El precio de la entrada incluía la visita al "Zoo comestible", y como saltarnos esa parte habría supuesto perder dinero, pues al zoo que fuimos, tú. Para que os hagáis una idea general, esta segunda parte de la visita abarcaba una especie de valle enorme recorrido por un camino circular en el que se encontraban varias estaciones, a cual más desconcertante. Vamos, como los círculos del Infierno de la Divina Comedia, pero de buen rollo.
Bueno, según se mire. La primera parada de dicho camino, tras descender unas pocas escaleras (que se me antojaron cientos, habida cuenta del quintal de chocolate que me había metido entre pecho y espalda minutos antes), consistía en... Un cementerio (si lo flipásteis con la fábrica en sí, esta mierda no va a ser menos). Concretamente, el "cementerio de las ideas". Y es que a algún lumbreras de la fábrica se le ocurrió que sería una buena idea, o al menos una idea interesante, el reservar un lugar en tan bucólico valle que recogiese todas aquellas idas de olla en cuanto a sabores de chocolate que, por un motivo u otro, habían abandonado la cadena de producción.
Ignoro si el que tuvo esta idea fue el mismo que decidió situar en medio del cementerio UNA ESTATUA REPRESENTANDO A UN NEGRO EMPORRADO:
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Negro emporrado. Al igual que hice en la anterior entrada, en ésta he utilizado una imagen de marcado carácter fálico para mantener una coherencia artística a lo largo de la serie literaria |
A los pies del simpático personaje, varias lápidas recogían descripciones de los sabores locos, y nosotros pedíamos al marido austriaco de mi compañera de trabajo argentina que nos las tradujese para sentir una invasión constante de fascinación y arcadas a partes iguales: cacahuetes y ketchup, mandarina y mostaza, vino dulce, polenta con limón...
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Siete meses viviendo en Austria y aún no sé NADA de alemán. Bien por mí |
Dejando atrás el cementerio, pasamos entre un cobertizo en el que tendría que haber pavos pero no había pavos y un falso retrete con un agujero en la puerta. Al asomarse al cubículo a través del agujero podía leerse una leyenda en el interior que decía algo así como que cuando vamos al váter somos todos iguales o yo qué sé. De todas formas, no me hagáis mucho caso porque, tal y como he dicho en el anterior pie de foto forzado NO SÉ ALEMÁN y además, en mi estúpidamente aleatoria memoria hay sitio para almacenar chorradas como lo de Fruitopía y Eurovisión que os voy a contar dentro de un rato pero no para el puñetero mensaje.
Me lo han dicho varias veces y yo lo he dicho varias veces: qué difícil es ser yo.
El camino continuaba durante unos cincuenta metros, y en este tramo en particular había altavoces que reproducían leyendas populares en diferentes idiomas. No nos detuvimos demasiado rato a escucharlas, más que nada porque llegamos justo a tiempo para oir una voz de mujer que narraba en perfecto español un fragmento relativo a un fraile que se partía de risa porque se le estaba muriendo el burro. Como comprenderéis, mi novia y yo nos miramos con una mezcla de asombro y trauma y poco nos faltó para huir corriendo de aquellos altavoces.
Por cierto, hablando de burros:
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Oioioioioi |
Sí, el zoo se hacía realidad. La entrada prometía zoo y al zoo llegamos. Que no sólo había burros en el lugar. A quien se adentraba en el establo le esperaban bichos de toda clase. Conejos...
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Oioioioioioioi |
Cobayas...
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Otro poco de oioioioioi |
Pollitos...
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Más oioioioio |
Unos gorrinos echando la siesta...
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Oioioi... Etcétera |
Y allí había hasta una jodida llama que entraba de vez en cuando a picotear y al rato volvía a largarse para triscar por la ladera:
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Ahora tengo mis dudas, pues nunca he sido capaz de distinguir muy bien una llama de una alpaca cuando son crías, pero si a mí no me importa y a vosotros no os importa, ¿a quién le importa? |
Lo mejor de todo es que a la entrada del establo había un cartel que recogía los nombres de cada animal, junto a una foto y una descripción que seguro que era graciosísima. Pero no puedo confirmar ni desmentir nada porque, por tercera vez, yo de alemán ni zorra y no era plan de darle la turra al pobre marido austriaco de mi compañera de trabajo argentina cada dos por tres.
De todas formas, el momento "ida de olla absoluta" con referencias a detalles del pasado que sólo recordamos dos o tres personas en todo el planeta y yo vino justo después. Quizá fue porque la siguiente parada en este viaje lisérgico que era el zoo comestible consistió en un tobogán de veinte metros para chiquillos por el que no pude evitar tirarme yo también y mi organismo estaba tan ocupado en la digestión del chocolate que no lo vio venir, pero lo que vino después me entró por los ojos como el anuncio de Fruitopía.
Y aquí es donde meto el inciso de turno porque vosotros y yo sabemos que no habéis pillado lo que acabo de decir y es una pena. A ver, resulta que en el noventa y cuatro Coca Cola empezó a comercializar en España la Fruitopía, un expermiento de bebidas con "sabor" a mezclas de frutas variadas que acabó siendo un puto fiasco porque, entre otros motivos, cada variedad de Fruitopía sabía más a mierda que la anterior. Dejando a un lado el producto en sí (y lo mal que sabía, insisto), lo más llamativo fue su campaña de márketing. Y es que Coca Cola anunció el anuncio. Me explico: en varias revistas (y creo que periódicos) un breve artículo publicitario recogía la fecha y hora exactas a las que las diferentes cadenas de televisión que por aquel entonces operaban en el país emitirían el spot dando a conocer la bebida (a eso de las diez de la noche, ojo. Prime time y tal). Además de dicho artículo, la revista (y creo que el periódico) de marras hacía entrega de unas gafitas de cartón con lentes de plástico que los espectadores debíamos usar para ver el anuncio, pues las lentes "intensificarían la experiencia" o algo así.
Lo que pasaba en realidad es que el anuncio, aparte de dar un repelús que te cagas (y si no me creéis echad un ojo), contaba con mucho patrón caleidoscópico, y el efecto se acrecentaba un poquito tras el plástico de las "gafas", pues éste creaba un efecto de multiplicación por encima, por debajo y a los lados de la televisión, y parecía que varias televisiones apiladas emitían la misma imagen a la vez.
Que no fue para tanto, en serio. De hecho, la frase que más se escuchó decir a los miembros de mi unidad familiar en el salón de casa (porque esa es otra, como aquello pintaba ser poco menos que el apocalipsis, abandonamos la cocina en la que habitualmente pasábamos ese rato del día para poder ver tal acontecimiento en la tele del comedor, que era mejor y más grande) mientras nos pasábamos las gafitas unos a otros para contemplar aquello fue "pues no es para tanto".
¿Ha quedado claro? Bien, pues ahora que os hacéis una idea del nivel de flipe que estaba experimentando (y de que probablemente tenga algún problema en la vista, pues lo de ver con ojos de caleidoscopio sólo tiene sentido en la canción Lucy in the Sky with Diamonds) podéis ver lo que yo vi:
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Te cagas |
La siguiente estación, una especie de anfiteatro donde, por lo visto, se proyectan vídeos y películas infantiles cuando hace mejor tiempo, contaba con multitud de cabezas de animales colocadas entre las gradas con la intención de, supongo, traumatizar a los chiquillos que allí se reúnen. Os pongo más ejemplos, pues le rogué a mi novia que recogiese un testimonio gráfico de aquello como si yo fuese Arturo Pérez-Reverte, ella fuese el cámara José Luis Márquez y aquel cada vez menos bucólico enclave fuese un pueblo de los Balcanes en plena Guerra de Bosnia:
Y entonces llegó el momento revelación de esta entrada. Esas cabezas de animales provocaron que en la alocada base de datos de recuerdos aleatorios que es mi memoria se agolpasen las búsquedas con una etiqueta concreta: Eurovisión. Y tuve que seleccionar entre todas ellas una en particular.
Veamos... Massiel cuando aún contaba con un hígado funcional... No. Los flecos de Salomé... Nope. Cliff Richards y su repelente Congratulations... Que no. Lydia cantando No quiero escuchar con ese horrendo vestido y llevándose one triste point... Niet. La frikada del Chikilicuatre... Joder, no. El Yuropslivinaselebreision de Rosadespaña cuya emisión me pilló así como que un poco fuera de sitio porque acababa de salir de una barra libre... Tampoco. El colgado aquél de la boina que alternaba una especie de música infantil y rock duro mientras se agarraba los huevos y hacía muecas y que, Dios sabe por qué, le hacía gracia a mi hermano... BINGO.
Recordé entonces que el esperpento recién localizado en mi memoria, aparte de por dos coristas que parecía que habían empezado a ensayar la canción la misma tarde de la actuación, estaba acompañado por varias siluetas que representaban animales antropomorfos tocando instrumentos, con cabezas DEMASIADO parecidas a las que me atormentaban en el anfiteatro del zoo comestible Zotter. En ese momento, intuyendo que una serendipia muy gorda estaba a punto de echárseme encima, agarré el móvil para buscar más detalles acerca del protagonista de la interpretación eurovisionera que acabo de describir de forma bastante pobre, y di con la clave:
"Alf Poier, artista y comediante nacido en la región austriaca de Estiria". Adivinad en qué región austriaca se encuentra la fábrica Zotter, amigos.
Las piezas del puzle encajaban perfectamente, y si uno se alejaba un par de pasos de aquel rompecabezas, podía ver que el mismo revelaba la frase que más veces me he repetido a mí mismo desde que llegué a este país:
Austria, no te entiendo
La verdad es que podría acabar aquí la entrada, pero aún me quedaban por descubrir varios detalles que causaron en mi ya de por sí maltratada mente varios episodios de estupefacción. Paso a describirlos rápidamente y lo dejamos por hoy, si os parece bien:
Un estanque en el que convivían de forma agresiva todo tipo de aves de corral con muy mala leche y que me hicieron temer por mi propia vida:
Un ternerillo monísimo que hace que desde entonces me sienta fatal conmigo mismo cada vez que me jalo una hamburguesa:
Diferentes juegos familiares cuya mecánica común consistía en lanzar BOTAS DE AGUA de una u otra forma:
Y, para terminar, un mirador desde el que poder contemplar todo el valle de forma magnífica, y desde el que, por querer contar con un colofón surrealista (y también un poquito por joder, todo sea dicho), hice una foto justo en la dirección contraria:
Eso es todo. Eso fue todo. Y ahora, a fregar la brita de los huevos.
