viernes, 4 de marzo de 2022

Bajo el sol en febrero. Capítulo 0

Este blog es como el Guadiana, macho. Lo mismo me tiro meses sin pasarme por aquí que os suelto tal turra que vais a necesitar varios viajes al retrete para poder leerlo todo. Pero es que esta vez no es para menos.

Resulta que hace no mucho, mientras entraba por la puerta de nuestro pisazo tras un largo día de curro, mi novia me espetó que tendría que ausentarse durante una semana por motivos laborales que no me quedaron muy claros (la verdad es que directamente no tengo claro NADA de lo que hace en su trabajo, pero es que para estas cosas yo soy como la infanta Cristina, que bastante tiene ya mi cerebro con resolver los cientos de putos wordles que siguen saliendo a diario). Y la entrada terminaría aquí si no fuese porque añadió que se admitían acompañantes. Y que si quería ir con ella.

Imagino que os estaréis preguntando a dónde tenían pensado mandar a mi novia. Os doy una semipista:

fuente: 20minutos


Casi. Al lado. Si el campechano está actualmente pasando unos días en Abu Dabi por un quítame allá esos millones de euros en comisiones, mi novia me estaba ofreciendo viajar de domingo a domingo a Dubai. A DUBAI, joder.

Y claro, al oír esto, mis siete neuronas convocaron una reunión de Emergencia en la que no quedó muy claro cuál de todas decía qué:

–¿Ha dicho Dubai? Eso está como a cinco o seis horas de vuelo, ¿no? ¿Va a soportar su espalda tanto rato de viaje?

–Su espalda ya no soporta ni media hora de nada. Pero el paracetamol le está yendo bien. Lo preocupante es el destino en sí.

–Eso, y que acaba de volver de una semana de vacaciones en Valladolid. No sé yo si a su jefe le va a parecer bien que se vuelva a largar.

–Y más aún teniendo en cuenta que en un par de meses tiene pensado pirarse a Canarias otra semana. Yo no sé de dónde saca este chico tantos días libres.

–Bueno, mira, que se apañe con su jefe como pueda. De momento vamos a centrarnos en esto. A ver, ¿qué sabemos de Dubai?

–Que está en los Emiratos Árabes, pero no tengo claro si es la capital o no.

–Eso es lo de menos. ¿No es la ciudad que han levantado en medio de la nada a golpe de petrodólar?

–Cierto, la que tiene un huevo de rascacielos y construcciones a lo bestia.

–Es verdad. El Burj Khalifa, el Burj Al-nosequé, lo del marco de fotos ése to grande que se puede ver por dentro, una piscina con una profundidad del copón para poder bucear...

–A éste no le metes a bucear ni a tiros. Ya te lo digo yo.

–¿Sabemos si han empezado a levantar la mierda ésa de Calatrava que iba a medir un kilómetro?

–Creo que no, pero a estas alturas la ciudad ya debe tener chorradas de sobra como para que al pelele éste le compense el viaje.

–Sí. Yo no sé qué le ha dado con estas cosas, pero desde qué leyó el artículo aquél de Vicisitud y Sordidez está que no caga con la arquitectura loca.

–Pues me da que en Dubai se lo va a pasar como un enano. Aquello tiene pinta de ser algo en plan Desmadre a la americana, aunque no tengo muy claro si Desmadre a la americana es una película que describe lo que quiero decir porque no la he visto. ¿La habéis visto alguno?

–No.

–No.

–No.

–No.

–No.

–No.

–Vale, pues entonces queda pendiente ver la película de los huevos. Y si no hay ningún tema más que tratar, yo creo que podemos dar la reunión por finiquitada, ¿no?

–¿Y lo de Dubai?

–¿Qué pasa con Dubai?

Y así durante un buen rato, dejando claro una vez más cómo funciona mi cerebro.

Al final acepté la oferta, entre otros motivos porque, aparte del mencionado sinsentido arquitectónico que me provocaría un síndrome de Stendhal tras otro, el clima de la zona en febrero resulta de lo más apacible, y eso me vendría de lujo para intentar combatir la dermatitis ("die Sonne ist super", me dijo el dermatólogo) que, un año más, está volviendo a colonizar mis brazos. Por otra parte, a mí lo de deambular por calles desconocidas sin rumbo fijo ME CHIFLA, y con mi novia dedicada a sus quehaceres profesionales, tiempo para ello iba a tener de sobra (tiempo, y unas zapatillas de deporte estupendas que me compraron mis padres hace unos meses y que me permiten patear durante kilómetros y kilómetros sin despeinarme).

Así que tocó prepararse para la estancia en Dubai. Lo primero que hice fue darle muchísimas vueltas a si debería o no llevarme la cámara de fotos (tranquis, que en este caso no voy a reproducir mi conversación neuronal), pero decidí que mejor no cargar con peso extra, habida cuenta de que pasaría calor y de que Dubai tiene tanta tontería junta que no iba a saber muy bien a dónde apuntar con el objetivo. De hecho, no iba a saber ni qué objetivo utilizar en cada ocasión. Sí que me llevaría la instax, que no abulta tanto y me vale para sacar fotos majas cuando hace sol.

También estuve planteándome renovar el móvil antes de ir, pues el mío no es que haga unas fotos de la hostia (y ya lo comprobaréis), amén de que su batería empieza a tener la capacidad justita para pasar el día, pero como los últimos modelos vienen sin tarjeta SD, y yo para eso soy muy cabezota, concluí que sería mi actual celular el que me haría compañía a pesar de todo.

De cara a planificar mis rutas por la ciudad, tampoco es que me lo currase mucho, y como la mayoría de imágenes que pude ver en Street View son de hace seis años, sabía que me encontraría un paisaje muy diferente, por lo que decidí que improvisaría sobre la marcha, al igual que improvisaría la adquisición de un adaptador de enchufe (en Emiratos Árabes tienen toma británica). Y es que mi novia y yo descubrimos el día antes de partir que el porrón de adaptadores que teníamos se quedó por el camino cuando nos mudamos de Irlanda a Austria.

Otra cosa que hice antes de partir fue comprarme un par de zapatos. Resulta que yo no uso de eso y empezó a correr el rumor de que en Dubai hay sitios en los que no te dejan entrar con playeras, e imaginad el bochorno si eso llegase a pasar. No voy a contaros cuánto me gasté en el calzado, pero dejaré caer que no poco. Si digo esto es porque, tras pasar por la zapatería, mi novia y yo pedaleamos hasta un centro de test covid en el que nos hicimos sendas PCRs, y de ahí a un supermercado en el que poder comprar un par de cosas que desayunar al día siguiente, antes de partir. Pues bien, el gilipollas que escribe estas líneas se dejó la bolsa con los zapatos nuevos en la cesta de la bici, en plena calle, y se tiró cuarto de hora dentro del supermercado sin percatarse de la situación. Cuando fui consciente de la jugada, salí corriendo del súper y descubrí que, ojo, los zapatos seguían donde los había dejado, y eso que la zona en la que aparqué la bici es de ésas que harían torcer el gesto a alguna que otra imbécil xenófoba. Let that sink in, que diría Ter.

Pues nada, ya estábamos prácticamente listos. Hicimos la maleta y yo me aseguré de meter en la misma la manta eléctrica que me pongo en mi ajada espalda cada noche y un alijo desmedido de paracetamol, le dimos instrucciones a Frau Pfefferoni para que se encargase de nuestros gatos (una semana que se iba a tirar la pobre dedicándose a esa tarea, y lo único que le dejamos para agradecérselo fueron cuatro lonchas de jamón serrano a medio caducar dentro del frigo. Si es que somos la mierda) y nos fuimos a dormir pensando en la paliza viajera a la que nos tendríamos que enfrentar al día siguiente. Pero de eso os hablaré en otra entrada, que sois unos ansiosos.

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