lunes, 27 de febrero de 2017

Senectud, divino tesoro

El otro día fui a cortarme el pelo. Sé que le doy muchas vueltas a este tema, pero tengo un motivo para hacer algo así. Y es que éste es mi puto blog y aquí se habla de lo que me sale de los huevos. Siempre que a la Fiscalía le parezca bien, claro está.

Como ya deberíais saber más que de sobra, lo de cortarme el pelo me produce una angustia terrible. En esta ocasión, mientras el peluquero (un amable muchacho turco al que le rugía el estómago como si se hubiese tragado vivo al león de la Metro) me convertía a base de tijera en una mezcla entre Nerón y un granjero irlandés por un malentendido con las instrucciones que yo le había dado antes de que comenzase su tarea, decidí que la mejor forma de evadirme de aquel mal rato podría ser pensar en gente que hubiese pasado por situaciones peores.

Y me acordé de todo (bueno, de todo no, que no soy Rainman) lo que cuenta Arturo Pérez-Reverte en Territorio Comanche. Para quienes aún no hayáis leido esta obra, en ella habla de sus años como reportero de guerra, y de episodios por los que tuvo que pasar que son ligeeeeeeramente más chungos que mis cortes de pelo, definiendo el tal territorio comanche como "allí donde, aunque no ves a nadie, sabes que te están mirando. Donde no ves fusiles, pero los fusiles sí te ven a ti".

Y mi cerebro, que funciona como la Wikipedia, con páginas que tienen enlaces a otras páginas que tienen enlaces a otras páginas que tienen... y que hacen que, tras empezar buscando información sobre el Desastre de Annual acabes sin saber por qué descubriendo a Víctor Ardisson (si no pongo enlace, por algo será), relacionó lo de "aunque no ves a nadie sabes que te están mirando" con mi barrio, lleno de casas molineras cuyas ventanas pobladas de cortinas y visillos solían esconder a viejas que no tenían nada mejor que hacer que escanear a quienes pasábamos por allí mientras esperaban a que se les cociesen los garbanzos en la olla.

Y fue entonces cuando, queriendo relacionar entre sí todo lo anterior, mi cerebro hizo una selección de mi base de datos de recuerdos dignos de aparecer en este blog a la que añadió los filtros "viejas", "pasarlo mal" y "café" (lo de café no sé a qué venía, pero bueno), obteniendo dos resultados, a cual más cruelmente desternillante.

El primero tuvo lugar en un Starbucks de la Gran Vía madrileña. Por cierto, la primera vez que estuve en un Starbucks, pedí mal. Me explico. Yo lo que quería era un bidón de café en vaso de cartón para ir haciéndome el guay por la calle, pero como no tenía ni idea de cómo iba aquello ni el dinero suficiente para pagar las cantidades astronómicas que cuesta de media un café en ese sitio, pedí lo más barato: un expreso. Y me pusieron un triste chupito de café.

Mi segunda visita (durante la cual ocurrió lo que os estoy intentado contar) fue casi tan decepcionante como la primera, pues aunque esta vez sí que me pesaban los bolsillos, aún no controlaba la mercancía, y me pedí un frapuchino, por lo que la siguiente hora la pasé tirado en uno de sus sofás ante un granizado de café, que no era lo que quería (pero tranquilos, que la tercera vez me hice mayor y desde entonces siempre acierto con el pedido. Es más, el artículo de fauna ibérica lo escribí al calor de un americano con hueco para un chorro de leche). Pues bien, mientras el brebaje helado me congelaba el cerebro, un grupito de señoras mayores entró en el establecimiento, tomando al asalto, nada más cruzar la puerta, una de las mesas próximas a la mía. Y allí se quedaron las viejas, esperando.

Al rato, una de las camareras, que estaba recogiendo vasos y tazas por el local, pasó al lado de las abuelas, lo que fue aprovechado por una de ellas para espetarle un "Oye, niña, ¿nos atiendes?". Efectivamente, tanto la frase como la entonación utilizada por su autora estaban sacadas de lo más profundo de los años cincuenta del pasado siglo. No obstante, la "niña", sabiendo que aquellas mujeres se encontraban fuera de lugar y de época, no se achantó, y aunque el "No. A la cola" con el que respondió fue muy escueto, estaba cargadísimo de regodeo milénico. Fue entonces cuando todas las viejas, al unísono, entonaron con su voces de pito un "AAAAAYYY" que encerraba un "Esto con Franco no pasaba", un "Cómo está el servicio", un "Qué vergüenza, qué vergüenza" y muchas otras frases que en mi cabeza siempre suenan con la voz de Chus Lampreave (Dios la tenga en Su Gloria). Como era de esperarse, todas ellas se levantaron de aquellos asientos que llevaban calentando cuarto de hora, pero no para acercarse al mostrador a pedir, sino para salir a la calle y buscar otro establecimiento que aún respetase el clasismo al que estaban acostumbradas.

El sonido de la máquina de afeitar del turco acercándose a mis sienes me sacó de aquel recuerdo, pero una vez me hube cerciorado de que no iba a matarme, eché mano del segundo resultado de mi búsqueda, esta vez ubicado en una pequeña cafetería de Valladolid de la que estoy profundamente enamorado desde un punto de vista hostelero: el café es barato y sabe bien, el personal te atiende siempre con una sonrisa (he de aclarar que durante mi adolescencia frecuenté varios bares de la capital vallisoletana en los que camareros y camareras me miraban con desprecio por mi aspecto de mocoso de clase media-baja, cosa que nunca ocurrió aquí), es posible disfrutar de deliciosa bollería industrial y del último ejemplar de la revista Interviú mientras se ingiere el café y, por encima de todo, fue uno de los poco bares en los que el dueño, pudiendo elegir en 2006 si prohibir o no fumar en el interior del local, decidió colgar en la puerta este cartel tan magnífico:

fuente: eltabacoapesta.com
A fumar a la puta calle

El problema del bar es que es muy pequeño para lo maravilloso que resulta, por lo que los sitios en las mesas del fondo suelen escasear, y hay veces en las que toca quedarse de pie junto a la barra. Pues bien, fue en esa misma barra donde, una tarde de otoño, pude contemplar la mayor fe de erratas sufrida por un grupo de viejas consumidoras de café. A saber:

Donde debía decir "vamos a pasar TOOOODA la tarde consumiendo un único café en un sitio muerto", dijo "el sitio está lleno de gente y barullo y aquí no se puede estar mucho rato".

Donde debía decir "tomemos una mesa durante tres horas", dijo "no hay mesas libres y nos toca acodarnos en la barra durante diez minutos antes de salir en busca de otro bar".

Donde debía decir "un café con leche en vaso de cristal", dijo "un café con leche en una bonita taza de porcelana" (por lo visto, la gente mayor considera que los lavavajillas no son tan buenos exterminando los gérmenes que pueblan la porcelana y por eso prefieren los vasos de cristal. Cuando me haga viejo del todo os lo confirmo).

Donde debía decir "SIN CREMA", dijo "no vas a ver el café bajo la capa de dos kilómetros de crema que va a coronar la taza" (otra manía que tienen los viejos y para la que no tengo explicación aún).

Donde debía decir "me pones el café a una temperatura capaz de fundir el recipiente, el mostrador y el suelo vallisoletano bajo mis pies de vieja y causar un Síndrome de China", dijo "un café no demasiado caliente, que aquí se lo servimos habitualmente a gente que aún conserva la sensibilidad dentro de la boca y no gusta de quemarse al bebérselo".

Así que podéis imaginar las caras de decepción y cabreo del trío. La que estaba más cerca de mí, con furia en la voz, le soltó a la camarera "Niña, no tendrás un microondas para calentar el café, ¿no?" (lo de "niña" es obligatorio, ya lo habéis visto). La camarera, creyendo que la señora estaba bromeando, soltó una leve carcajada mientras agitaba la cabeza a un lado y a otro y se alejaba en dirección a la máquina de café para preparar más tazas enormemente sacrílegas desde un punto de vista anciano. La vieja, que no estaba en absoluto de broma, abrió el sobre de azucar entre temblores y, debido a su estado iracundo, no pudo evitar dejarlo caer dentro de su taza mientras lo vertía, lo que provocó que su expresión pasase del odio a la angustia. Tras varios torpes intentos de rescatar al sobre de aquella trampa de arenas movedizas que suponía la crema del café, recuperó el odio que había dejado aparcado por momentos y decidió sepultar al infeliz sobre dentro de la taza, apuñalándolo repetidas veces con la cucharilla. Yo, mientras tanto, disfrutaba como un enano y enterraba mi cara entre las páginas de la Interviú para evitar que aquella mujer descubriese que me estaba meando de risa a su costa.

Al final, las tres señoras se fueron de allí dejando tres cafés (uno de ellos con sobre de azúcar vacío incluido) a medio consumir, habiendo pasado dentro de uno de mis bares favoritos de Valladolid menos tiempo del que el peluquero turco dedicó a destrozar mi pelo a base de máquina de afeitar y tijeras. Y mucho menos aún del que habéis tardado en leer esta entrada, ansiosos.

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lunes, 20 de febrero de 2017

Filosófame ésta

A mi profesora de Filosofía de bachillerato le gustaba guiarse por el libro de texto. Le gustaba DEMASIADO. Cierto es que dichos libros le costaban un dinero a mis padres cada septiembre y el transportarlos de casa al colegio/instituto y del colegio/instituto a casa me suponía un esfuerzo físico remarcable, por lo que era de agradecer que el maestro de turno nos los hiciese abrir de vez en cuando. Sin embargo, la obsesión de esta mujer era enfermiza. Pretendía seguir al pie de la letra todos y cada uno de los textos, por lo que sus alumnos nos veíamos obligados a memorizar hasta los pies de foto para no obtener mala nota en los exámenes.

Os podéis imaginar sus clases. Básicamente consistían en un ejercicio de lectura en el que bien ella, bien algún alumno designado, recitaba en voz alta la página correspondiente a la lección del día, sin apenas dar pie al debate o la participación. En parte, esta profesora me recordaba a cierta hormiga de la película Bichos.

Y no sé a vosotros, pero eso a mí me parece un coñazo. Por ello, a los diez minutos de comenzar cada una de sus tres clases semanales (que para más inri solían tener lugar a primera hora de la mañana), yo ya estaba mirando por la ventana, dibujando pollas en mi cuaderno (porque todos hemos pasado por ello en algún momento de nuestra etapa adolescente) o haciendo el imbécil con el compañero que tuviese más a mano en ese momento. He de reconocer que mi comportamiento no era el más adecuado, y cuando una de mis impertinencias acabó finalmente con la paciencia de la profesora, ésta procedió a castigarme de forma ejemplar. Con toda la razón por parte de la sufrida funcionaria, la verdad sea dicha.

En lugar de mandarme al pasillo (algo que, por otra parte, el resto de mis profesores hacía con relativa frecuencia), me obligó a que explicase a mis compañeros, durante las dos siguientes clases, el tema 2 del libro: Platón (el tema 1 correspondía a Sócrates, aunque seguro que los frikis de la Filosofía ya sabíais esto). Así, la profesora (a quien, por cierto, llamábamos Piglet porque no pasaba del metro cincuenta y el color de su piel era muy rosáceo para un ser humano) contaba con que yo memorizase dicho tema durante la tarde de aquel puñetero lunes y las dos siguientes y fuese capaz de repetir todo, sin saltarme una coma, el jueves y el viernes. Y como está bastante claro que yo no soy uno de esos niños de la India capaces de repetir chorrocientasmil cifras del número pi sin equivocarse, mi maestra podría humillarme delante del resto de alumnos a la primera metedura de pata que cometiese mi cerebro escaso de capacidad mnemotécnica.

Pero yo no me tomé aquello como un castigo, sino como un desafío y una oportunidad. Tenía en mis manos la posibilidad de cambiar la forma en la que estudiábamos aquella materia (al menos durante un par de horas. Algo es algo), pudiendo darle un giro excepcional y convirtiendo los pesados sermones a los que nos tenía acostumbrados en un interesante debate participativo en el que todos aprendiésemos algo útil. "Y, ¿no será que eso precisamente es lo que buscaba la profesora?" estaréis pensando algunos. "Qué coño iba a ser eso", os respondo yo.

Y me puse a la tarea. Tras echar un ojo a lo que el libro de Filosofía decía acerca del simpático bujarrita ateniense, procedí a preparar dos clases que dejarían a mi profesora con el culo torcido. Me pasé las tres tardes encerrado en la biblioteca municipal más cercana a mi casa (porque por aquel entonces Internet no era lo que es), ampliando toda la información relativa al filósofo, elaborando guiones, dibujando esquemas que pudiese reproducir en la pizarra y buscando la forma de hacer más comprensible el mundo platónico. Cuando revisé lo que había hecho la tarde del martes, supe que todos mis compañeros, sin importar su nivel de estupidez, acabarían comprendiendo y aprendiendo lo que ponía en el tema 2.

Pero lo mejor vino la tarde del miércoles, mientras buscaba la forma de hablar sobre el Mito de la caverna (Alegoría de la caverna para los más tocapelotas) a mi público adolescente: puesto que el libro explicaba este apartado de forma engorrosa y aburrida, decidí que lo mejor sería utilizar un símil más actual. Al fin y al cabo, Platón no hizo otra cosa que crear una historia ficticia con los medios de la época para explicar un concepto, y si el concepto estaba claro en todo momento, no habría nada de malo en valerse de los medios disponibles en el siglo XXI para poder elaborar el relato, ¿no?

Y entonces tuve clarísimo que las hermanas Wachowski (si a alguien le molesta que me dirija a ellas con el género que se identifican en lugar de con el sexo que han nacido, puede venir a comerme los wachowskis) iban a servirme de ayuda con el colofón de una clase de filosofía que, in my mind, se antojaba poco menos que épica. Efectiviwonder, además de toda clase de debates y formas de participación, mi clase incluiría la visualización de un fragmento de la película Matrix, con Morfeo dándole la brasa y las pirulas a Neo, y éste sufriendo un mal viaje de ácido hasta terminar como uno de los aliens de Toy Story.

fuente: Warner Bros
El gaaaanchooo

Reconocedlo, la analogía que hay entre la película y el mito de Platón es más que evidente, Matrix por sí sola mola un huevo, y encender una tele en clase siempre ayuda a despertar a los alumnos más empanados. Además, todo aquello que huela ligeramente a ciberpunk me la pone gorda, y yo quería dar un toque de mi propio gusto a la exposición que comenzaría el día siguiente.

Y entonces llegó el jueves.

Y yo me dirigí al instituto, con mi taco de apuntes y mi cinta VHS de Matrix en la mochila.

Y la profesora de filosofía entró por la puerta del aula.

Y me preguntó que si estaba listo para dar la clase en su lugar.

Y le dije que por supuesto, pero que iba a necesitar traer el mueble con la televisión y el vídeo del cuarto de audiovisuales.

Y le enseñé la cinta.

Y ella me hizo morir un poco por dentro:

—¿Por qué quieres poner la cinta de Mátrips (Os juro que lo pronunciaba así. Me acuerdo perfectamente)?

—Porque me parecería interesante analizar el Mito de la caverna usando material actual. Y hay una escena de esta película que lo representa muy bien. Pero no se trata sólo de ver la escena. También he preparado una serie de preguntas y puntos que quiero que analicemos en grupo después de verla para que los conceptos queden bien claros a todos.

—Bueno, pues si tus amigos y tú queréis ver Mátrips, quedáis este sábado en tu casa y veis Mátrips tranquilamente. Pero aquí no tienes por qué poner Mátrips.

—A ver, que no se trata de ver una película como si esto fuese un cine, que lo hago para poder enfocarlo desde...

—Que no vamos a ver Mátrips. Y ahora abre el libro y empieza a explicar el tema.

En ese momento eché un vistazo a la carátula y me pareció ver que, aprovechando que se cubría tras un negraco tan imponente como Laurence Fishburne, Joe Pantoliano se estaba descojonando en mi puta cara.

fuente: Warner Bros
Vete a ver Mátrips a tu casa, pringao

Y así fue como mi intención por darle un poco de vida a aquella asignatura que profesores como la que me había tocado hacían tan aburrida, junto con tres tardes de trabajo y un taco importante de apuntes y esquemas se fueron a la basura. La cinta no la tiré, no jodáis, que me costó una pasta. De hecho, creo que aún se conserva en algún rincón de casa de mis padres. Totalmente desilusionado, comencé a hablar de Platón ajustándome al temario y con una voz tan triste que haría quedar a Calimero como la alegría de la huerta, importándome una mierda si lo que estaba diciendo era correcto o no. De todas formas, las interrupciones y aclaraciones de la profesora se hicieron tan frecuentes, que lo que hice aquellos dos días fue, básicamente, dejar que ella diese la clase sentada en mi sitio. Qué bajona, ¿no?

El epílogo de esta historia tuvo lugar un par de meses después, cuando tuve que hacer el examen parcial de la asignatura, pues cayó Platón. Y yo, en cuanto tuve la hoja del ejercicio en mis manos, miré fijamente a mi profesora entrecerrando los ojos en plan peli del Oeste, hice crujir mis dedos entre sí, agarré el boli, escribí mi nombre en lo alto del examen (porque eso es lo primero que hay que hacer siempre, niños) y describí, punto por punto, el tema tal y como yo lo habría querido explicar durante aquellas dos clases que pudieron ser y no fueron. Mientras mis compañeros trataban de reproducir con la mayor fidelidad posible el texto del libro, yo buscaba la forma de hacer justo lo contrario, poniendo especial cuidado en que ninguna frase de mi ejercicio tuviera nada que ver con el estilo de aquel tocho infumable. Cité fuentes externas, resalté puntos clave reforzando los mismos con la ayuda de todo el material de apoyo que la biblioteca pública Rosa Chacel había puesto a mi disposición durante aquellas tres tardes de otoño y, cómo no, llevé a cabo una fabulosa comparación entre el Mito de la caverna y la cinta wachowskiana que habría hecho que Carlos Pumares, Antonio Gasset y Carlos Boyero se peleasen por conseguir mi examen para poder tocarse al leerlo. En las dos horas que tuve para terminar, no levanté la cabeza del papel ni dejé de escribir y, cuando fue el momento de hacer entrega de la prueba, lo hice con el orgullo de quien sabe que ha hecho lo que tenía que hacer, por muy grande que fuese la hostia calificativa que iba a llevarme después.

Nueve y medio. La Piglet me cascó un puto nueve y medio. He de reconocer que después me arrepentiría de no haberme fijado en la cara que puso al hacerme entrega del examen corregido, pero en aquel momento estaba demasiado ocupado convenciéndome a mí mismo de que aquel 9,5 junto a mi nombre no era un espejismo. Una vez recuperado de mi estupor, me dediqué a buscar alguna corrección que explicase por qué mi profesora juzgaba que yo no merecía marcarme un Nadia Comaneci a nivel estudiantil. Y entones lo encontré: en aquel texto impoluto al que no había nada que añadir ni que quitar que era mi ejercicio, una marca dibujada con el trazo enervado de una profesora que sabe que ha perdido la batalla contra uno de sus alumnos más hijoputas rodeaba varias veces en color rojo fuego la palabra mátrips.

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lunes, 13 de febrero de 2017

Mi gata y otro gato no me dejan dormir (y II)

La semana pasada narré los primeros días de la visita de Bowie a nuestra casa, y parecía que la inicial indiferencia que existía entre el gatito y mi gata se estaba transformando en una especie de odio visceral. A continuación, la conclusión de esta historia gatuna.

Miércoles


Esta mañana no ha llovido, así que no me he escapado de salir a correr. Cuando he vuelto y le he dejado salir un rato, Arya lo ha celebrado correteando por nuestra calle. Después, mientras mi novia y yo desayunábamos, Arya y Bowie han confirmado que son los nuevos Pepa y Avelino y han estado de bronca escaleras arriba y escaleras abajo, por lo que hemos considerado conveniente el aislarles el uno del otro durante el día.

Cuando he llegado a la oficina, el paquetazo con todas las bolsas de comida de gato estaba esperándome. Sin embargo, en lugar de cuatro bolsas de "Royal Canin Sterilised Appetite Control", tan sólo había una, junto con otras tres de "Royal Canin Sterilised Appetite Control +7". Y Arya sólo tiene dos años, por lo que esa comida no es para ella (aunque, con lo zampabollos que es, intuyo que no le haría ascos). He escrito un correo a la tienda de comida de animales comentándoles la jugada y me han respondido al momento diciendo que lo sienten muchísimo y que mañana o pasado mañana mandarán a un mensajero para que cambie lo que he recibido por la comida apropiada.

Lo que le faltaba a la pobre Arya, que le llamasen vieja.

El resto del día no ha tenido nada de especial. He vuelto a casa moviéndome como un pato (porque los miécoles es día de hacer pierna en el gimnasio) y Bowie ha estado cariñoso la mitad de la tarde (mientras Arya estaba fuera) y puteador la otra mitad (una vez que Arya había vuelto).

Una cosa de la que me he dado cuenta es que el grosor de los arañazos de ambos gatos es ligeramente distinto (lo cual tiene sentido, dada la diferencia de edad). Para que os hagáis una idea, si estos gatos fuesen los rotuladores Rotring que os hicieron comprar para la clase de Plástica de tercero de ESO (y que no volvísteis a utilizar JAMÁS), Arya sería el 0,8 y Bowie sería el 0,2. Me explico, ¿no?

Bowie naranja araña fino. Arya cristal araña... Bueno, Arya ahora mismo no araña porque estos días está muy mansa, la pobre. Pero os aseguro que deja unos surcos de la hostia

Ambos gatos dormirán separados esta noche, que no queremos que esto acabe como el rosario de la aurora.

Jueves


La función alarma de mi flamante móvil BQ Aquaris E4.5 (La E es de "ébola") ha vuelto a despertarme a las seis y un minuto (con esta canción tan bonica de Vangelis), y aunque en la calle estaba lloviznando, he decidido salir a correr, pues Arya me estaba dando ánimos con sus maullidos. Cuando he vuelto a casa, mi gata ha salido escopetada en dirección a la casa del vecino de enfrente para acto seguido hacerle sus necesidades en la puerta. Y yo lo he celebrado, pues ese vecino no me cae nada bien, Es que el muy cerdo se planta en la puerta de su casa casi todos los sábados a las nueve de la mañana y habla a gritos por el móvil durante un par de horas, jodiéndome un sueño que sólo mi gata tiene el privilegio de poder joderme. Así que bien cagado, Arya.

Durante el desayuno, Arya y Bowie han continuado en plan Kramer contra Kramer. Bueno, aquí me estoy columpiando un poco porque no sé muy bien de qué va esa peli. Creo que trata sobre un matrimonio que se está divorciando, por lo que la comparación tendría sentido. De todas formas, ya tengo deberes para el fin de semana, que Dustin Hoffman me gusta como actor (lo petó en Tootsie, las cosas como son). Pues eso, que mi novia y yo hemos vuelto a dejar a los dos gatos separados y nos hemos ido a currar mientras disfrutábamos del viento y la lluvia que Irlanda tiene a bien arrojar con desprecio sobre sus habitantes de cuando en cuando.

No ha venido nadie a la oficina a recoger la comida de gato viejo que recibí ayer por error, pero al menos he recibido una cazadoraca que compré por internet hace unos días a muy buen precio. Sé que esto no tiene nada que ver ni con Arya ni con Bowie, pero me apetecía fardar de chupa.

Ladies, hold your orgasms

De vuelta en casa, tras una agotadora jornada laboral y una no menos agotadora sesión de gimnasio, hemos logrado cenar de forma apacible y sin broncas gatunas gracias a un fortuito descubrimiento: como es habitual en los gatos, a Bowie le desagrada todo lo cítrico (Arya, por el contrario, es una zampabollos a la que hay que apartar del fregadero cada mañana para que no se líe a lengüetazos con los restos del exprimidor de naranjas), así que rodear a Arya, que dormitaba en el sofá, con un cerco de pieles de mandarina ha sido un efectivo apaciguador.

Teniendo en cuenta que ahora mismo hay paz entre gatos, es buen momento para irse a la cama.

Vale, voy a hacer caso a mi novia y me voy a quitar la cazadora para dormir.


Viernes


Hay veces que Arya se salta su rutina porque sí. Como hoy, por ejemplo, que me ha despertado a las cinco de la madrugada en lugar de esperar a que mi alarma sonase, que es lo que suele hacer habitualmente. A pesar de que este contratiempo me ha restado muchos minutos de sueño, aumentando un cansancio que llevo acumulando desde principios de la semana y que a estas alturas podríamos catalogar dentro de la categoría "de cojones", he decidido salir a correr. Como curiosidad, he de destacar que, mientras atravesaba una Ailesbury Road (la calle de las embajadas) totalmente desierta a esas horas (lo cual, si todas las embajadas tienen el mismo horario y el mismo ritmo de trabajo que la española, está totalmente justificado), se me ha cruzado un zorro. Y no es ninguna metáfora. Un zorro de los de verdad, con sus cuatro patas, su cola alargada y sus orejas puntiagudas. No es la primera ni la segunda vez que veo un zorro por la calle en Dublín, pero me sigue pareciendo curioso, qué queréis que os diga.

Cuando he llegado a la oficina por la mañana, el pedido de comida (ahora sí, correcto) ya había llegado, por lo que me ha tocado cargar con seis kilos de Royal Canin Sterilised Appetite Control a la espalda al volver a casa. Y lo he hecho encantado, porque por Arya cargo con lo que haga falta. De todas formas, tenía pensado quedarme a tomar un café con un muffin (no digo "magdalena" porque aquí se llaman así) de tofe, pero como no quedaban (algún día hablaré en detalle de por qué a veces no puedo evitar relcionar los conceptos "Irlanda" y "carestía") he llegado pronto a casa, y me he trincado un trozo de turrón de chocolate blanco (porque aún conservo una cantidad de dulces navideños nada despreciable) acompañado de un café con Baileys dignos del mismísimo Jehová.

Y como llevo varios días escuchando archivos de Histocast, permitidme que se me termine de ir la olla y os dé un parte de guerra, pues BOWIE HA ROTO EL CERCO: a pesar de los esfuerzos llevados a cabo por Arya en su intento de mantener una línea defensiva sobre el extremo del sofá, reforzada por varios gajos de mandarina dispuestos de forma estratégica a lo largo de la frontera con la intención de repeler todo ataque proveniente de su enemigo, Bowie ha logrado, tras una campaña de guerra relámpago, sobrepasar dichas defensas. Tras esta rápida acción, el gato ha conseguido establecer una cabeza de puente en el territorio anteriormente ocupado por Arya para, acto seguido, propinarle un zarpazo en el culo al que la gata ha respondido con un bufido y una huída descontrolada escaleras arriba.

Sí, necesito dormir. Así que me voy a la cama, no sin antes separar a estos dos animales.

Sábado


Creo que no he descansado lo suficiente, pues he provocado una situación bastante curiosa que habría evitado de haber estado más lúcido cuando Arya ha tenido a bien despertarme para pedir el desayuno.

Me explico: una vez he bajado a la cocina y he depositado la comida de los dos gatos en sendos cuencos (Royal Canin Sterilized Appetite Control para Arya y Royal Canin Mother & Babycat para Bowie), he vuelto a cerrar la puerta de la cocina, para así dejarles desayunar separados y evitar broncas, y me he vuelto a la cama. Todo normal, ¿no? Pues no, pues cuando he vuelto a levantarme, unas horas después, he descubierto que había dejado a cada gato en la habitación que no le correspondía, lo que se ha traducido en un intercambio gastronómico del que ambos han disfrutado sin rechistar (los cuencos estaban limpios, oye).

Tras esto, mi novia y yo nos hemos acercado al centro a ver Hacksaw Ridge (se nota que la mano de Mel Gibson anda detrás de esa peli, pues no falta la sangre en unas escenas que, por otra parte, reconstruyen muy bien un campo de batalla. Y sé de lo que hablo, que mi casa estos días se parece bastante) y a comer una hamburguesa a un sitio que se llama Bobo's (algo que a la parte de mi cerebro que dejó de desarrollarse cuando cumplí siete años le hace mucha gracia).

Cuando hemos vuelto a casa, Arya estaba deseando salir y tomar un poco de aire que le hiciese olvidarse por momentos del trasto con el que está conviviendo, y mi novia y yo hemos visto la peli de Kramer contra Kramer mientras cenábamos. Tal y como sospechaba, Dustin Hoffman está sensacional y la cinta (porque en Isla Viejuna a las películas las llamamos "cintas") es muy muy buena. Además, tiene los tres elementos que hacen que una película me guste especialmente: fue rodada en los setenta, transcurre en Nueva York y el protagonista es un puto yupi que lo pasa mal. Y, mientras, Bowie secuestrando mi regazo una vez más.

Durante ese rato he pensando que no sé por qué el bicho se llama Bowie, pues su dueña no nos lo ha dicho. Quizá sea porque tiene un punto glam con esas patas de un color diferente al resto del pelaje que parecen calentadores. O quizá sea por el pelazo. Sí, es el pelazo. Este gato es Jareth, el rey de los goblins, y no se hable más.

You remind me of the babe. What babe? Babe with the power. What power? Power of voodoo...

La peli ha terminado bastante tarde, y yo he pensado que esta vez sí, Arya ha hecho las maletas y nos ha mandado a la mierda. Bastante preocupado, me he puesto la cazadora con la intención de pasar la noche recorriendo la calle mientras berreaba su nombre, y en el momento en el que he salido por la puerta, ella ha aparecido por la ventana.

La madre que la parió. Me voy a dormir.

Domingo


Ha sido muy extraño, pero Arya hoy nos ha dejado dormir hasta las diez. Después de levantarme, les he puesto el desayuno a los dos y he intentado sacarles algunas fotos, pero han salido todas movidas, pues yo no soy un buen fotógrafo y estos dos bichos son puro nervio. Después, mi novia y yo hemos ido a desayunar a una cafetería que tenemos cerca de casa y que está haciendo el agosto con nosotros, y el resto del día lo hemos dedicado a recoger la casa y a preparar comidas para la semana que viene. Algo tan aburrido que no merece la pena que lo describa aquí.

Qué le voy a hacer. Estoy un poco de bajona. Y no porque haya descubierto ligeramente horrorizado que, a pesar de haber intentado dar a Arya una educación socialista y solidaria, haya resultado tener en casa a una Ayn Rand con bigote y rabo. Quiero decir, a una Ayn Rand. Lo que ocurre es que mañana Bowie se vuelve a su casa, y puedo imaginarme cómo será el día: me levantaré a las seis y un minuto y saldré a correr (esta vez no iré solo, pues mi novia se ha apuntado a esto de sufrir en ayunas cada mañana), después pedalearé al trabajo y, tras varias horas sentado delante del ordenador, volveré a mi casa para encontrármela un poco más vacía de lo que ha venido siendo habitual estos días, pues se habrán llevado a Bowie antes de que llegue yo, y para entonces ya estaré echando de menos al pequeño rey de los goblins.

Arya, no. Arya estará encantada de que ese renacuajo se haya largado de una puta vez.

Esta foto es maravillosa Y LO SABÉIS

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lunes, 6 de febrero de 2017

Mi gata y otro gato no me dejan dormir (I)

Cuando escribí el artículo que recogía diez hostias que me habían marcado personalmente, mencioné un par de veces que no me gusta que me saquen de mi zona de confort. ¿Sabéis quién opina lo mismo? Mi gata Arya. Y es que la semana pasada sus dominios se han visto invadidos por la presencia de Bowie, un gatito de sólo dos meses de edad que una compañera del trabajo de mi novia nos ha dejado durante unos días.

He considerado adecuado recoger en un diario lo que ha ocurrido durante este tiempo, y voy a dejar a vuestro juicio el que merezca o no la pena leerlo.

Viernes


Uno de los inconvenientes que tiene ir al gimnasio todas las tardes sin más compañía que mancuernas y discos (asociales al poder) es que le puedo darle muchas vueltas a todo. Hoy, concretamente, no he parado de pensar en qué tipo de escena iba a encontrarme al llegar a casa, pues Arya es de un arisco que hace que los de Valladolid parezcamos afables y joviales (creo que no hay gato en todo el barrio con el que no se haya peleado aún), así que he dado por hecho que mi salón iba a parecerse a la Franja de Gaza, con Bowie acojonado en un rincón y Arya dándoselas de mafiosa pisacuellos. Por ello, mientras pedaleaba de camino a casa me he debatido entre actuar en plan jefe de estudios en el patio de un instituto de Murcia o directamente vender entradas para sacar beneficio del pressing catch gatuno. No obstante, estoy en contra de dos tipos de violencia: la violencia entre animales propiciada por la acción del ser humano y la violencia que el ser humano ejerce por placer contra los animales (aprovecho para dirigirme a todos los cazadores y pedirles que me hagan el favor de meterse un tiro de escopeta por el bien del planeta), por lo que he concluído que sería mejor organizar un Camp David que beneficiase todos.

Sin embargo, cuando he entrado por la puerta, Arya había salido a dar un paseo, por lo que me he presentado a Bowie con un "Buenas tardes. Confío en que todo sea de tu agrado. Si necesitas cualquier cosa, lo que sea, tú pide que ya me encargaré yo de proporcionártelo. ¿Que quieres un vaso de agua? Un vaso de agua. ¿Que quieres un ovillo de lana para jugar? Un ovillo de lana para jugar. ¿Que quieres que te alcance un tebeo porque te apetece leer un rato y tú no llegas a la estantería? Te alcanzo uno, dos, tres o los tebeos que hagan falta. Lo que quieras, en serio. Pero no me pidas que te dé atún, que los gatos os enyonkáis enseguida y del atún se sale muy mal". Bowie, como era de esperarse, no me ha hecho ni puto caso y se ha dedicado a pelearse con los juguetes que Arya siempre tiene tirados por la moqueta. Una vez hechas las presentaciones, he pasado a la cocina, donde mi novia me ha puesto al corriente acerca de todo el material (comida de gato, comedero, arena...) incluido con el pack "gato que viene pasar la semana", así como un montón de comida que la dueña de Bowie ha tenido a bien darnos para evitar que se eche a perder durante su ausencia. Yo no me esperaba semejante cargamento de, entre otros, huevos, manzanas, repollo y coliflor, así que ya veré que hago para no tener que tirar todo eso y deshonrar a mis ancestros.

Al poco rato ha vuelto mi gata y mi casa se ha convertido en el festival del bufido aderezado con persecuciones bilaterales al estilo Benny Hill, pero con un gato y una gata como protagonistas en lugar de británicas en bikini y un señor gordo. Lo mejor de todo es que, contra todo pronóstico, es Bowie el que le mide el lomo a Arya, y la pobre no para de huir del bicho y encaramarse a la ventana de la cocina.

Sí. Este moco tan adorable tiene a mi gata acojonada

En fin, no sé vosotros, pero yo, desde que soy un adulto responsable, no aguanto en pie más allá de las once de la noche los viernes, así que voy a aprovechar que los ánimos gatunos se han calmado un poco y me voy a dormir, confiando en que a ninguno de los dos le dé por marcarse una encamisada que nos haga salir corriendo de la cama en mitad de la noche para poner orden, en plan serenos.

Sábado


El día ha comenzado con la misma rutina de cada fin de semana: Arya se despierta a eso de las siete de la mañana y se acerca a la puerta de nuestra habitación para solicitar amablemente que le demos de desayunar. Vamos, que maúlla como una loca hasta que tiene la comida en el plato. Sin embargo, la presencia de Bowie, que ha subido tras ella, ha provocado que Arya haya retomado el festival de bufidos justo donde lo había dejado la noche antes. Es más, se ha subido a la ventana de la cocina y ahí se ha quedado gruñendo, sin atreverse a bajar a por la comida, mientras Bowie se ha jalado su desayuno sin preocupaciones. Al final no me ha quedado más remedio que dejar el plato de Arya donde ella pueda alcanzarlo y él no para que la pobre pueda comer. Tras esto, les he dicho a los dos que más les vale llevarse bien y me he vuelto a la cama.

Poco más he podido dormir por la mañana. Un par de horas más tarde, mi novia y yo hemos bajado a la cocina con la idea de desayunar unos cruasanes a la plancha viendo un episodio de Bola de Dragón (adoro mi vida, qué queréis que os diga), y Arya no ha parado de maullar subida a la ventana hasta que la hemos dejado salir. Y yo me he acojonado un poquito ante la posibilidad de que Arya considere más adecuado vivir en cualquier sitio antes que en el manicomio en el que se ha convertido nuestra casa, mientras venía a mi cabeza el She's leaving home de los Beatles (no os paso enlace a la canción que Youtube y los Beatles que quedan vivos no se llevan muy bien, y seguro que si encuentro un vídeo lo tiran en un par de días y la entrada me queda coja. Buscadlo vosotros, vagos).

De todas formas, Arya ha vuelto a los pocos minutos, maullando esta vez bajo la cerrada ventana del salón para que le dejásemos entrar. Y luego ha vuelto a maullar, subida a la ventana de la cocina, para que le dejásemos salir. Y así a lo largo de toooda la mañana. Pero tranquilos, que es lo que hace cada fin de semana.

Mientras tanto, yo me he dedicado a blanquear la coliflor y el repollo para congelarlos y, poco después, mi novia y yo hemos transformado los huevos y las manzanas en una tarta orgásmica desde el punto de vista gastronómico.

Tras sacar la tarta del horno y dejarla enfriar sobre la encimera, y aprovechando que Arya estaba en la calle una vez más y que Bowie estaba durmiendo la siesta en el salón, mi novia y yo hemos disfrutado de un rato de tranquilidad mientras comíamos y veíamos Transpotting (lo sé, no es una película muy adecuada para ser visualizada mientras se come, pero a veces cometo errores, ¿qué pasa?). Ha sido entonces cuando Arya ha vuelto a hacer una aparición estelar bajo la ventana del salón y, tras entrar, ha ido derecha a la cocina, temerosa de que Bowie despertase y volviese a patearle el culo. Pasados unos minutos, he sentido lástima de la pobre gata, imaginándola subida una vez más a la ventana de la cocina, sin atrever a moverse, sin hacer ruido... Espera, espera. ¿Sin hacer ruido, has dicho? HOSTIAS, LA TARTA. Cuando he entrado por la puerta, la hijaputa ya se había jalado un buen trozo. Y es que no puedo estar a todo, copón.

Durante el resto de la tarde, ambos gatos han mantenido una situación de calma tensa, cada uno en un rincón del salón, y mi novia y yo hemos podido cenar una enooorme pizza casera (intuyo que a este ritmo voy a ganar unos diez kilos antes de que acabe el invierno) sin tener que soportar actividad hostil por parte de los dos bandos.

Parece que vamos mejorando.

Domingo


Arya me ha despertado con una hora de retraso. Ignoro si el miedo que le da el pequeño Bowie ha podido influir en su ascenso escaleras arriba a nuestra habitación. Como mi novia también se ha despertado debido a sus hambrientos maullidos, los dos hemos bajado a la cocina para darles de comer y actuar como Cascos Azules de la ONU al primer indicio de bronca entre estos dos bichos. Pero bueno, parece que ambos gatos mantienen la tregua iniciada ayer, por lo que hemos podido volver a la cama y descansar unas horas más.

Yo, en particular, me he vuelto a despertar a las doce del mediodía debido al ruido de cascabeles proveniente del salón, pues mi novia estaba mostrando por Skype a su familia lo tenaz que es Bowie en eso de intentar cazar juguetes que se agitan y suenan. He de reconocer que ver al pequeño correteando sobre la moqueta durante estos dos días ha eliminado la poca masculinidad que me quedaba, pero no el hambre. Eso no hay dios que me lo quite, así que mi novia y yo hemos dejado a los dos contendientes solos por primera vez, durante un par de horas, mientras salíamos a por sendos desayunos irlandeses que hiciesen juego dentro de mis arterias con la tarta y la pizza de ayer.

El panorama que nos hemos encontrado a a vuelta era bastante apacible, con Arya y Bowie ignorándose, por lo que hemos podido ver en el sofá un capítulo de Halt and catch fire (muy recomendable, por cierto) mientras la olla a presión preparaba dos raciones de fabada que pienso comerme en el trabajo el martes y el jueves, dando envidia a todos aquellos compañeros que tengo que son incapaces de manchar un cazo y comen sopa y sandwiches comprados en el Tesco día sí, día también. Qué triste.

Arya ha aprovechado para pedirme que la dejase salir un par de horas y ha vuelto de su paseo mientras mi novia y yo dábamos cuenta de la cena. Y no llevaba collar. Y en el collar estaba la chapa en la que están grabados su nombre y nuestro teléfono. No es la primera ni la segunda vez que esto ocurre, por lo que imagino que, o bien hay varios collares suyos plantados por entre los arbustos del barrio, o algún vecino hijoputa se dedica a mangárselos. Espero que sea lo primero, pues me daría una pereza horrible ponerme a buscar al vecino en cuestión y tener que hacerle tragarse sus propios dientes.

Como ya estamos preparados para esta situación (la cual tiene lugar cada vez con mayor frecuencia), Arya posee una segunda equipación: un collar con nuestro teléfono escrito a boli y un cascabel que nos advierte de su presencia cuando ronda cerca de casa durante sus paseos. El problema es que Bowie, a estas alturas, ya ha asociado el ruido de cascabeles con juegos, persecuciones y peleas. Vamos, lo que le faltaba a la pobre Arya. Así que, de momento, Arya se ha librado de llevar collar dentro de casa. Al menos hasta que encargue y reciba una nueva chapa que la muy imbécil se encargará de perder nuevamente en unos pocos días.

¿Sabéis si se le pueden hacer tatuajes a los gatos? Igual es la solución a tanto extravío chapil ("chapil" suena raro, pero la alternativa era poner "chapero"), no sé.

En fin, parece que esta noche también va a darse un alto el fuego entre los dos.

Lunes


Una cosa que hago yo los días de diario es levantarme a las seis y salir a correr media hora. Preguntadle a mi gata si no os lo creéis, pues para ella es fundamental que yo siga esta rutina. Y es que, mientras yo paso frío a la luz de las farolas, ella se despereza y aguarda mi regreso para, una vez entro por la puerta, salir como un cohete a la calle. Es entonces cuando, mientras yo cambio mis zapatillas de deporte por mis zapatillas de andar por casa, ella se dedica a cagar en la puerta de algún vecino seleccionado al azar. Rutina, ya os digo.

Como podéis imaginar, la rutina se ha visto hoy ligeramente alterada por la presencia de Bowie, que también se había despertado y ya tenía ganas de dar por saco. Además, no dejo que Arya salga de casa sin collar, por lo que he tenido que ponérselo antes de permitirle pisar la calle (con el She's leaving home siempre en mente). Después, mientras mi novia y yo preparábamos el desayuno, Arya ha vuelto visiblemente aliviada y ambos gatos han podido desayunar sin complicaciones, al tiempo que lo hacíamos los humanos.

Debido a que tanto mi novia como yo tenemos oligaciones laborales de las que no podemos escaquearnos así como así, pues ni ella ni yo nos apellidamos "Borbón", nos ha tocado dejar a los gatos a solas durante gran parte del día. Yo he aprovechado un rato libre para acercarme al Marks & Spencer y ver si tenían sección de mascotas en la que poder comprar algo parecido a un identificador que colgar del collar de Arya, pero hay dos cosas que caracterizan a dicho establecimiento: la primera es que es ridículamente caro, y la segunda es que no tiene nada realmente útil (en parte me recuerda a cierto comercio español, mira tú). Al final he optado por pedir los identificadores por internet, junto con OCHO kilos de comida de gato en bolsas de dos kilos (vivan las ofertas) que llegarán a mi oficina en un par de días. De todas formas, mi novia ha encontrado en Aliexpress un proveedor que tiene chapas personalizadas a buen precio. Hemos encargado ocho.

Cuando he vuelto a casa a eso de las siete de la tarde, Arya y Bowie estaban enfrascados en sus respectivas meriendas. Tras lo cual Arya ha salido a darse un paseo más largo de lo habitual y Bowie ha decidido secuestrar mi regazo durante el resto de la tarde.

La coña de "pussy magnet" ya la hizo mi novia en Facebook hace unos días, gracias 

A eso de las diez, cuando mi novia y yo habíamos acabado de cenar, Arya a vuelto a casa y Bowie se ha dedicado a putearla. Lo que ocurre en realidad es que Bowie en un bichillo travieso que sólo quiere jugar, pero Arya ve a Bowie como si fuese un macarra diciendo "Arya... Come out to plaaaaay..." mientras hace golpear dos botellines entre sí (si habeis pillado la referencia, OS AMO), por lo que huye de él aterrorizada.

Pero bueno, cuando apagamos las luces y nos vamos a la cama vuelve la paz.

Martes


Como cada día de diario, mi despertador me ha dicho a las seis y un minuto (lo de poner el despertador un minuto más tarde de la hora a la que debería sonar lo hago para que no me joda ciertos sueños que tengo de cuando en cuando y de los que no os voy a dar detalles) que me levantase y saliese a correr. Pero estaba lloviendo y lluvia gana a despertador. Así que, tras otros cuarenta y cinco minutos remoloneando, mi novia y yo hemos bajado a desayunar mientras Bowie y Arya hundían los hocicos en sus cuencos de comida para después jugar un rato a "corre que te pillo y te suelto un zarpazo así como flojito", que es un juego al que ambos gatos se han aficionado últimamente.

Mientras transcurría mi jornada laboral, he recibido un email de la tienda de comida para animales diciendo que el alijo que compré ayer llegará mañana a mi oficina. Eso es eficiencia. Lo que tengo que hacer ahora es pensar en una forma de transportar todo el cargamento hasta mi casa.

Por la tarde se ha repetido una vez más la escena "Arya se pira un rato y Bowie toma mi regazo en busca de mimos", y cuando mi gata ha vuelto a aparecer por la ventana y ha visto el panorama, ha puesto una cara de príncipe destronado digna de foto.

"Ya no me quieren. El día menos pensado cojo la puerta y los ocho kilos de comida que mi dueño va a recibir mañana y me voy"

Por cierto, ahora que digo eso, debería leer más a Miguel Delibes, que aunque fuese aficionado a la caza y tal, también tenía un lado ecologista (por paradójico que resulte). Además, El Camino me gustó bastante. En fin, que me distraigo.

La entrada de Arya en casa ha sido, digamos, intensa. Las persecuciones han aumentado en número y velocidad, por lo que mi novia y yo hemos decidido que Arya duerma en el salón y Bowie en la cocina, pues dejar a estos dos bichos juntos aumenta el riesgo de bufidos nocturnos y creemos que los vecinos podrían oír perfectamente el concierto y montarnos el pollo. Además, queremos dormir, coño.

Y como esta entrada me está quedando más larga de lo que yo pensaba, voy a dejar el resto de la historia para la semana que viene. Qué puto morro tengo.

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