viernes, 5 de marzo de 2021

Yo vs. el alemán. Quinto asalto

Se dan dos circunstancias que, una vez combinadas, me vienen de perlas para sacar la entrada que acabáis de empezar a leer: la primera es que el Ikea está a cinco kilómetros de mi casa.

La segunda es que soy un puto animal.

Y es que, no sé si lo hago para resarcirme por haber pasado siete años viviendo en una ciudad en la que cada visita a la tienda de muebles sueca consistía en poco menos que una aventura homérica o directamente porque soy así de raro, pero resulta que una de mis actividades favoritas desde que mi novia y yo nos mudamos a Austria consiste en (siempre que las condiciones de la actual pandemia lo permitan) pedalear al Ikea y volver a casa cargado como un burro con el artículo o artículos de turno. Y para que os hagáis una idea, el post de hoy va a tener forma de lista (en parte lo hago porque sé que lo odiáis), incluyendo en la misma los cinco artículos más voluminosos que han viajado del Ikea a mi casa en bici. Y como me da apuro que la entrada me quede corta, al final os contaré la lección de humildad que me llevé en uno de dichos viajes.

5 - Cuatro cajas DRÖNA


Lo sé. Visualmente chirrían un poco

Ancho: 34 cm
Alto: 4 x 1 cm
Largo: 70 cm
Peso: 4 x 0,90 kg

No las elegí por el color, sino por el precio. Y es que, como nadie quiere decorar sus estanterías con unos tonos tan horteras, estaban tiradas de precio. De todas formas, no desentonan del todo en el salón porque justo encima de ellas hay una bandera de tres colores clavada a la pared que no pienso enseñaros para evitarme líos.

De todas formas, a estas cajas les quedan dos telediarios, pues los gatos, aparte de usarlas para rascarse las uñas, han aprendido a abrirlas para meterse dentro, así que vamos a cambiarlas por puertas y cajones que les quiten un poquito esas ganas de joder que tienen tan a menudo.

4 - Un invernadero SOCKER


No juzguéis el estado de mis cactus y no seréis juzgados

Ancho: 36 cm
Alto: 8 cm
Largo: 49 cm
Peso: 3,19 kg

Me encapriché de esto cuando lo vi montado en el bar al que fuimos a desayunar el día de la visita a la fábrica de chocolate, y como realmente no es muy caro me decidí a comprarlo sin ser consciente de que ABULTA UN HUEVO. Al final, tras tenerlo en varios rincones de la casa estorbando, lo desterré al balcón para que protegiese los cactus del invierno. Y no sé si ha sido porque ha fallado estrepitosamente en su única misión, o porque en realidad yo soy un manazas en lo que a jardinería se refiere (a la foto me remito), pero intuyo que me va a tocar renovar la remesa vegetal en cuanto deje de helar por las noches.

Al final el capricho me va a salir más caro de lo que esperaba, joder.

3 - Cuatro barras de cortina RÄCKA


Poder esconderte de los vencinos es un derecho fundamental

Largo: 1 de 69 cm, 2 de 115 cm y 2 de 205 cm
Diámetro: 2 cm cada puta barra
Peso: 0,30 kg + 2 x 0,51 kg + 2 x 0,93 kg

Yo entro en una casa que no tiene cortinas y me siento como cuando veo un post en redes sociales sobre el 8-M que no incluye comentarios de incels lloricas. Vamos, que noto que falta algo que SIEMPRE HA ESTADO AHÍ. Por ello, para sentirme cómodo en el piso nuevo tuve que encortinar cada ventana como Dios manda. Y lo curioso es que no tuve este problema en Irlanda, donde en uno de los dormitorios una sabanilla de médico clavada con chinchetas hacía las veces de cortina sin que se me cayese la cara de vergüenza ante tamaña chapuza.

He de destacar que para poder transportar a casa todas las barras juntas tuve que unirlas con cinta aislante de ésa que PEGA QUE TE CAGAS y que la gente de Ikea pone a disposición de los clientes en un stand escondido en el que también hay cordel y un rollo de papel de estraza que me ha salvado el culo en multitud de ocasiones. Tanto a la hora de embalar productos ikeanos, como cuando he tenido que improvisar papel de regalo para amigos que se conforman con poco. Y no veáis QUÉ VIAJE. Fue todo un espectáculo en el que me sentí una especie de Don Quijote a pedales, temiendo ensartar a algún viandante o darme una hostia MUY TONTA en alguna curva del camino. Pero al final todo salió bien y no hubo que lamentar accidentes.

Lo más paradójico es que ninguna de las cortinas de mi piso ha salido del Ikea, pues son caras de cojones y encima toca recortarlas, que todas miden tres metros de largo. ¿Quién coño vive en un piso con paredes de tres metros?

2 - Una mesa auxiliar con ruedas TINGBY


Gato no incluido

Ancho: 52 cm
Alto: 8 cm
Largo: 63 cm
Peso: 5,16 kg

Esto es lo último que he traído a casa desde la tienda sueca a lomos de mi bici. Y quienes me veían cargar con ello también podían leer escrito "tranquilos, que no es la primera vez que hago esto" en la expresión de mi cara. Si alguna vez en los próximos treinta años vuelve a ser posible el que podamos desplazarnos y reunirnos, el mueble servirá de mesilla para quienes pasen la noche en un sofá cama que aún no hemos comprado, pero que está al caer. De momento, me sirve para apoyar encima ese horrendo humidificador (parece que lo ha diseñado Ayn Rand, no me jodas) que me he visto obligado a comprar porque la fantástica dermatitis que tuve el año pasado ha vuelto este invierno con la fuersa de un siclóoon y me ha regalado unas sesiones de picores en enero y febrero de lo más divertido, tú. Y me da que la causa de semejante avería cutánea es la calefacción y lo seco que deja el ambiente.

1 - Una estantería HYLLIS



Cada tiesto vacío es una planta que no ha sobrevivido al invierno. Y el búho se llama Práxedes

Ancho: 29 cm
Alto: 4 cm
Largo: 141 cm
Peso: 6,13 kg

Me gusta este piso. Y me gusta el balcón de este piso. Lo que no me gusta es esa total falta de intimidad interbalconil, por lo que supe desde el primer día que en ese rincón tendría que colocar cualquier cosa que me ocultase de quien sea que acabe viviendo al lado. De todas formas, dudo que la inmobiliaria logre colocar ese piso a nadie, pues tiene una mierda de planta y nadie lo va a querer.

Por si acaso, la estantería viajó bajo mi brazo y apoyada en el manillar (hay una marca en el mismo que lo atestigua) y hace las veces de falsa pared para evitar que a algún potencial vecino se le ocurra mirar hacia aquí con la intención de hacer algo tan horrible como decir "hola, ¿qué tal?". Escalofríos me dan, sólo de pensarlo.

Y ahora, lo de la lección de humildad.

Resulta que la relación arriba exhibida no es lo único que hemos comprado en Ikea en los últimos meses, qué va. No sé si lo he mencionado alguna vez, pero paso de ponerme a buscar entradas antiguas y os lo digo directamente: aquí los pisos se alquilan vacíos. Por ello nos ha tocado hacer una inversión bien gorda en mobiliario para convertir el lugar en un sitio dignamente habitable; y no han sido pocas las veces que hemos tenido que hacer pedido en la web del establecimiento y esperar a que un camionarro vaciase carga ante nuestro portal. La primera vez que esto ocurrió no tuvo desperdicio: resulta que los repartidores jodieron el ascensor del bloque nada más empezar la descarga y se quedaron sin saber qué hacer, pues aunque tenían claro que el pedido lo iba a subir por las escaleras Rita la cantaora (y con razón, que estamos hablando de seis plantas), no se atrevieron a decir nada de primeras, ya que necesitaban la confirmación del jefe (quien no debía andar muy localizable aquella tarde, por otra parte).

Total, que dejaron toda la morralla en el portal y se fueron a seguir haciendo repartos mientras mi novia esperaba su retorno durante horas en las escaleras junto a los buzones (no. En el piso a aquellas alturas no teníamos ni sillas) y al final confirmaron, encogimientos de hombros mediante, que se llevarían los muebles y que nos tocaría llamar a atención al cliente para concertar otra fecha de entrega ("entschuldigungsprechensieenglisch que mire, que nos habéis dejado sin entrega después de jodernos el ascensor" y tal).

Pero bueno, a los pocos días volvieron, tuvieron más cuidado y una vez concluyó el proceso de descarga de varios muebles - jodimiento de ascensor - abandono de muebles en el portal durante horas - carga de muebles en el camión - descarga de muebles one more time días después - feliz montaje en el piso, descubrimos con ligero pesar (porque tampoco es que fuese el fin del mundo) que el armario PAX del dormitorio venía huérfano de barra en la que poder colgar los abrigos. Así que fue necesario llamar nuevamente a atención al cliente ("entschuldigungsprechensieenglisch somos los del pedido del ascensor jodido de la otra vez, que ahora resulta que al armario le falta bla bla bla") y esperar a que la barra de los huevos llegase.

Pero no llegaba.

Tras un intercambio de emails interminable y varios malentendidos (nos enviaron en un par de ocasiones piezas de recambio que ni habíamos pedido ni necesitábamos, no os lo perdáis) la barra seguía sin aparecer, por lo que aproveché una de mis excursiones ciclistas al inmenso local para acercarme a los mostradores y comentar la situación en persona. Con el miedo que le tengo yo a hablar con la gente, ojo.

Mientras esperaba a que llegase mi turno, eché un vistazo rápido al personal de atención al cliente y no pude evitar fijarme en que uno de los empleados contaba con, digamos, cierta edad. Y no es que yo ande lleno de prejuicios (vale, la verdad es que sí. ¿A quién quiero engañar?), pero a aquellas alturas de la película ya me había tocado lidiar con austríacos por encima de la cincuentena que sólo se comunican contigo en alemán y esta clase de situaciones me dejan sudando. Y no digo esto quejándome, pues soy consciente de que TODOS los malentendidos lingüísticos que he sufrido hasta la fecha (y que tanto os divierten, cabrones) han sido culpa MÍA por no saber alemán. Lo que ocurre es que aquella tarde andaba cansadillo y, para más inri, el restaurante se había quedado sin panzerottos (que es como en el Ikea de aquí llaman al calzone), por lo que no me apetecía tener que enfrentarme a una de esas situaciones que hacen que mis neuronas tengan que trabajar más de la cuenta.

Por ello me pasé los minutos siguientes repitiendo mentalmente el mantra "que no me toque el yayo, que no me toque el yayo, que no me toque el yayo", creyendo que, en plan El Secreto, el Universo me haría caso por desearlo muy fuerte. Sea como fuere, quien me atendió aquella tarde fue un joven que respondió con un "Yes" a mi "Entschuldigung, sprechen Sie Englisch?" y que, tras tragarse la perorata de la barra del armario, tramitó la reclamación y me aseguró que al día siguiente, una vez diesen los de finance el visto bueno, podría recoger la pieza y completar el armario de una puta vez.

Y eso hice. Pasada la noche me volví a plantar en el Ikea y, tras meterme dos panzerottos entre pecho y espalda (prioridades que tiene uno), me dirigí a los mostradores, tras los cuales no se encontraba el muchacho de la tarde anterior.

Eso sí, ¿sabéis quién sí que estaba? Lo habéis adivinado. Y seguramente adivinaréis también lo que estuve pensando mientras eran atendidos los clientes que habían llegado antes que yo:

...toquelyayoquenometoquelyayoquenometoquelyayoquenometoquel...

Peeero, esta vez no me libré. Quien cantó mi número por megafonía fue el amable señor mayor de gafas, pelo blanco y movimientos ligeramente lentos que aterraba a mi subconsciente. No obstante, mientras me acercaba con paso tembloroso imaginando que me iba a ir de allí sin barra por no poder hacerme entender, descubrí que en la chapita que portaba en el pecho, junto a su nombre lucía una flamante union jack, indicando que no me haría falta preguntarle si hablaba inglés, pues el hombre estaba allí específicamente para atender a memos como yo que aún no hemos sido capaces de aprender el idioma que hablan en este país. De hecho, el colega me daba sopas con honda en lo de manejar la lengua de Shakespeare, y puso punto y final a la incidencia de la barra perdida en un santiamén.

Desde entonces, cada vez que abro el armario PAX de mi dormitorio y contemplo la puñetera barra (ancho: 6 cm, alto: 4 cm, largo: 102 cm, peso: 0,65 kg), no puedo evitar pensar en el yayo, en su nivelazo de inglés y en lo tonto que soy.

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