lunes, 22 de enero de 2018

El arte, con sangre entra. Bueno, eso creo

Poco he contado acerca de mi reciente visita a Nueva York, la verdad. Uno de los motivos que justifican este silencio es que, a nivel cómico, aquella semana en la Gran Manzana no dio para mucho (salvo lo de la camarera del restaurante de Chinatown, que aún lo tengo pendiente). A nivel cultural, por otra parte... Pues según se mire, porque aquí habrá gente que me aplauda por haber entrado en el MoMA y gente que piense que los veinticinco dólares que cobran por entrar habrían estado mejor invertidos si los tirase a un contenedor, o si los usase para pagar la afiliación a Vox, por ejemplo (que viene a ser lo mismo).

Sin embargo, a mí el arte contemporáneo me gusta. Ya he dicho en alguna ocasión que el arte no está en las obras, sino en cómo se lo montan sus creadores para colocárnoslas. Además, me siento bien al ver colgada en una pared alguna mierda que podría pintar yo, o viendo cómo algunos artistas trolean al personal instalando un sofá en medio de una de las salas que en realidad es una pieza más, obligando a plantar al lado a un segurata en todo momento que avise a los fatigados visitantes que ahí no se puede sentar uno (os juro que tal "obra" se encontraba allí, pero no he logrado dar con referencias a la misma después).

Bueno, pues en el MoMA estaba yo, gozándola como un enano mientras mi novia (cuyo gusto se orienta más hacia el arte clásico) agitaba la cabeza con incredulidad al contemplar cada truño, cuando tuvo lugar uno de los pocos momentos desagradables de mi aventura neoyorkina: El cuadro La persistencia de la memoria, de Dalí, había sido vilmente sustraído y llevado a una exposición temporal a París:

TÓCATE LOS COJONES

Así que no pude evitar hincarme de rodillas y liarme a puñetazos con el suelo del museo en plan (spoiler alert) Charlton Heston en la escena final de El planeta de los simios hasta que mi novia tuvo a bien avisarme de que la gente empezaba a sacarme fotos sin tener muy claro si aquello era una performance incluida en el precio de la entrada.

Tardé poco en calmarme, pero durante el rato que estuve maldiciendo al MoMA por haber cedido el cuadro, a la Fundación Louis Vuitton por tenerlo en París, a mi móvil por hacer tan malas fotos y a Margaret Thatcher porque es muy sano maldecir a Margaret Thatcher de cuando en cuando, pude recordar dos historias y una leyenda relacionadas con el arte, protagonizadas por mí, y cargadas de ese traumatismo "que no es para tanto" tan característico de mi pasado. Os las cuento.

La primera de ellas ocurrió cuando yo cursaba quinto o sexto de primaria. Estábamos estudiando la época romana en conocimiento del medio, particularmente lo relativo a los mosaicos tan característicos de aquella gente. Y como es habitual en el temario escolar de la LOGSE, la lección incluía una actividad que nos haría perder la tarde a todos los alumnos de la forma más gilipollas: tratando de emular a los artistas del SPQR, debíamos aparecer en clase al día siguiente portando sendos mosaicos que representasen un casco romano. La forma de proceder sería la siguiente: en una cartulina, tendríamos que pegar lentejas que cubriesen toda la superficie para después dar color a la obra con témperas.

Y a mí me jodió por dos motivos: el primero porque no me digas tú que no es un derroche de lo más tonto. Imagina que sales del Eroski con un paquete de lentejas cuando están en plena Operación Kilo, y le tienes que decir a quien está recogiendo alimentos que no puedes darle tus lentejas para entregárselas a los pobres porque vas a pegarlas en un puto papel. Y el segundo motivo... Pues porque siempre he sido un vago que se lo curra menos que el logopeda de M. Rajoy. Bueno, pues fiel a mi forma de ser, dibujé un casco de lo más cutre y, en lugar de cubrir su superficie con las legumbres, pasé directamente al coloreado para únicamente poner lentejas en las líneas del dibujo. Aún así, no logré terminar tal chapuza hasta altas horas de la noche y, para más inri, el transporte del trabajo finalizado provocó que la mitad de las lentejas se perdiese por el camino. Muy educativo y muy útil todo, joder.

Mi segunda anécdota tuvo lugar años antes, durante una especie de concurso de pintura que organizó Mapfre en mi colegio. Me gustaría saber quién fue el genio de aquel centro educativo que aceptó que tal memez se llevase a cabo, pues no era más que una excusa rastrera utilizada por la compañía para intentar colarles seguros a nuestros padres. Nos hicieron entrega de una gran hoja en blanco a cada niño para que plasmásemos en la misma algo relacionado con la seguridad vial y yo, no sé muy bien por qué, dibujé el coche de la gasolinera de los balancitos de Playschool:

fuente: ebay
Esto, y el Mighty Max, los putos mejores juguetes que han caído en mis manos

No gané el primer premio porque no había primer premio. En su lugar, nos citaron a todos los participantes en un hotel para recoger un obsequio y para que un ejército de agentes mapfreros le comiese la oreja a nuestros padres. Y aquí viene la parte traumática: a la hora de hacerme con mi regalo, el trajeado empleado me preguntó si me gustaba pintar. Pero a mí no me gustaba pintar. Odiaba pintar. Pintar siempre ha sido para mí una tarea tediosa (y siempre se me ha dado como el culo, por otra parte). Qué asco, pintar.

Pues le dije a aquel hombre que me gustaba pintar. Básicamente porque pensé que quedaría mal si renegaba de tal actividad artística y porque siempre he sido un poquito imbécil. Mi respuesta provocó que, de entre los objetos que nos estaban dando, el señor eligiese unas pinturas y un cuaderno para colorear, artículos a los que desde aquel mismo momento no hice ni puto caso. Pero lo peor no fue eso. Lo peor fue que a mi vecino, que sentía la misma pasión que yo por el ejercicio pictórico (y que tuvo los huevos de reconocerlo), le dieron un coche de juguete y una hucha con candado que molaban UN HUEVO y que yo podría haber conseguido también, pero que ni olí. Por imbécil, insisto.

Y ahora, la leyenda.

Me toca viajar atrás en el tiempo un poco más. Concretamente, a mil novecientos noventa. Durante el verano de aquel año, mis padres reformaron la nave que existía al otro lado del patio trasero de mi casa y que había sido utilizada para albergar conejos décadas antes de que yo naciese. Mi padre contaba con usar el lugar como despacho y biblioteca, y le quedó un cuarto de puta madre, las cosas como son.

Aquella reforma incluyó, entre otras actividades, darle una mano de pintura al cuarto. Al poco de terminar esta tarea, con el habitáculo vacío y aún oliendo a barniz, quien escribe estas líneas echó mano de una caja de ceras Dacs que había por casa y llenó de garabatos el espacio entre la ventana y el suelo. Me quedé de un a gusto que te cagas dándole a las pinturas. Tres añitos tenía.

Y aquí viene la parte por la que digo que esto es una leyenda. Yo juraría que mi padre, al descubrir mi "creación" me infló a azotes con toda la razón del mundo mientras yo me justificaba entre sollozos diciendo que aquello era un cuadro "astrazto" (ya he dicho que tenía tres años, no seáis crueles conmigo), pero mi padre, cada vez que le hablo de esta historia, niega categóricamente que aquello ocurriese como os lo acabo de contar y asegura que fue idea suya el que yo decorase el hueco en la pared, pues es cierto que luego él añadió mi nombre y la fecha, así como un rudimentario marco alrededor hecho a rotulador permanente (años después, las condiciones climatológicas invernales vallisoletanas obligarían a mi padre a cubrir mi creación, así como el resto de paredes del cuarto, con una capa de porexpán que funcionó muy bien como aislante, por lo que no puedo ofreceros una prueba gráfica de mi obra).

De ser cierta mi versión, esto habría justificado el odio por dibujar/pintar que desarrollé posteriormente y del que acabo de daros dos ejemplos concretos, pero si mi padre dice que dejó aquel hueco a propósito para que yo diese rienda suelta a mi creatividad y que lo de la somanta es mentira, seguro que es mentira. Al fin y al cabo, mucho de lo que os he contado hasta ahora en cada artículo también lo es. O no. Os dejo con la duda.

Hablando de "os dejo", este blog va a estar en barbecho unas semanas, que ando escaso de tiempo e ideas para actualizarlo cada siete días, y no quiero que acabe convertido en Los Simpsons. Así que gracias a mis seis o siete lectores por estar ahí y hasta cuando sea.

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lunes, 15 de enero de 2018

Behave, colega (y II)

No me gusta dejar asuntos a medias, y la semana pasada corté mi guía de urbanidad para españoles en Irlanda mientras me prometía a mí mismo que, siete días después, publicaría la conclusión de la misma. Y aquí estoy, cumpliendo.

El tono de la entrada anterior era borde hasta decir "basta", y si tenemos en cuenta que llevo desde entonces de vacaciones (bien merecidas vacaciones, pues yo me he dedicado a currar mientras vosotros disfrutábais de las navidades y la nochevieja), es posible que me cueste retomar la mala hostia que me caracteriza cada vez que me pongo a darle a la tecla. Para poner remedio a esta situación y lograr que disfrutéis una vez más de mi yo gruñón, voy a realizar un ejercicio de reflexión que me devuelva a mi estado natural. Permitidme un segundo.

Qué puta gracia lo del vuelo de ida a Madrid, ¿eh? El camión de la gasofa sin aparecer por pista y el avión saliendo con hora y media de retraso. Por no hablar del policía en el control de pasaportes de Barajas, revisando los DNI del personal con una pachorra más desesperante que José María Carrascal comentando el mundial de ajedrez.

fuente: disney
A. Ver. Que. Se. Acerque. El. Siguiente. Por. Favor

Menos mal que pudiste pillar un taxi para ir a Chamartín y llegaste a tiempo al Alvia, que si no, el roscón de reyes te lo ibas a comer duro como el cogote de San Pedro. Pero la angustia no hubo dios que te la quitase. Lo que sí que te quitaron fueron treinta tazos en lugar de los dos y pico que cuesta el cercanías, que no hay viaje en el que no termines palmando pasta a lo tonto. Pero bueno, al menos llegaste a tiempo para disfrutar de una semana de lluvia, que también tienes una suerte de la leche. Valladolid sufriendo una sequía como no se ha visto en décadas, y justo se pone a llover cuando llegas tú. Así que pocas fotos has podido hacer con los nuevos objetivos de tu cámara réflex, ¿verdad? Ya podrás sacarles partido en otra ocasión. O no, habida cuenta de la suerte que tienes para estas cosas. De todas formas, al final te ha tocado esperar media semana a que te llegasen, porque no los tenían en ninguna tienda y te tocó tirar de Amazon. Y mientras tanto, venga a escuchar leísmos aquí y allá. Porque otra cosa no, pero leísmos has oído cada dos por tres, con la tirria que te dan desde que te fuiste a Irlanda y te curaste del tuyo. Y, ¿qué me dices del niño que tenías sentado delante en el vuelo de vuelta? Madre mía, qué pulmones. Que por mucho que tus auriculares reprodujesen a toda hostia los episodios de La vida moderna atrasados, los berreos del crío no te dejaban oír nada. Y mientras, el pánfilo de su padre, con viserita (que dime tú quién es el imbécil que lleva puesta visera dentro de un avión), mirando al mocoso y riéndose. Se ve que le hacía gracia, al muy gilipollas. Pero bueno, todo eso ahora ya forma parte del pasado porque se han acabado tus vacaciones.


Ya está. Ya me he calentado. Podemos continuar con la lista...

Hola otra vez, español en Irlanda. Dejamos pendientes cinco puntos y no quiero entretenerte más, que tendrás cosas que hacer. Así que presta atención:

6-No llames al camarero haciendo gestos con las manos, coño


Acabas de llegar de un país en el que el personal hostelero suele recibir el mismo respeto que el suelo de un portal recién fregado. Y aunque tal actitud es injustificable, tiene su explicación. Los bares de España son para muchos lo más parecido a una universidad, y los discursos y ponencias que más de un cuñado gusta de dar acodado sobre la barra no pueden ser ensombrecidos por la figura de quien se halle del otro lado del mostrador, así que tratamos al camarero o camarera con un desdén y un clasismo por el que deberían darnos de hostias y vilipendiamos su profesión sin despeinarnos. Qué graciosa, nuestra idiosincrasia.

Bueno, pues aquí, nada de eso.

En esta isla, un camarero merece tanto respeto como un bombero o una cardióloga, así que tenlo en cuenta cada vez que te acerques a pedir una guiness y cinco vasos de agua para repartirla entre tus amigos (lo que acabo de describir es cutre de cojones pero muchos lo hacen al descubrir que por una pinta te pueden cascar hasta siete mortadelos, según el sitio). Y, lo más importante, NADA DE HACERLE PITOS CON LOS DEDOS AL CAMARERO para llamar su atención. Si pillas al barman de buenas, lo más probable es que simplemente ignore tu falta de respeto, que más de uno me ha confesado sus ganas de rajar la cara del último español que le vino en ese plan. Y yo, pidiendo disculpas en nombre de mi país.

Ah, y deja propina.

7-Pide las cosas por favor y da las gracias, leches


En un bar (a cuyo camarero ya deberías dirigirte como es debido a estas alturas), en una tienda, en un quiosco, en un supermercado, en una esquina... Da igual lo que pidas y a quién se lo pidas. Añade un please al final o quedarás como un maleducado miserable. Soy consciente de que quizá sea éste el punto más difícil de seguir por mis compatriotas en tierras irlandesas. Y he de reconocer que siento cierto regocijo cuando éstos omiten el "por favor" y yo se lo susurro con tono sancionador. Pero es que me las ponéis a huevo. Tan a huevo como se lo ponía yo a mi novia cuando llegamos nosotros. El ciclo de la vida.

Y lo mismo cuando recibas lo que sea que recibas: thank you, cheers, thanks... Tienes varias formas de dar las gracias (aunque un "que Dios te lo pague con un buen marido, que de novios son todos buenos" pierde bastante traducido al inglés. Te lo digo por experiencia propia), pero que se te oiga bien. No me seas ingrato.

Verás cuando te acostumbres a ello, vuelvas a España y lo pongas allí en práctica. Al primer "por favor" te mirarán como a un extraterrestre que acaba de aterrizar en su platillo volante. O como si te hubieses pillado un virus chungo de ésos que hacen quedar en ridículo a Mariló Montero cuando habla de ellos en televisón.


8-Discúlpate cuando te choques con los demás, no me jodas


Una ardilla podría cruzar España de punta a punta chocándose con todo aquel que se le cruzase por delante sin abrir la boca para pedir perdón y a nadie le extrañaría, pues lo de ir como burros en línea recta y "que se aparte el otro" lo llevamos escrito en la sangre. Pero aquí, el tema de las buenas maneras y la educación se lleva a veces a un límite que podrá llegar a resultarte excesivo. Sin embargo, es lo que hay, y más te vale que no sólo te acostumbres a ello sino que lo pongas en práctica tú también cuanto antes.

¿Es necesario que impactes físicamente contra tus semejantes cuando camines por calles del centro de Dublín infestadas de irlandeses ávidos de gastar su última nómina en los comercios locales y de turistas de los que cargan con mochilas en las que quepo yo dos veces para tener que pedir perdón? Pues a veces, ni eso. A veces sólo bastará con invadir el espacio personal del otro (espacio que, por cierto, conforme nos dirigimos hacia el norte de Europa aumenta considerablemente y a esta latitud ya tiene un buen tamaño) para tener que soltar el sorry de rigor y poder salir de la incómoda situación.

Yo he llegado a pedir perdón treinta veces a lo largo de cien metros de calle y ni me acerco a la media del país.

9-Dale las gracias al conductor del bus cuando te bajes, chorra


Lo sé. Esta costumbre es rara de cojones, y no siempre estoy de acuerdo con ella. El autobús en Dublín es carísimo, sus frecuencias son ridículas, sus líneas son insuficientes, sus vehículos son lentos y viejos y cuando te toque pasar unos minutos en la planta superior de un dublinbus, teniendo que esquivar botellas y latas que ruedan sin control por el suelo, soportando olores corporales y sufriendo espacios angostos entre un asiento y otro te replantearás si lo de venir a Irlanda ha sido una buena idea. ¿Por qué deberías entonces dar las gracias al conductor (sí, del bus se sale por la puerta delantera) al finalizar cada ominoso trayecto? Pues porque sí, joder. Porque lo hace todo el mundo.

Que podrás decirme: "y, si todo el mundo se tira por un puente, ¿tú lo haces también?" Depende, si he llegado al puente montado un un dublinbus, probablemente quiera tirarme antes de que lo hagan los demás. Pero le daré las gracias al busero cuando llegue allí, por supuesto.

10-No uses un "es que soy español, jaja" para justificar todo lo anterior, carajo


Vale, ésta es personal y no tiene mucho que ver con la urbanidad de la isla, pero la meto aquí por una cuestión de vergüenza ajena nacional (y porque éste es mi blog y aquí se incluye lo que me sale a mí de los huevos, tenlo presente). Así que no saques a pasear tu DNI entre risitas la próxima vez que, hallándote en territorio irlandés, hables por encima de un mensaje de megafonía, o que vocees, o que te comuniques en español mientras te rodean extranjeros que no te entienden, o que digas fanny cuando quieras decir funny, o que te asomes al salón de una casa (o a una chorra) que no es tuya porque ninguna superficie opaca te lo impide, o que le hagas pitos al camarero, o que te pases el please, el sorry y el thank you al busero por el forro.

Y, si a pesar de todo vas a ignorarme y a hacer lo que te dé la gana en nombre de Ejjjpaña, al menos ten la coherencia de no criticar a los guiris incívicos de Magaluf cuando salgan por la tele potando por las esquinas. O a los italianos que gritan más que tú.

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lunes, 8 de enero de 2018

Behave, colega (I)

Durante el año dos mil diecisiete se ha dado un hecho que me ha parecido especialmente encantador. Y es que uno de mis compañeros de oficina, entre enero y diciembre, ha expuesto sobre su escritorio un pequeño calendario de no sé qué empresa de aquí que, cada mes, mostraba a la mascota de alguno de sus empleados junto con un pequeño texto explicando qué animal era, su nombre, su edad y qué le gustaba y disgustaba a la criatura, en plan concurso de talentos. Así, he podido pasar un buen rato descubriendo cada mensualidad a un nuevo perro, gato, caballo, cobaya o pececillo. Muy cuqui todo.

El rato que he dedicado a procrastinar durante el pasado año no me ha dado para memorizar los detalles de cada bicho, pero sí que he llegado a pensar qué texto acompañaría a mi foto si yo fuese la mascota de alguien y coprotagonizase el calendario junto con otros once animales, y no me miréis con esa cara, por favor. Mi texto diría algo así:

  • Nombre: Joseá.
  • Especie: humano con lunares.
  • Edad: 31 años.
  • Le gustan: el café, las películas de ciencia ficción de los años sesenta y que Margaret Thatcher ya no esté entre nosotros.
  • No le gustan: el vinagre, que la gente grabe notas de voz de Whatsapp y las colas de embarque.


Bueno, pues ahora mismo estoy en una puta cola de embarque. El motivo por el que me disgusta hallarme en estas situaciones es "porque sí, ¿qué pasa?", y aunque hoy empiezo mis vacaciones, esta circunstancia no impide que mi cabreo aumente por momentos. Especialmente mientras me encuentro en esta cola en particular, pues la pantalla que hay sobre la puerta lleva tres cuartos de hora mostrando el aviso de boarding, pero aquí estamos todos más parados que M. Rajoy gestionando una crisis.

La cuestión es que hay una entrada que lleva semanas rondándome la cabeza y que no he podido plasmar en este blog por falta de irritación mental, pero ya que hoy se me está poniendo el malahostiómetro por todo lo alto, voy a sacarle partido a la situación, y voy a desarrollar la guía de urbanidad para españoles en Irlanda.

Advierto que la entrada de hoy está especialmente cargada de mala leche, así que allá vosotros si queréis seguir leyendo.

Hola, compatriota cuyo vuelo acaba de aterrizar en el aeropuerto de Dublín. Ahora te dispondrás a cruzar el control de pasaportes y, con suerte, pasar unos días descubriendo esta maravillosa isla o, muy a tu pesar, tratar de comenzar una nueva vida fuera del país que a mí también me dio una patada en el culo con forma de marca España hace ya cinco años. Si tu caso es el primero, confío en que disfrutes y, si es el segundo, te deseo la mejor de las suertes. Y también que disfrutes, ¿por qué no?

Y hasta aquí el buen rollo, porque aunque el choque cultural es muy leve, vas a tardar en cagarla menos que en atravesar el primer paso de cebra mirando hacia donde no debes. Por ello, y para evitarte malos ratos, permite que comparta contigo estos diez consejos cargados de bordería:

1-No hables mientras están dando un mensaje por megafonía, joder


Me ha tocado soportar esta situación docenas de veces. Bien sean las instrucciones de seguridad de la tripulación del avión, bien sea una voz en el centro comercial pidiendo al gilipollas de turno que quite su BMW de donde lo ha dejado mal aparcado, bien sea el aviso de la siguiente parada del autobús, no falla el español que, tras descubrir aterrado que no entiende NADA, se apresura a comentar entre risitas nerviosas y en un volumen mayor que el del aviso que no entiende NADA para acto seguido, continuar rajando su mierda sin pensar en quienes están intentando escuchar.

Vale, ya sabemos todos que no tienes ni zorra de inglés, pero cállate, que los demás queremos fingir que sí que entendemos el mensaje.

2-Baja la voz, cojones


Las conversaciones en este país no alcanzan el nivel de decibelios al que estamos acostumbrados en España, así que deja de comportarte como si estuvieses de juerga dentro de un bar. Y si resulta que estás de juerga dentro de un bar, procura que sea en bajito. Una vez domines el arte de no comunicarte con los demás como si fueses un cabrero, comenzarás a darte cuenta de que aquellos que vocean aquí son casi siempre españoles, y la situación te cabreará tanto como me cabrea a mí ahora.

Vale, que tú alegarás: "pues los italianos que hay en Irlanda también gritan mucho cuando hablan, mimimimimi". Y yo ante eso te digo: "¿estás utilizando a italianos para justificarte? ¿En serio? ¿¿¿EN SERIO???".

3-No hables en español si hay no españoles delante, hostias


Las cosas como son. Por mucho que estés fuera de España y por muy multicultural que sea este país, vas a cometer el mismo error en el que caemos todos y vas a terminar relacionándote casi exclusivamente con españoles. Y tiene su lógica. A tu cerebro no le apetece trabajar más de la cuenta y es más sencillo que intentes construirte un entorno social en el que puedas comunicarte en un lenguaje que ya dominas al menos oralmente (por cierto, y aunque esto no está relacionado con el resto de la entrada, si no sabes diferenciar entre "haber" y "a ver" o entre "sobre todo" y "sobretodo" mereces LA MUERTE).

No obstante, no serán pocas las veces que tu grupito de españoles muy españoles y mucho españoles incluya a estrellas invitadas de otros países (acabo de decir que Irlanda, y especialmente Dublín, es de un multicultural que te cagas). Bueno, pues ahí es cuando no te va a quedar otra que coger tu lengua materna y shove it up your asshole. Ten un poquito de respeto, haz un pequeño esfuerzo y habla en la lengua de Shakespeare para que todo el mundo entienda lo que estás diciendo. Salvo que quieras quedar como un paleto y continuar rajando en Spanish mientras quienes no saben lo que dices piensan que eres un ignorante y un vago por no saber ni querer saber inglés, o incluso que estás riéndote de ellos en su puta cara. Aquí nadie va a burlarse de ti debido a tu acento o tu nivel. Pero, para que te quedes más tranquilo, el punto que viene a continuación te va a venir de perlas.

4-Aprende a pronunciar funny como es debido, me cago en todo lo que se menea


Debido a que no quería complicarse mucho la vida, tu profesor o profesora de inglés te dijo en su día que la "u" se pronuncia como si fuese nuestra "a" de toda la vida, y a tomar por culo. Así que bus es bas, under es ánder, upon es apón, must es mast, y así sucesivamente. Al final va a resultar que el inglés no es tan complicado como lo pintan.

fuente: posot class
¡Ay! El big red bas. Qué recuerdos...

Hasta que llegamos a la palabra que usan aquí para decir "divertido".

Y es que uno no puede estar describiéndole a un grupo de angloparlantes algo gracioso o entretenido y calificarlo como fanny. Cierto es que algunas palabras se las traen, y más si tenemos en cuenta que para haber sólo cinco vocales, los ingleses tienen entre dieciocho y veintitrés pronunciaciones de las mismas, según a quién le preguntes. Por ello es de entender que los que no crecimos llamando a nuestros padres mummy y daddy lo llevemos crudo si de pronunciar thoughroughly, choir o squirrel se trata. Pero por pronunciar bien funny no os va a dar una embolia. Y, si lo veis muy mal, coméos la vocal y decid f'nny, haced el favor.

Más que nada porque fanny significa "coño".

5-No fisgues, copón


Cuando lleves aquí una semana ya te habrás dado cuenta de que pasas más tiempo a lo largo del día esperando a que llegue el bus que disfrutando de la luz del sol, y es que la capa de nubes que cubre las islas británicas de forma perpetua hace que las irradiaciones solares sean para los irlandeses como el anillo único para Gollum. Esta circunstancia provoca que, por una parte, todo el país se tire al sol medio en bolas los dos o tres días del año que de verdad calienta (amaneciendo al día siguiente con unas quemaduras en la piel que ríase usted de la tripulación del Challenger. Bueno, mejor no. No se ría, que aquello fue un accidente y está feo, hombre) y, por otra parte, las casas cuenten con unos ventanales del tamaño de mesas de billar sin persianas ni cortinas destinados a optimizar la luminosidad cuando los fotones que vienen de fuera se pueden contar con los dedos de una mano.

Te chocará entonces que los irlandeses hagan vida normal en sus salones y cocinas sin esconderse de los transeúntes (pues en España se da el caso contrario, que ocultamos los interiores de los hogares como si Bernarda Alba viviese en cada uno de ellos). Y allá que vas a ir tú, a asomarte como un suricato para fisgonear lo que hay dentro e invadir la privacidad de esa pobre gente. Te parecerá bonito...

Lo mismo se aplica si perteneces a ese sector de la población que puede mear de pie. Aquí los urinarios públicos no cuentan con biombos de separación a los que estás acostumbrado porque se considera que sus usuarios son unos caballeros educados que van a lo suyo, y en algunos casos extremos el lugar destinado a las micciones no es más que una suerte de abrevadero alargado (quizá he usado una comparación algo desafortunada. Sólo espero que no te la tomes al pie de la letra si llegas a algún baño de estas características y estás demasiado borracho):

fuente: secondhand toilet units


Bueno, pues te digo lo mismo que te he dicho con respecto a lo de asomarte a los ventanales de casas ajenas: tú, a lo tuyo. La ausencia de elementos que le oculten la chorra a quienes están a tu lado en ese momento tan íntimo no te da derecho a escanear entrepiernas ajenas. Así que céntrate en lo que tienes entre manos, anda. Desde el primer chorro hasta la última gota.

Vale. Al principio de la entrada he dicho que mi guía incluía diez consejos, ¿verdad? Bueno, pues creo que los que quedan voy a dejarlos para la semana que viene, que quiero que vayas practicando los cinco primeros.

No, en realidad lo hago porque me he quedado sin palabrotas que añadir a los títulos. Pero no te preocupes, que en unos días tengo el vuelo de vuelta con su correspondiente cola de embarque, y ahí podré darme cuerda de nuevo.

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lunes, 1 de enero de 2018

El día que mi hermano y yo hicimos callar a un ejército

La entrada de hoy es cortita, que intuyo que tendréis cosas mejores que hacer un primero de enero que leer mi blog.

Considerando el coñazo que prensa y televisión dieron al respecto, el eclipse de sol que tuvo lugar aquel once de agosto de mil novecientos noventa y nueve prometía ser, cuanto menos, la hostia. Y tampoco fue para tanto, la verdad. Lo que pasa es que estábamos a punto de cambiar de milenio y todo se sacaba de madre por aquel entonces.

fuente: nasa
¿Veis? No fue para tanto


La cuestión es que a mi hermano y a mí, por un motivo que no es asunto vuestro, el fenómeno nos pilló en la Base Aérea de Villanubla, lugar desde el que han despegado los cientos de aviocares que han poblado el cielo vallisoletano durante décadas. De hecho, no me habría extrañado que a Miguel Delibes, en una de sus aventuras cinegéticas por los Montes Torozos, se le hubiese ido la olla y le hubiese arreado dos tiros de escopeta a uno de estos trastos que rugían en el aire, al confundirlo con una perdiz chocha o una curruca.

Como decía, lo del eclipse no fue para tanto. Uno se esperaba verse sumergido en tinieblas en pleno mediodía (porque, insisto, así lo pintaba El Mundo), pero nada de nada. Mi abuela, que estaba en Bilbao por aquellas fechas, aseguró que allí sí que hubo ambiente apocalíptico, pero es que mi abuela exageraba un poco, las cosas como son. Recuerdo que hizo un viaje en avión a Ibiza años antes coincidiendo con la conversión de mi afición futbolística del FC Barcelona al Real Madrid (me trajo como souvenir de su viaje una camiseta del Barça, la pobre) y aseguró antes de partir que me saludaría al sobrevolar Valladolid de camino a la isla balear. Y yo me tiré toda la tarde mirando al cielo y agitando los brazos como un gilipollas cada vez que pasaba un avión a miles de pies sobre mi cabeza. Lo peor de todo es que, a su vuelta, le confesé la jugada y ella me aseguró no sólo que me había visto, sino que me había devuelto el saludo. Gritando "¡Adióooos!" y todo desde su asiento. Lo que se llega a creer uno cuando es niño. O cuando es adulto y ve los informativos de Antena 3.

Pues eso, que al final el fenómeno astrológico fue bastante bajonero y sólo pude ser testigo del mismo gracias a que, tirando de taladradora de papel, agujereé una cartulina y, tras colocarla en la ventana y contemplar su sombra, comprobé qué al orificio practicado no era un círculo perfecto. También pude echar mano de la careta de soldador con que contaba uno de los encargados del taller de la base aérea para mirar al sol y ver el característico "mordisco", pero como dicha careta estaba llena de mugre, no quise recrearme mucho y se la devolví enseguida al hombre para que pudiera seguir con sus quehaceres.

Como os podéis imaginar, ni mi hermano ni yo pensábamos pasarnos toda la mañana mirando la sombra de una cartulina como dos imbéciles, por lo que no tardamos en, presas del aburrimiento, deambular por el edificio de la base.

Aquel lugar podría estar más o menos bien preparado si de gestionar el despegue y aterrizaje de aeronaves militares se trataba, pero a la hora de dotar de entretenimiento a dos críos, las carencias eran considerables. Por ello, y tras abandonar la idea de dar con unos columpios o una piscina de bolas en la que poder echar el resto de la mañana, acabamos en el umbral de la puerta de la sala de recreo para personal de la base, la cual contaba con multitud de sillas, todas ellas apuntando hacia la pequeña televisión que se situaba en el extremo opuesto de la sala y ocupadas por un nutrido grupo de civiles y militares. Unos cincuenta, más o menos. Dándonos la espalda a los dos recién llegados niños y pendientes de la retransmisión en directo que Telecinco ofrecía en aquellos momentos.

Estaban dando el eclipse, no os lo perdáis. Con conexiones a diferentes puntos de Europa, tomas aéreas desde las zonas de más oscuridad y un despliegue de medios a todas luces excesivo, habida cuenta de que aquello no era más que un puto fenómeno astronómico que deberíamos ser capaces de comprender.

Total, que la voz de la enviada especial a no sé qué capital europea se hacía oír por encima del murmullo que reinaba en la sala en aquel momento (todo tíos, por cierto), y fue la descripción de las imágenes que acompañaban a su crónica lo que cambió el ambiente del lugar.

La sufrida reportera dijo algo relativo al clímax del eclipse.

Y en aquella sala no hubo un solo empleado de la base, civil o militar, que no reaccionase como un energúmeno al comentario: todos gritando la palabra "clímax" entre gemidos, jadeos, ohsíes, aydioses, joderes y demás interjecciones de dormitorio, acompañados de alguna carcajada.

Hasta que uno de los intérpretes de este fingido orgasmo colectivo, en plena vorágine, se giró y nos descubrió: dos niños, a ambos lados de la puerta, mirando impertérritos cómo nuestras Fuerzas Armadas Profesionales se comportaban como adolescentes a los que intentan dar una clase de educación sexual en un instituto público de Móstoles. La carraspera del sorprendido muchacho sirvió como aviso para los que le rodeaban, quienes alertados por su extraña conducta acabaron reparando también en nuestra presencia, cambiando sus gemidos por toses que terminaron por alcanzar a todos los ocupantes de la sala. A los pocos segundos, el silencio allí era sepulcral, y parecía como si el mismísimo rey (que es el final boss de esta gente, tenedlo en cuenta) hubiese entrado por la puerta de aquella salita. De hecho, juraría que alguno llegó a cuadrarse en su silla sin atreverse a mirarnos fijamente, como si mi hermano y yo fuésemos dos agentes de la policía militar de incógnito o algo por el estilo.

Pues bien, aún tuvieron que pasar varios segundos de incómodo silencio en los que ni mi hermano ni yo abandonamos nuestras posiciones. Pero al final nos rendimos y nos largamos de allí, pues estaba claro que ninguno de aquellos hombres, fuese militar o civil, estaba dispuesto a explicarnos el chiste.

Eso es todo por hoy. Ya podeís volver a vuestras resacas de año nuevo.

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