Algo parecido ocurre este dos mil diecisiete. Y es que, si bien es cierto que el 25 de julio fue martes, resulta que el 20 de noviembre es lunes. Y como el lunes es el día que yo publico entrada y el 20 de noviembre es el día que muchos españoles muy españoles y mucho españoles conmemoran el Día Nacional de la Naftalina, tal coincidencia me viene tan de perlas como una visita de Carmen Polo a las joyerías de Asturias para sacar una entrada de ello.
El hecho de que lleve ya cinco años viviendo en Irlanda no me ha impedido estar al tanto del coñazo que estáis dando con el tema catalán. Y lo peor es que este tema ha sacado a relucir que el número de españoles que, con todo lo que llevamos ya de siglo veintiuno, sienten nostalgia por el franquismo o directamente piden a gritos que vuelva algo parecido al Generalisisísimo, es mucho mayor de lo deseable (el número deseable sería 0, por cierto).
No voy a dedicar este artículo a justificar desde un punto de vista político por qué es una insensatez desear vivir en una dictadura en pleno dos mil diecisiete (eso os lo dejo a vosotros para que lo discutáis con vuestros cuñados durante la cena de Nochebuena mientras yo me jalo una pizza y disfruto de la compañía de mi gata como he hecho durante las últimas cuatro navidades). Mi argumento en contra de un revival franquista es el siguiente: no me haría gracia.
Supongamos que vivimos en una realidad alternativa en la que, o bien Franco es un ser inmortal (por lo que no existiría el episodio de Cuéntame cómo pasó en el que Antonio Alcántara se queda hasta las tantas viendo la tele a la espera del documental sobre pingüinos), o bien lo dejó todo TAN atado y bien atado que el PP no necesita disimular de dónde viene y adónde va. Pues bien, en dicha realidad alternativa, para empezar, el gran Miguel Gila no habría podido frivolizar con, entre otras cosas, una guerra que vivió en primera persona (muy recomendable echar un ojo a su biografía para descubrir que sobrevivió a un pelotón de fusilamiento por estar los soldados borrachos como cubas o que evitó morir congelado gracias a haber pasado la noche metido en un nicho vacío, entre otras anécdotas sin desperdicio), regalándonos actuaciones épicas en las que negociaba las batallas con el enemigo por teléfono.
Y de un gigante de la comedia a otro gigante, pues dudo mucho que Eugenio hubiese tenido permitido empezar sus chistes con su mítico El saben aquell que diu...? bajo un régimen que le tenía tanto "cariño" a las lenguas regionales; y dudo aún más que hubiese podido contar algunos tan magníficos como el del eclipse en el cuartel, o el del enano y el legionario (este último se lo conté en voz baja a mi compañero durante una clase de matemáticas de segundo de bachillerato y el profesor paró la lección para felicitarme por lo bien que lo había hecho).
Ya que estamos con los chistes, el título del programa No te rías, que es peor del que disfrutaba de niño mientras comía, memorizando chistes que luego reproducía en reuniones familiares (provocando que la duración de éstas se alargase varias horas), habría sido bastante literal, y los cuentachistes como Marianico el Corto o Paco Aguilar que en él participaban no lo habrían tenido tan fácil para hacer que me atragantase de la risa mientras daba cuenta del pollo con patatas fritas cocinado por mi abuela con todo su cariño, en tanto que el señor Barragán me daba ganas de echarlo por el retrete, demostrando que dando asco también es posible tener gracia.
En dicho programa también descubrí a Pepe Viyuela (un clásico indiscutible) y a Pedro Reyes. Éste último, por cierto, empezó sus actuaciones en televisión tras ser descubierto actuando en el Retiro con Pablo Carbonell. Si aún viviésemos en esa "utopía" franquista tan añorada por los cortos de mente, Pedro y Pablo habrían ido del Retiro a la celda más próxima por vagos y maleantes. Y en dicha celda, probablemente, habrían coincidido con Faemino y Cansando, quienes también empezaron en esto de hacer reír en el parque madrileño. Lo mínimo que puedo hacer por estos dos para reconocer su gran trabajo en el mundo de la comedia es ponerme en pie mientras escribo acerca de ellos. Cuando su libro Siempre perdiendo entró en mi casa, me dediqué a reproducir la cinta que lo acompañaba una y otra vez hasta prácticamente memorizarla. ¿Os imagináis a la censura franquista dando el visto bueno a su sketch del cocodrilo pornográfico? No, ¿verdad?
No existiría el stand up comedy tal y como lo conocemos hoy (un género que llegó tarde a nuestro país porque Franco vivía y coleaba mientras países como Estados Unidos y Reino Unido se enriquecían culturalmente con este género), y no habrían surgido monologuistas como Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Raúl Cimas y tantos otros. Si he mencionado a estos tres en particular es porque, gracias a ellos, tenemos La hora chanante, Muchachada Nui, Museo Coconut y Retorno a Lilifor. Resulta que Macarena Montesinos, diputada del PP, preguntó en el Congreso por la utilidad como servicio público de Muchachada Nui. Supongo que no le vería la gracia a joyas como La academia o las actuaciones tetrales de Phillip Max sobre el 23F y el belén viviente.
Siguiendo con la caja tonta, las noches de mi adolescencia habrían sido menos noches sin El informal, y los domingos habrían sido menos domingos sin Caiga quien caiga, pues ambos programas no se andaban con chiquitas a la hora de criticar todo lo que oliese mínimamente a política. Tampoco habría podido ver en la tele a Académica Palanca cantar la de Me llaman mala persona (canción que llegó a mis manos también en forma de casete y cuya letra copié a lápiz mientras sonaba en mi minicadena para asegurarme de memorizarla).
Y ya que he mencionado la música, son muchos los temas desternillantes que no habría podido oir en un país gobernado por el dictador bajito: Adivina, adivinanza, de La mandrágora; Mi agüita amarilla, de Los toreros muertos (esta última la he cantado varias veces porque está incluida en el SingStar La Edad de Oro del pop español, pero vosotros no tenéis por qué saberlo); o cualquier canción de Mamá Ladilla, quienes monopolizaron mi reproductor mp3 durante varios meses tras haberlos descubierto en bachillerato.
Hablando de lo que sonaba en mi mp3 de camino al instituto, otros afectados por esta censura que tanto echan algunos de menos habrían sido el dúo Gomaespuma, quienes, entre los incontables momentos que dejaron (como la primicia del calcetín), narraron la misma carta a Santa Claus que un compañero de clase me pasó a escondidas durante una clase de informática. Leer aquel documento me hizo tanta gracia que estuve a punto de mearme encima. Os lo juro.Por cierto, la mitad de Gomaespuma que no se fue a hacer las Américas presentó hasta hace pocos meses un programa matinal en M80 cuyo nombre tocó mucho los huevos a quienes dirijo hoy esta entrada. Se llamaba Arriba España.
Siguiendo con la radio, voy a saltar a un ejemplo reciente que lleva alegrándome las mañanas desde que lo descubrí hace poco más de un año: La vida moderna. Quienes aún no habéis escuchado este programa tenéis un montón de deberes, pues está lleno de momentos imperdibles como el haber recibido a la vicesecretaria de Estudios y Programas del Partido Popular Andrea Levy al grito de "fascismo del bueno" o mantener una muy tensa entrevista con el portavoz de la Fundación Nacional Francico Franco. Y saliendo de La vida moderna sin irme muy lejos, pues sigo con uno de sus creadores, no puedo imaginarme que un programa como Loco Mundo, presentado por David Broncano, pudiese existir bajo el franquismo (menos aún tras el vídeo en el que lo criticaban con gran acierto, superando un listón que habían dejado muy alto tras meterse con las religiones).
Y al igual que encuentro en internet fragmentos y episodios de los programas que acabo de mencionar, también puedo, gracias a que ya no vivimos bajo el mismo régimen de hace cuatro décadas, encontrar otros programas magníficos como No te metas en política (nombrado así en honor a una de las más célebres citas del caudillo) o Ilustres ignorantes.
Creo que más o menos se entiende lo que intento decir, ¿verdad? Llegados a este punto, no es necesario que siga dando ejemplos de todo aquello que me ha hecho reír gracias a que, más o menos, España ha sabido pasar página y dejar atrás una época tan oscura. Podría continuar o incluso crear una entrada el doble de larga, pero eso lo dejo para cuando el 20N vuelva a caer en lunes, porque sé que aún habrá gente cometiendo el error de celebrarlo con nostalgia. De todas formas, todos los enlaces que he puesto os van a dar para echar media mañana, así que de nada.
En definitiva, y esperando que quede claro, en esa realidad alternativa añorada por quienes gustan de pasear la bandera de España con pollo estampado en el centro de cuando en cuando nos reiríamos menos, nos reiríamos peor, o no nos querríamos reír en absoluto.
Una pena, oye.
En dicho programa también descubrí a Pepe Viyuela (un clásico indiscutible) y a Pedro Reyes. Éste último, por cierto, empezó sus actuaciones en televisión tras ser descubierto actuando en el Retiro con Pablo Carbonell. Si aún viviésemos en esa "utopía" franquista tan añorada por los cortos de mente, Pedro y Pablo habrían ido del Retiro a la celda más próxima por vagos y maleantes. Y en dicha celda, probablemente, habrían coincidido con Faemino y Cansando, quienes también empezaron en esto de hacer reír en el parque madrileño. Lo mínimo que puedo hacer por estos dos para reconocer su gran trabajo en el mundo de la comedia es ponerme en pie mientras escribo acerca de ellos. Cuando su libro Siempre perdiendo entró en mi casa, me dediqué a reproducir la cinta que lo acompañaba una y otra vez hasta prácticamente memorizarla. ¿Os imagináis a la censura franquista dando el visto bueno a su sketch del cocodrilo pornográfico? No, ¿verdad?
No existiría el stand up comedy tal y como lo conocemos hoy (un género que llegó tarde a nuestro país porque Franco vivía y coleaba mientras países como Estados Unidos y Reino Unido se enriquecían culturalmente con este género), y no habrían surgido monologuistas como Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Raúl Cimas y tantos otros. Si he mencionado a estos tres en particular es porque, gracias a ellos, tenemos La hora chanante, Muchachada Nui, Museo Coconut y Retorno a Lilifor. Resulta que Macarena Montesinos, diputada del PP, preguntó en el Congreso por la utilidad como servicio público de Muchachada Nui. Supongo que no le vería la gracia a joyas como La academia o las actuaciones tetrales de Phillip Max sobre el 23F y el belén viviente.
Siguiendo con la caja tonta, las noches de mi adolescencia habrían sido menos noches sin El informal, y los domingos habrían sido menos domingos sin Caiga quien caiga, pues ambos programas no se andaban con chiquitas a la hora de criticar todo lo que oliese mínimamente a política. Tampoco habría podido ver en la tele a Académica Palanca cantar la de Me llaman mala persona (canción que llegó a mis manos también en forma de casete y cuya letra copié a lápiz mientras sonaba en mi minicadena para asegurarme de memorizarla).
Y ya que he mencionado la música, son muchos los temas desternillantes que no habría podido oir en un país gobernado por el dictador bajito: Adivina, adivinanza, de La mandrágora; Mi agüita amarilla, de Los toreros muertos (esta última la he cantado varias veces porque está incluida en el SingStar La Edad de Oro del pop español, pero vosotros no tenéis por qué saberlo); o cualquier canción de Mamá Ladilla, quienes monopolizaron mi reproductor mp3 durante varios meses tras haberlos descubierto en bachillerato.
Hablando de lo que sonaba en mi mp3 de camino al instituto, otros afectados por esta censura que tanto echan algunos de menos habrían sido el dúo Gomaespuma, quienes, entre los incontables momentos que dejaron (como la primicia del calcetín), narraron la misma carta a Santa Claus que un compañero de clase me pasó a escondidas durante una clase de informática. Leer aquel documento me hizo tanta gracia que estuve a punto de mearme encima. Os lo juro.Por cierto, la mitad de Gomaespuma que no se fue a hacer las Américas presentó hasta hace pocos meses un programa matinal en M80 cuyo nombre tocó mucho los huevos a quienes dirijo hoy esta entrada. Se llamaba Arriba España.
Siguiendo con la radio, voy a saltar a un ejemplo reciente que lleva alegrándome las mañanas desde que lo descubrí hace poco más de un año: La vida moderna. Quienes aún no habéis escuchado este programa tenéis un montón de deberes, pues está lleno de momentos imperdibles como el haber recibido a la vicesecretaria de Estudios y Programas del Partido Popular Andrea Levy al grito de "fascismo del bueno" o mantener una muy tensa entrevista con el portavoz de la Fundación Nacional Francico Franco. Y saliendo de La vida moderna sin irme muy lejos, pues sigo con uno de sus creadores, no puedo imaginarme que un programa como Loco Mundo, presentado por David Broncano, pudiese existir bajo el franquismo (menos aún tras el vídeo en el que lo criticaban con gran acierto, superando un listón que habían dejado muy alto tras meterse con las religiones).
Y al igual que encuentro en internet fragmentos y episodios de los programas que acabo de mencionar, también puedo, gracias a que ya no vivimos bajo el mismo régimen de hace cuatro décadas, encontrar otros programas magníficos como No te metas en política (nombrado así en honor a una de las más célebres citas del caudillo) o Ilustres ignorantes.
Creo que más o menos se entiende lo que intento decir, ¿verdad? Llegados a este punto, no es necesario que siga dando ejemplos de todo aquello que me ha hecho reír gracias a que, más o menos, España ha sabido pasar página y dejar atrás una época tan oscura. Podría continuar o incluso crear una entrada el doble de larga, pero eso lo dejo para cuando el 20N vuelva a caer en lunes, porque sé que aún habrá gente cometiendo el error de celebrarlo con nostalgia. De todas formas, todos los enlaces que he puesto os van a dar para echar media mañana, así que de nada.
En definitiva, y esperando que quede claro, en esa realidad alternativa añorada por quienes gustan de pasear la bandera de España con pollo estampado en el centro de cuando en cuando nos reiríamos menos, nos reiríamos peor, o no nos querríamos reír en absoluto.
Una pena, oye.
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