sábado, 7 de octubre de 2017

Lo importante

Sí, esta semana voy a hablar de "lo de Cataluña". Y os advierto que la entrada viene espesita.

No tenía pensado dejar que este tema se colase en mi blog, pero resulta que el otro día, el Alsa en el que viajaba del Adolfosuarezmadridbarajas a Valladolid por un asunto que no os incumbe (y que nadie se ofenda si no he avisado para quedar, pues he pasado en la capital del Pisuerga menos de catorce horas y no he tenido tiempo ni de ir al baño) me ayudó a describir con bastante precisión cómo me siento al respecto.

Me explico. Mi asiento se situaba justo encima del lavabo del bus, y esta feliz circunstancia provocó que, durante las tres horas de trayecto, y sin descanso, oliese ora a heces, ora a orina en torno a mi sitio (insisto para que quede claro: TRES HORAS sufriendo EN TODO MOMENTO un pestazo horrible A PISES Y CACAS). Si esto no fuese suficiente para amargarme el viaje, el jambo del asiento de al lado, durmiendo en una postura imposible, roncaba como si se hubiese tragado una motosierra en marcha, y su atronar hacía que la música que sonaba a todo volumen a través de mis auriculares pareciese un susurro agónico.

Así que mis sentimientos relativos a este conflicto coinciden con los que me invadieron durante el inolvidable viaje en aquel Alsa que olía como el taxi que llevó a Will Smith de Filadelfia a Bel Air: asco y cabreo. Asco, porque las noticias que vienen de un lado huelen a mierda y las que vienen del otro huelen a meados: imágenes manipuladas, mensajes parciales, morbo que busca el minuto de oro, rumores convertidos en titulares, propaganda hecha noticia, bulos tomados en serio y un sinfín de inmundicias mediáticas ante las que Joseph Goebbels debe estar dándole codazos a Margaret Thatcher (pues confío en que los dos hayan sido mandados al mismo sitio) con regocijo mientras le dice: "esta peña no para de adelantarme por la derecha, tú". Y cabreo, porque estoy viendo con impotencia cómo todo el mundo se ha visto repentinamente inmerso en este rosario de la aurora sin pies ni cabeza y estamos a punto de acabar como en la escena de la iglesia de la peli Kingsman, sólo que en vez de Lynyrd Skynyrd interpretando Free bird, la banda sonora la van a poner criajos berreando el Cara al Sol y Els segadors.

En serio, el poco rato que he pasado en un Valladolid cuyos balcones están plagados de banderas rojigualdas (y esta vez no es porque juegue la Roja) me ha servido para darme cuenta de que nadie se libra. Y lo peor es que he escuchado auténticas barbaridades por parte de gente que empieza a ansiar la salida al mercado del Franco 2.0 o que espera con ilusión ver imágenes de tanques en la Rambla siguiendo el mismo recorrido que aquella furgoneta que nos hizo olvidarnos de lo que pone en nuestros DNI durante unas horas hace un par de meses.

Y ahora es cuando os tengo que decir lo que pienso al respecto.

Podría decir que el referéndum es ilegal e inconstitucional y que Cataluña le está haciendo un mortadelo a España con todo esto, o podría decir que preguntarle al pueblo es un ejercicio democrático al que no deberían ponérsele zancadillas desde Madrid.

Podría decir que enviar a tres mil piolines a reventar a ciudadanos que sólo querían votar ha sido la mayor de una interminable serie de meteduras de pata por parte de ese incompetente que tenemos por Presidente del Gobierno, y que deberían rodar varias cabezas por ello, o podría decir que la policía está para lo que está, que la ley hay que cumplirla y que a veces, cargar con una porra, también es cumplir con tu trabajo.

Podría decir que la Constitución es poco menos que un libro sagrado al que habría que apelar para pararles los pies a los catalufos, o podría decir que la Carta Magna no se corresponde con la España actual y que debería ser reformada con cautela y consenso (no como aquella vez que Rajoy y ZP se dedicaron a dibujar pollas sobre el artículo 135 en un cuarto oscuro del sistema democrático al que sólo tienen acceso ellos).

Podría decir que la nación está unida contra esta barbarie independentista y que hace falta más mano dura contra los rebeldes catalanes, o podría decir que los españoles sólo han sabido estar unidos cuando lo de Las Navas de Tolosa y cuando lo de Bailén (y tendría que decirlo con la boca pequeña y matizando mucho), y que cada bandera de España ondeando en un balcón viene a decir "Aquí vive uno que simplemente odia a Cataluña".

Sin embargo, mi opinión es ésta:

Paso. Paso de todo esto. Tengo otras cosas por las que preocuparme.

"Ya, pero es que la Constitución..."

Me da igual.

"Ya, pero es que el Govern..."

Me la pela.

"Ya, pero es que el artículo 155..."

Me la sopla.

"Ya, pero es que el resultado del referéndum..."

Me la refanfinfla.

"Ya, pero es que el rey..."

Me la trae floja.

Me da igual. Me da igual.

He decidido no seguirle el juego a, tal y como definió Quequé con gran acierto en el segundo mejor episodio de La vida moderna hasta la fecha (porque el primero es, ha sido y será el de Ignatius en el taxi), "las dos derechas más corruptas de Europa tapándose con un trapo sus putas vergüenzas".

Sé que hago mal, pues basta con conocer un poquito la historia de nuestro país para ser consciente de que, aunque sea lo más coherente, no posicionarse es la opción más descabellada e insensata cuando la cosa se calienta, ya que apoyar a unos te convierte en enemigo de los otros y apoyar a los otros te convierte en enemigo de unos, pero no apoyar a ninguno te convierte en el enemigo de todos. No obstante, es lo que hay, así que sacadme de la multi si lo único que pretendéis es dejar el cerebro en punto muerto y permitir que otros lo empujen cuesta abajo mientras escupís las soflamas en blanco y negro que el bocazas ignorante de vuestro cuñado os acaba de mandar por Whatsapp. Y os lo dice alguien a quien LE CHIFLA (recuperemos el concepto "chiflarse", por favor) debatir sobre política. Pero así, no.

Dicho esto, hablemos ahora de otro asunto que me preocupa más y que considero de urgencia nacional. Y es que el otro día, mientras hacía tiempo en la T4 entre viaje en avión y viaje en bus, me acerqué a los mostradores de facturación de Iberia con la esperanza de hacerme con una etiqueta identificadora que atar en lo alto de mi maleta. Mi decepción fue mayúscula cuando descubrí lo siguiente:

¿¿¿QUÉ PUTA MIERDA ES ESTO, IBERIA???

Hace veinte años, uno se acercaba al mostrador de esta compañía aérea y se iba de allí con un identificador que era un primor: de plástico duro, cerrado sobre la etiqueta para que ésta no se deteriorase y con un lazo firme como su puta madre acabado en punta que se ataba sobre sí mismo y no había dios que pudiese arrancarlo de la maleta. Echad un ojo a cómo era el objeto del que estoy hablando para que podáis comprender mi nostálgica rabia:

fuente: todocoleccion
¡Identificador real YA!

Reconozco que por aquella época yo no tenía ni puñetera idea de cómo era un avión por dentro, y aunque el viaje más largo que hice fue una excursión en autocar con el colegio al Henar de Cuéllar, he de decir que llevé aquel trozo de plástico enganchado en la mochila (la cual me regalaron con los quesitos de El Caserío y se me jodió aquel mismo día) con un orgullo como no he vuelto a sentir desde entonces.

Y ahora me encuentro con que la aerolínea nacional me ofrece un triste trozo de papel con un aún más triste trozo de hilo que tiene pinta de desprenderse vergonzosamente si al maletero del aeropuerto le da por toser fuerte mientras echa mi equipaje a la bodega del avión. ¿Qué coño pasa contigo, Iberia? ¿Dónde está el artículo de la Constitución que me defiende frente a semejante ultraje? ¿A qué esperas para dar un puñetazo en la mesa y poner solución a este problema, Felipe?

Iberia ens roba, collons!

Que vosotros diréis "si tan indignado estás porque Iberia saque etiquetas de mierda para identificar las maletas, ¿por qué leches has cogido no una, sino DOS?". Pues por dos motivos (y espero que en esto sí que haya unidad nacional, porque sé que TODOS pensáis igual que yo): porque eran gratis y para poder quejarme.

Vale, lo reconozco. Lo del identificador de la maleta es un berrinche tonto, y el único motivo para traerlo a colación ha sido mantener un mínimo nivel de payasismo en una entrada que me estaba quedando demasiado seria. Bueno, eso y que necesitaba desquitarme. Y que éste es mi blog. Y que vosotros no mandáis en mi vida. A callar.

Volviendo a "lo de Cataluña" (y con esto termino, palabra), quizá tenga algo que ver la falta de lluvia, que está secándole las neuronas a la gente y por eso los malahostiómetros están alcanzando máximos insostenibles. Las cosas como son: lo de ir a primeros de octubre en manga corta y que aún no se hayan pelado los árboles ES PREOCUPANTE (joder, si hace años, por estas fechas, yo empezaba a plantearme la posibilidad de sacar los guantes del armario). A este paso, si tengo suerte de volverme a España dentro de veinte o treinta años (para los que acabáis de llegar, llevo viviendo en Irlanda desde dos mil doce y la cosa va para largo, visto lo visto), me voy a encontrar el país convertido en un desierto. Un desierto que, ojito a esto, no entendería de fronteras ni de nacionalismos.

Por ello, en lo que esperamos a que Minerva Piquero pronostique una buena chaparrada que recorra la península de punta a punta, obligando a cerrar el periódico, guardar el móvil en el bolsillo y apartar la vista de la tele para contemplar el paseo de las gotas de lluvia por la ventana, tengamos claro que lo que le falta a los ríos y pantanos del país es agua, no sangre. Así que menos plantar banderas, y más plantar árboles, coño.

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