sábado, 28 de diciembre de 2024

Entrada vespertina desahogadora

Es muy probable que no os hayáis dado cuenta, pero yo siempre publico las entradas de este blog en días de diario a primera hora de la mañana. Teniendo esto en consideración, os preguntaréis qué hago un sábado por la tarde dándoos la turra. Lo que ocurre es que me acaban de pasar unas cositas de ésas que le ponen a uno la paciencia y los nervios al límite, por lo que estoy aporreando frenéticamente las teclas de mi ordenador para liberar tensiones, ya que la alternativa a esto es vaciarme una botella de Jack Daniels. Y eso es algo contraproducente teniendo en cuenta que yo mañana pretendo salir a correr.

Si llegáis al final del post y pensáis que lo que me ha pasado no es para tanto, sabed que ME DA IGUAL.

Antes de empezar, he de indicar que los austriacos tienen el hábito de descalzarse al entrar en las casas, y tiene su lógica. Con este acto, microbios y suciedad en general se quedan a la entrada y hay que preocuparse menos por la limpieza del suelo. Nosotros hemos adoptado esta costumbre de buen grado, y aunque es cierto que en nuestro propio pisazo contamos con zapatillas de andar por casa porque no somos animales (en Irlanda también lo hacíamos, pero en aquel caso era debido a que allí usan moquetademierda®), cada vez que visitamos un domicilio ajeno nos quedamos con los calcetines al aire.

¿Por qué empiezo comentando esto? Pues porque hace un par de horas, estando yo a punto de salir, me he puesto el abrigo y me he calzado las botas con las que poder enfrentarme a la fría tarde, y antes de cruzar la puerta he descubierto que mi cartera estaba fuera de mi alcance. Para ser exactos, estaba dentro de la mochila que he llevado al gimnasio por la mañana. Y la mochila, a su vez, estaba dentro del dormitorio. Esta situación me ha planteado un dilema: ¿me descalzo de nuevo y voy a por ella o entro en la habitación con las botas, llenando el suelo de detritus en el proceso?

Al final, la pereza ha ganado el debate y he optado por una tercera opción: salir de casa sin cartera. En el bolsillo de mi abrigo contaba con diez euros y, por otra parte, se supone que puedo pagar con mi móvil, ¿no? Quiero decir, mi novia lo hace a menudo y yo, aunque no lo he hecho nunca, intuyo que también puedo. Además, la tarea a la que debía enfrentarme allende nuestro pisazo no requeriría realizar gasto económico alguno.

Dicha tarea, que no lo he dicho, consistía en cuidar de una gata. En estos días en los que todos os largáis a disfrutar de las navidades en familia u os pegáis viajazos por motivos que no entiendo a sitios en los que hace frío y hay pocas horas de luz, yo me quedo en casa. Por ello, le estoy haciendo el favor a una amiga y me paso a diario por donde vive para asegurarme de que su gata sigue viva, cepillarle un poco el pelo, darle algo de comida húmeda, limpiarle el arenero de cacas y pises, cambiar el agua de su cuenco de porcelana y hacerle un poco de compañía en general para que no piense que el ser humano la ha abandonado por completo.

La gata. Un sol, por otra parte

En otras ocasiones ella cuida de nuestros gatos y nos lo agradecemos regalándonos chocolate.

Aclarado el motivo de mi salida, sigo con el relato. He montado en mi bici y pedaleado unos diez minutos hasta la casa de mi amiga. Tras candar mi vehículo de dos ruedas en la puerta, he subido a su domicilio y he sido recibido por el gracioso "ñeeeeeee" que la gata suele emitir constantemente, pues maúlla con un acento muy raro y a la vez muy entrañable. Tras suministrarle la comida húmeda (no me deja en paz hasta que lo hago), he procedido a transportar el cuenco de agua, lleno a rebosar, al cuarto de baño, con la intención de vaciarlo para acto seguido rellenarlo con agua fresca. Sin embargo, por el camino, se me ha resbalado de entre los dedos y, emulando al CEO de Mango, se ha hecho añicos contra el suelo:

Jerónimo

Como recuerdo, el accidentado cuenco ha dejado un estupendo charco que no he sabido cómo secar, habida cuenta de que no he dado con ningún trapo o similar en el piso de mi amiga que me ayudase a tal fin (tampoco es que me haya puesto a rebuscar por armarios y cajones, pero entendedme, que está feo hacer eso en casa ajena).

A todo esto, la gata, habiendo acabado su comida húmeda, se ha acercado con su "ñeeeeeee", indicando que quería más. Yo, que estaba ocupado diciendo muchas palabrotas, le he dicho "ahora vuelvo" y me he dirigido a la tienda de mascotas más cercana deseando que tuviesen el mismo ejemplar cuenquil para no dejar señal de mi torpeza. Pero no ha sido así, por lo que he tenido que optar por otro modelo diferente aunque no menos cuqui. Lo bueno de este viaje inesperado al local es que he podido adquirir también algo de comida húmeda para mis propios gatos que no tenían la última vez que pasé por aquí hace un par de días.

El total superaba los diez euros. Sin embargo, al echar mano de mi celular e intentar pagar con él como hacéis los jóvenes, sólo he obtenido mensajes indicando que necesitaba configurar toda esa mierda. Nervioso ante las circunstancias y ante la situación en sí, le he dicho a la cajera que la comida húmeda se iba a quedar allí y sólo he pillado el cuenco que he podido abonar gracias al billete de diez que había en el bolsillo de mi abrigo al principio de esta historia.

El siguiente paso en mi plan para resolver el desastre ha consistido en completar configuraciones en mi móvil y aceptar todos los términos y condiciones de turno que, al igual que vosotros, nunca me molesto en leer, mientras me dirigía al supermercado para comprar algún producto que me permitiese secar el charco. ¿Vosotros sabéis lo que es una fregona? Bueno, pues los austriacos no. En el local no vendían fregonas y he tenido que conformarme con un par de mopas.

Al ir a pagar me he encontrado con una fila de clientes interminable. Algo que también es habitual entre la gente de este país es gritarle a la cajera o cajero que abran más cajas para agilizar el proceso de pago, pero es un acto que encuentro de un clasista asqueroso, por lo que he preferido tirar por las autocajas.

La situación que me ha ofrecido esta alternativa tampoco ha sido muy halagüeña: de tres autocajas, una estaba fuera de servicio, otra mostraba una pantalla del software de cobro muy extraña y la tercera estaba ocupada por una punki enfrascada en adquirir litros y litros de alcohol (imagino que ella no tendría pensado salir a correr mañana). Tras un par de minutos peleándome con los ilegibles mensajes de la pantalla, una reponedora, alertada ante el humo que empezaba a salir por mis orejas, se ha acercado y ha tocado no sé dónde, permitiendo que pudiese por primera vez usar mi móvil para efectuar un pago y largarme de allí.

Y he vuelto al piso en el que me esperaba el charco. He de decir que todos estos viajes han durado muy poco porque, gracias a Dios, vivimos en una ciudad de quince minutos, por mucho que a algún que otro fascista ignorante esto le parezca una mala idea. Una vez dentro, he rellenado el nuevo cuenco con agua, me he pasado un buen rato en cuclillas sirviéndome de las mopas para secar el suelo (escurriéndolas con mis manos en el retrete varias veces), he limpiado la arena de la gata y he recogido todos los trocitos de cuenco con la intención de deshacerme de ellos al salir, no sin antes hacerles una foto porque confío en encontrar uno igual que lo reemplace:

DEP cuenco

Y me he vuelto con una acumulación de mala hostia rebosante y con la intención de contarlo todo. Lo primero que he hecho al llegar a mi casa ha sido, efectivamente, quitarme las botas. Y lo segundo, cambiarme de calcetines. Porque no lo he dicho, pero como yo soy un muchachito educado que se adapta a las tradiciones locales que no conllevan tratar con desprecio al personal de cajas del supermercado y se descalza al entrar en hogar propio o ajeno, todo lo que he hecho (y que habéis leído con una paciencia impagable) desde que el cuenco ha hecho patacrás, lo he hecho con los calcetines EMPAPADOS.

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miércoles, 11 de diciembre de 2024

España tenía que ser III. Americanos, os recibimos sin alegría

He de confesar que la historia que estoy a punto de contar me parece especialmente maravillosa. Aunque si tenemos en cuenta que la misma comienza con un avión que se estrella sin que haya supervivientes, podréis decirme con toda la razón del mundo que soy especialmente miserable. Pero estoy convencido de que a vosotros también os va a gustar. Al menos si os la cuento tal y como yo la imagino.

Por otra parte, no necesito que vengáis a decirme que soy un miserable porque eso es algo que ya sabía.

El susodicho avión, un P-3B Orion perteneciente a la Marina de los Estados Unidos, tomó tierra en el sentido literal de la expresión la mañana del once de diciembre del setenta y siete en El Hierro (sí, hace hoy exactamente cuarenta y siete añitos). Que uno piensa en las Islas Canarias y se imagina un clima estupendo entre primaveral y veraniego, pero no fue el caso en la mañana de autos. Y es que hacía un tiempo de mierda con una niebla que ni una película de Tim Burton, oye.

Usando términos técnicos, podría decirse que la aeronave se llevó un hostión que te cagas. Este hecho, unido al incendio de su combustible, provocó que la falda de la montaña acabase alfombrada de trocitos de avión (y de marines, no olvidemos), constituyendo un espectáculo nada bonito de ver.

fuente: Gaceta del Meridiano
...Y bum, se convirtió en chocapic

Al poco de ocurrir el suceso, varios efectivos de la Guardia Civil (aviones y la Benemérita se unen por segunda vez en este blog) y del Ejército hicieron acto de presencia con la intención de, en primer lugar, poner algo de orden en aquel caos y, en segundo lugar, responder a la siguiente pregunta:

¿Qué coño hacía un avión de la US Navy sobrevolando suelo ejjjpañol sin avisar?

La respuesta (y el follón que se armó después) llegó de manos de un cabo de la Guardia Civil, quien localizó entre los restos de la nave siniestrada un esclarecedor dossier, el cual incluiría todos los detalles y tecnicismos relativos a un plan con el que los yankis planeaban liar la de Dios es Cristo contra la recién estrenada democracia española. Y, para más guasa, dicho plan habría sido bautizado por los americanos con el carpetovetónico nombre de "Operación Manuel".

Siguiendo la dirección opuesta a la que recorrían las instrucciones a seguir durante el eclipse en el chiste de Eugenio, la comunicación sobre la "Operación Manuel" corrió escalafón arriba hasta llegar a las altas esferas gubernamentales. Desde el Ministerio de Asuntos Exteriores se le pidieron explicaciones a la Embajada de los Estados Unidos, y yo no puedo evitar imaginarme a alguien del Ministerio llamando a los americanos y manteniendo una conversación como si aquello fuese un monólogo de Miguel Gila:

—Oye, ¿qué coño pasa con vosotros?

—¿Disculpe?

—Que no os hagáis los tontos. Que sabemos que estáis tramando una de las vuestras y que nos la queréis meter doblada.

—Lo siento, pero no sé de qué me está hablando. ¿Esto es por lo del avión?

—Mira cómo sí que sabéis de que va esto. Exacto. El avión QUE NO APARECÍA EN NUESTROS SISTEMAS DE DETECCIÓN.

—Vale... Pero esto ya lo habíamos explicado, ¿no? Es que la tripulación recibió órdenes de apagar la radio y el radar, que estaban peinando la zona entre Azores y Canarias porque nos había llegado el soplo de que los rusos habían desplegado submarinos por allí...

—Joder, qué bien os vienen los rusos cuando queréis, coyotes. Pero eso no explica por qué el avión acabó sobrevolando suelo español.

—Sí, eso fue en parte culpa de los pilotos y en parte culpa nuestra... Es que la noche anterior tuvieron fiesta, ¿sabe? Un espectáculo itinerante que está estos días recorriendo las bases para levantarle la moral a la tropa ahora que se acercan las navidades y tal. Y claro, el Jack Daniels se les fue un poquito de las manos y a la mañana siguiente no es que andasen muy católicos como para ponerse a buscar submarinos... Pero el deber es el deber, ya sabe como son estas cosas.

—Que tuvieron fiesta.

—Que sí, que sí. Pero palabra que fue un error. Que tenían orden expresa de no meterse en ningún país, de verdad. Y encima estaba el problema del mapa que tenían. Fíjese que le faltaban islas.

—Le faltaban islas.

—Como lo oye. El Hierro, La Gomera y otra que no me acuerdo. Entre eso y la niebla que se preparó en la zona, pues al final pasó lo que pasó. Pero que fue un accidente, de verdad.

—Mirad, que no cuela. Ni fiesta, ni mapa ni leches. Que sabemos lo de la operación que estáis preparando. Pero si tenemos los documentos y todo.

—No sé de qué me habla.

—Huy, que no. "Operación Manuel", ni más ni menos. Coyotes, que sois unos coyotes.

—Mire, le juro que no sé a qué se refiere. Aquí no estamos al tanto de ninguna operación y yo ya le he dicho todo lo que sé del tema.

—Me cago en mi vida... Quiero hablar con un superior YA MISMO.

Vale, es posible que los hechos no ocurriesen así exactamente, pero el que está contando la historia soy yo. De todas formas, los americanos mandaron a unos expertos a El Hierro para aclarar la situación (o para eliminar las pruebas, USA style). Y, una vez más, me apetece echarle un pelín de imaginación a una escena que podrían haber representado los de Gomaespuma. Esta vez protagonizada por la clásica pareja de hombres de negro con su traje, sus rayban de aviador y su cara de haber desayunado vinagre entrando en el cuartel de la Guardia Civil de la isla canaria:

—Buenos días, somos los expertos. ¿Es usted el agente que dice tener un dossier nuestro o algo así?

—Sí señor, el mismo. Y lo tengo aquí detrás guardado con llave que con ustedes los americanos nunca se sabe.

—¿Le importaría enseñárnoslo?

—Faltaría más. Y así nos aclaran las cosas, que nos tienen contentos con tanta operación y tanto secretito y tanta leche. Un segundo, que lo saco del cajón... Aquí está. Miren, bien claro que lo pone en la portada: "Operación Manuel". Bueno, algo así, que esto está escrito en inglés y yo no controlo muy bien el idioma. Es que en mi época lo que se estudiaba en el colegio era francés, ¿saben? En fin, que me voy por las ramas. Ustedes sabrán qué explicación le dan a esto.

Insisto, seguro que no fue así, pero decidme si no es maravilloso imaginar a dos expertos estadounidenses a los que han enviado al culo de las Islas Canarias, plantados ante un cabo de la Guardia Civil que les lanza una desafiante mirada al tiempo que da golpecitos con el dedo sobre el dossier medio calcinado que reposa en la mesa que se encuentra entre ellos. Dos expertos que miran el documento, que después se miran entre sí, que a continuación miran al cabo, que se vuelven a mirar entre sí... Un bucle de miradas llenas de incredulidad que uno de ellos rompe cuando le dice al cabo:

—Caballero, lo que pone ahí es "Manual Operating". Eso que ha recogido usted es el manual de operaciones del avión.

Y si alguien quiere conocer más detalles acerca de esta historia, que le eche un ojo a este artículo de Juan Ignacio Viciana que yo acabo de copiar que me ha inspirado para escribir la entrada que acabáis de leer. Y que os ha gustado, reconocedlo.

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jueves, 5 de diciembre de 2024

Lectura obligada y II

Acabemos con esto, por favor.

Hace demasiados meses escribí una entrada en la que comentaba cómo me había empezado a pelear con un libro maldito como el de El nombre de la rosa (o eso creo, pues ni me he leído la novela de Umberto Eco ni he visto entera la peli, pero me suena que por ahí van los tiros). La maldición en este caso se traducía en que cualquiera que se enfrentase a sus páginas se veía invadido por un tedio absoluto que le impedía avanzar más allá de un puñado de páginas.

Pues bien, al final conseguí leerme el puto libro de principio a fin. Y sí, vaya peñazo, oye.

Originalmente, yo contaba con plasmar aquí un huevo de ideas fruto de dicha lectura y de las notas que tomé en el proceso, pero debido a un par de problemillas (la dueña del libro me ha pedido que se lo devuelva y las notas son una mierda ilegible de las que apenas puedo sacar nada en claro) me va a costar Dios y ayuda redactar una entrada medianamente decente, por lo que no me hago responsable de lo que mi cerebro decida hacer a partir del siguiente párrafo.

Dejé el libro en un punto en el que el autor le pegaba un bonito repaso a todos los economistas que van de agoreros y luego demuestran ser unos cantamañas (lo cual me hizo recordar las sabias palabras de mi mejor amigo, quien solía decir que la Economía no tiene nada de ciencia porque no ha conseguido prever NADA). Las siguientes páginas son una constante exaltación del liberalismo y de grandes empresas como... Ryanair. Sí, el coche de línea con alas. También hace una comparación entre los escritores Joyce y Yeats, dejando caer que el primero es más de trabajo asalariado y el segundo de trabajo por cuenta propia.

Qué queréis que os diga, a mí los dos me parecen un coñazo. Por lo cual cada año me sorprendía ver cómo los irlandeses eran capaces de exprimir el Bloomsday, teniendo en cuenta que en dicha festividad todo giraba en torno al Ulises, otro tocho tan infumable como el que me está obligando a escribir esto.

Por cierto, un compañero de un anterior trabajo estaba muy a tope con lo del Bloomsday. Hasta salía disfrazado de época con su madre y todo. Pero también era un pavo raro de cojones, y quizá eso explicase muchas cosas...

Tras dar la tabarra con la economía, el libro pasa a hablar de la sociedad irlandesa y de qué la caracteriza a día de hoy, al menos en Dublín. Y nada tan característico de la capital del Liffey como los putos hipsters y la gentrificación. Cierto es que mientras vivíamos allí vimos como varias zonas en evidente decadencia tras un pasado industrial pasaban por un lavado de cara consistente en la construcción de pisazos que ni vosotros ni yo nos podremos permitir jamás y la apertura de establecimientos pijos con más opciones veganas que carnívoras en el menú (con precios astronómicos, of course) y muebles de madera vieja. De todas formas, dichas zonas nos pillaban lejos de casa, así que sólo pasamos por ellas un par de veces.

Pero no sólo de hipsters vive Dublín. El autor también le da lo suyo a los pijos en general (aunque me da que él mismo es uno de ellos). Concretamente, a los que viven en las afueras, más allá de una autovía de circunvalación M-50 que cada día sufre atascos de la hostia. El motivo por el que se mete con ellos es porque en general están en contra de que se cambie una sola piedra de sitio, y ahí tengo que darle la razón a nuestro amigo liberal. Y es que no fueron pocas las veces que mi novia y yo viajamos en avión fuera de Irlanda, bien porque queríamos visitar a la familia, bien porque nos daba la gana escapar unos días de aquel eterno invierno; y el aeropuerto de Dublín, aparte de estar MUY lejos de la capital, sólo es alcanzable por carretera. Esto implicaba pasar más de una hora en un autobús de los que te quitan las ganas de vivir o soltarle ochenta euros a un taxista (ochenta euros hace siete años. No me quiero imaginar cuánto costará ahora). Existe un proyecto (que más que proyecto, a estas alturas es una leyenda) que propone llevar una línea de metro del centro a las terminales, pero teniendo en cuenta a qué ritmo avanzan estas cosas en Irlanda, me da a mí que la isla se hunde antes de que podamos ver un vagón de metro por allí.

Como dato curioso, os diré que algún que otro año cometí la temeridad de acompañar a mi novia al aeropuerto la víspera de Navidad (pues yo soy más de dejarlo para enero) y luego me recorría ANDANDO los más de catorce kilómetros de camino de vuelta, parando en algún Tesco para comprar la pizza que sería mi cena de Nochebuena. Pues bien, una vez me llevé la cámara y saqué fotos de dudosa calidad cromática que os voy a enseñar ahora porque sé que a vosotros tanta letra sin dibujitos os marea:

Estelas de luz porque TAMBIÉN cargaba con un trípode

Iglesia de San Nosequién

A ésta la llamo "Mi primer día usando Lightroom"

Más estelas de luz y tal

A esta otra la llamo "Street photography pero poco"

Y para terminar, la decadencia de las fachadas dublinesas. A los que defendéis esta arquitectura tan horrenda os hacía yo vivir ahí dentro una temporada

Volviendo al libro, el autor también menta a los MAMILs sin que yo me acuerde muy bien del motivo. Y es curioso, pues descubrí este concepto antes de verlo en vivo gracias al blog de Vicisitud y sordidez. A quienes no hayáis tenido la suerte de oírme hablar de ello en persona, os diré que MAMIL son las siglas de Middle Age Men in Lycra. Vamos, cuarentones que, sin una forma mejor de lidiar con la crisis de mediana edad, se gastan un pastón en una bici de carreras, otro pastón en ropa de ciclista ajustadísima y se hacen la ruta de casa al curro y del curro a casa (suelen ser muchos kilómetros) en este vehículo de dos ruedas, y cuando llegan a la oficina lo hacen repartiendo olor a sudor y vergüenza ajena a partes iguales. Vale, las oficinas irlandesas cuentan con duchas, pero recuerdo más de un compañero pasando por esta fase y ver su ropa de licra tendida junto a su puesto suponía una tortura para la vista, el olfato y el buen gusto.

Sí, yo también iba en bici al trabajo, pero no convertí mi medio de transporte en una personalidad, no me jodáis.

Más cositas que aparecen: un rapapolvo a Donald Trump (la primera vez que fue elegido currábamos en aquel call center y la noticia provocó un multitudinario "gasp" entre el personal) y a los fachas irlandeses en general. Lo cual me hizo levantar una ceja porque no me constaba que quedasen muchos. Al menos organizados políticamente. Luego otro poquito de crítica a los impuestos, más basura neoliberal, bla bla bla... Y una mención al leaving cert.

El leaving viene a ser el equivalente a la Selectividad, la EBAU o como se llame hoy en día. Y como no tengo mucho que decir acerca de la irlandesa, os voy a hablar de la mía, que para eso éste es mi blog.

Después de terminada la guerra europea, en febrero de mil novecientos diecinueve, la huelga que comienza con la empresa de energía eléctrica La Canadiense se extiende hasta convertirse en huelga general en todas las industrias de Barcelona durante cuarenta y cuatro días. En diciembre de mil novecientos diecinueve, la federación patronal crea los llamados sindicatos libres o amarillos, formados por esquiroles, delatores, rompehuelgas y por pistoleros cuya misión consistía en dar muerte a los dirigentes sindicales y a los obreros recalcitrantes.

¿Cómo os quedáis? Espero que con el culo tan torcido como el profesor que tuvo que corregir mi examen de Historia de España. Me tocó desarrollar el periodo de entreguerras y entre otras maravillas le clavé el párrafo anterior. Un fragmento de la peli La verdad sobre el caso Savolta que aprendí de memoria (y aún recuerdo) porque suena al principio de la versión que hizo el grupo Puagh de la canción A la huelga de Rolando Alarcón.

Aprobé el examen con muy buena nota. Y en el de matemáticas saqué un nueve sobre diez después de haber estudiado durante veinte minutos mientras me tomaba un café. La única prueba que suspendí fue Geografía, con un cuatro y medio, pero me daba todo igual porque yo no tenía pensado entrar a la Universidad y si hice selectividad fue por insistencia de mis padres. Pero dejemos a un lado este inciso en el que demuestro una vez más que soy la hostia y volvamos al tema que nos ocupa.

De hecho, no. No volvamos. Aún me toca analizar cómo el autor ensalza, entre otros, a Uber y el bitcoin, se mete con los fondos buitre y los nuevos ricos que especulan a saco con la vivienda en el país pero no sugiere una expropiación a nivel nacional como Mao manda, sugiere que las multinacionales establecidas en Irlanda paguen impuestos en forma de acciones y termina hablando de no sé qué boda entre un católico y una protestante o algo así. Y, seamos sinceros, ni yo quiero escribir sobre ello ni vosotros queréis leerlo. Así que mejor os dejo ir en paz y yo me largo a buscar un libro que sea más interesante.

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