Una vez hube trillado aquella tríada, dediqué los meses siguientes a ampliar mi colección, acercándome cada cierto tiempo al Eroski a comprar nuevos discos, generalmente de dos en dos: primero adquirí Beatles for Sale y Help!, semanas después cayeron Rubber Soul y Revolver, a los que siguieron el Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band y el Magical Mystery Tour y, para terminar, el White Album y Let It Be.
El último disco que compré fue el Yellow Submarine, y lo hice precisamente el veintinueve de noviembre de dos mil uno, el mismo día que George Harrison dejó de fumar. Se quedaron fuera de mi colección Abbey Road y Hey Jude, además de toda clase de rarities, recopilatorios y demás morralla que ha venido apareciendo en los últimos años para que Yoko Ono pueda seguir viviendo de las rentas. En parte porque por aquel entonces yo ya no tenía un puto duro, y en parte porque mi padre se presentó un día en casa con una larguísima relación de títulos de software pirata que un compañero de trabajo le había pasado, indicándole que podría encargar lo que quisiera de dicha lista por un módico precio. Esto me permitió disfrutar de la discografía de los Beatles desde mi ordenador, con letras de canciones y todo.
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fuente: taringa Lo que hace la tecnología, ¿eh? |
Pues eso, que podría decirse que soy un friki de los Beatles. Es más, me dolió MUCHO no reconocer el otro día que el hombre con pintas de muñeca pepona que aparece en la última de Piratas del Caribe haciendo de Uncle Jack es el mismísimo Paul McCartney. Pero es que estaba demasiado concentrado en intentar entender a Johnny Depp durante toda la película, coño.
Dicho esto, hoy quiero centrarme en el Sargento Pimienta, no sólo por su reciente quincuagésimo aniversario, sino porque está directamente relacionado con una cosita carente de gracia que me ocurrió en clase de música mientras cursaba Tercero de ESO.
Antes de empezar, debo dejar claro cuál era el nivel general en cuanto a gustos musicales de aquel grupo de alumnos. Seamos bondadosos e incluyamos en una lista con el título "música decente" toda clase de estilos que se nos puedan ocurrir: rock, pop, heavy, jazz... Y, ¿por qué no? Un poco de disco, hiphop o de electrónica también cabe. Bueno, pues aún habiendo dejado el listón a esa altura, el gusto musical de mis compañeros era, salvo honrosas excepciones, una puta mierda. De hecho, cuando la profesora dedicó el primer día de curso a preguntarnos uno por uno qué tipo de géneros nos gustaba escuchar y yo solté que no le hacía ascos a la música clásica, más de uno me miró como si yo acabase de entrar por la ventana montado en un ovni.
Aún así, viendo que de aquella tierra tan yerma en lo que a cultura musical se refiere no había nada que recoger, la pobre docente tuvo la infeliz ocurrencia de sugerir que, quienes quisiésemos, llevásemos canciones a clase para reproducir y comentar.
Y yo, que a aquellas alturas de mi vida aún creía inocentemente que compartir con el resto de los mortales los gustos personales es un sano ejercicio, tuve la infeliz ocurrencia de ser uno de los que dijo que vale, que de acuerdo, que contase conmigo para esa actividad.
Así que una semana después de que alguno de mis compañeros presentase una canción de Estopa y una semana antes de que otro presentase la mierda que estuviesen poniendo entonces en los 40 Principales, fui culpable de que los Beatles se escuchasen en mi clase.
Elegí la canción Getting Better, la cuarta pista del Sgt. Pepper, que me gustaba bastante a pesar de que incluyese la frase "Solía ser cruel con mi mujer. La pegaba y mantenía alejada de aquello que le gustaba". Que ahora por suerte somos mejores (o eso creo) y semejante burrada no tiene cabida entre las letras de una canción (salvo que estemos hablando de reguetón, ese reducto de la misoginia que resiste el avance del sentido común como si fuese la aldea de Astérix ante los romanos), pero por aquel entonces era habitual que Académica Palanca se pasease por los platós de televisión cantando "Sólo porque la cosí a navajazos y los niños la miraban desangrarse y como me daban pena fui también y los maté. Muy bien" sin que nadie levantase una ceja por ello. Chavales, recordad: si miráis al pasado con los ojos del presente, lo más seguro es que la acabéis cagando.
Total, que tras dar una breve introducción acerca del cuarteto de Liverpool a la que sólo prestó atención la profesora, metí la cinta en el estéreo del aula y le di al botón de play. Segundos después, la guitarra de John Lennon nos introdujo en una pieza pop rock ligeramente experimental con letra en inglés.
Pop rock. Ligeramente experimental. Con letra en inglés. Vamos, lo menos adecuado para la gente que me rodeaba.
Al poco de comenzar a escucharse la pieza, se extendió por todo el aula un rebuzno de desaprobación de lo más lamentable que tardó en disiparse algo más de los dos minutos y cuarenta y siete segundos de duración de la cuarta pista del Sgt. Pepper. Hubo quienes rieron considerando que aquello era ridículo, pues no tenía nada que ver con los DJs de polígono que acostumbraban a escuchar en sus walkmans. Otros torcieron el gesto en una mueca de desagrado como si acabasen de probar un yogur aderezado por error con sal... La reacción menos negativa que aprecié vino de la mano de una compañera que me preguntó con timidez si aquella canción era la que se oía de fondo en un anuncio de Philips que había visto en la tele recientemente.
En definitiva, un puto fiasco. Cuando finalizó el tema y me acerqué a sacar la cinta, oyéndose aún comentarios cachondeándose del "rarito al que le gustaba la música clásica", pasé junto a la profesora, quien sí había apreciado lo que acababa de poner. Juraría que la oí mascullar entre dientes un "no se hizo la miel para la boca del asno". Instantes después, con el ambiente ya relajado, la maestra me preguntó si tenía algo más que decir.
Pues sí, mira. Tengo que decir que ninguno tenéis, no habéis tenido y no tendréis ni puta idea de música, que os tragáis la primera basura que os cuelan por la radio como si fuéseis borregos metiendo el hocico en un cuenco de pienso sin criterio alguno y que es la última vez que me ofrezco a participar en una mierda de actividad voluntaria que para lo único que me ha servido es para quedar como un gilipollas delante de gente a la que aún voy a tener que soportar durante varios meses. A tomar por culo, hombre ya.
Evidente, NO dije eso. Me limité a pensarlo, a negar con la cabeza y a volver a mi sitio deseando que llegase la hora de largarme a casa, donde reflexionaría acerca de qué hacer a partir de ese momento: podría deshacerme de aquella discografía, dejarme arrastrar por la masa y, como dicen los Mamá Ladilla en Música Cursi, "entregar mi intelecto a esa música tan lerda" (al año siguiente aparecería Operación Triunfo, lo cual me facilitaría mucho la tarea) y dejar de ser el rarito; o podría dejar que la situación vivida en clase de música me resbalase, pasar olímpicamente de los demás y continuar disfrutando de una beatlemanía y de un criterio musical propio e independiente que podría dar paso en el futuro al descubrimiento de toda clase de géneros, a cual más enriquecedor desde el punto de vista cultural. Y entonces tomé una decisión al respecto que he mantenido hasta el día de hoy.
Sí, exactamente hasta el día de hoy, pues acabo de salir de la tienda de discos con esta criatura tan hermosa debajo del brazo:
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Alguien tiene que mantener a Yoko Ono |
Así que, si me disculpáis, voy a retirarme a escuchar este disco mientras me siento orgulloso de aquel chaval rarito de Tercero de ESO que decidió no traicionarse a sí mismo y a quien hoy debo el placer de tener un gusto musical en el que no cabe ni uno solo de los 40 Principales.

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