La hija de una compañera de mi novia se había perdido, no sé muy bien cómo (pues aún está aprendiendo a andar), en el metro de Dubai. Para más inri, esto estaba teniendo lugar en mitad de la noche. Sin ayuda por parte de las autoridades locales, los inquilinos del apartamento decidimos dividirnos para que fuese más fácil y rápido dar con ella. Al final, por fortuna, la chiquilla apareció y se encontraba bien. No sólo bien. Se encontraba pletórica, ya que había pasado la noche metida en una juguetería. Yo tardé en enterarme del hallazgo porque me había alejado bastante del lugar de los acontecimientos mientras intentaba localizar a la niña. Pero como no era capaz de recordar su nombre, lo que gritaba mientras me dedicaba a su búsqueda era el nombre de las paradas de metro que iba recorriendo a pie.
¿Veis? También soy gilipollas en sueños.
Debido a que era sábado, y a que la fiesta del barco del día anterior nos había demostrado a mi novia a mí una vez más que ya tenemos una edad, decidimos que ningún despertador nos sacaría de la cama y que nos tomaríamos la mañana con calma, y así fue. Un ligero desayuno en el apartamento (sin café ni nada. Por Dios, ¿quién soy?) y una ducha rápida sirvieron de prólogo a la que sería la actividad que nos iba a ocupar el resto del día. Y es que, considerando que el evento mundial por excelencia del derroche cutre estaba teniendo lugar en la capital mundial por excelencia del derroche cutre, ¿quién desaprovecharía la ocasión? Nosotros, desde luego que no. Así que salimos a la calle bajo un calor difícilmente soportable y nos dirigimos al metro, el cual nos llevó a través de polígonos industriales inmensos y urbanizaciones pijas con campos de golf y chalets de dudosa estética a nuestro destino: la Expo de Dubai.
Nada más llegar tratamos de hacernos con las invitaciones cortesía de Emirates que nos correspondían por haber volado con ellos. De la entrada nos enviaron a las taquillas, escondidas en una especie de sótano, y allí nos dijeron que ellos no podían darnos las invitaciones, que tendríamos que obtenerlas escaneando el QR del billete de avión y siguiendo los pasos de la web. Y en la web nos dijeron... que vale, que aquí estaban vuestras invitaciones (lo cual fue un alivio porque yo ya empezaba a temerme un nuevo episodio de mis tribulaciones). Tras obtener una forma legal de acceder al recinto y hacer nuestra primera cola del día, pasamos el control de seguridad, donde tuvimos que mostrar nuestro certificado de la vacuna contra el Covid (¿os acordáis del Covid? Porque ahora parece que nunca hubiese existido, oye) y cruzar un arco de seguridad (aprovecho para saludar a la segurata que tuvo a bien examinar mi bolso y ver una cámara Instax por primera vez en su vida). Tras estos trámites apenas incómodos, pudimos acceder al recinto:
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Del otro lado de la cúpula había gaiteros, así que el día prometía regalarme mierda surrealista e inesperada |
El primer objetivo que yo tenía en mente una vez pudimos pasar era, como estaréis imaginando quienes me conocéis, comer. Echando mano del plano que nos entregaron en la entrada localicé el local de comidas más próximo, que resultó ser un restaurante italiano, y tras unos minutos haciendo la segunda cola del día, pedí una margarita que fue preparada ante mis ojos:
Una vez servido, encontré sitio en un bucólico rincón con vistas a los extintores:
Mi novia, que no tenía hambre, se dedicó a mirar como comía y finalmente decirme "bueno, venga, sí. Dame un poco". Una vez quedó de la pizza sólo el cartón salimos de allí y yo me propuse cumplir mis otros dos objetivos del día: conseguir cosas de balde y meterme en los pabellones de aquellos países bajo dictaduras o regímenes poco democráticos para ver cómo escondían sus miserias. Os voy avanzando que no conseguí NADA gratis (pues las distintas naciones participantes competían no sólo por ver quién tenía la chorra más larga, sino por ver quién era más rata), y el segundo sólo a medias porque no nos apetecía hacer más colas, y la expo estaba llena de gente hasta la bandera. Bueno, hasta las banderas, que había un huevo de ellas, tal y como se puede ver en esta foto de señores bailando que saqué al final del día:
Mi intención al poco de llegar con respecto a la entrada que estáis leyendo consistía en visitar la mayor cantidad de pabellones posibles y rajar aquí de todos ellos. No obstante, debido a las colas interminables ya mencionadas, fueron muchos más los stands de los que pasamos que aquéllos a los que pasamos, por lo que os voy a ahorrar un montón de párrafos de turra y sólo voy a hablaros de algunos, salpicando mi resumen con otras anécdotas de la jornada. Además, al día siguiente de escribir estas líneas me vuelvo a ir de vacaciones, por lo que tengo cosas más importantes que hacer hoy. Yo también os quiero.
Uno de los primeros pabellones que visitamos fue el de Afganistán. Y es que debido a un quítame allá esos talibanes cargándose derechos humanos, me interesaba ver cómo maquillaban el asunto. Por lo visto, la mejor forma de decir que en tu país no hay un gobierno fanático es haciéndote pasar por una tienda de alfombras. Os lo juro:
Al salir de aquella especie de bazar nos encontramos prácticamente de bruces con (y aquí llega un chiste que no todos vais a entender) la tuna de Magisterio:
Tras soportar el espectáculo durante unos diez segundos (hay veces que me siento mal por la gente que, con la emergencia climática que se nos viene encima, se empeña en seguir teniendo hijos, porque vaya truños les toca aguantar para que los mocosos no se aburran ni den guerra) buscamos la forma de hidratarnos, descubriendo que aquí el agua se servía vendía en latas:
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Aquafina NO patrocina esta imagen |
Echamos un vistazo al mapa y decidimos hacer una ruta con varias paradas intermedias y cuyo destino final era el local de Japón (por razones obvias), situado algo así como en la otra punta del enorme recinto. Por el camino pasamos frente a China:
Suiza:
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Cientos de personas esperando entrar y los paraguas que daban a la entrada no eran un regalo, que tocaba devolverlos después |
Egipto:
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No, aquí tampoco entramos |
Austria, que tenía el lema más irónico que he visto en mucho tiempo:
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Tiempo después comentaría con varios conocidos austriacos que eso de "Austria tiene sentido" me parecía una trola como un Schnitzel de grande y todos me dieron la razón |
O Arabia Saudí, cuya fila de gente esperando para entrar se perdía de vista:
Finalmente, tras lamentar no haber calculado que iba a haber tantos visitantes (recordemos que esto pasó un sábado. Si es que soy gilipollas) llegamos al pabellón de Japón y... bueno. ¿Sabéis que desde mediados de dos mil veinte no se puede viajar a Japón? Yo sí que lo sabía, pues tengo pendiente organizar un viaje con mi novia y mi hermano en cuanto levanten las putas restricciones y suelo cagarme en todo cada vez que echo un ojo a las webs de turismo japota para ver que las fronteras siguen cerradas. Y, ¿sabíais que el acceso al pabellón de Japón de la Expo de Dubai está limitado y que hay que hacer reserva para poder verlo? Bueno, pues yo NO sabía esto y no lo supe hasta que llegué a la puerta y me encontré un puto cartelito avisando de que no se podía entrar.
Para superar la decepción nos acercamos a un puesto de dulces y helados próximo, donde tras (por supuesto) hacer cola para poder pedir, descubrí que todo lo que me apetecía comer se había agotado, lo cual hizo que un sentimiento de arrepentimiento por haber ido a la puta expo empezase a crecer dentro de mi cerebro. Para que os hagáis una idea del sentimiento de decepción reinante en el momento, rechazamos entrar en Israel pese a que la entrada era inmediata porque para acceder al stand había que subir escaleras. Ni siquiera las papeleras inteligentes que te daban las gracias con un mensaje de voz cada vez que las usabas (haciéndote creer que estás salvando el planeta cuando en realidad sólo le estás haciendo el trabajo de clasificar la mierda a la empresa gestora de basuras de turno) levantaron los ánimos:
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Gracias por su gesto tan noble como inútil |
Dimos media vuelta por otro camino y pasamos junto a Italia, donde intuí que algo tenían que regalar porque no logré encontrar otra explicación a la enorme afluencia. También ignoramos España porque yo ya había visto por la tele que allí básicamente te contaban cómo es la Alhambra. Viendo que había pocas personas aguardando su entrada en Nueva Zelanda, nos unimos al grupito, y así pudimos ver una serie de vídeos explicando que en aquel país hay un huevo de ovejas y que no lo estaban haciendo tan mal (las personas, no las ovejas) en lo respectivo a cuidar el entorno (algo que, por otra parte, también decían de una forma u otra en el resto de pabellones):
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No. No había una foto mejor. Dejadme en paz |
Siguiendo el mismo motivo que nos llevó a visitar Nueva Zelanda, pasamos a Lituania, un país que en este caso fardaba de tener muchas cosas de ámbar y un agua del grifo cojonuda. Aquí también había una cafetería, atendida por un camarero borde de cojones que nos sirvió un café y un té con cara de asco y lo flipó un rato al descubrir que hay gente que se echa leche en el té. Tras unos minutos reponiendo fuerzas ante la atenta mirada del amable barista, pasamos a Brasil, cuyo pabellón contaba con un diseño que haría las delicias de quienes piensan que Brasilia no es una mierda enorme desde el punto de vista urbanístico:
El recorrido en el interior de este edificio consistía en un camino que serpenteaba sobre un extenso charco. Tras pensar durante un rato en la cantidad de visitantes torpes que habían debido de salir de allí hechos una sopa, fuimos al cercano Qatar, en el que lo único destacable era la mención al mundial de júrgol y el culto a los líderes exhibido en la entrada:
Esto último, por cierto, también pudimos verlo en Camboya:
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Aquí al menos había una reproducción de una playa bastante curiosa de la que no saqué foto porque no me dio la gana |
La tarde iba cayendo, y de otros sitios que vimos sólo considero destacable el colorido de Cuba:
Que Burkina Faso tuviese el nombre de su presidente tapado con no una, sino DOS tiras de esparadrapo, en plan golpe de estado de última hora (algo que, por otra parte, no ne habría extrañado en absoluto):
O que en el Vaticano contasen con una especie de juego de realidad virtual en el que te convertías en una mano:
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Y aquí pensaba meter un chiste sobre abusos de la Iglesia Católica, pero no lo voy a hacer porque ya se han hecho todos |
Esos pabellones eran algo decentes, sí, pero ninguno estaba a la altura del que estábamos a punto de visitar: Turkmenistán.
Para que podáis entender mi nivel de excitación mientras esperaba para entrar necesito que antes veáis este corte del programa Last Week Tonight en el que John Oliver habla sobre su presidente, Gurbanguly Berdimuhamedov (sí, lo sé, el vídeo está en inglés, pero vosotros sois unos vagos si no sois capaces de poner los subtítulos, joder): os aseguro que sus veinte espectaculares minutos describiendo a un hombre que claramente no está bien de la cabeza y que tiene una obsesión fetichista con los récords del mundo y con los caballos os van a dejar con el culo torcido. Cuando os recuperéis de la experiencia, mirad lo que presidía la entrada del pabellón:
Y de lo que descubrí dentro también guardo un recuerdo hilarante, pues todos los libros de los que habla John Oliver se encontraban expuestos allí, provocando que se me escapase la risa floja a cada paso.
No os habéis molestado en ver el vídeo, ¿verdad?. Si es que no sé ni para qué lo intento.
Con el síndrome de Stendhal aún fresco, pasamos a Rusia, donde una performance espectacular acerca del cerebro humano y los avances de la ciencia se veía deslucida ante el estruendo que armaban las decenas de críos sin educación allí presentes:
Viendo que ya era algo tarde (y que, por otra parte, nos habíamos dado una paliza a andar importante), consideramos oportuno dar la visita por acabada. De camino a la salida nos cruzamos con una de las mascotas del evento, la cual en ese momento no estaba recibiendo una paliza por parte de varios chiquillos como había sido habitual a lo largo del día
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Curro molaba más. Y nos regaló momentos inolvidables |
El camino en metro de vuelta se hizo corto, la verdad, y considerando que aquella sería nuestra última noche antes de volvernos, nos despedimos de la Marina de Dubai con una pizza en la zona que tenía mejor sabor que aspecto:
Otros que también cenaron, pero no pizza, fueron los gatos que vivían al pie del apartamento, pues se llevaron un poco de comida húmeda por sus caras bonitas antes de que nos subiésemos a dormir:
Y hasta aquí el sábado. Al final me ha quedado más larga de lo que yo esperaba. A ver si no me pasa lo mismo con la siguiente.
En fin, me voy a hacer la maleta.
Que sí, que yo también os quiero.

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