Pues bien, siempre he considerado que Belfast pertenece a este segundo grupo. Vale que mis visitas a la capital de Irlanda del Norte, por el momento, no han sido muchas, así que calculo que este artículo no va a ser muy largo. Porque sí, amigos. Hoy voy a hablaros de mis experiencias en dicha ciudad (eso sí, si lo que queréis es información cultural, geográfica o histórica, os vais a la Wikipedia, que yo no soy una agencia de viajes, guapos).
No voy a dar muchos detalles acerca de mis dos primeras estancias porque formaron parte de sendos tours de un día a la Calzada de los Gigantes, que pilla un poco más arriba y merece la pena ver (especialmente los días de mal tiempo, ya que es entonces cuando aumentan las posibilidades de que el oleaje se lleve a algún turista incauto).
Por cierto, un tercio de la financiación del centro de visitas de la Calzada de los Gigantes ha salido del Fondo Europeo de Desarrollo Regional, así que aprovecho este dato para desear un feliz Brexit a los hijos de la Gran Bretaña.
En ambos casos, el autocar de la agencia paró en el centro de la ciudad y tuve el tiempo justo para entrar al McDonalds y dejarme más pasta de la que yo creía porque mi cerebro no está acostumbrado a pagar en libras. Y eso es todo.
Mi tercera visita fue como mi vida amorosa durante mi adolescencia: me quedé a ocho kilómetros de entrar en mi objetivo (en este caso, Belfast. Durante mi vida amorosa, un considerable porcentaje de la población femenina de Valladolid). Y es que, volviendo de un viaje de fin de semana por la Península de Ards, aproveché para hacer parada técnica (vamos, para mear) en Holywood (con una ele), donde pude disfrutar de un café (de hecho, SIEMPRE que me tomo un café disfruto, salvo que el café sea francés) con un trozo de tarta, para después poner rumbo a Dublín sin detenerme ni mirar atrás hasta llegar al aeropuerto y devolver el coche de alquiler.
La cuarta visita tuvo lugar durante este verano ya que, aprovechando que mis padres habían venido a verme ("ay hijo mío cuánto tiempo qué lejos te has tenido que ir a vivir que hace mucho que no llamas hay que ver lo que llueve aquí parece mentira que sea verano qué raros son en este país que no te ponen pan en los restaurantes cómo que no comen pescado pero si esto es una isla" y tal), aprovechando que mi padre es tan friki de la Historia como yo y aprovechando que para el poco tiempo que llevan siendo un país, los irlandeses han tenido tiempo de sobra para armarla unas cuantas veces, pasamos por Derry y por Belfast, donde pudimos ver los murales alusivos a los conflictos que se traen por allá arriba.
Permitidme otro pequeño apunte para destacar que la restauración de dichos murales se ha podido llevar a cabo gracias a... Efectivamente, el Fondo Europeo de Desarrollo Regional de la Unión Europea. Feliz Brexit, muchachos (y van dos).
También entramos en un pub localizado en una de las zonas más chungas de la ciudad, en el que se estaba celebrando una boda cuyos invitados, tras haber agotado la mitad de las existencias de alcohol del condado, comenzaban a mostrar ganas de liarse a hostias con todo aquello que levantase un metro del suelo. Mis padres y mi novia dicen que exagero, pero yo sigo pensando que si aquel día llegamos a Dublín con todos los dientes, fue de puro milagro.
Debido a lo que acabo de contar en el anterior párrafo, no es de extrañar que mi quinto paso por la ciudad del río Lagan fuese rapidito y con las ventanillas subidas. Y sin paradas en pubs decadentes, que ya habíamos tentado a la suerte una vez.
Y así llegamos a la sexta y, por el momento, última visita (ya os dije que habían sido pocas), la cual tuvo lugar hace apenas una semana y se debió a la necesidad por mi parte de abastecerme de ropa impermeable para encarar el mal tiempo irlandés cuando vaya en mi flamante bici. ¿Que por qué Belfast? Pues porque es el único lugar en toda la isla que cuenta con un Decathlon, el cual se encuentra, por cierto, junto al aeropuerto de la ciudad. Así que con esta única indicación en mente me dirigí por la autopista que sale de Dublín, parando eso sí a tomar un desayuno irlandés en un cottage de Naul. Para los que no lo sepan, un cottage es una construcción muy pintoresca en la que yo no viviría ni de coña, porque no veo diferencia entre un cottage y un pajar. De todas formas, mejor no digo nada, porque con el precio que están alcanzando los alquileres en Dublín, no me extrañaría acabar viviendo en un zulo como el de Don Pimpón de aquí a un par de años.
En fin, una vez desayunado, me volví a poner en camino. Conforme me iba acercando a Belfast, comencé a seguir las indicaciones de la carretera que me llevaban al aeropuerto, pero no podía evitar mosquearme, ya que había mirado el mapa antes de salir de casa y sabía que tendría que cruzar la ciudad para alcanzar mi destino, pero el aeropuerto se acercaba y las feas casas belfastianas (si es que se dice así) no aparecían por ninguna parte. De hecho, el paisaje era tan verde y bucólico que estaba empezando a disfrutar del viaje.
Total, que llego al aeropuerto y allí no hay ningún Decathlon. Por ello, decido dar media vuelta y poner rumbo a una gasolinera que he visto hace más o menos quince minutos y que tiene un cartel enorme con la palabra "CAFÉ", lo cual conquista mi corazón para siempre. Una vez allí, mi novia y yo comentamos a la camarera que no hemos logrado encontrar la tienda de deportes gabacha; y ella nos dice, tratando de no reírse, que Belfast tiene dos aeropuertos. Y que hemos ido al que no es. Y a mí se me queda esta cara:
![]() |
fuente: Studio Nova
"Belfast tiene dos aeropuertos" |
Después de unos minutos reflexionando acerca de lo gilipollas que he sido por no haberme preparado un poquito más la ruta (para los que estéis pensando que podría haber buscado en internet cómo encontrarme, mi compañía de móvil no me da cobertura en Irlanda del Norte), me termino el café y el cuenco de porridge y ponemos rumbo, ahora sí, al aeropuerto adecuado, junto al que podemos ver el Decathlon, que está esperando a que nos gastemos un montón de libras considerablemente devaluadas con respecto al euro.
Hola otra vez. Sólo quería decir que el gráfico del valor de la libra se parece a lo que hace el Dragon Kahn del Port Aventura justo antes del primer looping, y todo gracias al Brexit. Así que nada, enhorabuena a los premiados una vez más. Perdón por interrumpiros por tercera vez, pero es que me lo ponen a huevo.Y ya que estamos, entramos en una tienda que hay al lado y nos llevamos tres jardineras que van a quedar monísimas en el patio, ya veréis.
¿Eso es todo? No, porque mientras volvemos a casa y yo pienso en que de aquí se puede sacar una entrada para el blog, le pido a mi novia que tire una foto desde el coche que pueda acompañar a estas líneas, y mientras busco fugazmente algún punto especialmente feo que retratar, me pierdo otra vez, eligiendo la desviación que no es y malgastando media hora entre ida y vuelta porque aquí los cambios de sentido son más bien escasos. Pero aquí tenéis la puta foto, eso sí:
![]() |
Lo más bonito de la escena es el quitamiedos, os lo aseguro |
¿Conclusión? A ver cómo os digo esto... Los que hayáis ido alguna vez al Ikea habréis visto, junto a la línea de cajas, un rincón destinado a productos con defectos o a los que les faltan piezas. Pues Belfast es al Reino Unido lo que ese rincón es al Ikea. Salvo que en dicho rincón no han tenido que levantar muros para evitar que los muebles se maten entre ellos.
También podría deciros que Belfast es la Paquirrín de los hermanos Rivera, pero no lo voy a hacer. Más que nada, porque esa comparación la ha hecho mi novia (quien, por otra parte, no tiene ningún tipo de interés por el mundo del corazón, pero que ha hecho el esfuerzo de informarse acerca del tema para dejar claro que esta ciudad le gusta tanto como a mí), y considero que es ella quien se merece el crédito por semejante comparación tan acertada.
Claro que a estas alturas podríais decirme "No es justo. No conoces Belfast lo suficiente como para hablar tan mal de ella y no deberías criticar algo sin saber".
¿Que no? Pues acabo de hacerlo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario