miércoles, 9 de noviembre de 2022

Yo vs. el alemán. Noveno asalto

El otro día publiqué una entrada enumerando algunos elementos de mi lista de la compra (sí, es increíble hasta qué punto soy capaz de hablar de chorradas), destacando que todos ellos habían vuelto a mi vida gracias a que ahora vivo en Austria. Tal entrada pudo haber dado a entender que en estos momentos me encuentro en una especie de arcadia comercial en la que cualquier producto de consumo que se me antoje está al alcance de mi mano, pero nada más lejos de la realidad. Aquí también me las veo y me las deseo cuando quiero adquirir según qué, o me toca pagar un pastizal por ciertos artículos debido a que escasean inexplicablemente.

Por poner un ejemplo, el sábado me volví a casa con dos latas de Monster, de la modalidad Rehab (que es la única que no me da taquicardias ni convierte mi sistema digestivo en la fábrica de Play Doh). Pues bien, dichas latas fueron compradas en un quiosco de la Hauptplatz, y como no es posible encontrarlas en ningún supermercado, me clavaron cinco tazos por cada una.

Otro caso: debido a que nuestros gatos suelen tener brotes de idiotez que les llevan a insultar a paredes o pelearse con puertas, la del salón cuenta con un tope para evitar su accidental cierre y el consiguiente encierro de ambos animales en su interior (la caja de la arena quedaría fuera, y no me apetece ni pensar en el escenario resultante). Un tope de Rilakkuma, aclaro, que hasta hace poco era monísimo. Concretamente, hasta que uno de los mininos decidió convertir al pobre Rilakkuma en un personaje de una peli de David Cronenberg:

Viewer discretion is advised

De haberme encontrado en España, habría acudido a un bazar chino para buscar a un sustituto del tope, pero aquí no hay bazares chinos. Lo más parecido que tenemos es el Tedi. Intuyo que sabréis de sobra qué es el Tedi porque en Valladolid hay tres. Y si algo existe en Valladolid, eso quiere decir que lleva años implantado en todas partes, pues Valladolid es el penúltimo lugar al que llega todo (el último es Extremadura, pero no creo que haga falta decirlo). 

En el Tedi no había topes de puerta.

La segunda y última opción a la que recurrí fue el Sewa. Se trata de una franquicia similar al Tedi pero con un puntito wu wu que roza lo estrafalario: guantazo de olor a incienso nada más entrar, musiquita de crótalos de fondo y mucha parafernalia relativa a tradiciones orientales (tradiciones de las de ohm, chakras y tal, no de las de limpiarse el culo con la mano izquierda). El Sewa es el comercio ideal para gente que dice cosas como "yo no creo en Dios. Yo creo en la energía", colgados que van a manifestaciones contra los chemtrails o mi profesora de inglés del instituto.

Pero no sólo de magufadas vive el Sewa. También cuenta con sus baratijas de todo a cien y con un cliente descontento porque topes de puerta, lo que se dice topes de puerta, no tienen. Así que mientras espero a que Aliexpress me haga entrega de un nuevo y devorable trozo de goma que evite que mis gatos se queden sin acceso a su váter, voy a hacer un breve repaso de otros establecimientos a los que acudo ocasionalmente antes de contaros la última en la que me he metido gracias al idioma tan chachi que hablan aquí. Empezando por las tiendas de muebles.

Esta ciudad cuenta con un Ikea, y ha sido gracias al comercio sueco y a su servicio de reparto a domicilio que hemos podido amueblar más de la mitad del pisazo (lo habré dicho más veces pero lo repito una vez más: estaba vacío cuando entramos en él). No obstante, el Ikea no tiene absolutamente todo lo que se necesita cuando de meter mierda en un piso se trata. Por ello, no han sido pocas las veces que me ha tocado acudir a locales de las otras cadenas existentes aquí. La más conocida se llama XXXLutz, y si no fuese porque a la entrada expone una silla gigante que te da pistas de lo que vas a encontrar en su interior, al ver semejante nombre, uno podría pensar que está a punto de adentrarse en un puticlub de varios pisos. Aunque otras dos tiendas del gremio a las que me ha tocado ir un huevo de veces se llaman Möbelix y Mömax, lo que me hace pensar que aquí eligen a gente que no está bien para poner nombre a los comercios.

Enlazando con lo que acabo de decir, voy a meter un inciso para contar que una conocida empresa constructora de la ciudad se llama Granit, y que hay una de derribos llamada... Demolit. Os lo juro. Y yo, cada vez que paso por una zona en obras y veo estos carteles pienso que si tuviese dinero y ganas montaría una de limpiezas y recogida de andamios y la llamaría Limpit. Por las risas.

Otra tienda de muebles bastante popular es el Leiner, pero no me quiero detener mucho en ella porque es cara de cojones y lo único que he sacado de allí son un par de toallas y la promesa de ir alguna mañana a probar su desayuno buffet (pero es que hay que plantarse en el lugar antes de las once de la mañana y no veáis qué pereza).

Debido a que ese causante de todos los problemas que tenéis ahora mismo llamado Capitalismo ha hecho evolucionar nuestra especie hasta el punto de que tenemos que montar nuestros propios muebles, en los tres años que llevamos en este país he tenido que hacerme con tal surtido de herramientas y material de bricolaje que mi trastero parece el plató de Bricomanía. Para tal fin he recurrido dos comercios llamados Obi y Hellweg. Este último está a tiro de lapo de mi casa, lo cual es una ventaja por lo práctico que resulta si alguna vez necesito un destornillador de estrella de manera urgente, y una desventaja porque me he gastado MUCHA pasta en plantas para el balcón de ésas que tienen la manía de morirse demasiado pronto.

Y poco más os puedo contar. En cuanto a tiendas de ropa, nada que no sepáis ya, pues la sombra de Amancio también llega hasta aquí y, salvo una tienda viejísima que está a punto de cerrar porque ha vaciado los escaparates en la que compré una cazadora de señor mayor, aquí son todo zaras, bershkas y tal. Y con respecto a supermercados... Podría mencionar el Billa, que tiene la modalidad Billaplus en el que venden lo mismo pero más caro (algo así como el supermercado de El Corte Inglés) y en el que hicimos una de nuestras primeras compras importantes (al ver el precio de la misma, nos llegamos a plantear si los austriacos cagan dinero o algo). También está el Spar, que le viene bien a todo el mundo porque no hay quien no tenga uno al lado de casa, o los dos a los que acabamos yendo todos cuando de hacer compra grande se trata: el Hofer (que en España es el Aldi y no sé por qué tiene el nombre cambiado) y el Lidl. Mi novia y yo solemos ir a este último, pues está muy cerca de donde vivimos. Por otra parte, Lidl nos ofrece usar una app que entre otras cosas, sirve para recoger información acerca de TODO lo que nos llevamos a casa y cuenta con un histórico de nuestras compras para que podamos comparar los precios actuales de cada artículo con los de hace no mucho y nos preguntemos: "pero... ¿Qué coño? ¿Por qué está todo tan caro de repente?".

Lo habitual es que mi novia y yo formemos un equipo para enfrentarnos a los pasillos del Lidl, pues nos toca cargar con dos carros: el propio del supermercado en el que ir colocando artículos y el plegable de Ikea en el que los mismos harán el camino de vuelta a nuestro hogar. No obstante, debido a lo que sea, hay veces que uno de los dos tiene que encargarse de todo. Y el otro día yo fui ese "uno de los dos".

Tras varios minutos recorriendo el súper tirando de carrito y carrito, buscando productos de ésos que cambian de sitio una vez que he memorizado dónde estaban y cansándome en general, a la batería que alimenta mi cerebro se le encendió la luz roja. Por ello, no es de extrañar que en determinado momento, y tras meter no recuerdo bien qué en el carro del local, olvidase que el plegable también estaba conmigo, quedando éste abandonado en la sección de limpieza e higiene mientras yo me dirigía a la línea de cajas con la intención de pagar y largarme por fin.

Es posible que lo que voy a decir me haga quedar como un privilegiado asqueroso, pero me da igual: la línea de cajas es uno de los lugares que más me estresan. Llega, deposita todos los productos en la cinta, asegúrate de que no se mezclan con el comprador que está delante de ti, controla de reojo que el que viene detrás no mezcla a su vez su compra con la tuya, espera tu turno, saluda a la cajera, enseña el código de la app (espera, que se me ha apagado la pantalla. Ahora la aplicación no responde, mierda, etc.), echa una carrera para ver quién corre más: si la cajera escaneando o tú devolviendo mierda al carro, saca la tarjeta, apóyala en el lector, intenta recordar el pin porque es mucho dinero ("pero... ¿Qué coño? ¿Por qué está todo tan caro de repente?") y el contactless no se fía de ti, ignora la cara de impaciencia de la cajera, mete el pin de una vez, recoge el ticket, aléjate empujando el carro con los codos porque el ticket y la tarjeta tienen tus manos ocupadas... Qué angustia, por Dios.

Pues bien, añadid ahora que, en el día de autos, en algún punto del follón anterior fui consciente de que mi carrito plegable se había quedado atrás, entre compresas y rollos de papel higiénico. Tratando de no interrumpir a la cajera, esperé a que terminase su tarea escaneadora, y mientras procedía a pagar quise advertirle de mi situación. El problema es que yo no sabía cómo decir "carrito de la compra" en alemán, lo que me llevó a echar mano de un truco consistente en lanzar una moneda al aire desde el punto de vista lingüístico: "si tanto el alemán como el inglés tienen raíz germánica, tú prueba a decir la palabra en inglés y confía en que te entiendan".

Pero no coló. Vale que "carrito" en inglés se dice cart, pero es que lo más parecido a eso que hay en la lengua de Goethe es Karte. O séase: tarjeta.

La sufrida dependienta creyó que, en algún lugar de aquel Lidl, el muchacho español con un paupérrimo nivel de alemán que se intentaba explicar ante ella había perdido su tarjeta de crédito. La pobre procedió a pedir por megafonía que algún compañero acudiese a asistirme (aunque podría perfectamente haber dicho "por favor, que alguien se encargue de este imbécil", que no pillé ni jota de su mensaje) y de nada sirvió que yo intentase explicarle con gestos lo que realmente quería, pues a aquella altura del teatro surrealista que se estaba desarrollando, lo de poner la mano detrás de mí y moverla hacia delante y hacia atrás podría haber representado que estaba usando un carrito invisible o que me estaba abanicando un pedo.

La cajera, que seguía convencida de que mi medio de pago aún se hallaba fuera de mi alcance, quiso cancelar la compra, pero entonces descubrió que yo YA HABÍA PAGADO, y le explotó la puta cabeza. Aproveché su estupor, señalé mis artículos, le hice un gesto como diciendo "vigila que no se muevan de aquí" y corrí a rescatar a mi propio carro. Una vez recuperado el mismo, volví al lugar de los hechos cargando con él en volandas como si fuese un trofeo a la poca vergüenza y se lo mostré a aquella mujer, causando que en su cara se dibujase la expresión de entender por fin qué coño está pasando (como cuando en una peli de Christopher Nolan el prota le cuenta a otro personaje de qué va todo).

Por suerte no me tocó dar más explicaciones, pues la ayuda solicitada por megafonía nunca llegó a producirse y yo pude huir del lugar siendo consciente, una vez más, de que no sé hablar alemán.

Moraleja: "carrito" se dice Einkaufsroller.

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