Hace unas semanas pasé una fría tarde de noviembre en compañía de una austriaca (la del Dirndl, para más señas) y un amigo de ésta, de origen alemán. Entre otras cosas, durante aquella velada hablamos acerca de las tradiciones y características culturales propias de la patria de cada uno, y mientras comentábamos lo que se hacía fronteras adentro, me percaté de que, si bien la austriaca tenía un conocimiento nada despreciable en lo que a mi querida Españita, esta Españita mía, esta Españita nuestra se refiere, el alemán no. Y es que el muchacho aprovechó muchas de mis aportaciones para meter pullas y chistecitos acerca de corridas de toros, encierros, sanfermines y todo lo relacionado con maltratar bóvidos, dejando claro que su idea de España estaba más cerca de una emisión del NODO que de la realidad actual.
Tales meadas fuera del tiesto por parte del teutón estuvieron a punto de provocar que me asomase el Miguel de Unamuno que todos llevamos dentro y le dijese cuatro cositas bien dichas que intentasen explicar por enésima vez, a un europeo central, que España es mucho más que toreros, folclóricas y sangría. Sin embargo, tras unos segundos de reflexión en los que concluí que la mayoría de alemanes, de España sólo conocen Mallorca (la parte fea de Mallorca, aclaro) y que no me hallaba ante una excepción a esta norma, decidí que sería mucho más divertido ir a por el más difícil todavía y rellenar su ignorancia de datos que le hiciesen concluir que Spain no es que sea different, es que es de un different que te cagas, y que lo que mejor representa a España no es una foto de W. Eugene Smith, sino un grabado de Francisco de Goya.
Como sé que os gusta todo masticadito y que nunca os da por buscar información adicional acerca de mis referencias, os pongo una foto de W. Eugene Smith para que no os canséis:
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fuente: LIFE magazine |
Y un grabado de Goya:
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fuente: Real Academia de Bellas Artes de San Fernando |
¿Se entiende ahora lo que quiero decir?
Vale, no fue para tanto. Lo que pasa es que empecé a largar acerca de tradiciones raras, noticias escabrosas y anécdotas inverosímiles MUY NUESTRAS y al final el pobre ya no sabía qué pensar de mi país. Y ¿adónde nos lleva esto? Pues a que, como soy mucho me meterme en fregados, he decidido que voy a dedicar unas pocas entradas a largar por aquí las historias que le conté a él, ya que sé que cuento con uno o dos seguidores internacionales que tampoco las conocerán, y quiero que les cambie la cara también a ellos. No prometo nada, que ando con poco tiempo libre últimamente y encima Jaime Altozano ha sacado por fin el curso de piano avanzado, así que no sé hasta qué punto podré estirar este chicle. De momento, voy a aprovechar que estoy un poco hasta los huevos de mi proyecto actual de punto de cruz y voy a darle un rato a la tecla.
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Me queda por hacer la parte blanca. Y las letras van a brillar en la oscuridad si todo sale según lo previsto |
Para inaugurar esta saga, y aprovechando que es veintidós de diciembre, hablemos del Sorteo Extraordinario de Navidad, un evento que año tras año promete repartir pasta a diestro y siniestro provocando que a mucha gente se le vaya la olla en mayor o menor medida.
Esta movida comienza en pleno verano, cuando los billetes de lotería son puestos a la venta en todo el territorio nacional y aquéllos que se encuentran lejos de sus casas debido a las vacaciones estivales compran los primeros décimos creyendo que las probabilidades de hacerse con un premio serán mayores. Conforme avanzan los meses y se acerca el día del sorteo, el volumen de números adquirido aumenta, y aparecen las participaciones: divisiones de un décimo de lotería vendidas a menor precio por diversos motivos (menciono esto porque en septiembre le compré varias participaciones a una protectora de animales de Valladolid y no me arrepiento en absoluto). Es durante estas fechas también cuando se producen los intercambios de décimos entre amigos y familiares (y sé de familias que se desplazan cientos de kilómetros para reunirse poniendo la lotería como excusa).
Llegado cierto punto del otoño que me cuesta localizar con exactitud, pues es algo que se presenta sin avisar como si de mi dermatitis se tratase, comienza a emitirse en televisión el anuncio de la Lotería de Navidad. Hasta hace algunos años (no me atrevo a buscar cuántos, que con esto de ser emigrante puede que sean, no sé, diez o quince y entonces me dé el bajón por lo rápido que pasa el tiempo desde que me fui de España) era habitual que lo protagonizase un calvo vestido de negro que "repartía suerte" soplándole polvos imaginarios a la gente que pasaba a su lado (no enlazo el vídeo porque todos los que he encontrado en Youtube tienen una calidad de mierda y no os merecéis eso). Pues bien, yo una vez, emulando una parodia del anuncio que hicieron en el programa de televisión El Informal, le bufé un puñado de harina a la cara a mi hermano mientras decía entre risas "soy el calvo ése". No sé si a estas alturas me habrá perdonado o no.
Sigo. Lo habitual es que la compra de lotería se produzca en las diferentes administraciones repartidas por toda España, aunque destaca por encima de ellas una situada en el centro de la capital: Doña Manolita (el sitio aparece en la web de turismo de Madrid y todo, no os lo perdáis). Y es que una mezcla de tradición y superstición hace que miles de personas cada año formen una kilométrica cola ante este establecimiento para dejarse aquí los dineros, con el convencimiento de que los billetes del local contienen los números agraciados. Incluso yo una vez formé parte de dicha cola porque quería pillarle un décimo a mi madre hasta que me cansé de esperar tanto y se lo compré a un gitano que vendía los mismos números en la calle un pelín más caros.
Y así, con gran parte de la población habiéndose gastado más o menos pasta, llega el esperadísimo día del sorteo. El mismo tiene lugar en el Teatro Real de Madrid, pues es tanta la gente que quiere asistir que no cabrían en un recinto más pequeño. Y no es coña. Para la edición de este año hay peña que se ha tirado más de una semana haciendo cola para pillar sitio. El nivel de frikismo que poseen algunos de los espectadores es digno de estudio, constituyendo lo que parece una competición por ver quién porta el disfraz más estrafalario. Juzgad vosotros mismos:
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fuente: combinacionganadora.com |
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fuente: combinacionganadora.com |
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fuente: combinacionganadora.com |
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fuente: combinacionganadora.com |
Tela, nunca mejor dicho. Pero bueno, hay gente ahí fuera que lleva camisetas de equipos de fútbol y no les decís nada.
De entre todos estos personajes solía destacar Salvador Benítez, quien no faltaba a esta cita anual vistiendo un traje al que había cosido cientos de botones. Pues bien, hace poco me enteré de que el hombre luchó contra el bando fascista en la Guerra Civil, se unió a la Resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial y acabó internado en el campo de concentración de Mauthausen. Tras su liberación, se estableció en París, y una vez muerto Franco pudo volver a España y, entre otras cosas, presenciar en directo cada sorteo de Navidad, ganándose el apelativo de "El loco de Matarraña" debido a sus pintas. Mis respetos.
Teniendo en cuenta la expectación que genera el evento, quienes no lo conozcáis estaréis pensando que lo que ocurre durante el mismo debe ser más o menos la hostia, ¿no? Pues... Yo creo que no. Pero es que a mí, por culpa de una constante sobreestimulación por parte de las redes sociales, me cuesta encontrar cosas que me emocionen. Resumiendo mucho, lo que ocurre durante las varias horas de la mañana que dura el sorteo, es que dos chiquillos que se van turnando sacan sendas bolas de los bombos que tienen detrás y berrean el número agraciado y el premio en metálico que le corresponde. "Taaaal número". "Taaaantos euros". "Taaaal número". "Taaaantos euros"... Y así casi dos mil veces. Que podrían usar a cantantes o a actores de doblaje en vez de a críos (y crías desde 1984), con su irremediablemente estridente voz, pero es que es tradición que esta actividad sea llevada a cabo por alumnos del Colegio de San Ildefonso. ¿Por qué? Pues porque antiguamente el alumnado de dicho centro estaba compuesto por huérfanos, y se creía que, al no tener a nadie en este mundo cruel a quien poder beneficiar, no harían trampas durante el sorteo. Hala, otro dato curioso que os regalo.
La monótona letanía se interrumpe cuando el infante encargado de cantar los premios saca del bombo correspondiente uno de los de más categoría (el mayor de todos es conocido como "el gordo" y a éstas alturas de la redacción me da pereza buscar a cuánto asciende en la actualidad). Es en ese momento cuando ambos chiquillos vocean a pleno pulmón número y premio varias veces mientras los asistentes reaccionan como si estuviesen presenciando por primera vez el gol de Iniesta en la final del mundial de Sudáfrica, en un momento que será viralizado y repetido hasta la saciedad horas después en los informativos de turno. Y en eso consiste básicamente el sorteo. Decidme vosotros ahora si os chuparíais una semana de cola para verlo en directo.
Aunque lo arriba descrito ni me vaya ni me venga a estas alturas de la vida, tengo que reconocer que la cantinela de los chiquillos entonando números y premios constituye para mí un entrañable ejemplo de magdalena de Proust. Y es que, al ser habitual que sorteo y comienzo de vacaciones de Navidad coincidan en el calendario, solía pasar esa fecha en mi juventud esquivando el último día de clase del trimestre y comprando regalos para mis familiares en diferentes tiendas del centro de Valladolid. Durante dichas compras siempre caía algún café con leche que me ayudase a combatir el frío vallisoletano, y como hay una ley no escrita que obliga a todos los bares a sintonizar un canal de televisión o emisora de radio que retransmita el sorteo, ser espectador u oyente del mismo me pillaba en un buen momento a nivel de salud mental.
Moñerías aparte, queda hablar del último detalle cronológico importante relacionado con todo esto. El sorteo ha concluido, los ganadores de los premios mayores están al tanto de ello y no hay un puto telediario que no abra la emisión de la tarde sin recoger imágenes de los mismos ante la puerta de las administraciones que vendieron los números agraciados descorchando champán, mostrando fotocopias del décimo de marras, declarando gilipolleces y mostrando una alegría en absoluto compartida por aquellos de nosotros que, envidiosos, seguiremos siendo pobres un año más.
A ver, es muy habitual que alguno de los muchos números adquiridos haya sido agraciado con algo de pasta, pero otra ley no escrita dice que ese dinero debe ser reinvertido, y esta vez perdido para siempre, en el sorteo de Lotería del Niño, que tiene lugar a su vez cada seis de enero. Pero éste no tiene tanta chicha como el de Navidad, así que podemos acabar aquí la entrada.
