Debido a que soy socialmente cortito (por no decir "nulo"), todos aquellos emails que llegan a mi bandeja de entrada del trabajo incluyendo en su asunto o en su cuerpo el menor indicio de actividad grupal suelen irse rapidito a la papelera junto con mi deseo de responder al emisor de turno con un "a mí no me vengáis con mierdas". Pero esto último no lo hago, porque no quiero darle demasiado trabajo al personal de Recursos Humanos. Pues bien, hace unas semanas decidí darle una oportunidad al correo relativo al "amigo invisible en modo elefante blanco" que me llegó el otro día, y lo hice por dos motivos:
El primero de estos motivos fue nostálgico, y es que los pocos compañeros de mi anterior empresa que no volvíamos a casa por Navidad solíamos juntarnos el 24 de diciembre en el piso de una belga muy simpática que organizaba una cena/barbacoa de interior durante la cual SIEMPRE acababa saltando la alarma de incendios. Otra cosa que hacíamos allí (y aquí va lo de la nostalgia) era un pequeño juego introducido por los daneses del grupo: todos llevábamos cinco o seis regalos (mierdas del Tiger, básicamente) que depositábamos sobre la mesa. Y por turnos, durante un tiempo establecido, cada uno elegía uno de los presentes del montón o se lo quitaba a quien lo hubiese elegido (recuerdo que le describí el mecanismo a un compañero madrileño y su reacción fue decir "cómo le gusta el pillaje a estos vikingos"). Al final, todos contaban en su haber con cierto número de regalos, y al desenvolverlos descubrían si habían hecho buenas elecciones o no.
El segundo motivo fue un intento por mi parte de ser menos asocial e integrarme un poquito más. Que vale que soy el único que se queda comiendo de tupper los viernes mientras todos se van a jalar fuera, pero esto iba a ocurrir sólo una vez y yo no tendría por qué salir herido al aceptar unirme.
Así que pasé de leerme el parrafazo de veinte líneas que explicaba cómo se jugaba a lo del elefante blanco y respondí con un "venga, contad conmigo" esperando pasarlo tan bien como con mis excompañeros vikingos en casa de la belga las vísperas de Navidad de hace unos años.
En preparación para el evento, me pasé la mañana del sábado adquiriendo toda clase de productos, a cual más ridículo (aunque incluyendo algunos decentes para compensar), tratando que el total de sus importes no superase los quince euros (porque vale que no me leí las instrucciones del juego, pero lo de la pasta me lo aprendí de memoria). Así, cayeron unos estropajos con forma de corazón, una agenda para 2019, una caja de bombones, una botella de salsa de soja que envuelta en papel de regalo parecería de vino, un imán con forma de realista cabeza de ciervo... La joya de la corona, he de admitir, fue un papá noel relleno de galletas al que, cuando cubriese con el papel, me encargaría de dar la mayor forma fálica posible:
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El papá noel que hizo llorar a Leonardo Dantés |
Catorce euros llevaba gastados. El euro que faltaba iba a ser invertido en un spinner, pero ninguna de las tiendas en las que entré aquel sábado por la mañana vendía ya el artilugio que tan de moda se puso tiempo atrás.
Dos días después, de vuelta en la oficina y a tres días de la celebración del evento, me acerqué al sitio de la organizadora y le pregunté (por confirmar que no me estaba pasando de listo) que cuántos regalos había que comprar como mucho.
Me dijo que sólo uno, y que lo ponía en las instrucciones que nos había mandado por correo.
"Me voy a tener que meter el papá noel fálico por donde te tendrías que haber metido tú el correo invitándome a esta mierda", pensé. Pero, teniendo en mente una vez más al atareado personal de Recursos Humanos, no dije en voz alta todo eso. Sólo respondí con un "ya, ya. Ya lo sabía" y volví a mi sitio a lamentarme por haber tirado los tickets a la basura.
De todas formas, al final no tuve que molestarme en gastarme quince euros en UN regalo, pues me tocó mover papeles a última hora el día que se organizó el elefante blanco (cuya mecánica sigo sin tener muy clara, todo sea dicho) y me lo perdí. Pero bueno, los compañeros que sí participaron me confesaron después que aquello no fue nada del otro mundo.
Lo malo es que aún contaba con purrela valorada en catorce tazos de la que no sabía cómo deshacerme sin sentirme especialmente imbécil (y menos mal que no llegué a comprar el puto spinner. MENOS MAL). Decidí entonces que trataría de arreglar el desaguisado de la mejor forma posible, por lo que los estropajos esperan ser utilizados la próxima vez que limpiemos el baño, allá por agosto. Los bombones ya no se encuentran entre nosotros (y bien ricos que estaban). La soja caerá el próximo día que se me ocurra preparar sushi. El papá noel fálico queda pendiente para una nueva entrega de "haz un regalo que acepte troleo". El reno, no sé. Y la agenda será la protagonista de este blog durante todo el año. Me explico (y así comprenderéis por qué me ha dado por largaros hoy esta turra a modo de puente):
Casi todos los días se me ocurre, me sucede, o tiene lugar alguna gilipollez que, si bien suena graciosa dentro de mi cabeza, no tiene la chicha suficiente como para convertirse en entrada completa. Por ello, voy a recopilar esta MIERDA SUELTA a razón de un concepto diario, voy a apuntarlo todo en la agenda y el primer día de cada mes publicaré una entrada resumen de todo lo recogido durante el mes anterior. O no, porque igual me canso de la idea o resulta ser un puto fiasco (lo cual sería una pena, porque no tengo pensado hacer nada más con este blog en todo 2019).
Y ahora es cuando vosotros, que sois tan listos, me decís: "pero eso que estás contando es como Twiter. ¿Por qué no te abres mejor una cuenta de Twitter?". Y yo os digo que no PORQUE. TWITTER. ES. UNA. PUTA. BASURA.
EDIT: Al final he logrado darle salida a la cabeza de reno. Se la voy a dar a la murciana. Y no veáis la ilusión que le ha hecho (lo cual aún no comprendo, pero bueno).
