Muchos de los pocos que seguís este blog sabréis que mi novia y yo vivimos actualmente en una casita en el sur de Dublín, la cual posee un bucólico patio en su parte trasera. Y lo sabréis porque lo he mencionado en varias entradas, no porque os haya dejado venir a verlo en persona, pues soy un rancio carente de toda hospitalidad.
Cuando entramos a vivir en dicha casita, descubrimos que el anterior inquilino se había dejado en el patio una silla de plástico de IKEA modelo VÅGÖ, la cual dispone de un asiento enooorme y un respaldo ridículamente pequeño. De hecho, he calculado que la única forma de encontrarse cómodo sentado en una VÅGÖ es teniendo las piernas del gigante de Twin Peaks y el tronco del enano de Twin Peaks. Por cierto, nunca he sido capaz de ver todos los episodios de Twin Peaks.
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fuente: carrusel de series
Me basta con imaginarme a estos dos jugando al juego de las sillas para tener hecha media tarde |
Además de la silla torturavértebras, el patio contaba con una cantidad de malas hierbas que daría para cubrir dos veces el Nuevo Estadio José Zorrilla y que reaparecen con frecuencia por mucho que me afane en arrancarlas y en echar sal entre las baldosas. No es un detalle muy relevante, pero quería que supiéseis que no todo es placer en mi vida.
En estos momentos, mi patio mola: unos geranios por aquí, unas flores por allá, unas lechugas plantadas en botellas de agua enganchadas a la valla que da a la casa de mi vecino pelirrojo casado con una irlandesa que gusta de invitar a sus amigas algunos viernes y berrear canciones de Beyoncé en su salón hasta las dos de la mañana, unas tomateras junto al muro, hierbabuena y menta formando un coqueto paseo y varias cajas de plástico en las que están creciendo hortalizas que no soy capaz de identificar hacen que la habitación abierta de mi casa constituya un lugar en el que se está a gusto cuando no llueve. El problema es que las opciones en cuanto a asiento son escasas: o la anteriormente mencionada VÅGÖ o el bordillo de la puerta.
Vale, el año pasado por estas fechas compré un banco de hierro y madera a través de Groupon que el repartidor dejó en la puerta de mi casa sin avisar y mi padre y yo montamos con gran dificultad (pues las piezas no encajaban todo lo perfectamente que deberían) la última vez que mis progenitores vinieron de visita. Pero resulta que, temeroso de que las inclemencias temporales me jodiesen el banco en dos días, decidí cubrir el mismo con una lona a medida que encontré en Amazon. Y ahora me da pereza quitarla cada vez que planeo salir a sentarme al patio. ¿Vagancia? Una poca. ¿Gilipollez? Muchísima.
Si mi patio está tan florido y lleno de vida es por dos motivos. El primero es que, cual hormiga que se pasa el día cargando con comida que llevar al hormiguero, he aprovechado cada ocasión a mi alcance para, poco a poco, ir llenando mi patio con tiestos y jardineras (lo cual no es fácil, pues no es que los invernaderos y tiendas especializadas estén a la vuelta de la esquina precisamente). El segundo es la mierda de verano que tenemos aquí, durante el cual llueve casi a diario y apenas hace calor. Esto no impide que los habitantes de la isla, antes de terminar hasta los huevos de este otoño permanente y largarse dos semanas a Tenerife en busca de melanomas, se dediquen a organizar toda clase de festivales, barbacoas y demás eventos estivales que acaban siendo cancelados irremediablemente a la mínima que los nubarrones cubren el cielo. Y las tiendas sacan tajada de la situación. Por ejemplo, vendiendo ropita que no hay quien se atreva a ponerse cuando estamos a diez grados o mobiliario de jardín.
Y yo he picado.
Durante una de mis visitas al Tesco de después de almorzar descubrí que podría hacerme con un par de sillas para poder sentarme a mirar los geranios. Y lo mejor de todo es que, para variar, contaba con varios modelos a mi disposición:
La buena
Mi compañero de trabajo cordobés compró un par de sillas así y dice estar encantado. Claro que él las tiene a cubierto la mayor parte de el año y eso es hacer trampa. Además, sólo había una cuando me decidí a realizar la compra, por lo que la opción de adquirirla quedó descartada enseguida.
La fea
Dos colores a elegir: verde Ziritione o rosa fresa ácida. Al menos inspiraba confianza su aparente robustez y la promesa de alguna que otra siesta al sol en su respaldo alto y ligeramente inclinado.
La mala
Tras varios años viviendo en esta isla, he sufrido varias veces las consecuencias de lo que llamo el Principio del Todo a Cien para Pijos: ante varios productos similares con diferentes precios, no hay garantías de que el más caro vaya a tener una calidad a la altura, pero es seguro que el más barato va a ser una mierda. Y esta silla era la más barata de todas, además de tener un respaldo corto y muy recto.
Así que me decidí por la silla fea y acepté que un toque de color estridente tampoco le iba a sentar tan mal a mi patio. En lo que respecta a las alternativas de transporte del cachivache (he de aclarar que del supermercado a mi patio hay casi cuatro kilómetros de distancia, ojo), no me costó mucho ir descartando una detrás de otra, como quien se ventila una partida de quién es quién en dos minutos si sabe qué preguntas hacerle al adversario.
- Coche. No, desde luego.
- Bici. "Ciclista gilipollas sufre accidente en una carretera dublinesa al tratar de transportar dos sillas en su bicicleta y..." NO.
- Taxi. Además de ser una opción demasiado cara (agravada por los bonitos atascos que se forman por las tardes en la zona), dudo que lograse encontrar a algún taxista dispuesto a hacer esta improvisada mudanza. Así que no.
- Bus. Imposible, pues las únicas sillas que se pueden meter en estos vehículos son las que tienen ruedecitas en la parte de abajo y a un crío berreando sobre ellas.
- Tranvía. Como el bus, pero aún más congestionado si cabe.
- Compañero cordobés que tiene coche. A pesar de que el buen hombre se ofreció varias veces, decliné su ayuda todas ellas, pues me sentía mal tener que hacerle mover su vehículo por mí y llevarme hasta casa para no poder ofrecerle nada que tomar cuando llegásemos (ya os he dicho que mi hospitalidad brilla por su ausencia).
Parecía que todo eran trabas y dificultades si quería poblar mi patio de sillas. No obstante, y llevándole la contraria una vez más al sentido común que me pedía olvidarme de este nuevo capricho, me acerqué a la torre de sillas feas, mascullé un "DUBLÍN, AQUÍ ESTÁN MIS HUEVOS", agarré dos de ellas y me las llevé a la caja más cercana.
Mientras pagaba, la cajera me preguntó si tenía el coche aparcado en el parking para validarme el ticket. Y le dije que no. Me lo preguntó otra vez, pues le costaba creerse que fuese a irme de allí con dos sillas de cinco kilos cada una en brazos y le volví a decir que no. Fue entonces cuando su mirada me dijo: "tú estás flipao, chaval". Lo sé porque fue exactamente la misma mirada que me lanzó la taquillera de los cines de Zaratán hace años cuando me acerqué allí una semana antes de que estrenasen TRON Legacy a preguntar si se podrían reservar las entradas, convencido de que toda España se daría de hostias por poder disfrutar de semejante obra maestra cinematográfica.
Me alejé de las cajas sintiendo los ojos de la incrédula cajera clavándose en mi espalda ligeramente encorvada por el esfuerzo que comenzaba a llevar a cabo y salí a la calle. Una vez al aire libre, en parte por el desafío que tenía ante mí y en parte porque el viento y una oportunísima lluvia me estaban dando en los ojos, puse la misma cara que pone Lagertha antes de una batalla en la serie Vikings y eché a andar.
Apenas hube empezado mi camino me arrepentí de haber ido a comer a un buffet libre ese día, pues yo no me marcho de esos sitios hasta que la cantidad de comida que me he metido entre pecho y espalda supera en coste a lo que he pagado por entrar, y aquel día cumplí mi objetivo con creces. Especialmente en lo relativo a postres. A pesar de todo, y haciendo de Sísifo y Atlas a partes iguales, recorrí la distancia con gran dificultad y teniendo que aguantar a algún que otro gilipollas que me recomendaba aprovechar que estaba cargando sillas para descansar un rato y sentarme en ellas.
Pero, si tengo que ser sincero con vosotros (algo que no suelo hacer muy a menudo, por otra parte), reconozco que el esfuerzo valió la pena:
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Qué |
Ahora necesito una mesita a juego. Me huelo otra odisea...

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