Tú y yo sabemos que nuestra relación podría calificarse, por decirlo de alguna forma, como "distante". Han sido pocas las ocasiones en las que ha ocurrido algo en mi vida relacionado contigo, y todas ellas se han caracterizado por compartir un desenlace bastante decepcionante.
El primer recuerdo que tengo en el que se habla de ti data de mil novecientos noventa y tres. Todos los periódicos y televisiones te mencionaron porque Esteban Sánchez Casas, más conocido como "el santón de Baza", había prometido que sería posible verte mirando directamente al Sol. Sin usar una radiografía, ni nada.
A consecuencia de esta recomendación, treinta granadinos se quedaron medio ciegos. Y a mí me dio un poco de bajón porque contaba con que todo el circo del de Baza no hubiese sido la invención de un sinvergüenza, que te hubieses mostrado de verdad dentro de la corona solar y que alguno de los incautos que sufrió lesiones oculares te hubiese podido sacar una foto que yo habría usado para comprobar si de verdad te pareces a la imagen que, año tras año, en forma de calendario de la Medalla Milagrosa, presidía la galería de la casa en la que pasé mi infancia.
La siguiente palada de arena sobre el ataúd en el que se encontraba mi fe en ti cayó cinco años después, durante el viaje anual a la costa del Cantábrico que hacía con mis padres y mi hermano cada verano. Por aquella época, yo comenzaba a ser un flipado de lo paranormal que, a diferencia de ahora, se creía todo lo que Miguel Blanco contaba en el programa de M80 Espacio en blanco. Mi frikismo llegaba a tal punto, que hice que mi familia me acompañase hasta el pueblo de San Sebastián de Garabandal, donde supuestamente habías hecho una aparición estelar en los años sesenta, para ver si podía encontrar allí algún tipo de revelación. Sin embargo, lo único que obtuve de aquel viaje por carreteras sinuosas fue la certeza de que, cuanto más fervor religioso tiene la gente, más llena el monte de mierda.
La puntilla vino a darla una noche de abril de dos mil dos el programa de Antena 3 Al descubierto. En aquella emisión (que puede verse en Youtube a día de hoy), el espacio trataba tus supuestas apariciones en la finca de El Higuerón, en Marinaleda. Un interesante debate entre expertos de más de dos horas culminaba con imágenes en infrarrojo de los reporteros del programa echando a correr tras la imagen que se mostraba a lo lejos en plena performance para destapar que se trataba de una impostora sacacuartos haciendo el imbécil con una linterna.
Tal acumulación de decepciones hizo mella en mí, por lo que el resto de referencias a ti de las que he sido testigo desde entonces han pasado por mi cabeza sin pena ni gloria. Especialmente sin gloria, que de eso entiendes un rato, ¿no?
Hasta que ocurrió lo del pasado sábado. Como imagino que estarás a muchas cosas, no tengo muy claro que te acuerdes, por lo que voy a tomarme la libertad de refrescarte la memoria. Espero que no te lo tomes a mal.
Mi novia y yo salimos de ver la última de Piratas del Caribe y nos dirigimos a la juguetería que hay frente a los cines. En dicha juguetería, mi novia adquirió un chaletazo de Sylvanian Families para uso y disfrute personal porque es una persona adulta responsable que puede permitirse hacer con su dinero lo que le salga del coño. Yo, aparte de celebrar y respetar su decisión, me ofrecí a cargar con el muerto de camino a casa.
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No pesaba, pero abultaba de cojones |
Ella, a cambio, procedió a portar las dos jardineras que adquirí en un todo a cien situado varios centenares de metros más adelante y en las que pienso cultivar toda clase de plantas aromáticas, pues estoy llenando mi patio de flores pero aquello no huele a nada y es una pena.
En fin, que íbamos los dos en pleno do ut des calle Aungier arriba siendo azotados por la lluvia irlandesa y mi novia, que había aprovechado la parada en el todo a cien para hacerse con un paquete de galletas de chocolate, me ofreció una. Yo, convertido en un improvisado costalero bajo el chalet de juguete modelo Beechwood Hall, degusté el manjar con deleite.
Tras aquella galleta vino otra. Y otra. Y muchas más. No sé cuántas galletas pueden entrar en un paquete comprado en un todo a cien, pero llegó un punto en el que mis papilas gustativas se encontraban saturadas de dulce. Necesitaba compensar aquel empalago Candy Candy con gran urgencia, so pena de empezar a sentirme a disgusto, algo muy grave cuando se pertenece a la clase media.
Vamos, que necesitaba café.
Y fue entonces, al cambiarme el paquete de brazo, cuando tu imagen surgió triunfal, presidiendo la puerta de una de las muchísimas iglesias que crecen como setas en cada esquina de la capital irlandesa. No habría prestado atención a tu presencia, si no fuese por que, con tu gesto, me estabas ayudando a encontrar lo que estaba buscando desesperadamente. Ante tus manos abiertas, en el juego de perspectiva que se planteaba desde mi posición, aparecía el cartel "STARBUCKS" .
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Si esto no es un milagro, que baje tu hijo y lo vea |
En ese momento, la lluvia dejó de caer y un rayo de sol cruzó la cristalera de la cafetería, iluminando un detalle que jamás había visto en un Starbucks: entre el enjambre de estudiantes orientales que no deben tener muy claro cómo son aquí las bibliotecas y se están sacando la carrera al calor de un latte macchiatto tras otro y la gente postrada en los sofás echando a perder la tarde viendo fotos de Instagram en sus móviles, había UNA MESA LIBRE.
Y allá que fuimos mi novia y yo, flotando en un aura de incienso y sintiendo un coro de ángeles que entonaban "que alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor alabaré alabaré yo tengo un gozo en el alma grande" (bueno, en realidad lo que había era humo y ruido de los coches que circulaban a toda hostia por aquella zona de Dublín, pero es que a mí, cuando sé que me voy a meter un café entre pecho y espalda, se me va un poco la olla). Tras cruzar las puertas del sagrado lugar, pude hacerme con un americano y restablecer el equilibro dulzor/amargura de mi organismo.
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Gloria bendita |
En fin, no te molesto más, que tendrás cosas que hacer. Sólo quería que supieras que estoy en deuda con todo aquel que me consigue un café directa o indirectamente, por lo que supongo que ahora me tocará ser cristiano, ¿no? Es que el cura de mi barrio siempre se las daba de enrollado y nunca me quedó muy claro cómo funcionan estas cosas.
Pues nada, chica, lo dicho. Hasta pronto si nos vemos.
P.D.: Lo de hacer que parase de llover, podrías haberlo mantenido un par de horas más, que a la salida del Starbucks volvió a caer con una fuerza que te cagas y mi novia y yo llegamos a casa como sopas.
