alcohol en sangre que haría quedar a Boris Yeltsin como un caballero sano y responsable. Para que os hagáis una idea, cuando noruego número 1 me dio la mano y me dijo su nombre, su aliento me dio tal hostia en la cara que se me quedó el pelo como a Pumuki. Evidentemente, no me enteré ni de su nombre ni de la mitad de lo que, tanto él como noruego número 2 dijeron durante el resto del viaje. Y casi mejor, porque VAYA VIAJE.
Aún no habíamos salido de Cracovia cuando noruego 1, entre carcajadas y a intervalos de más o menos tres minutos, ladraba "Conductor, ¿falta mucho?". Mientras tanto, noruego número 2 no paraba de girarse en su asiento para contarnos, con una paupérrima dicción fruto de su intoxicación etílica, que habían perdido el avión que tenían pensando coger para llegar a Polonia desde Noruega, que habían tenido que comprar nuevos billetes y esperar no sé cuántas horas al siguiente vuelo y que llevaban tampoco sé cuántas horas sin dormir. "Y sin parar de empinar el codo" pensé. Con semejante panorama ante nosotros, mi novia y yo, aprovechando un momento en el que noruego número 2 no estaba girado para darnos el coñazo, y mientras noruego número 1 soltaba su enésimo "Conductor, ¿falta mucho?", fingimos quedarnos dormidos. Y al final acabamos durmiéndonos de verdad, fíjate.
Y habríamos seguido durmiendo de no ser por el enérgico "¡Para! ¡Para! ¡Para!" que gritó noruego número 1, acompañado del frenazo del sufrido conductor. Pero no os asustéis, lo que pasaba es que noruego número 1 necesitaba con urgencia echar la pota. En cuanto el monovolumen se detuvo en el arcén, noruego número 1 abrió la puerta y soltó toda la papilla en el suelo. Bueno, parte en el suelo y parte en la puerta. Desgraciadamente, el conductor no pudo darle dos hostias y dejarle allí tirado (algo que, habida cuenta de su expresión facial, estaba deseando hacer desde que salimos de Cracovia), pues un coche de la policía polaca apareció de repente y paró a nuestro lado, pidiendo explicaciones acerca de nuestra peligrosa maniobra. Y todo esto en unos diez segundos, oye. Muy intenso todo.
Imaginad ahora la escena, con noruego número 1 volviendo cabizbajo al vehículo, pensando "jorden sluke meg", noruego número 2 muerto de risa en su nube alcohólica y el conductor, convertido ahora en mártir, echándole la bronca a noruego número 1 como si estuviese tratando con un adolescente al que los amigos acaban de llevar borracho a casa un viernes por la noche. Que si no sabes comportarte, que si el policía casi me casca una multa, que si mira como me has puesto el monovolumen... Y así, entre la bronca y los "I'm sorry, I'm sorry" de noruego número 1 (aunque el muy desgraciado no tuvo huevos de reconocer el pedal que llevaba y afirmó en todo momento que estaba mareado por viajar en coche), llegamos a nuestro destino. Eso sí, antes de entrar, el conductor nos pidió que esperásemos en un bar cercano tomando un café o algo mientras él iba al lavadero de coches más próximo. Fue en ese momento cuando noruego número 1 y noruego número 2 desaparecieron de nuestra vista, y cuando el conductor volvió en su ahora impoluto vehículo, no logramos dar con ellos, por lo que el pobre hombre nos acompañó a la entrada mascullando algo en polaco que no tenía pinta de ser muy bonito (teniendo en cuenta que el polaco, de por sí, tiene poco de bonito) y diciéndonos que nos esperaría a la salida para llevarnos de vuelta a Cracovia, confiando en que los dos merluzos apareciesen por aquel entonces.
Y así fue. Cuando nos reencontramos horas más tarde, los noruegos estaban en el monovolumen. Su borrachera había dado paso a un más que evidente estado de arrepentimiento, y el camino de vuelta estuvo libre de improvistos y del coñazo que noruego número 2 nos dio a la ida. Una vez en Cracovia, en lugar de subir directamente al tren como hicieron ellos, nos saltamos el tour programado y aprovechamos para turistear un poco por la ciudad. Y mereció la pena, a pesar de que tras nuestro regreso tuviésemos que recorrer a pie los veinte metros que separaban la estación de Varsovia del hotel.
Cracovia, qué hermosa eres |
Teniendo en cuenta el subidón con el que se presentaron los noruegos, estaréis pensando que nuestra visita tenía como destino algún tipo de macrofiestón o de rave en una discoteca de las de música a toda hostia y gente poniéndose y dándose sin control en los baños, o directamente una orgía desenfrenada de las de todos con todos.
No exactamente. Fuimos a Auschwitz.

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