jueves, 5 de diciembre de 2024

Lectura obligada y II

Acabemos con esto, por favor.

Hace demasiados meses escribí una entrada en la que comentaba cómo me había empezado a pelear con un libro maldito como el de El nombre de la rosa (o eso creo, pues ni me he leído la novela de Umberto Eco ni he visto entera la peli, pero me suena que por ahí van los tiros). La maldición en este caso se traducía en que cualquiera que se enfrentase a sus páginas se veía invadido por un tedio absoluto que le impedía avanzar más allá de un puñado de páginas.

Pues bien, al final conseguí leerme el puto libro de principio a fin. Y sí, vaya peñazo, oye.

Originalmente, yo contaba con plasmar aquí un huevo de ideas fruto de dicha lectura y de las notas que tomé en el proceso, pero debido a un par de problemillas (la dueña del libro me ha pedido que se lo devuelva y las notas son una mierda ilegible de las que apenas puedo sacar nada en claro) me va a costar Dios y ayuda redactar una entrada medianamente decente, por lo que no me hago responsable de lo que mi cerebro decida hacer a partir del siguiente párrafo.

Dejé el libro en un punto en el que el autor le pegaba un bonito repaso a todos los economistas que van de agoreros y luego demuestran ser unos cantamañas (lo cual me hizo recordar las sabias palabras de mi mejor amigo, quien solía decir que la Economía no tiene nada de ciencia porque no ha conseguido prever NADA). Las siguientes páginas son una constante exaltación del liberalismo y de grandes empresas como... Ryanair. Sí, el coche de línea con alas. También hace una comparación entre los escritores Joyce y Yeats, dejando caer que el primero es más de trabajo asalariado y el segundo de trabajo por cuenta propia.

Qué queréis que os diga, a mí los dos me parecen un coñazo. Por lo cual cada año me sorprendía ver cómo los irlandeses eran capaces de exprimir el Bloomsday, teniendo en cuenta que en dicha festividad todo giraba en torno al Ulises, otro tocho tan infumable como el que me está obligando a escribir esto.

Por cierto, un compañero de un anterior trabajo estaba muy a tope con lo del Bloomsday. Hasta salía disfrazado de época con su madre y todo. Pero también era un pavo raro de cojones, y quizá eso explicase muchas cosas...

Tras dar la tabarra con la economía, el libro pasa a hablar de la sociedad irlandesa y de qué la caracteriza a día de hoy, al menos en Dublín. Y nada tan característico de la capital del Liffey como los putos hipsters y la gentrificación. Cierto es que mientras vivíamos allí vimos como varias zonas en evidente decadencia tras un pasado industrial pasaban por un lavado de cara consistente en la construcción de pisazos que ni vosotros ni yo nos podremos permitir jamás y la apertura de establecimientos pijos con más opciones veganas que carnívoras en el menú (con precios astronómicos, of course) y muebles de madera vieja. De todas formas, dichas zonas nos pillaban lejos de casa, así que sólo pasamos por ellas un par de veces.

Pero no sólo de hipsters vive Dublín. El autor también le da lo suyo a los pijos en general (aunque me da que él mismo es uno de ellos). Concretamente, a los que viven en las afueras, más allá de una autovía de circunvalación M-50 que cada día sufre atascos de la hostia. El motivo por el que se mete con ellos es porque en general están en contra de que se cambie una sola piedra de sitio, y ahí tengo que darle la razón a nuestro amigo liberal. Y es que no fueron pocas las veces que mi novia y yo viajamos en avión fuera de Irlanda, bien porque queríamos visitar a la familia, bien porque nos daba la gana escapar unos días de aquel eterno invierno; y el aeropuerto de Dublín, aparte de estar MUY lejos de la capital, sólo es alcanzable por carretera. Esto implicaba pasar más de una hora en un autobús de los que te quitan las ganas de vivir o soltarle ochenta euros a un taxista (ochenta euros hace siete años. No me quiero imaginar cuánto costará ahora). Existe un proyecto (que más que proyecto, a estas alturas es una leyenda) que propone llevar una línea de metro del centro a las terminales, pero teniendo en cuenta a qué ritmo avanzan estas cosas en Irlanda, me da a mí que la isla se hunde antes de que podamos ver un vagón de metro por allí.

Como dato curioso, os diré que algún que otro año cometí la temeridad de acompañar a mi novia al aeropuerto la víspera de Navidad (pues yo soy más de dejarlo para enero) y luego me recorría ANDANDO los más de catorce kilómetros de camino de vuelta, parando en algún Tesco para comprar la pizza que sería mi cena de Nochebuena. Pues bien, una vez me llevé la cámara y saqué fotos de dudosa calidad cromática que os voy a enseñar ahora porque sé que a vosotros tanta letra sin dibujitos os marea:

Estelas de luz porque TAMBIÉN cargaba con un trípode

Iglesia de San Nosequién

A ésta la llamo "Mi primer día usando Lightroom"

Más estelas de luz y tal

A esta otra la llamo "Street photography pero poco"

Y para terminar, la decadencia de las fachadas dublinesas. A los que defendéis esta arquitectura tan horrenda os hacía yo vivir ahí dentro una temporada

Volviendo al libro, el autor también menta a los MAMILs sin que yo me acuerde muy bien del motivo. Y es curioso, pues descubrí este concepto antes de verlo en vivo gracias al blog de Vicisitud y sordidez. A quienes no hayáis tenido la suerte de oírme hablar de ello en persona, os diré que MAMIL son las siglas de Middle Age Men in Lycra. Vamos, cuarentones que, sin una forma mejor de lidiar con la crisis de mediana edad, se gastan un pastón en una bici de carreras, otro pastón en ropa de ciclista ajustadísima y se hacen la ruta de casa al curro y del curro a casa (suelen ser muchos kilómetros) en este vehículo de dos ruedas, y cuando llegan a la oficina lo hacen repartiendo olor a sudor y vergüenza ajena a partes iguales. Vale, las oficinas irlandesas cuentan con duchas, pero recuerdo más de un compañero pasando por esta fase y ver su ropa de licra tendida junto a su puesto suponía una tortura para la vista, el olfato y el buen gusto.

Sí, yo también iba en bici al trabajo, pero no convertí mi medio de transporte en una personalidad, no me jodáis.

Más cositas que aparecen: un rapapolvo a Donald Trump (la primera vez que fue elegido currábamos en aquel call center y la noticia provocó un multitudinario "gasp" entre el personal) y a los fachas irlandeses en general. Lo cual me hizo levantar una ceja porque no me constaba que quedasen muchos. Al menos organizados políticamente. Luego otro poquito de crítica a los impuestos, más basura neoliberal, bla bla bla... Y una mención al leaving cert.

El leaving viene a ser el equivalente a la Selectividad, la EBAU o como se llame hoy en día. Y como no tengo mucho que decir acerca de la irlandesa, os voy a hablar de la mía, que para eso éste es mi blog.

Después de terminada la guerra europea, en febrero de mil novecientos diecinueve, la huelga que comienza con la empresa de energía eléctrica La Canadiense se extiende hasta convertirse en huelga general en todas las industrias de Barcelona durante cuarenta y cuatro días. En diciembre de mil novecientos diecinueve, la federación patronal crea los llamados sindicatos libres o amarillos, formados por esquiroles, delatores, rompehuelgas y por pistoleros cuya misión consistía en dar muerte a los dirigentes sindicales y a los obreros recalcitrantes.

¿Cómo os quedáis? Espero que con el culo tan torcido como el profesor que tuvo que corregir mi examen de Historia de España. Me tocó desarrollar el periodo de entreguerras y entre otras maravillas le clavé el párrafo anterior. Un fragmento de la peli La verdad sobre el caso Savolta que aprendí de memoria (y aún recuerdo) porque suena al principio de la versión que hizo el grupo Puagh de la canción A la huelga de Rolando Alarcón.

Aprobé el examen con muy buena nota. Y en el de matemáticas saqué un nueve sobre diez después de haber estudiado durante veinte minutos mientras me tomaba un café. La única prueba que suspendí fue Geografía, con un cuatro y medio, pero me daba todo igual porque yo no tenía pensado entrar a la Universidad y si hice selectividad fue por insistencia de mis padres. Pero dejemos a un lado este inciso en el que demuestro una vez más que soy la hostia y volvamos al tema que nos ocupa.

De hecho, no. No volvamos. Aún me toca analizar cómo el autor ensalza, entre otros, a Uber y el bitcoin, se mete con los fondos buitre y los nuevos ricos que especulan a saco con la vivienda en el país pero no sugiere una expropiación a nivel nacional como Mao manda, sugiere que las multinacionales establecidas en Irlanda paguen impuestos en forma de acciones y termina hablando de no sé qué boda entre un católico y una protestante o algo así. Y, seamos sinceros, ni yo quiero escribir sobre ello ni vosotros queréis leerlo. Así que mejor os dejo ir en paz y yo me largo a buscar un libro que sea más interesante.

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