viernes, 29 de abril de 2022

Bajo el sol en febrero. Capítulo 8

No voy a empezar esta entrada hablando de lo que soñé durante la última noche que pasé en Dubai. Y es que ni lo recuerdo, ni tomé nota de ello. De hecho, no tomé notas en absoluto y me toca confiar en mi escasa memoria para echarme a escribir. Teniendo en cuenta que todo lo que estoy a punto de contaros ocurrió hace ya dos meses y que apenas saqué fotos durante la jornada, se avecina un post breve, para alivio de todos.

Aunque lo más adecuado habría sido no usar despertador (pues la paliza en la Expo del día anterior pedía a gritos dormir en condiciones), el hecho de que el avión, pese a partir a primera hora de la tarde, no iba a esperar por nosotros, hizo que no nos quedase más remedio que salir bien temprano de la cama. Para ayudarnos a enfrentarnos a la mañana con más ganas, bajamos al mcdondalds en el que prácticamente se sabían mi nombre y recurrimos a su grasienta (aunque deliciosa) opción en lo que a primera comida del día se trata.

Tras dar cuenta de huevos, bacon, hashbrowns y demás (y recoger las bandejas porque vivimos en una sociedad), aprovechamos la cercanía de una tienda Mumuso para terminar de comprar mierdas que habíamos localizado en incursiones previas a dicho establecimiento pero que no nos habíamos atrevido a adquirir por miedo a la sobrecarga maletil. Yo me compré este cojín tan mono:


Otra cosa que hicimos fue deleitarnos con la decoración de dudoso gusto que había en la zona:

Esta foto la hizo mi novia. No pensaba incluirla, pero la entrada va a camino de ser insultantemente breve y tengo que rellenar con algo

Una vez de vuelta en el apartamento procedimos a empaquetar nuestras pertenencias y toda la morralla adquirida durante la semana (os recuerdo que, entre otros objetos, me pillé un órgano Yamaha). Viendo que aún contábamos con un par de horas previas a la vorágine que supone viajar en avión, fuimos a la cercana playa, donde pasamos media hora tumbados al sol para callar a quienes me dijeron al enterarse de mi viaje "sI VAs a Ir a DUbAi TiENeS qUE iR a LA plAyA A tOmAR eL sOL". Lo que no hicimos fue bañarnos, pues la zona reservada a bañistas constituía tan sólo una minúscula cala dentro de un pequeño golfo en un rincón de la costa.

No sé si me he explicado, pero lo que quiero decir es que el agua no podía tener más mierda.

Viendo que se acercaba la hora de decir adiós a Dubai para siempre, abandonamos la playita, nos pegamos una ducha rápida y bajamos a buscar el taxi más cercano disponible (no sé por qué, pero lo de llamar a un taxi siempre me ha dado cosica. Por cierto, tengo pendiente hablar de taxis en general. Que no se me olvide). El taxista nos acercó al aeropuerto y aquí nos tocó hacer una cola importante para poder facturar las maletas. Facturarlas nosotros, ojo, porque Emirates se ha ventilado a casi todo su personal de tierra y ahora es uno mismo el que tiene que encargarse de pesar su maleta, colocarle pegatinas y echarla a la cinta transportadora. ¿Os cuesta a vosotros menos el billete desde que las aerolíneas se ahorran un pastizal con detalles así? A mí tampoco.

Tras trabajar gratis para Emirates durante unos minutos pasamos el control de seguridad, en el cual no pude evitar acojonarme un poquito porque mi pasaporte estaba dando problemas para ser leído, y el agente encargado de darme el visto bueno no estaba por la labor de contarme lo que pasaba mientras revisaba en su ordenador Alá sabe qué. Pero bueno, al final todo salió bien y mi novia y yo pudimos felizmente encaminarnos al trenecito que nos llevaría a las puertas de embarque.

Llegados a dicha zona, y aprovechando que las escaleras mecánicas no se acababan nunca, saqué una foto del interior de la nave para mostrar lo enorme del lugar, pero la verdad es que la foto no hace justicia a lo que estoy defendiendo. La voy a poner aquí igualmente:


La hora de embarcar se acercaba, y de camino a la propia puerta nos tocó cruzar por varios duty free porque los que diseñan aeropuertos son unos coyotes, oye. Que te obligan a pasar por según qué sitios para que te gastes pasta y siempre hay algún primo que no puede evitar comprarse la última gilipollez comercializada por Kinder:


Al final nos plantamos en la puerta en el momento justo de subir al avión, y mientras nos leían las tarjetas de embarque descubrí que las sillas allí presentes tenían pinta de ser muy cómodas:

Y yo perdiendo el tiempo comprándome puñeteras huchitas

Por cierto, en la entrada en la que hablaba de nuestra llegada a Dubai comenté que el avión era monstruoso, y si necesitáis una prueba, os pongo una foto de los TRES pasillos desplegados para acceder al mismo:

No pasa nada si al ver la foto os preguntáis que dónde coño está el tercer pasillo, si sólo se ven dos. A mí me acaba de pasar, demostrando lo tonto que soy al no darme cuenta de que hice la foto desde el tercer pasillo. En fin, estoy cansado

Una vez metidos en el aparato y ocupados nuestros sitios, recordé el vuelo de ida y mi alegría al descubrir que no tenía a nadie detrás que me diese patadas (alegría que me duró lo que tardó la miserable de delante en echar su respaldo hacia atrás). En esta ocasión, también fui feliz durante unos minutos, pues nuestros sitios eran los primeros de la fila y no teníamos a nadie delante dispuesto a joderme reclinando su asiento. Peeero... Lo habéis adivinado: un criajo colocado detrás de mí se pasó todo el vuelo echando un partidito de fútbol con mi asiento.

Y no fue la única criatura que dio por saco. Os juro que ni me lo estoy inventando ni exagero: en las seis horas que duró el viaje no hubo ni un segundo en el que no se oyese a niños gritando o llorando. Semejante coro hizo que entre el despegue y el aterrizaje me entrasen unas ganas cada vez más intensas de emular a Arnold Schwarzenegger en Poli de guardería. A pesar de todo, mi cerebro logró filtrar el estruendo de fondo y pude echar una cabezada de un par de minutos, que fue el tiempo que tardó una mocosa que corría frente a nuestros sitios en despertarme de una patada.

Afortunadamente, nos sirvieron la comida poco después, y antes de echarle el tenedor saqué la foto de rigor para meter algo más de paja por aquí:


Tras comer, y una vez recogidas las bandejas, pasé el resto del tiempo intentando ignorar mi dolor de espalda, escuchando podcasts descargados y tratando de hacer una foto de algo que me parecía curioso: en la pantalla situada ante nosotros, cada cierto rato aparecía una imagen mostrando en qué dirección con respecto al avión se encontraba La Meca, para que quien quisiera rezase y tal. Sin embargo, cada vez que sacaba mi móvil la imagen cambiaba, por lo que esto es lo mejor que pude obtener:

Es lo que hay

A falta de un par de horas para nuestro aterrizaje en Viena nos dieron la merienda:


Una vez encafetado, y consciente de que me iba a pasar el resto del vuelo en vela, traté de leer un rato, pero me resultaba imposible concentrarme en mitad del barullo que estaba teniendo lugar en aquel jardín de infancia con alas. Por ello, lo di por imposible, coloqué mi ebook sobre el asiento a mi derecha (que estaba vacío, aclaro) y dediqué el tiempo restante a oír música.

Aterrizó el avión, salimos del mismo, cruzamos el control de seguridad (en el que dio igual haber elegido la cola de ciudadanos de la Unión Europea o la del resto de pasaportes, pues todas van siempre igual de lentas) y aguardamos pacientemente a que se nos hiciese entrega de las maletas. Mientras esperábamos, desarrollé una teoría absurda: el tiempo que se tarda en ver la maleta propia aparecer en la cinta es directamente proporcional al miedo que se siente al pensar que la han perdido. De todas formas, el ver que la zona sigue llena de gente esperando para lo mismo sirve para darse cuenta de que estamos todos en el mismo barco y la maleta terminará saliendo sí o sí.

No quiero con esto protestar contra el personal maletero, que bastante tienen con pasarse la jornada cargando bultos de otros. Y si a alguien le parece que el tiempo de espera es excesivo, la culpa es que quienes deciden no contratar a suficiente gente.

En fin, una vez nos hicimos con nuestras pertenencias, fuimos a la estación del aeropuerto. Desde aquí, un tren nos llevó a Viena, y fue en la capital austriaca donde hicimos el transbordo que nos dejó, pasadas tres horas, en nuestro destino (y creo que nos colamos en primera clase, pero nadie nos echó la bronca, por lo que no sé si en realidad los asientos eran demasiado cómodos y yo no estoy acostumbrado a viajar en un medio de transporte que no me haga daño).

Ya de vuelta en nuestro destino, caminamos a nuestro pisazo arrastrando las maletas, y como colofón a este día que empezó bien y fue evolucionando hacia cada vez peor fuimos bienvenidos por el siguiente cartelito de los cojones:

Alcensol aberiado, que dirían los de Gomaespuma

Podría terminar aquí esta serie, dejando que imaginéis entre risas cómo mi novia y yo nos dirigimos, maletas en ristre, y tras chuparnos horas y horas de viaje, escaleras arriba hasta el sexto piso. No obstante, queda un pequeño detalle en el aire...

Al describir mi mierda de vuelo he dejado caer que en cierto momento del mismo deposité mi ebook a un lado. ¿Os suena haber leído que después lo recogí? No, ¿verdad? Bueno, pues en la próxima entrada os cuento.

Licencia Creative Commons

No hay comentarios:

Publicar un comentario