lunes, 26 de septiembre de 2016

La vida es sueño. O no

A pesar de que la semana pasada confesé que mi creatividad, por lo general, brilla por su ausencia, he de reconocer que a veces ocurre todo lo contrario. Esto suele pasar en aquellas ocasiones en las que me veo obligado a estar muchas horas sin dormir, pues es entonces cuando mi cerebro entra en modo "profesora durante un viaje de estudios". Y es que el asiento individual que hay en la parte delantera de los autocares está reservado, además de para guías, para profesoras que, convencidísimas de que el conductor va a dormirse en cualquier momento, dando lugar a que a la mañana siguiente los telediarios abran con una foto del vehículo convertido en transformer apaleao, se dedican a calentarle la oreja al sufrido chófer con una fluidez verbal digna de un comentarista de fútbol argentino. Y así, la señorita Maria Luisa castiga los tímpanos del conductor en el camino de Valladolid a Salou mientras que él, por otra parte, está deseando que la profesora haga como todos los ceporros que tiene sentados detrás y se duerma y le deje escuchar El larguero en paz. A veces me imagino que en Magisterio hay una asignatura troncal llamada "Fundamentos de conversación nimia con conductor de autocar de viaje de estudios I" o algo así.

Pues sí, a mi cerebro le pasa igual. Basta con que tenga que pasar una noche de empalmada, o que mi ciclo del sueño se vea reducido a un par de horas, para que el colega que tengo detrás de las cejas se plante en el asiento delantero, se ponga el cinturón de seguridad, y se líe a soltar gilipolleces sin descanso.

Pues bien, durante las últimas horas, mi cerebro ha tenido una oportunidad de oro para contarme sus cosas, ya que el Cosmos ha conspirado para torturarme mediante la privación del sueño. Y voy a desahogarme aquí, que para algo el blog es mío.

Para empezar, he tenido que salir de la cama a las 2:30 AM para ir al aeropuerto. Por mucha prisa que me he dado y por mucho que he corrido para llegar a la parada del autobús, he perdido el mismo, así que me ha tocado esperar media hora a que llegase el siguiente, en la noche irlandesa de septiembre, con un levante otoñal y dejando que el temporal desguazase mis huevos de frío. Sí, como en la canción de Serrat, más o menos.

Una vez ha llegado el bus y me he metido en el mismo, he creído inocentemente que podría dedicar la hora de viaje a cerrar los ojos y dejar que un bocadillo relleno de zetas surgiese sobre mi cabeza. Pues no. A mi lado se ha sentado una polaca que emanaba un embriagador (nunca mejor dicho) pestazo a alcohol y que, presa de la cogorza de varios gramos en sangre que traía, no ha podido evitar dormirse encima de mí durante todo el trayecto. Tania, se llamaba la muchacha (esto último lo sé porque el tío que había subido con ella y que había tenido que sentarse del otro lado del pasillo no paraba de zarandearla y gritar su nombre para evitar que cayera inconsciente o que directamente se muriese).

Tras este magical mystery tour, ha tocado la llegada al aeropuerto, con su saqueo de la tienda de chocolate y su media hora de pie aguardando el embarque y teniendo que soportar a un grupo de viejos ingleses colándose delante de mí mientras se hacían los suecos ante un mapa del metro de Madrid. Hago un paréntesis para manifestar mi más profundo deseo de que algún robaperas les desplume en cuanto pongan un pie en la ciudad del Manzanares. Porque me jode que la gente se cuele. Sólo por eso. Evidentemente, uno no se puede dormir mientras aguarda para embarcar, pero en todo momento conservaba la fe y creía que después podría echarme una siesta matutina a varios miles de pies de altura.

Ja, ja, ja. Que te lo has creído. Dos han sido los motivos que me han impedido dormir en el avión. ¿Los incomodísimos asientos y el hecho de que los azafatos de Ryanair abren la megafonía cada dos minutos para venderte cualquier mierda como si de tomboleros se tratase? No. El primer motivo ha sido el trío de niñatos con uniforme de colegio pijo (pero pijo, pijo) que tenía sentados delante y que han demostrado, una vez más, que la educación privada suele tener poco o nada de educación (y que parecían comerciales de Tecnocasa con aquellos uniformes, pero de eso que se encargue su colegio, que no es mi problema). El segundo ha sido la señora que iba a mi lado, porque no ha parado de toser mientras estaba despierta y no ha parado de roncar mientras estaba dormida. Pero no hablamos de un ligero ronroneo nasal, no. La vieja gruñía con toda la puta bocaza abierta metiendo más ruido que los propios motores del avión. Y así no hay quien duerma, coño.

fuente: Warner Bros. Pictures
Yo, intentando echar una cabezada durante un vuelo de Ryanair (dramatización)

Por lo tanto, y dispuesto a no llevarme una tercera decepción, tras llegar a Barajas, pasar por el McDonalds de la T4 (maldito seas, Ronald. Lo de dar juguetes y cartas de Pokémon con el Happy Meal es un golpe bajo. A mi cartera) y luego subir al ALSA con destino Valladolid, he preferido no hacerme ilusiones y convencerme de que en esta ocasión tampoco iba a pegar ojo. Y bingo, oye. Yo no sé si es porque mi viaje ha caído en el Día Mundial de Roncar en Público, pero llevaba a un matrimonio detrás cuyos miembros lo hacían a dúo. Suelen decir que la pareja que ronca unida permanece unida, así que en parte me alegro por ellos.

Y claro, en todo este tiempo, a mi cerebro no paraba de írsele la olla. Que si Jason Statham y Simon Pegg están encasillados, con gran acierto, cada uno en lo suyo (el primero en dar hostias y el segundo en hacer el payaso), que si que qué frase del guión de Avatar podría cambiarse por la expresión "Con Franco se vivía mejor" sin que el argumento se viese demasiado afectado, que si Rumba Tres supera en calidad a los Beatles por todas estas razones, que si la televisión en España tocó fondo con Hostal Royal Manzanares, etcétera. Completamente a su bola, mi cerebro. Os juro que no sé de dónde se sacaba tales chorradas.

El problema es que, tras tantas horas en vela, ahora no soy capaz de elaborar nada constructivo con todo el material que mi masa encefálica me ha proporcionado durante su breve fase dadaísta, así que lo mejor que puedo hacer ahora es irme a la cama. En cuanto me termine el Happy Meal.

Maldito seas, Ronald

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