La profesora no podía creerse lo que aquellos tres prepúberes le estaban pidiendo.
—Que si nos dejas entrar media hora más tarde este viernes por la tarde, que queremos hacer una función de marionetas para los alumnos de primero de Educación Infantil.
—Me estáis tomando el pelo.
—Que no. Que ya tenemos las marionetas y el guión, y esta tarde vamos a ir a casa de Julio a grabar la banda sonora. Además, a la profesora de Infantil le parece bien.
—Definitivamente, me estáis tomando el pelo.
Pues no. No le estábamos tomando el pelo. Semanas antes de llevar acabo tan surrealista petición se me ocurrió, Dios sabe por qué, que sería buena idea representar una función navideña con títeres teniendo como público a los alumnos más pequeños de mi colegio. Y esta vez, sin que sirviese de precedente, dos compañeros de mi clase pensaron que aquello era una buena idea y decidieron subirse al carro y echarme una mano con el plan.
Elaboramos a los personajes de la obra cosiéndole dos botones a modo de ojos a calcetines y manoplas de cocina, y yo escribí un guión ambientado en la Navidad que se basaba mucho en la sorpresa y el giro inesperado. Unas siete páginas de diálogos y acotaciones que tuve que repasar con rotuladores de colores para indicar a quién de los tres le tocaba decir o hacer tal o cual cosa porque la impresora Starjet SJ-48 conectada a mi orderador sólo imprimía en blanco y negro.
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fuente: livejournal
Y qué facilidad que tenía para atascarse, la hija de puta |
Pero lo mejor fue la música.
Para poder componer la banda sonora de nuestro espectáculo, nos encerramos en el salón de la casa de uno de los otros dos y nos vimos obligados a hacinarnos bajo una mesa durante un par de horas en las que andamos trajinando con diferentes casetes cuyas canciones eran seleccionadas y pasaban a una cinta virgen TDK comprada aquel mismo día en un todo a cien del barrio. El motivo por el que tuvimos que trabajar como empleados de Inditex era debido a que la mesa que nos cubría tenía montado encima el belén, amén de encontrarse empotrada contra la estantería en cuya balda más inferior se hallaba la minicadena de doble pletina que nos permitió grabar el playlist de la obra. Llegados a aquel punto, sólo quedaba completar el paso más difícil: obtener el permiso de nuestra tutora.
Quizá terminó por convencerse de que, por primera vez en lo que llevábamos de curso, íbamos en serio; o quizá le apetecía quitársenos de encima cuanto antes. La cuestión es que al final logramos que diese su brazo a torcer:
—Bueno, bueno. Allá vosotros con vuestras historias. Pero más os vale estar aquí a la media hora de que suene la sirena. Y que no me entere yo de que habéis aprovechado para largaros por ahí.
Estupendo. Contando con el visto bueno de la funcionaria, ya sólo nos faltaba esperar a que llegase el momento de la actuación y confiar en que los críos echasen un buen rato a nuestra costa. Los días previos a la función pasaron lo suficientemente rápido como para que yo no os tenga que dar el coñazo ahora hablándoos de ellos y llegó el famoso viernes por la tarde en el que tuvo lugar el estreno (y la única representación hasta la fecha) de nuestra creación teatral.
Y se abrió el telón ante un grupo de entre treinta y treinta y cinco chavalillos. El del teatrillo de marionetas que tenían en aquel colegio, quiero decir. Corrimos la cortinilla del biombo desde atrás y pulsamos el botón de play del pequeño radiocasete a pilas con el que contábamos. En ese momento, la cinta que habíamos mezclado días atrás creyéndonos unos jovencitos Daft Punk comenzó a sonar. Sin embargo, lo que se oyó no tenía nada de navideño: era El túnel de las Delicias, de los Celtas Cortos (concretamente, la versión en directo del disco Nos vemos en los bares). Por si no os apetece acceder al enlace con la canción en sí (vagos, que sois unos vagos), os diré que los primeros setenta y cinco segundos de canción no se oye otra cosa que a Jesús Cifuentes echando lamentos al ritmo de un violín mientras el batería se regala lo suyo con los platillos haciendo un efecto que no sé como se llama porque yo no entiendo de estas cosas. Vamos, lo más adecuado para unos críos de cuatro años. Bueno, pues aparte de los "ay aaaay aaaa ayayayyyy" del Cifu, allí no pasaba nada. Ni marionetas ni hostias.
Agazapado tras el teatrillo junto a mis dos compañeros, eché un rápido vistazo a las profesoras de los niños mientras avanzaban los primeros compases de la canción del grupo vallisoletano y creí ver en sus caras una ligera expresión mezcla de arrepentimiento y terror, pues el comienzo de aquello no tenía mucha pinta de función infantil. Pero es a lo que te arriesgas cuando dejas que un chico que ha crecido viendo Pinnic dirija una función escolar. Y es que te puede salir de un dadaísta que te cagas. Lo mejor de todo es que estábamos siguiendo el guión al pie de la letra, ojo.
Afortunadamente, nuestra ida de olla no fue a más. No descolgamos ninguna pancarta con la inscripción GORA ALKA-ETA ni representamos la violación de una monja ni cosas por el estilo y ninguna profesora tuvo que dar explicaciones a padres iracundos a la mañana siguiente. En cuanto el ritmo de la canción cambió, descubriéndose que aquel tema oscuro era en realidad una inocente versión de la giga de Morrison, ahí ya sí. Ahí ya sacamos a las marionetas bailando al ritmo de la música durante un par de minutos y los mocosos la gozaron como enanos que eran ante la inesperada aparición (aún sigo sin entender cómo cojones logramos que dos clases enteras de primero de Educación Infantil aguantasen durante un minuto y quince segundos mirando en silencio a un teatrillo vacío). Tras un par de minutos en el que tres marionetas se sacudían ora hacia un lado ora hacia el otro con rock celta de fondo, la cinta dio paso a los típicos villancicos repelentes (tendríais que ver la cara de mis compañeros de trabajo no españoles cuando les explico cómo son los villancicos) y eso fue todo a nivel de banda sonora. Un villancico detrás de otro. Para esa mierda nos tiramos una tarde casi a oscuras metidos debajo de un belén, sí.
Y poco más puedo contar, sintiéndolo mucho. No logro recordar en qué consistía la historia que representamos. Ni la introducción, ni el nudo ni el desenlace. Qué pena, oye. Sólo me acuerdo de cuatro detalles en particular: el primero es que una de las marionetas "solicitaba" que nevase (puesto que la acción transcurría durante la Navidad), y que en ese momento arrojábamos a los niños desde la parte de atrás del biombo varios puñados de confeti morado. Esto provocaba, por una parte, que los churumbeles flipasen entre carcajadas al descubrir el inesperado fenómeno meteorológico como si fuesen murcianos un día de lluvia y, por otra parte, que la marioneta, visiblemente mosqueada ante el fallo de producción, se rebotase y "exigiese" que aquella obra contase con nieve real, momento en el que, armados con sendos botes de nieve en spray, los tres enchúfabamos los aerosoles hacia arriba, satisfaciendo, ahora sí, los deseos de la puta marioneta, y dotando a la obra de unos efectos especiales que ríase usted de Avatar.
El segundo detalle está relacionado con la crítica recibida al terminar la función, ya que la misma fue un exitazo entre los críos y las profesoras nos acabaron felicitando por habernos currado aquello a pesar de nuestros más que evidentes recursos limitados y por haberles ayudado a rellenar media hora de curso por la que ellas iban a cobrar y nosotros... No.
Lo tercero tuvo que ver con la limpieza del aula tras nuestra obra (pues la cantidad de confeti y nieve en spray que se acumuló alrededor del teatrillo fue memorable), o más bien con la ausencia de la misma, ya que la representación se comió la media hora de libertad condicional que nuestra tutora nos había otorgado y tuvimos que echar patas de allí como si fuésemos la Cenicienta a medio baile, temerosos de que la carroza se nos convirtiese en calabaza, los caballos en ratones y el támpax en tronco y nos cayese un rapapolvo de los que te tienen amargado hasta el día de Reyes.
Y lo último que recuerdo es lo que, una vez hubimos huído miserablemente del lugar del crimen, me hizo saber uno de mis dos compañeros, al preguntarme:
—¿Te has fijado en cómo les hemos llenado de nieve el TECHO de la clase?

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