lunes, 6 de marzo de 2017

Echando abajo la Torre de Babel

Año mil novecientos noventa y nueve. Un grupo de mocosos que por aquel entonces cursan Primero de ESO (entre los que yo me encuentro) está a punto de enrolarse en una odisea de dos semanas titulada "Intercambio cultural con Lille, Francia". Asunción, la profesora de francés, empeñada en que los niños elegidos den buena imagen cuando crucen los Pirineos y se alojen en los hogares de sus familias gabachas asignadas, dedica varias de sus horas de clase a insistir en lo importante que es que respeten unas mínimas normas de urbanidad y convivencia y que, por encima de todo, sean voluntariosos y se ofrezcan, siempre que sea posible, a ayudar con las tareas del hogar (sin caer en el esclavismo, por otra parte).

Una vez en tierras francesas, el grupo anteriormente mencionado dedica diez días a una rutina que apenas se ve alterada: por la mañana, los alumnos asisten a un collège d'enseignement secondaire y, tras una breve sesión informativa con Asunción repasando el orden del día y dando instrucciones de última hora que puedan tener algo de relevancia, los niños españoles se integran durante un par de horas en las aulas francesas, pudiendo disfrutar de una total inmersión lingüística y asistir a clases en francés.

Uno de los alumnos españoles, especialmente tocapelotas, y autor de la entrada que estáis leyendo y de todas las que han aparecido en este blog hasta ahora (ejem, ejem), aprovecha que se encuentra en clase de Espagnol para realizar toda clase de correcciones ortográficas y gramaticales a la profesora, quien, entre otras lindezas, escribe con orgullo la palabra "Alemaña" en la pizarra para referirse al país germano. Pero no es de esto de lo que quiero hablar hoy. Esto lo pongo aquí para tirarme flores y ya.

A media mañana, el grupo es rescatado de las fauces del sistema educativo galo y realiza diversas actividades fuera del collège que suelen finalizar bien entrada la tarde, cuando el precoz atardecer de marzo llena de tristeza las calles de Lille e invita a todos los habitantes de la ciudad francesa a meterse en sus casas y cerrar con llave desde dentro.

Es en la cocina de una de esas casas donde un ama de casa gabacha, mientras sus hijos gabachos juegan al Olympic Gold Barcelona '92 en la Megadrive y su marido gabacho está a punto de regresar del trabajo con dos baguettes bajo el brazo, prepara una cena con una cantidad de mantequilla considerablemente excesiva desde un punto de vista sanitario, pero no seré yo quien le diga a las amas de casa gabachas cómo tiene que hacerse la cena. En esa misma cocina, un jovencito estudiante español de Primero de ESO (que no soy yo), contempla la escena mientras trata de asociar ese concepto con un vago recuerdo alojado en algún rincón de su cerebro.

Pasados unos segundos de incertidumbre y sobresfuerzo craneal, el chaval (que no soy yo, en serio) se acuerda de toooodas las veces que Asunción insistió en lo de ayudar en la casa francesa y, como accionado por un resorte que le patea el culo desde dentro, se levanta de la silla y se sitúa junto a la mère, que continúa arrojando kilos de mantequilla dentro de la olla en la que está preparando Dieu sait quoi.

La mujer, gratamente sorprendida ante esta inesperada intrusión que acaba de romper la monotonía del crepúsculo a la que se ha visto condenada desde que se casó con el mastuerzo de las baguettes que vuelve todos los días sospechosamente tarde sin dar explicaciones, deposita sobre la encimera el bidón de mantequilla y dedica una sonrisa al chiquillo (que no soy yo, joder. Dejadlo ya) a la espera de que éste le diga qué se le ofrece. El joven, consciente del qué pero no del cómo, descubre horrorizado que no es capaz de ofrecer ayuda en la lengua de Víctor Hugo. Quizá sea debido al esfuerzo mental que ha tenido que llevar a cabo en el párrafo anterior, o puede que sea porque realmente no sabe cómo se dice (lo cual mandaría huevos, macho, que a esas alturas ya llevábamos seis meses dando Francés). En todo caso, lo único que el pobre acierta a articular, con un temblequeante hilo de voz, y en un perfecto castellano, es un leve:

   —¿Te ayudo?

Con dos cojones. La señora, que acaba de ser testigo de cómo al español le cambiaba la expresión y el color de piel, y alarmada ante el galimatías hispano que acaba de escuchar y que no es capaz de comprender, echa mano rápidamente del traductor electrónico Lexibook de uno de sus hijos (os recuerdo que estamos en mil novecientos noventa y nueve, así que ni Reverso, ni Wordreference, ni Google Translate, ni pollas) y teclea lo que cree haber escuchado. La diminuta pantalla refleja las pulsaciones de sus dedos impregnados de mantequilla y muestra lo siguiente:

TE, AYUDA

A continuación, madame Le Beurre pulsa el botón de "traducción al gabacho" y aguarda un interminable segundo a que el Lexibook le diga qué leches le pasa al niño. El artilugio, tras ejecutar un par de arcaicos algoritmos de búsqueda y emparejamiento contra su pobre base de datos interna (las cosas como son, aquellos trastos eran una puta mierda), devuelve un resultado que, en francés, viene a decir algo parecido a esto:

INFUSIÓN, SOCORRO

Este mensaje sumerge a la mujer en un estado que roza la histeria, provocando que recorra toda la casa abriendo cajones y armarios en busca de una tila, manzanilla o similar con la que poder socorrer al pobre mocoso. Tras esta infructuosa búsqueda, y totalmente presa del pánico (porque las madres francesas son como los actores franceses y también sobreactúan y exageran un poco, las cosas como son), decide telefonear a Asunción y ponerle al corriente de lo que está pasando. La profesora, con la calma que le otorga el tener más mili que el palo de la bandera en esto de los intercambios, tranquiliza a la gabacha y le explica que al chico no le pasa nada, que sólo estaba ofreciendo su ayuda a nivel doméstico y que deje de buscar infusiones, que a ese paso va a tener que ser ella quien se la tome. Por último, antes de finalizar la llamada, solicita que el chaval se ponga al teléfono para poder soltarle un "Anda, que ya te vale. A ver si atiendes más en clase, que esto os lo enseñé casi al principio".

Pasa la noche, llevándose consigo el mal rato y la vergüenza y cediéndole el turno a un nuevo día. El chico (por última vez, que no soy yo) se dirige al collège como cada mañana durante los días que lleva en el país vecino y se encuentra con sus compatriotas en la salita destinada a las breves sesiones informativas de cada día. Asunción ya está allí, esperando a que hagan aparición los alumnos más rezagados. Cuando el grupo al completo ya está reunido, la profesora empieza su discurso con un "No os vais a creer lo que pasó anoche" y, a continuación, relata con detalle todo lo que os acabo de contar, añadiendo una pausa de treinta segundos al final de su exposición destinada a que todos nos riamos como hienas y a que el protagonista de la historia, que se ha puesto rojo como un tomate y está deseando que se lo trague la tierra o algo, asimile que acaba de recibir la más importante lección de Francés de su puta vida.

fuente: greg-007
Le collège


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2 comentarios:

  1. Para empezar quiero felicitarte por tu blog, disfruto mucho leyéndolo aunque no te conozca personalmente.
    Respecto a lo de esta entrada puff… después de visualizar ‘Bienvenidos al Norte’ de Dany Boon jamás entenderé como Lille (territorio ch’timi) se ha convertido en un destino tan apreciado por estudiantes de intercambio y Erasmus. Vamos que si fuera un estudiante de español kirguizo y me destinaran a Cadiz me sentiría estafado, al menos si mi propósito fuera avanzar en la lengua de Cervantes. Y remarco lo de “Cervantes” porque allí un estudiante exótico casi está obligado a utilizar la lengua, aunque no pronuncie ni una palabra de castellano en toda su estancia…
    En cuanto al blog, tu narrativa me recuerda mucho a la del primer Murakami (el de Tokyo Blues)…pero en el mal sentido jjj Ya he observado que tienes un ego enorme y que seguramente pienses que tienes las mismas probabilidades de llevarte el Nobel que el nipón (que seguramente visto lo de Dylan sea verdad). Ambos compartís protagonistas e historias anodinas, repletas de múltiples de referencias a cultura pop (y friki) metidas con calzador para que tus lectores nos sintamos especiales (a veces hasta lo consigues… gracias). Lo mejor es que el aura elitista y humos negro que destilas a lo Woody Allen es gratuito, cuando empieces a cobrar por entrar como él quizás me lo tenga que pensar ;). Ya sabes todo lo gratuito en España hay que consumirlo…aunque haya que hacer colas de 2 horas en la calle en pleno 5 de Enero a casi 10 grados bajo cero para tomar tu porción de Roscón de Reyes gratuito (lo gratis sabe mejor mmm)… ehh algo que como el protagonista de tu historia jamás he hecho yo que quede claro jjj
    Lo dicho que enhorabuena por tu blog y por tener una gata tan simpática.

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    1. Hola, lector al que no conozco (de hecho, creo que eres la primera persona a la que no conozco en persona que pasa por aquí).

      En primer lugar, muchas gracias por todo lo positivo de tu comentario (incluyendo lo de que tengo un ego enorme, algo nada fácil de conseguir habiendo crecido en Valladolid). Y en segundo lugar, sólo quiero dejar claro que antes de llevarme un premio que le han dado a Vargas Llosa y negado a Miguel Delibes, prefiero pillarme el SIDA. Y no tras una noche loca con un travelo brasileño, no. Pinchándome por error con una jeringa infectada, con lo aburrido que es eso.

      Saludos y gracias por estar ahí.

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