lunes, 4 de diciembre de 2017

Agradecimientos

Al pizzero italiano que sabía más sobre el conflicto catalán que todos vosotros juntos y que aguantó pacientemente diez minutos a que mi novia y yo, con un jet lag sobre los hombros del tamaño del Atlántico Norte, decidiésemos qué pizza queríamos llevarnos a la habitación del hotel.

A la huésped con la que intercambiamos unas palabras en el ascensor y que definió el frío que estaba haciendo aquel día en la ciudad (porque de lo único que se puede hablar con desconocidos dentro de un ascensor es del tiempo) como butthole cold

Al experto en Canon de la tienda B&H de la que salí con un objetivo de focal fija para mi cámara que me dijo "si quieres hacer zoom con esto, mueve los pies" y que nos recomendó acercarnos a The High Line, desde donde pude sacar esta mediocre foto:

Y tengo otras peores

A la recepcionista del hotel que, cada mañana tarde, tenía que soportar a dos españoles remolones pidiéndole que el servicio de habitaciones fuese tan amable de volver a pasarse por nuestra habitación ahora que ya no había nadie para hacer la cama.

Al barista del Starbucks de la calle 48 que nos describió todos los cafés especiales de Navidad y cuando vio que nos tendría que dar cambio de cincuenta dólares puso la misma cara que cuando te sientas en el váter pero está el asiento levantado.

Al empleado del McDonalds de la 6ª avenida que rebuscó entre todos los juguetes de Happy Meal existentes en el local hasta confirmarnos que, lamentablemente, no les quedaba ningún Pikachu.

Al segurata del Empire State que, debido a ciertos privilegios de los que no pienso daros detalles, nos ayudó a llegar a lo más alto del emblemático edificio sin pagar un duro. Y sin hacer cola.

Al encargado de la tienda de lencería erótica que hay en los bajos del Empire State a la que entramos por un asunto que no os incumbe que nos estuvo hablando durante cinco minutos acerca de cómo se ha ido desarrollando la serie One Piece desde la primera temporada.

Al camarero del restaurante de Little Italy que, tras vernos entrar por la puerta tiritando de frío, nos envió a una mesa que se situaba LITERALMENTE sobre uno de los radiadores del local.

Al dependiente del Barnes & Noble que perdió media tarde ayudándome a buscar por toda la tercera planta de la tienda el ejemplar de Matadero Cinco que algún gilipollas había cambiado de sitio.

A las ardillas de Central Park. A las decenas de miles de ardillas de Central Park.

Al empleado de la estación de metro de la calle 28 que nos abrió los tornos para poder pasar sin picar el billete cuando descubrimos que algunas estaciones (como la de la calle 28) no dan opción a cambiar de sentido una vez que ya has pagado por entrar a las mismas si te equivocas, obligándote a salir a la calle, acceder de nuevo por la boca de la acera de enfrente y cruzar los dedos para que un empleado amable (como el de la calle 28) te permita colarte.

Al dueño del quiosco de Wall Street que me dejó esta corbata en cinco dólares:

No. No he tenido tiempo de buscar en Youtube un tutorial para aprender a anudarme la corbata

A la dependienta de la tienda de artículos frikis de Chinatown que aceptó encantada que le pagase una libreta de Totoro que costaba un dólar y medio en monedas de uno y cinco centavos (cuando era pequeño, le pagué a la quiosquera de mi barrio un polo de Miko que costaba cuarenta pelas en monedas de peseta y de duro y casi me las arroja a la cara).

A la camarera del restaurante de Chinatwon, quien se merece su propia entrada en este blog.

A la dueña del puesto de café del mercado de la calle Essex, quien se empeñó en ponerle miel al café de mi novia (comprometiéndose a prepararle otro si la mezcla no le gustaba. Le gustó) y nos regaló una bolsa con seis bagels porque se acercaba la hora de cerrar y tendría que tirarlos.

Al dependiente del Seven Eleven donde compramos queso de untar para cenarnos los bagels que se pasó cuarto de hora pidiéndonos detalles acerca de España tras enterarse de nuestro país de procedencia.

A Santiago Calatrava, que ha sido capaz de colar a los neoyorkinos uno de sus mayores truños (el cual, por cierto, le ha supuesto a la ciudad unos sobrecostes del copón y sigue necesitando de ñapas y parches año y medio después de su inauguración) en el lugar que más simbolismo tiene para ellos después de la cafetería de Friends.

Y con forma de raspa, como todas las mierdas que ha hecho hasta ahora este hombre

A la encargada de seguridad del aeropuerto que me abrió la maleta y, al descubrir en su interior un estuche de My Little Pony lleno de chocolatinas, me preguntó si yo tenía una hija.

A todos ellos, y a otros tantos de los que no me acuerdo porque duermo pocas horas y eso afecta negativamente a mi memoria, gracias por haber hecho que casi ocho horas de avión entre Dublín y Nueva York hayan merecido la pena.

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