lunes, 7 de agosto de 2017

Prêt-à-porter

Juraría que ya he comentado alguna vez en este blog que mi trabajo me exige disfrazarme de persona decente con camisa y tal de lunes a jueves. Esto provoca que mis camisetas plagadas de referencias culturales únicamente comprensibles por quienes comparten mi inadaptación social con orgullo se hacinen en el armario la mayor parte de la semana, a la espera de que cada viernes, al alba y con tiempo duro de levante, puedan ser liberadas de este confinamiento y disfrutar del casual Friday tanto como yo.

El pasado viernes no hubo una excepción a esta norma. Tras mi paso matinal por la ducha, procedí a seleccionar de entre el montón de camisetas la que mejor se ajustase al evento en el que iba a participar por la tarde. Me explico: el plan consistía en acudir a una fiesta de cumpleaños organizada en un bar de Dublín que cuenta con máquinas arcade y mesas de pinball, y yo debía elegir un atuendo que ni me hiciese quedar como un sosainas (así que descartaba las camisetas lisas) ni me hiciese parecer un flipado postureando (por lo que mi camiseta con dibujitos del Space Invaders se iba a quedar en el armario). Al final, tras varios segundos haciendo descartes ante aquel Tinder camisetero (esto lo digo un poco a boleo porque no tengo ni idea de cómo funciona Tinder), me decanté por una adquirida en Qwertee cuyo diseño consiste en un gracioso crossover entre Friends y los Power Rangers.

Y me fui a currar.

A los pocos minutos de comenzar a calentar mi asiento, un mensaje interno remitido por la recepcionista de mi oficina llegó a mi bandeja de entrada. Resulta que acababa de recibir un paquete por correo (puesto que me resulta más sencillo que Aliexpress mande las mierdas que compro a mi oficina a tener que desplazarme hasta el culo de Dublín para recoger en la sede de correos más cercana el paquete correspondiente porque los carteros siempre hacen el reparto cuando no estoy en casa), y el email me avisaba de ello y me invitaba indirectamente a que me dignase a aparecer por recepción para quitarlo de en medio. Como estaréis imaginando, eso es lo que hice, y a mi llegada la amable recepcionista tuvo a bien saludarme y hacerme entrega de aquel bulto con mi nombre (luces para la bici, cotillas).

Hasta aquí todo normal. Le di las gracias y me giré con la intención de volver a mi sitio. Sin embargo, mientras me alejaba oí que me decía:

—Por cierto, me gusta tu camiseta.

Mi respuesta a su valoración fue un escueto "Oh, gracias". La interjección fue debida a que no me esperaba su cumplido, pues no es habitual que a un maromo de casi dos metros que tiene por defecto (lo de "defecto" no va con segundas. O sí) la misma cara que (spoiler alert) Simba cuando Scar le confiesa que fue él quien le dio matarile a Mufasa la gente le diga cosas bonitas así porque sí. Por otra parte, lo de "gracias" se debió a que soy una persona agradecida y respetuosa. Sé que muchos de vosotros habríais aprovechado esta situación para meter ficha porque sois muy miserables. Que esto es un entorno de trabajo, no Tinder (insisto, no sé cómo funciona Tinder).

Pasó la mañana y pasó la hora de comer. Tras acabarme el tupper de pasta con bacon (no tuve muchas ganas de cocinar el día anterior, las cosas como son) vi que me sobraba tiempo antes de que mi empresa volviese a requerir de mi productividad a cambio de un salario, por lo que tuve la feliz ocurrencia de acercarme a uno de los cientos de miles de millones de puestos de donuts que han abierto cerca de mi oficina. Esto lo hice por pura pelusa, pues el otro día un compañero volvió del mismo con un donut relleno de, ojo al dato, FERRERO ROCHER y yo decidí que no podía morirme sin probarlos (y como para mí jugar a una mesa de pinball es como acudir invitado a una boda dothraki, había una remota posibilidad de que pudiese liar el petate horas más tarde en el cumpleaños del que he hablado al principio de esta entrada, así que más me valía cumplir mi deseo cuanto antes). Y con razón:

Lo que se ve encima del donut es Nutella, lo que no se ve dentro del donut es un Ferrero Rocher y lo que hay ahora mismo dentro de mis arterias es pasta de dientes

Tras llegar al puesto y aguardar a que me tocase pedir a mí mientras echaba un ojo al resto del género intentando decidir qué donut me iba a comprar el siguiente viernes, la amable dependienta tomó mi orden y, tras alcanzarme la bomba de azúcar dentro de su bolsa de papel, dijo lo siguiente:

—Oye, bonita camiseta.

¿Alguna vez habéis tenido pecera o acuario? No me interesa vuestra respuesta, pero saco el tema porque es importante que, cuando lleguéis a casa con un nuevo pez, seáis cuidadosos a la hora de meterlo en la pecera. Primero hay que dejar que la bolsa con el animal flote sobre su nuevo hogar durante varios minutos. Después, hay que abrirla y añadir un pelín de agua del acuario dentro de la misma. Y luego otro poco. Y otro poco más. Lo importante es que la transición se lleve a cabo de forma lenta, con moderación. Si echáis al pobre bicho a la pecera sin consideración, forzándolo a enfrentarse de golpe a tanta agua a distinta temperatura, PODEÍS MATARLO, hijos de puta.

Bueno, pues a mí me pasa igual con los cumplidos. No estoy acostumbrado a ellos y más de dos en un día le sientan a mi organismo como una gastroenteritis. Por esta razón, la única respuesta que recibió la dependienta por mi parte fue un agónico "gracias" totalmente carente de expresividad acompañado de una leve sonrisa fuertemente contenida, pues cuando yo sonrío con naturalidad tiendo a parecerme a Charles Manson.

fuente: youtube
"Gracias, muy amable. Y ahora voy a asesinarte"

Y lo peor no fue esto. Lo peor fue que, inmediatamente después de escuchar el atento comentario de la de los donuts, comencé a notar calor entre el cuello y la frente, síntoma inequívoco de que me estaba poniendo rojo como un turista británico tirado al sol en Fuengirola. Ya os he dicho que yo lo de los cumplidos no lo llevo bien y aquel viernes me estaba chutando una sobredosis de los mismos. Total, que agaché la cabeza, respiré profundo unas cuantas veces tratando de poner un poco de orden en mi sistema nervioso parasimpático (que en aquellos instantes se encontraba patas arriba) y de bajar el nivel de mi sentido del ridículo (que en aquellos instantes se encontraba en DEFCON 1), agarré la bolsa de papel con mi donut relleno de Ferrero Rocher y pasé de la cola de pedir a la cola de pagar.

Aquí me tocó esperar a que una irlandesa de mediana edad apoquinase por una caja de veinticuatro donuts que podría matar a Candy Candy dos veces. Se da la circunstancia de que los habitantes de este país son muy de conversar amistosamente con desconocidos con una facilidad asombrosa, y en ese momento se estaba dando ante mí otro ejemplo más de tan sociable conducta: cajera y devoradonuts rajaban de lo lindo en un ambiente de lo más acogedor desde el punto de vista conversacional. Bueno, pues ese clima aún se mantenía en el lugar cuando la clienta se retiró portando en sus brazos la abultada caja de colesteroles.

No se había borrado aún de la cara de la cajera la sonrisa que le había dedicado a la anterior clienta cuando una nueva comenzó a dibujarse en su lugar, esta vez destinada a quien escribe estas líneas. Dicha sonrisa se hizo aún más grande y notoria cuando la cajera, al tiempo que extendía su brazo para hacerse con el dinero que yo le estaba ofreciendo, reparó en el diseño de mi prenda de vestir.

De repente, su mano pasó de permanecer con la palma abierta hacia arriba a la espera de mi viruta a cerrarse en un puño del que sobresalía un dedo índice que apuntaba a mi pecho, y entonces sus labios sonrientes soltaron:

—Me encanta tu camiseta.

En serio, yo no me merezco esto.

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