lunes, 4 de septiembre de 2017

Carta abierta a un puto miserable

Estimado hijo de la gran puta:

Yo contaba con dedicarle esta entrada a mis últimas vacaciones en la costa de Granada. Las cosas como son: una semana en la que mis actividades diarias se salen de la rutina de mi vida de asalariado en Dublín acaban dando para unos cuantos párrafos con los que echar unas risas un lunes por la mañana.

Pensé en hablar del vecino de enfrente, un cuñado que nos ha jodido los dos últimos veranos haciendo obras de siete a nueve de la mañana y durante el rato de la siesta y que, una vez terminada su casa (deberías verla: un horrendo adosado que parece un cubo de Rubik sin pegatinas) ha decidido no saltarse la tradición y jodernos un año más al montar una fiesta detrás de otra, las cuales solían terminar con éxitos musicales a la altura de Despacito sonando a toda hostia a las tres de la madrugada; dejando claro que para algunos, civismo debe ser una marca de papel higiénico.

Pero es que ese elemento es una bellísima persona en comparación contigo.

También consideré resaltar lo oportunamente divertido que ha sido el preotoño que ha invadido la península durante la última semana de agosto y que a nosotros nos ha forzado a pasar la mitad de nuestro asueto viendo la playa desde lejos, a cubierto y maldiciendo una lluvia que los locales no habían visto en décadas.

Sin embargo, la lluvia es algo que viene bien, aunque me pille en bañador. Una basura como tú, por otra parte, está de más en cualquier época del año.

Se me ocurrió que podría haber enumerado todos los helados, las palmeras y las napolitanas de chocolate que me he metido entre pecho y espalda con la excusa de que algo así no se encuentra en Irlanda. O calcular cuántas vueltas al mundo podrían dar, puestos en fila india, todos los churros que han caído a lo largo de la semana (incluyendo el medio kilo que me calcé el último día y que me dio bastante guerra al tratar de digerirlo mientras saltaba olas de las de bandera amarilla).

El problema es que has conseguido que se me quiten las ganas de comer. Así que en lugar de mencionar la comida, voy a mencionarte a ti y probablemente a toda tu familia. Y a tus muertos. Aún a sabiendas de que la gente se mete aquí para pasar un buen rato y que a mi padre (que me lee cada semana) no le hace ninguna gracia que me pase con las palabrotas. Te parecerá bonito que tenga que andar disgustando a un padre por tu culpa, ¿no?

A estas alturas, aún no entenderás por qué te dedico este lunes, en vez de, por ejemplo, hablar de la avispa que me picó en el pie el primer día de playa y me tuvo cojeando media semana, si no sé nada de ti y no te conozco en persona. Pero es que has hecho algo digno del mayor de mis desprecios.

Abandonar a tu perro.

Permíteme que remarque el "tu", pues en el momento en el que dejas que un bicho se siente junto a ti y camine a tu lado, se convierte en una responsabilidad de la que debes hacerte cargo. Es un concepto que viene incluido en ese paquete llamado "educación" que se le suele entregar a la gente decente, pero supongo que tú no sabes de lo que estoy hablando, ¿verdad? Para ti, un perro no es más que una herramienta de la que deshacerse cuando ya no sirve. Tal y como hiciste hace unos días.

Ahora caes, ¿no? Fue en la A-44, a más o menos media hora de Granada. Aunque podría haber sido en la AG-31 a la altura de Villanueva de los Infantes, en la A-43 camino de Tomelloso o en cualquier carretera al azar de un país al que da vergüenza pertenecer por culpa de gentuza como tú. Ocurre miles de veces cada año: un pobre animal, corriendo desesperado y con terror en la mirada entre mediana y arcén, esquivando coches que, a base de volantazos, evitan acabar con su vida.

Afortunadamente para el que tú abandonaste, una llamada al 112 permitió que se hicieran cargo de la situación, aunque el final de esta historia ti te la traerá floja, por lo que no voy a darte detalles al respecto ni voy a intentar hacerte entender que hay quienes SÍ se preocupan por esos perros que para garrulos como tú no significan nada. Tú también tuviste suerte, pues ya no estabas allí cuando ocurrió esto. De lo contrario, me habría encargado personalmente de que no quedase guardia civil, policía nacional y agente de la ORA en toda Andalucía que no se aprendiese tu matrícula de memoria.

Así que ahora nos toca pedir disculpas a los dos. A mí por haber escrito esto cuando debería estar alegrándole el lunes a la gente y a ti por ser un mierdas de semejante calibre.

Por mi parte, intentaré que mi entrada de la semana que viene sea graciosa. Y como no quiero que cunda el bajón, voy a poner aquí una foto que hice en la Alhambra ese mismo día, que en la vida también hay cosas bonitas:

Y voy a aprovechar este pie para llamarte cabrón. Cabrón

Aunque, ¿sabes qué sería bonito de verdad? Que tú, y todos los de tu calaña, insensibles que echáis del coche a un pobre animal en mitad de ninguna parte, o lo lanzáis a un pozo con una piedra al cuello, o lo colgáis de un arbol, para después pisar el acelerador sin tener los huevos de mirar por el retrovisor cómo dejáis atrás una vida, no fuéseis capaces de controlar el vehículo en la siguiente curva, y termináseis todos en el fondo de un barranco andaluz, gallego, manchego, o de donde tocase.

Con ese deseo me despido de ti. Sin enviarte un cordial saludo, porque no te lo mereces.

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