viernes, 1 de abril de 2022

Bajo el sol en febrero. Capítulo 4

Ignoro si fue debido al atracón de cruasanes y pan de pita fosforito de la víspera, pero cuando desperté por la mañana no fui capaz de recordar lo que había soñado durante la noche. Esto tuvo su parte buena, pues al no ser capaz de saber si había protagonizado alguna pesadilla, los primeros minutos de la jornada se hallaron libres de toda angustia absurda. Gracias a esta paz mental pude afrontar los wordles del día al tiempo que me jalaba unas tostadas acompañadas de un café para acto seguido tener que fregar yo mismo los cacharros, pues el lavavajillas del apartamento seguía muerto.

Y ya que hablo del apartamento, destacaré aquí un detalle que descubrí esa misma mañana, y es que junto a la entrada de servicio (del clasismo de la zona preferiría no hablar, que me da asco sólo de pensarlo) había un cuarto de basuras consistente en una trampilla por la que arrojar las bolsas de residuos, las cuales se estrellaban con ligero estrépito tras unos segundos recorriendo los veinte pisos que nos separaban del nivel de la calle.

Tras jugar un rato al "precipicio de la basura" como si fuese un niño gilipollas, me di una vigorizante ducha y salí del piso con la intención de llevar a cabo una actividad que, aunque no pudiese definirse exactamente como "cultural", al menos resultaría más útil y enriquecedora que patear por calles desiertas para acabar metido en un centro comercial (aunque, spoiler alert, mi día al final no sería muy diferente). Mientras me dirigía al metro saqué una foto de estos barcos:

No quiero adelantar acontecimientos, pero el tema de los barquitos va a tener peso dentro de un par de entradas

Una vez dentro de la parada de metro, y mientras esperaba la llegada del mismo, vi un cartel que informaba de la existencia de un área exclusiva para mujeres y niños:

No sé a vosotros, pero a mí, que a estas alturas sea necesario habilitar espacios así me parece vergonzoso y una mierda. Y no quiero entrar más en el debate porque ni yo soy Inés Hernand ni este blog es Gen Playz

Llegó el metro, y yo me adentré sabedor de que tenía por delante un viaje largo que te cagas (por si no lo había dicho ya, el metro de Dubai es, de entre aquellos que no tienen conductor, el más largo del mundo. Y LO NOTÉ). Tras varias paradas, pude hacerme con un sitio, pasando gran parte del trayecto soportando a un señor que tenía una idea muy diferente a la mía con respecto al espacio personal y que no dejaba de mirar descaradamente la pantalla de mi móvil, en la que yo trataba de leer el último artículo de Roger Senserrich. Tras un rato de lo más incómodo para uno de nosotros dos (adivinad para quién) me entraron ganas de invitarle a que se sentase en mi regazo, lo cual le facilitaría la labor de meterse en mi espacio y en mi puta vida, pero el jambo se apeó en ese momento y pude seguir leyendo en paz hasta que me tocó bajarme a mí.

Debido a un arranque aventurero que, sólo Alá sabe por qué, me dio mientras llegaba, elegí la parada previa para abandonar el vehículo, pero un vistazo rápido a Google Maps confirmó que en aquel lugar no encontraría NADA que mereciese la pena, por lo que recorrí de nuevo las escaleras en dirección al andén y esperé unos minutos a la llegada de un nuevo vehículo. En ese rato, un chico se me acercó y me preguntó de malas maneras que si estaba en el sitio correcto para ir a la parada de Union Station. Y yo estuve a punto de responder a su bordería con un "¿tengo pinta de ser de aquí?" pero, tras un par de segundos de reflexión, me di cuenta de que aquí nadie tiene pinta de ser de aquí, por lo que decidí ser amable sin que sirviera de precedente y le dije que sí, que se metiese conmigo en el vagón que justo estaba llegando en ese momento, pues le llevaría a su deseada Union Station.

Y no, no le di indicaciones falsas, cabrones.

Una vez en la parada más cercana a mi destino, abandoné definitivamente el metro y caminé por una zona totalmente diferente a lo que me había acostumbrado a ver en los últimos días. Aquí no había apartamentos de lujo, rascacielos y cristalitos decorando las aceras. Aquí vivían los que trabajan para quienes ganan en un día más que vosotros y yo en un año y vienen a este enorme escenario que es Dubai para presumir de un tren de vida que dé sentido a sus ídems.

Mientras caminaba y daba vueltas a todas estas ideas sobre diferencias de clases, injusticias sociales y ganas de que se vaya todo a la mierda porque nada va a cambiar, llegué al lugar que había estado deseando visitar desde hacía mucho tiempo: un puto marco.

Por si aún no ha quedado claro, insisto: cuanto más absurda y desproporcionada resulte la arquitectura de un edificio o monumento, más ganas tendré de visitarlo, y el Dubai Frame se llevaba la palma en esta ciudad: un rectángulo de ciento cincuenta metros de alto y noventa y cinco de ancho hueco por dentro, representando un marco de fotos que, en teoría y como justificación para su existencia "divide al nuevo y clásico Dubai del moderno y futurista". Vamos, un satanazo como a mí me gusta entre la parte pija y la parte pobre.


Os pongo otra foto de más cerca para que apreciéis el despropósito en detalle:


Tras pagar la entrada y acceder al interior, fui recibido por un fotógrafo que se encargaba de colocar a los visitantes contra una pared y sacarnos dos fotos: una posando como nos saliese de los huevos y otra con el pulgar hacia arriba. Después de este embarazoso momento en plan parque de atracciones durante el cual no pude evitar sentirme un poquito gilipollas, pasé a una sección con olor a colonia que recreaba cómo era la ciudad de Dubai antes de que el petróleo la convirtiese en la Sodoma de los Emiratos, con sus puestos de mercado y poco más. Tras esta experiencia, tomé el ascensor junto con una pareja de guiris tan guiris como yo y fuimos transportados durante el tiempo que tardé en hacer chof chof con las manos varias veces tras aplicarme en las mismas un chorrazo de gel hidroalcohólico a la galería superior, la parte más interesante del edificio. Aquí, una azafata nos dio la bienvenida y nos dijo de la forma más amable posible que ni se nos ocurriese saltar sobre los cristales, y yo pensé "tranquila, que esa idea no se me había pasado por la cabeza". Y es que todo el piso estaba atravesado por una alfombra de vidrio y, si uno vencía el vértigo y miraba hacia abajo, podía ver que nos encontrábamos a decenas de metros de un hostión guapísimo:


Perdonad, que se me han colado los pies en la foto.

Así mejor. Acojona, ¿eh?

Además de mirar al suelo como hacía el Cabrero en la canción Como el viento de poniente que con tanto arte versionó Marea, también era posible divisar el Dubai rico a un lado:


A otro el Dubai pobre:


Y allá a su frente, un puesto de café. Pero de esto no saqué foto. De hecho, ni siquiera me pedí uno, pues no me apetecía tener que tomármelo de pie y ya me estaban entrando ganas de salir de allí. Bajé en el ascensor localizado en el lado opuesto y fui conducido a una sala en la que se proyectaba en bucle un video en casi trescientos sesenta grados representando cómo creen aquí que será Dubai en el futuro, con sus robots, sus drones, sus rascacielos llenos de plantitas y matojos varios, sus twizys corriendo por carreteras metálicas y su música al estilo Daft Punk sonando de fondo:


A toda esa fantasía hay que añadir que las mujeres seguirán tendiendo que llevar velo, por lo visto:


De todas formas, todo el mundo sabe que en el futuro Dubai estará debajo del agua o de la arena.

Una vez terminó el vídeo, salí de allí y me topé con dos empleadas que intentaban venderme las fotos cutres de la entrada. Tras esquivarlas como si fuese un recortador de toros salí al exterior sin mirar atrás y recorrí una zona llena de edificios en construcción hasta que llegué al metro. Confirmé que la alternativa a pagar viaje para una única parada era caminar durante CUARENTA minutos siguiendo un rodeo de la hostia porque esta ciudad odia profundamente a los peatones y pasé al vagón, agradeciendo que el viaje fuese tan corto, habida cuenta de lo petado que estaba. El lugar que elegí para comer se encontraba en pleno corazón del World Trade Centre, que puede sonar pijo, pretencioso o incluso rimbombante, pero que no dejaba de ser una puta explanada de cemento:

Imaginad esto en verano

De los diferentes establecimientos que había allí, elegí una hamburguesería que ofrecía carne de vaca alimentada 100% con hierba. Y aunque mi paladar no da para confirmar o desmentir aquella afirmación, lo que me pedí estaba bien rico: 


Mientras daba cuenta del almuerzo en la terraza del sitio y contemplaba con cierto regocijo a yupis que literalmente se derretían al sol bajo sus trajes, camisas y corbatas, otros yupis que comían a mi alrededor mantenían conversaciones vacías relativas a sus trabajos de mierda; y en ese momento no pude evitar pensar que el capitalismo es un sistema creado por y para vendehumos.

Le he dado varias vueltas a ese pensamiento desde entonces, y no sólo estoy cada vez más convencido de ello, sino que me juego una hamburguesa de carne de vaca alimentada 100% con hierba a que nadie puede demostrar que me equivoco.

Tras dejar la bandeja vacía, abandoné el lugar esquivando charcos de yupi para acto seguido pasar junto a una cola de gente que, sufriendo la solana, esperaba pacientemente la llegada de un taxi que les llevase al aeropuerto, a un hotel pijo, a un puticlub o vete a saber dónde:

Insisto. Imaginad esto en verano

Me adentré entonces en la feria de muestras de Dubai con la intención de colarme en alguna convención en la que poder rapiñar mierda gratis:


Sin embargo, todas las puertas del interior estaban guardadas por sendas parejas de seguratas. Intuyendo que bajo aquellas circunstancias lo único que me iba a llevar gratis sería una buena hostia, me largué del edificio con la intención de ver otra creación loca: el Museo del Futuro.

Hay quien dice que su curiosa forma representa un ojo humano. Pero yo ahí veo un donut aplastado porque soy muy simple

Debido a que estaba recién acabado, aún no se podía visitar cuando estuve allí, por lo me conformé con sentarme en un banco a contemplar su curiosa fachada y cómo una modelo asiática se hacía miles de fotos en sus proximidades mientras el fotógrafo ponía a prueba su paciencia. Cuando me cansé de aquel teatrillo eché a andar de nuevo, pasando esta vez junto a rascacielos que parecían sacados de la mente de una Ayn Rand más enferma de lo normal:

Cuando Dubai acabe bajo las aguas el videojuego Bioshock cobrará sentido

También pasé a través de un centro comercial escondido en un sótano del que no diré nada ahora porque Dubai será todo lo grande que tú quieras, pero es que resulta que al día siguiente acabé por casualidad en el mismo sitio y todo eso lo dejo para la siguiente entrada, mira tú.

La tarde avanzaba, mis pies se cansaban y mi cerebro exigía café. Y yo a aquella altura de mi estancia en la ciudad ya había concluido que la forma más rápida y eficaz de hacerse con uno de estos brebajes consistía en adentrarse en un centro comercial, por lo que fui al más grande del mundo: el Dubai Mall.

Cerca de allí, un bloque de viviendas con un nivel de pijerío over 9000 y una ristra de cochazos aparcados frente a su fachada me recordó que jamás podré aspirar al nivel de vida de quienes habitaban aquella parte de la ciudad:


Y yo ahora os pregunto: ¿os gustaría vivir en uno de estos lujosos apartamentos? Si habéis respondido que sí, os diré que mierda para vosotros, gilipollas, pues a diez escasos metros de los edificios, con tres carriles por sentido, viento en popa a toda vela, no alegraba sino que jodía la vista y los pulmones de los residentes una estupenda autopista:


Tras dejar atrás aquella infame promoción inmobiliaria, entré en el bullicioso mall y descubrí un acuario gigante al que decenas de personas sacaban fotos al tiempo que competían con las criaturas del interior en lo de poner cara de besugo.


Llegué a una cafetería y me trinqué un café con chocolate. Éste contaba con una concentración de azúcar que dudo habría sido legal bajo los estándares sanitarios de la Unión Europea, por lo que salí de allí como un mapache con epilepsia y me perdí varias veces mientras intentaba dar con una tienda que vendiese película para mi cámara Instax. Tras encontrar un pack de CINCUENTA fotos en la Megastore de Virgin que gastaría en pocos días, me fui del centro comercial, no sin antes fliparlo un poco al descubrir que el sitio contaba con clínica propia:

Pero seguro que aquí las PCR son más baratas que en la mierda de Quirón

El Dubai Mall está conectado con el metro a través de una galería comercial llena de puestos cuyos vendedores son muy de asaltar a los viandantes ofreciéndoles colonias. Dicha galería, por cierto, es larga de cojones, y a pesar de contar con cintas transportadoras en gran parte de su trayecto, aquella asistencia no fue suficiente para mi espalda, que empezaba a pedirme que me largase ya a la cama. Sin embargo, el jefe de mi novia propuso que fuésemos a cenar, así que ni yo pude satisfacer a mi espina dorsal ni vosotros os vais a librar de un par de párrafos más de turra.

De camino al apartamento me crucé con el muchacho responsable de que la Marina de Dubai se encontrase alfombrada de "cromos" (algo que conté hace un par de entradas), los cuales eran arrojados al suelo por este individuo con una naturalidad y un salero dignos de ser mencionados en este blog tal y como acabo de hacer. Tras encontrarme con mi novia y dejar los paquetes de Instax en mi habitación, los dos nos dirigimos al restaurante ligeramente pijo en el que su jefe, la pareja de éste y una compañera de curro ya ocupaban una mesa. Una vez más, sin saber muy bien qué platos elegir de la exótica carta, dejamos que fuese el jefe el encargado de hacer la selección, y sigo sin tener muy claro qué cené aquel día, pero he de reconocer que estaba todo riquísimo:

¿Alguna vez habéis comido sushi caliente? Yo hasta aquella noche tampoco

Dimos cuenta del cebatil mientras la compañera de mi novia a su vez me daba una lección de geografía acerca de la Península Arábiga y el Estrecho de Ormuz como ningún profesor ha sido capaz de dármela nunca, y a la llegada de los postres rechacé todas las opciones muy a mi pesar porque había acordado con mi organismo que los empachos en Dubai tendrían lugar cada dos días. Pero bueno, al día siguiente tampoco jalé tanto. Ya os contaré.

De todas formas, al final resultó que hice bien en no comer postre. Se comenta que la tarta de chocolate del restaurante tenía tantísimo azúcar que me habría hecho volver al apartamento trepando por la tapia del edificio.

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