viernes, 26 de enero de 2024

Luces

Todos tenemos, en mayor o menor medida, una gramola cerebral que, cual soldado de invierno marveliano, se activa si recibe el estímulo adecuado. Si yo os suelto, por ejemplo, palabras como macarena, aserejé o bulería, es muy probable que se os joda la tarde debido a las canciones de mierda que os acabo de meter en la cabeza y de las que no os vais a poder librar fácilmente.

Sin embargo, al igual que los anteriores casos son comunes a casi todos nosotros, hay otros que no funcionan de la misma forma, y que dependen de lo especialito que sea cada uno. En mi caso particular, el vocablo que titula esta entrada me hace acordarme de una tonada sesentera de título homónimo interpretada por un grupo que ninguno de vosotros conoce: Los mitos.

Yo conozco a dicho conjunto porque ronda por casa de mis padres un casete con sus mayores éxitos que solía sonar de fondo durante nuestros viajes familiares a la costa cántabra. Esto hace que, a pesar de que todas sus canciones fuesen baladas pastelosísimas (algo que tenían en común todas las bandas de la época, por otra parte), las recuerde con cierta nostalgia. Además, su vocalista Tony Landa tenía una voz bastante decente y me atrevería a compararle con Elvis. Sí, qué coño: Tony Landa fue nuestro Elvis. Y ya que me estoy empantanando, permitidme que me venga arriba: Nino Bravo fue nuestro Eric Burdon, Camilo Sesto nuestro Freddie Mercury y Tino Casal nuestro Bowie. Y nadie va a conseguir que me baje de esa burra.

Espero que los minutos musicales tan guapos que os acabo de regalar os desatasquen el aserejé del principio. De nada.

Pero bueno, yo no he venido aquí a pelearme con nadie por cantantes muertos o a punto de estarlo. El motivo que me ha llevado a juntar teclas en esta ocasión son dos anécdotas que comienzan de forma igual: con luces (ya veis que no doy puntada sin hilo). Concretamente, con luces que vi desde mi ventana mientras me creía a salvo dentro de mi vivienda la vivienda propiedad de un fondo de inversión por la que mi novia y yo pagamos mensualmente un alquiler desorbitado.

La primera de ellas tuvo lugar una tarde de sábado del pasado verano durante la cual yo me hallaba ante el ordenador. Gracias a que el sol acababa de desaparecer por el horizonte y la oscuridad empezaba a inundarlo todo, pude ver por el rabillo del ojo unos reflejos luminosos de color azul, rojo y anaranjado proyectándose contra la fachada del edificio que hay frente a nuestro pisazo. Temeroso de que mi cerebro estuviese gastándome una broma de las que terminan con un neurólogo dando malas noticias, me asomé para tratar de identificar el origen de aquella silenciosa discoteca, y el despliegue que descubrí allá abajo me hizo fliparlo un poquito.

Aunque lo que voy a enumerar a continuación parezca sacado de un sketch de Barrio Sésamo protagonizado por el Conde Draco, os juro que no me lo invento: ¡TRES! camiones y ¡UNA! furgoneta del cuerpo de bomberos, ¡DOS! coches de policía y ¡UNA! ambulancia maniobraban al pie del bloque de pisos mientras que muchos currantes de emergencias embutidos en uniformes fosforito entraban y salían de mi portal cargando con mangueras, hachas, maletines y toda clase de parafernalia destinada a luchar contra lo que fuese que se hubiese desatado dentro del edificio.

Teniendo en cuenta que estaba lloviendo muchísimo y que tal situación meteorológica había protagonizado los días previos, la primera idea que se me vino a la mente fue que el sótano se había inundado, lo cual me pareció una putada enorme habida cuenta de que es en el subsuelo donde se encuentran garaje y trasteros. Que vale que por suerte no dispongo de coche propio, pero en el trastero es donde guardo mis maletas, amén de muebles varios que llevo meses queriendo vender y si no lo he hecho aún es porque me da una pereza horrible publicar los anuncios correspondientes en el Wallapop de aquí, que se llama Willhaben; y la idea de que todo esto se echase a perder por el exceso de lluvia me contrariaba sobremanera.

No obstante, pude descartar la hipótesis del anegamiento lo que tardé en ver cómo los bomberos acudían escaleras arriba y no se dirigían al -1 en ningún momento. Entonces, ¿qué era lo que había provocado semejante movilización? En parte porque tenía ganas de cotillear, y en parte porque, llamadme loco, pero era posible que en mi edificio estuviese teniendo lugar algún evento peligroso para mí y para mis gatos, bajé varios pisos por las escaleras hasta llegar a la tercera planta, y ahí me encontré con varios vecinos que rodeaban a dos bomberos, quienes toqueteaban la puerta de uno de los pisos como diciendo "aquí está el meollo". Pregunté entonces a una vecina por el motivo del follón, y me respondió escuetamente que "fuego". Lo extraño es que la puerta de marras no estaba caliente, no salía humo por ninguna parte y no había saltado ningún detector.

La pregunta seguía en el aire: ¿a qué se estaban enfrentando los apagafuegos? Y la respuesta resultó ser un alivio: a NADA. No pasó nada en mi edificio aquella noche. Y si se armó tan gorda con una falsa alarma, imaginad la que se puede montar el día que, Dios no lo quiera, ocurra algo de verdad. A lo mejor se planta aquí el ejército. O traen a Rex, que es austriaco.

fuente: youtube
Dios los cría y mi blog los junta. No, no es un montaje

Al cabo de algo menos de una hora, bomberos, sanitarios y agentes de policía se montaron en sus respectivos vehículos y, tal y como aparecieron, se largaron. Me gustaría decir que "sin dejar rastro", pero no fue así. Y es que parte de esta performance incluyó que uno de los camiones se acercase por el otro lado del edificio y desplegase su escalera, al extremo de la cual se encontraban dos bomberos que, tras colarse por el balcón de la vivienda del tercero, confirmaron que allí no se estaba quemando nada. Pues bien, dicho camión, en su aproximación y posterior alejamiento, jodió de lo lindo el césped del jardín interior de la comunidad. Jardín que, por otra parte, hace las veces de patio de recreo para los chiquillos que acuden cada día lectivo a la guardería sita en los bajos del bloque.

Si traigo este detalle a colación es porque, aparte de que soy un genio en esto de enlazar temas, resulta que esos chiquillos protagonizan la otra anécdota que os quiero contar, la cual he vivido ya en un par de ocasiones. Y si bien es cierto que la segunda vez me pilló sobre aviso, la primera de ellas provocó que en mi cerebro se desplegase un abanico de sensaciones que fueron del acojone a la incredulidad.

En esta ocasión me encontraba sentado en el sofá viendo alguna serie rara de ésas que no puedo recomendar a nadie porque sólo me gustan a mí, y lo que contemplé tras el ventanal del balcón, allá abajo, fue una hilera de lucecitas anaranjadas que se desplazaban lentamente por la acera a medio metro del suelo. Lo primero que se me vino a la mente en ese momento a mí, que tengo ascendencia gallega, es que la Santa Compaña me estaba buscando y que podía darme por jodido. No obstante, mi escepticismo se puso a las riendas y descartó tan descabellada teoría. Además, tras contemplar más en detalle la escena, vi que quienes portaban las luces no eran almas en pena, sino los nenos de la guardería que acabo de mencionar.

Efectivamente, cada mocoso cargaba con un farolillo encendido y todos ellos constituían una procesión que se desplazaba alrededor del edificio. No sólo esto, sino que los padres también formaban parte de la comitiva. Fue entonces cuando no pude evitar pensar "niño muerto" y asumir que varios pisos bajo mis pies, entre las perchas para los abrigos del jardín de infancia, desde hacía poco se había quedado una libre, y que lo habitual aquí era que el resto de compañeros rindiesen una especie de homenaje funerario como el que estaba teniendo lugar ante mis ojos. Sin embargo, tuve que descartar esta segunda conjetura cuando una de las profes rompió el silencio y, guitarra en ristre, comenzó a berrear una canción cuyo tono alegre desentonaba con la actitud fúnebre que me había imaginado. Algunos padres y niños se unieron al cántico, y yo, pensando "qué niño muerto ni qué niño muerto", supe que si quería hallar respuesta a las dudas que me asaltaban en el momento (y que no eran pocas), tendría que recurrir, como viene siendo habitual, a Superluisa.

Y sí, Superluisa me vino de perlas una vez más y resolvió el enigma. Resulta que lo que había visto formaba parte de la tradición local: a mediados de noviembre, coincidiendo con la festividad de San Martín de Tours, los críos preparan farolillos para dirigirse a última hora de la tarde a la iglesia de su parroquia correspondiente, conmemorando que el susodicho santo, según cuenta la leyenda, partió su capa en dos para compartirla con un aterido mendigo a las puertas de Amiens, causando que los testigos del hecho encendiesen sus linternas para correr la voz por la ciudad.

Lo que ocurre es que aquí no hay ninguna iglesia a mano. Tenemos un Spar, un Lidl, una oficina de correos, una heladería, un restaurante italiano... Pero de iglesia, nada, así que los niños se tienen que conformar con rodear el edificio varias veces y darme un sustito que, aunque cada vez es menos intenso, sigue recordándome año tras año que ni desde la tranquilidad de mi casa puedo entender a este país.

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