Quienes hayáis tenido el valor de leer mis cinco anteriores entradas habréis notado que suelo empezar cada una contando lo que sueño la noche previa al día con el que pienso daros el coñazo. Pues bien, esta vez no va a ser así. Más que nada porque no recuerdo lo que soñé. Eso sí, he de destacar que descansé de maravilla y me desperté fresco como una rosa. En realidad no es algo destacable, pero es que necesitaba paja para rellenar el primer párrafo y no se me ha ocurrido otra forma de hacerlo.
Si el día anterior decidí que la vitualla disponible en el apartamento no estaba a la altura de mis expectativas desayuniles, en esta ocasión, dispuesto a no complicarme la vida y con un interesante plan en mente que aún no voy a revelar (y que, por supuesto, tiene que ver con papeo), hice de tripas corazón y me trinqué un par de tostadas procedentes del paquete de pan de molde que llevaba con nosotros desde el primer día. Pan de molde, todo sea dicho, que empezaba a exhibir una dureza digna de entrar en la escala de Mohs. De todas formas, las tostadas estuvieron acompañadas por un par de huevos cocidos, así que no sé por qué me quejo, la verdad.
Tras ingerir este desayuno al que mucha gente en este planeta nunca tendrá acceso (y voy a dejar de darle vueltas al tema porque con cada frase que escribo me siento más miserable), pasé por la ducha y aproveché que mi novia tendría que asistir a una reunión que le partiría la mañana en dos para acercarme al área de la noria, la cual había estado divisando desde el balcón del dormitorio cada mañana sin poder encontrar el momento de plantarme allí. El agradable paseo hasta el lugar me hizo cruzar un par de puertas que parecían pertenecer a los hoteles que había por el camino, por lo que no pude evitar pensar durante un buen rato que me estaba colando donde no debía. De todas formas, el que nadie gritase "¡eh, usted!" a mis espaldas me animó a continuar hasta que llegué a mi destino.
El lugar tenía pinta de ser bastante pijo (lo cual, a aquellas alturas de mi estancia en Dubai, no me sorprendía en absoluto), pero el hecho de que aún fuese bastante pronto causó que se encontrase prácticamente vacío de gente con pasta mirándome por encima del hombro, lo cual agradecí sobremanera. Lo primero que hice fue confirmar que las extrañas antenas que se veían desde mi balcón y parecían no tener ninguna utilidad no tenían, efectivamente, ninguna utilidad:
También saqué la obligatoria foto de la noria que presidía esta extraña península. Aprovechando, eso sí, la peor perspectiva posible cuando de fotografiar una noria se trata:
Después de un buen rato deambulando por allí y no encontrar nada interesante que hacer, me comí algo ligero en el sitio más acogedor posible: un puto Mcdonalds.
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Y se supone que el café era pequeño, no me jodas |
Al poco de sentarme en la desierta terraza con mi recién adquirido piscolabis, un hombre y una mujer de avanzada edad eligieron la mesa más cercana a la mía para hacer lo propio y empezar a comunicarse entre sí a grito pelado. Instantes después, más individuos de su misma quinta hicieron aparición y se unieron a la acalorada conversación, contribuyendo con berridos a un volumen aún más alto si cabe. Mientras se desarrollaba el pandemónium, el viejo original procedió a descalzarse y toquetearse los pies como si aquello fuese el cuarto de baño de su puta casa, y yo agradecí por una parte que tanto el café como el donut de la foto de arriba ya se hallasen en su totalidad camino de mi estómago y, por otra parte, que en ese momento mi novia me mandase un mensaje avisándome de que era un elfo libre (sic.). No tuve que esperar demasiado para que primero se largasen los escandalosos yayos y después apareciese mi novia, quien pudo experimentar por sí misma lo anodino del lugar.
Abandonamos la península de la noria y, malamente guiados por Google Maps, nos metimos en un hotel cuyas entrañas escondían un establecimiento al que llevaba semanas queriendo y no pudiendo ir. Resulta que en la ciudad austriaca donde llevamos viviendo dos años y medio (cómo pasa el tiempo, joder) se puede encontrar de todo menos locales que sirvan un desayuno irlandés en condiciones, y afortunadamente Dubai contaba con buenas noticias para mí:
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Ñam |
Poco después, echando un ojo a los movimientos de mi tarjeta de crédito, me caería un poquito hacia atrás al comprobar el pastizal pagado por el desayuno, pero ni ese ligero contratiempo ni el guiri sentado cerca de nosotros cuyo smartphone no paraba de reproducir el tono de llamada que vuestras madres tienen por defecto en el suyo impidieron que pudiese disfrutar de la fritanga y las judías, así como del espectáculo que daban los pájaros al otro lado del cristal mientras se bañaban en la piscina del hotel.
Una vez de vuelta en el apartamento, y con el estómago felizmente lleno (mi padre suele decirme cada vez que lee una de estas entradas que me pasé la estancia comiendo y no le falta razón) procedimos a prepararnos para la actividad que ocuparía el resto de nuestro viernes. Vale, en mi caso la preparación consistió en ponerme un pantalón corto y los calcetines adquiridos durante la víspera en el Decathlon, pero es que algo tengo que decir para ligar la primera parte de la entrada con la segunda: la fiesta en el barco.
A primera hora de la tarde, todos los compañeros de apartamento, así como el jefe de mi novia y la novia de aquél, fuimos andando hacia el muelle, encontrándonos por el camino que varias calles a nuestro paso se encontraban cortadas al tráfico rodado. Por una parte, al ver varios coches desperdigados con bacas estrepitosas, asumí que estaba teniendo lugar una carrera ciclista, pero como quienes se encargaban de mantener las avenidas libres de vehículos eran policías con aspecto militar, no pude descartar que se hubiese producido un aviso de bomba (además, no vi ninguna bici por allí). Considerando que llegamos al muelle sanos y salvos y que Dubai no salió en los periódicos al día siguiente, asumo que la primera alternativa fue la correcta.
Subimos a bordo y allí nos unimos a más gente cuya relación con nuestro grupo no terminó de quedarme clara. No sé si eran miembros de filiales de la empresa donde curra mi novia, acompañantes en general o peña que se había colado con todo su morro. Lo que sí que estaba claro es que para todos ellos lo de pasar una tarde de viernes montándose una fiesta en un barco era algo habitual, pues sus ropas y actitudes encajaban perfectamente en aquella mezcla de post de Instagram y anuncio de colonia cara. Los que acabábamos de llegar, por otra parte, estábamos de un perdido que te cagas, sin tener muy claro dónde sentarnos, dónde meternos o qué coño hacer en general. Y el hecho de que el organizador del sarao marítimo, y a la sazón cumpleañero, llegase una hora tarde, no ayudó en absoluto a que me relajase.
Afortunadamente, el momento de zarpar llegó por fin, y mientras el yate se alejaba del muelle y de la línea costera Dubaití, el jefe de mi novia aprovechó para contarnos cosas relativas a los distintos rascacielos y edificios que se divisaban: que si tal hotel es carísimo, que si cual bloque de pisos tiene no sé qué características (no, no me acuerdo muy bien de lo que dijo, ¿qué pasa?), etcétera. Tras varios minutos en movimiento, y estando no muy lejos de la costa, echamos el ancla (bueno, nosotros no. La tripulación, se entiende). Fue entonces cuando la DJ puso en marcha el altavoz y a mí me entró hambre.
La cuestión es que yo había oído la palabra "barbacoa" varias veces estando a bordo de aquel navío, pero tengo por costumbre, por la cuenta que me trae, no dar nada por sentado. Con esta idea en mente me dispuse a explorar el barco en busca de algo que llevarme a la boca, pero no pude llevar a cabo la tarea porque la novia del jefe de mi novia nos pilló a mi novia y a mí por banda y nos sugirió que fuésemos con ella a la proa, pues quería aprovechar para hacernos fotos (lo de "sugirió" es un eufemismo porque prácticamente nos llevó a rastras, pero bueno). Una vez nos colocó a su gusto, se pasó un buen rato dándonos instrucciones sobre cómo posar y llenando la memoria del móvil de mi novia con instantáneas de lo más pasteloso. Instantáneas que, por otra parte, no voy a publicar aquí porque... no. Cuando se hubo cansado de hacer de fotógrafa de parejas, decidió que mi novia era el modelo perfecto para sacar unas pocas más, así que aproveché el momento y me escapé a la otra punta del barco buscando comida y encontrando decepción y sorpresa. Me explico.
Decepción porque la "barbacoa", aparentemente, consistía en una bolsa de comida del Mcdonalds con nuggets y patatas fritas; y sorpresa por el inicio de conversación que tuvo lugar. Resulta que el jefe de mi novia se encontraba de cháchara con otra empleada con la que yo no había hablado hasta la fecha (y que no pertenecía a nuestro grupo de desubicados sociales). Dicha empleada, que contaba con unos dientes blanquísimos, unas pestañas de medio kilómetro y un aura de beautiful people que se podía ver desde la otra orilla del Golfo Pérsico, me miró y me dijo: "¡Anda! A ti te estaba buscando yo. ¿Qué tal estás?". Y yo a cuadros, claro. Porque no sé vosotros, pero yo no estoy acostumbrado a que gente así me dirija la palabra, salvo que sea para pedirme que me aparte de su camino. Mi estupefacción inicial dio paso a una breve (y torpe por mi parte) conversación acerca de lo ocurrido en los últimos días y las actividades llevadas a cabo en la ciudad. Salió el tema del Gold Souk y comenté mi incomodidad ante los vendedores que no paraban de asaltarnos para intentar colocarnos relojes de lujo falsos, "pues me apaño perfectamente con un Casio de diez euros", y entonces ella me enseñó su muñeca, la cual, ojito, lucía un Casio de 10 euros.
(Silencio dramático)
Yo no pude evitar pensar que por allí tenía que haber una cámara oculta o algo (tiempo después, mi novia me aclararía que aquella mujer no tenía nada de ostentoso, que es un cielo de persona y que yo tengo muchos prejuicios y una considerable falta de amor propio). Pero bueno, en ese momento alguien que no recuerdo hizo aparición, la conversación murió y yo pude asaltar la comida basura.
Terminando de masticar un nugget ya frío, me dirigí a la parte de arriba de la embarcación y, Bacardi cola en ristre, eché unos minutos viendo cómo se hacía de noche y yo me perdía la puesta de sol porque éste se hallaba escondido tras unos rascacielos:
Mientras el resto del pasaje se dedicaba a beber y bailar (al fin y al cabo, aquello era una fiesta), yo experimenté uno de los momentos más enriquecedores desde el punto de vista cultural de toda mi estancia en Dubai. Y es que uno de mis compañeros de apartamento, que por lo visto se ha pasado media vida currando y haciendo negocios en esta parte del mundo, me estuvo contando cosas bastante interesantes acerca de las costumbres, la política y los valores del mundo islámico. Al poco, mi novia regresó de su sesión fotográfica con una expresión que decía algo así como "¿qué coño acabo de vivir?" y otros integrantes del grupo de quienes nos sentíamos fuera de lugar se unieron también, haciendo que el número de germanoparlantes constituyese mayoría y la conversación derivase a expresiones y vocabulario en alemán que no recuerdo en absoluto.
El buen rato que estaba pasando mejoró considerablemente cuando un olor a carne invadió el barco, pues al final sí que hubo barbacoa. Y yo agradecí que nos encontrásemos en aquel preciso lugar, bien cerca de la mesita en la que la tripulación iba colocando a intervalos regulares hamburguesas y pinchos que yo mandaba a mi buche sin ningún tipo de reparo mientras pensaba en la frase y título del disco de Mojinos Escozíos "En un cortijo grande, el que es tonto se muere de hambre".
Aprovechando el jolgorio y el descontrol, un miembro de nuestro grupito echó mano de la nevera, sacando de la misma una botella de Möet. En ese momento, como si fuésemos chiquillos robando vino de misa de la iglesia del pueblo, intercambiamos miradas en plan "¿pasará algo si...?", "¿se dará alguien cuenta de que...?", pero no pasó nada, nadie se dio cuenta y al poco rato la botella estaba vacía. Guardadnos el secreto.
El extraño ruido que hace un ancla al ser izada (sí, "ancla" es femenino) nos hizo saber que tocaba dar media vuelta, y no sé si porque la tripulación tenía prisa por irse a casa, pero fuimos a toda hostia. Hicimos una breve parada cerca de la noria de la mañana para poder verla iluminada, pero nadie le hizo ni puto caso porque todo el mundo estaba ocupado bailando.
Tras este alto nos dirigimos finalmente de vuelta al muelle que nos vio partir horas antes, y una vez atracado el barco se produjo tal desbandada de personal que no pude despedirme de nadie.
Se rumoreó que la fiesta continuaría en no sé qué discoteca, pero uno ya está mayor para según qué trotes, por lo que decidí que el día se podía dar por finiquitado. Mi novia, que aunque es más joven que yo a veces gusta de competir conmigo por ver quién se hace viejo antes, secundó la moción, así que nos volvimos al apartamento pensando que mañana sería otro día.

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