Ahora tengo que compensar eso de alguna manera, y se me ha ocurrido una forma de hacerlo con la que voy a matar unos cuantos pájaros de un tiro. Resulta que mis padres van a viajar a los Países Bajos, y yo ya estuve por allí acompañado por mi novia hace unos años. Una de las actividades que realizamos (y que, curiosamente, también forma parte del viaje de mis progenitores) consistió en una visita guiada a Gante y Brujas. De dicha visita y de la frustración que me produjeron los eventos acontecidos durante la misma nació un artículo que compartí en Facebook y que tuvo muy buena aceptación entre mis contactos, y prometí a mi madre que le haría llegar dicho artículo cuando le llegase a ella el turno de patearse el Benelux (no, no tengo a mi madre en Facebook, ¿y?).
Contaba con mandarle el susodicho artículo por email, pero voy a encajarlo aquí, y así me ahorro el tener que currarme una entrada.
Para que veáis que no sólo copio a los demás. A veces, también me copio a mi mismo.
Tour
La mejor forma de disfrutar de una visita guiada de las que organizan las agencias de viajes es no haciéndola.
Un fin de semana es poco tiempo si se quiere ver un país entero. Y esto incluye también países ridículamente pequeños (como Bélgica) o aquellos que apenas tienen cosas de interés que visitar (como Bélgica. Un saludo a mis cero amigos belgas, por cierto). Por ello, decidimos contratar los servicios de una agencia de viajes que, por un módico precio, ofrecía una visita en autocar por tierras flamencas de recorrido Bruselas - Gante - Brujas - Bruselas, con guía en inglés y todo. Y encima, si tu hotel está en la lista, te recogemos en la puerta. Espera, que tu hotel no está en la lista. Pues te jodes, madrugas un huevo y te acercas a la agencia el día de la visita.
Así que, llegado el susodicho día, nos dirigimos a la puta carrera a la susodicha agencia, porque el recepcionista del hotel nos indicó que se tardaba quince minutos en llegar. "¿En metro?". "¡Qué coño en metro! Andando. Y llegas de sobra". La madre que lo parió. Me gustaría ver qué entendía ese tío por "andar", el muy desgraciado.
En fin, que una vez allí, sofocados por el carrerón aunque puntuales, el guía nos dice amablemente que, aunque ya es hora de salir, vamos a esperar unos minutos porque faltan un par de personas por llegar. Y una mierda. Faltan más de la mitad, pero el motivo se aclara enseguida: son españoles. Excepto una señora británica, otra que parece filipina y una japonesa que se parece a Rinko Kikuchi, TODOS los integrantes del tour tienen escrito ESPAÑA en su carnet de identidad. Así que el viaje empieza con media hora de retraso con sabor rojigualda. Para más inri, cuando el autocar arranca de una vez, la secretaria de la agencia, portando unos tacones de aguja modelo "andamio que haría llorar al encargado de prevención de riesgos laborales de la obra" aparece de la nada y se sitúa delante del vehículo para que éste se detenga y puedan subir unos cuantos rezagados (también españoles, cómo no) que acaban de llegar. Ahora sí que nos ponemos en marcha, y yo echo un ojo a las integrantes de este último grupo y pienso: "si yo tuviese que maquillarme TANTO, también llegaría tarde a los sitios".
Mientras nos dirigimos a nuestra primera parada, el guía, que es consciente del percal, decide que lo de las explicaciones en la lengua de Shakespeare mejor lo deja para otro día y nos cuenta, en el mejor español que el pobre puede articular, que Bélgica tiene un montón de carreteras y que sus carreteras están muy bien iluminadas y que sus carreteras están asfaltadas y todo y un montón de detalles más sobre las carreteras porque los belgas están tan orgullosos de sus carreteras que si no las mencionan cada veinte minutos se les jode la tarde. Tras escuchar tan fascinante explicación, intento echar una cabezada, pues mi novia y yo hemos madrugado que no veas para poder llegar a tiempo (aprended, monas), pero los miembros de la parejita que tenemos sentada delante deciden que el autocar es el mejor lugar para demostrar cuánto se quieren, por lo que no paran de sacarse fotitos CON FLASH y besuquearse de forma tan ruidosa que no sé si en realidad se están masticando entre sí.
Llegamos a Gante, y el guía nos indica que en primer lugar vamos a dar un paseo con él por la ciudad mientras nos da explicaciones, y que luego tendremos algo así como hora y media de tiempo libre para ir por nuestra cuenta. Y nos pide que por favor no haya ningún rezagado, que seamos un grupo compacto y que pasito ligero. En definitiva, cosas que no le puedes pedir a un grupo de españoles. A los tres minutos de habernos puesto en marcha por las calles de Gante, el grupo se ha convertido en una hilera y aquello más que una visita guiada parece una maratón de zombis. Cada poco tiempo hay que esperar a los que se han quedado sacándose fotos en cada esquina y el ritmo del paseo hace que, al final, la famosa hora y media de tiempo libre se tenga que ver reducida a cuarenta tristes minutos.
Volvemos a ponernos en marcha, esta vez hacia Brujas, y la parejita que tanto ha dado por saco antes está ahora más calmada, aunque tanto ella como él tienen cara de mala hostia. "Vaya, aquí ha habido bronca", pienso. ME ALEGRO UN MONTÓN POR ELLO y cierro los ojos, cascándome una siestaca que dura lo que tarda un autocar lleno de españoles en ir de Gante a Brujas a través de una fastuosa carretera belga.
Me despierto con el autocar recién aparcado y entramos a pie en la ciudad de Brujas, cual grupo de tercios en 1631, aunque dando vergüenza ajena en lugar de miedo, y al guía se le ocurre soltar, mientras cruzamos el primer puente, que nos encontramos sobre el Lago del Amor. Craso error, colega. Al instante, todas las felices parejitas del viaje echan mano de sus smartphones y/o cámaras de fotos y se apresuran a retratarse ante el puto lago, porque es el Lago del Amor, ¿no te has enterado? Y si no te haces una foto moñas con tu pareja ante el Lago del Amor, vuestra relación va a ser una mierda de aquí en adelante, como si aquello fuese una maldición gitana o algo así.
En fin, que entramos en una pequeña plazuela porticada en la que se encuentran las "Casas de Dios", unas residencias en las que habitan mujeres con costumbres monacales. Por ello, en el centro de dicha plazuela, a la vista de todos, hay un cartel en el que pone, en varios idiomas: "Silencio", "Silence", "Silenzio", "Semecallen", junto con la imagen de unos labios con un dedo delante, en plan "tsss, por si no te has enterado aún. Un respeto, coño". Y una señorona del grupo, embutida en un abrigo de visón, suelta a voz en grito, en un perfecto español: "¿QUÉ PONE AHÍ DE SILENCIO?". El facepalm que no puedo evitar llevar a cabo a continuación debe de ser antológico, pues cuando levanto la vista, el marido de la estúpida señorona me está mirando con mala cara, así que cambio mi expresión de desolación por una que viene a decir algo así como "Habrá que guardar silencio, pero como abras la boca y me digas algo, la hostia que te comes se va a escuchar en toda la plaza", y el hombre debe interpretar perfectamente mi cara, pues aparta la mirada y se esconde detrás de su señora, que aún no ha pillado lo del cartel de los huevos. Y mira que yo soy pacífico, pero joder, qué dia llevo...
Abandonamos el lugar y el guía nos indica que podemos comer en un restaurante que se llama "Vivaldi", y por la forma en que lo pronuncia (alargando la ele y acentuando la i final), intuyo que en ese sitio te clavan. Y oye, te clavan. Aunque regocija ver cómo todos los españoles, en procesión, van desfilando ante la lista de precios que hay en la entrada con prepotencia para, acto seguido, darse media vuelta con la mirada desencajada. En ese momento, se dan dos situaciones que me ayudan a decidirme a entrar: la primera es que Rinko Kikuchi y las otras dos no-españolas acaban de entrar, la segunda es que una familia Quechua (ropa de Decathlon de los pies a la cabeza y bocadillos de jamón york en las mochilas) del grupito de españoles, compuesta por padre, madre y niño tocapelotas dando por saco con una Nintendo DS se alejan calle abajo. Así que tira para dentro, a ver si podemos relacionarnos con gente de otros países, que de eso se trata.
Una vez en el interior, descubrimos con pesar que las tres no-españolas están en una mesa de tres personas y no hay forma de hacer camaradería, así que el camarero nos invita a sentarnos en una mesa para dos junto a la chimenea. Muy bucólico todo. Nos quitamos los abrigos, nos acomodamos, y en ese momento hace acto de presencia la puta familia Quechua que ha cambiado de idea en el último momento, con sus forros polares, sus pantalones Kalenji y sus botas de escalar el Karakórum, decidiendo jodernos la comida al sentarse justo en la mesa de al lado. Es entonces cuando el padre le quita la Nintendo DS al niño y éste, que está en edad de merecer (de merecer una buena hostia, se entiende) rompe a llorar como un imbécil. Yo echo un vistazo rápido al cuchillo que hay a mi derecha sobre la mesa, descarto rápidamente un pensamiento que se me está pasando por la cabeza y que relaciona el cuchillo, la yugular del crío y una más que segura visita a las dependencias policiales de Brujas, y le sugiero a mi novia que nos sentemos en la otra punta del restaurante.
Mientras estamos dando cuenta de una serie de platos supuestamente "típicos" de Bélgica (dime tú qué tiene de típico una pechuga de pollo a la plancha) entra una nueva familia española y se nos sienta al lado. Y esta vez no hay escapatoria, mierda hasta el Infierno y volver, tú. Así que me toca escuchar a una señora con acento de Jaén que, tras intentar regatear los precios con el camarero, se pone a disertar sobre asuntos tan interesantes como la cantidad de agua que bebe en un día. Y yo miro a la pareja de británicos que tengo al otro lado y que devoran patatas fritas y me planteo pedirles la romántica vela que arde en su mesa para echarme cera derretida en los oídos, como los marineros de Ulises ante las sirenas. Bueno, en este caso ante algo parecido a un besugo de setenta kilos procedente de Jaén (que sí, que ya sé que Jaén no tiene costa. Dejadme en paz).
Así que paso el resto de la comida echando miradas furtivas entre suspiros al grupo de las no-españolas, con todo el inglés que estarán hablando, y deseando que me traigan el postre, que en la pizarra ponía "assortiment de chocolats" y se me hace la boca agua al pensarlo. Pero el postre resulta ser una ración de mousse de chocolate tamaño "hez de pato" que debe llevar metida en la nevera por lo menos dos meses. Junto con la minimousse llega la cuenta. Miro el precio y en ese momento comprendo por qué mi abuela, que en paz descanse, usaba el término "flamenco" a modo de insulto. Sin mediar palabra, dejo que mi mirada vaguee por el restaurante, por lo que mi novia me pregunta que si estoy bien y la tranquilizo diciéndole que estoy buscando algo que robarles antes de irme para compensar el atraco. Cinco euros la botella de medio litro de agua, para que os hagáis una idea.
Salimos de allí con telarañas asomándonos de los bolsillos, como los personajes de los tebeos de Bruguera, y nos reunimos todos con el guía, que también ha comido en el Vivallllldí (intuyo que de gorra, o casi, por el negocio que les hace en cada tour), y recorremos Brujas todos juntos a velocidad de placa tectónica. Es en este intervalo de tiempo en el que descubro que el diccionario de la Real Academia Española contiene la palabra "respeto" únicamente para que adorne: cuatro españolas, dentro de una iglesia, riéndose a carcajadas que hacen eco porque otra española acaba de contar que su hijo de cuatro años, cada vez que ve una imagen de Cristo en la cruz, lo llama "el señor de los palos". Llegados a este punto, decido apagar mi cerebro antes de que la desesperación lo consuma por completo.
Total, que al final obtenemos otra pizca de tiempo libre y mi novia y yo aprovechamos para deshacer lo andado y sacar fotos de lo que acabamos de visitar, pero sin españoles metiéndose en plano.
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Echar una foto en Brujas sin que te la joda un grupo de turistas españoles es fácil si sabes cómo |
Tras esto, y ya anocheciendo, volvemos al autocar y ponemos rumbo a Bruselas, donde nos espera una fantástica lluvia de las de meterse en la habitación del hotel a reflexionar sobre el error que has comido al hacer clic en el botón "reservar" de la web de la puñetera agencia de viajes.

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