Os meto en el contexto: desde hace unos meses, mi novia y yo hemos estado organizando un viaje a París de media semana. Y como ella quería rememorar la visita a Disneyland que hizo veinte años atrás con su familia y yo quería que mi madre –de quien he heredado mi frikismo por el arte impresionista– visitase el museo de Orsay, decidimos aprovechar que (hasta que Dios quiera) somos clase media, ahorrar un poco más de lo habitual, e incluir a nuestras respectivas familias en esta visita a la ciudad de la luz.
Este detalle complicaba ligeramente la organización, pues había que coordinar nuestro vuelo desde Dublín y su vuelo desde Adolfosuarezmadridbarajas intentando ajustar los horarios al máximo para evitar un desfase muy grande que forzase a unos a pasar demasiado tiempo esperando a otros en el aeropuerto parisino. Que eso es un coñazo, hombre.
Al final, y tras dejar el motor de búsqueda de Skyscanner echando humo, la cosa quedó así: nuestro avión aterrizaría a las 21:15, y el suyo a las 22:50. Una vez reunidos, tomaríamos el cercanías a la Gare du Nord, y de ahí caminaríamos unos metros al hotel.
Visto así, no suena tan mal, peeero... Mis padres tendrían que añadir eso a las tres horas de ALSA desde Valladolid y a otras tres horas de espera en el aeropuerto madrileño. Por ello, conforme se aproximaba el Día D, mi novia y yo estábamos cada vez más convencidos de que sería conveniente hacer un upgrade de última hora y cambiar el cercanías por un taxi que nos dejase en la puerta del hotel. Aunque hubiese que rascarse un poco más el bolsillo.
Vale, ¿rascarse cuánto más el bolsillo? Veamos... Si seis billetes de tren iban a costar casi cuarenta y seis euros, yo creo que como mucho, podríamos aceptar una carrera por sesenta, ¿no? Sí, yo creo que sesenta como tope. Venga, pues sesenta.
Ha llegado el Día D.
En cuanto mi novia y yo hemos tomado tierra y pasado el control de pasaportes, nos hemos acercado a la primera parada de taxis que hemos encontrado en la terminal de llegadas: un rincón lúgubre en el que varios taxistas, cuales traficantes de droga como los que salen en The Wire, nos han mirado con cara desafiante mientras nos hemos acercado a ellos. He preguntado si alguno tenía un taxi con sitio para seis personas, y uno nos ha ofrecido acercarnos a la ciudad por ochenta euros. Mi respuesta ha sido un escueto "gracias, buenas noches", acompañado de una huida a toda prisa de aquel minibronx. A ver si por querer evitar que mis padres se den una paliza, la paliza se la va a llevar mi cartera, no te jode...
Al llegar a la puerta de salida por la que deberían hacer aparición nuestras familias poco más tarde, hemos descubierto que había otra parada, ésta más luminosa y concurrida. Antes de negociar nada, hemos preguntado en información si sabían cuánto podría costar una carrera para seis personas que no incluyese atraco. La respuesta del joven tras el mostrador ha sido "unos ochenta euros", y yo me he llevado una lección de humildad al ser consciente de que aquel taxista chungo no estaba intentando estafarme. Yo y mi manía de pensar que en el mundo sólo hay mala gente. Ay...
Conforme ha ido pasando el tiempo, mi novia y yo hemos ido considerando la opción de subir el presupuesto inicialmente fijado en sesenta euros, pues mañana tenemos que madrugar y tal. Tras esta decisión, nos hemos acercado a los taxistas de la parada concurrida, quienes tenían el aspecto de estibadores portuarios salidos de The Wire (he acabado de ver esa serie hace dos días, no me lo tengáis en cuenta), y uno de ellos, dueño de una barba de varios días y pinta de llevar otros tantos frotándose cada mañana con el pico de una toalla mojado en colonia para no tener que ducharse, ha aceptado llevarnos por setenta euros. A mi novia y a mí nos ha parecido bien y le hemos dicho que no se fuese muy lejos, pues el avión procedente de Madrid estaba al caer. Joder, qué mal rollo da esa última frase. Bueno, da igual, porque al final todo ha salido según lo previsto y nos hemos reunido emotivamente mientras el taxista ha aguardado pacientemente en segundo plano.
En cuanto nos hemos empezado a mover, el conductor, casi echando a correr a través de la multitud en dirección a la parada, se ha escapado de nuestra vista y, como surgido de ninguna parte, ha aparecido un maromo que nos ha ofrecido llevarnos al hotel por sesenta euros. Este nuevo personaje, a diferencia de los taxistas del párrafo anterior, vestía un impecable traje de dos piezas, y mostraba una educación y unas maneras propias de un caballero de mediados del siglo pasado. Teniendo en cuenta semejante descripción, estaréis pensando en alguien de fiar y responsable, ¿verdad?
Pues yo, en ese momento, he pensado en Jarabo.
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fuente:murderpedia.org "Caballeros, les acerco al centro por sesenta euros y la voluntad" |
No obstante, y como marineros que se dirigen a las rocas atraídos por el canto de una sirena, hemos echado a andar detrás de este dandi, abandonando al taxista de dudosa higiene. Al llegar al vehículo –una furgoneta negra con las lunas tintadas situada bastante lejos de la parada–, y mientras el hombre arreglado se ha dedicado a introducir nuestro equipaje en el maletero con tal cuidado que parecía Nicholas Cage en La Roca manejando aquellos misiles to chungos de bolitas verdes, he descubierto el pastel: el techo de la furgo, que debería portar un luminoso con la palabra TAXI bien visible, no contaba con dicho accesorio. En ese momento, una parte de mí ha recordado tooodas las guías de viajes y tooodos los carteles aeroportuarios que avisan de la importancia de utilizar SIEMPRESIEMPRESIEMPRE servicios de taxi oficiales, y de lo imbécil y temerario que es hacer lo contrario; y otra parte de mí ha recordado que aquello iba a salir por sesenta euros. Adivinad qué parte de mí ha ganado la discusión.
La furgoneta, con todos dentro, se ha puesto en marcha camino de la cité, y la parte de mí rata se ha dedicado a pedirle perdón a la parte de mí sensata en cuando he empezado a barajar los diferentes desenlaces de aquella aventura, a cual más descorazonador.
Las cosas como son, una vez que logras meter en tu coche a seis guiris (porque los españoles, cuando salimos de España, nos convertimos en guiris aunque no queramos reconocerlo) despistados a las once de la noche, llevártelos a una nave en la que estén esperándote refuerzos para desplumarles a punta de navaja o pistola, fostiarles de lo lindo y echar a perder sus vacaciones es sencillísimo. Si a mí, que lo más ilegal que he hecho en mi vida ha sido bajarme The Wire por torrent, se me puede ocurrir algo así, imaginad a quien se dedique a ser mala gente de forma profesional.
Al final, por querer evitar una paliza a mi cartera, la paliza nos la íbamos a llevar todos. Hay que joderse.
A los pocos minutos de comenzar el trayecto, mi madre, viendo que yo estaba tenso como la cuerda de una ballesta, me ha dicho bien alto y en perfecto español: "Tú ya has estado en París más veces y te lo conoces bien, ¿verdad?" esperando que eso alejase de la mente del conductor cualquier intento de metérnosla doblada. Por otra parte, dudo que el conductor tuviese ni zorra de la lengua de Cervantes o que mi conocimiento de la capital francesa pudiese influir lo más mínimo es cualquier plan delictivo que estuviese llevando a cabo. Pero agradezco la intención, mamá. En serio.
Poco después, mientras hemos pasado bajo los indicadores de la Autoroute du Nord que avisaban de la proximidad de nuestro destino, el conductor me ha dicho que la carretera de la ruta programada originalmente estaba cortada y que tendría que coger un desvío. Y ahí ya he palidecido, un sudor frío ha recorrido mi espalda y se me ha ido la olla por completo (aunque todo para mis adentros, ojo):
Así que éste es tu plan, ¿eh, cabrón? Con la excusa de un corte de carretera que no existe, vas a meternos en sabe Dios qué barriada de la periferia alejada de la civilización donde otros como tú nos van a inflar a hostias antes y después de quedarse con todo lo que llevamos en las maletas, ¿no? Y yo sin saber cuál es el número de la Police*. Joder, tendría que saberlo, que he venido aquí ya ocho veces. Mírale, otro desvío que ha cogido, el hijolagranputa. Ya está. Estamos muertos. ¿Quién me manda meterme en un puto taxi pirata? Y todo por ahorrarme diez tristes euros. Idiota. Que eres idiota.Como he estado ocupado con la realización de este ejercicio de calentamiento cerebral, cuando he querido darme cuenta estábamos enfilando la Avenida de Flandre, que me suena bastante, y un par de minutos después la furgoneta se ha detenido en la puerta del hotel. Acto seguido, el hombre del traje ha sacado las maletas con el mismo cuidado con el que las ha metido, nos ha cobrado la cantidad acordada y ha desaparecido calle abajo en su monovolumen mientras nosotros hemos entrado a la recepción del sobrevalorado tres estrellas (París, la ciudad en la que todos los hoteles tienen una estrella de más) antes de dirigirnos a nuestras respectivas habitaciones.
Al final, como podéis ver, no hemos tenido que lamentar ningún incidente, y no vais a descubrir una noticia en Le Monde relatando que han encontrado los cadáveres de seis españoles (uno de ellos demasido confiado y un poco gilipollas) en una nave abandonada de la banlieue parisina. Todo ha sido una película escrita y dirigida por mi flipadísimo cerebro. El mismo cerebro que ha decidido que el susto me dure un poco más, causándome un episodio de insomnio maravilloso que me ha venido de perlas para escribir esta entrada.
*El teléfono de la Police en Francia es el 17. De nada.

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