lunes, 6 de febrero de 2017

Mi gata y otro gato no me dejan dormir (I)

Cuando escribí el artículo que recogía diez hostias que me habían marcado personalmente, mencioné un par de veces que no me gusta que me saquen de mi zona de confort. ¿Sabéis quién opina lo mismo? Mi gata Arya. Y es que la semana pasada sus dominios se han visto invadidos por la presencia de Bowie, un gatito de sólo dos meses de edad que una compañera del trabajo de mi novia nos ha dejado durante unos días.

He considerado adecuado recoger en un diario lo que ha ocurrido durante este tiempo, y voy a dejar a vuestro juicio el que merezca o no la pena leerlo.

Viernes


Uno de los inconvenientes que tiene ir al gimnasio todas las tardes sin más compañía que mancuernas y discos (asociales al poder) es que le puedo darle muchas vueltas a todo. Hoy, concretamente, no he parado de pensar en qué tipo de escena iba a encontrarme al llegar a casa, pues Arya es de un arisco que hace que los de Valladolid parezcamos afables y joviales (creo que no hay gato en todo el barrio con el que no se haya peleado aún), así que he dado por hecho que mi salón iba a parecerse a la Franja de Gaza, con Bowie acojonado en un rincón y Arya dándoselas de mafiosa pisacuellos. Por ello, mientras pedaleaba de camino a casa me he debatido entre actuar en plan jefe de estudios en el patio de un instituto de Murcia o directamente vender entradas para sacar beneficio del pressing catch gatuno. No obstante, estoy en contra de dos tipos de violencia: la violencia entre animales propiciada por la acción del ser humano y la violencia que el ser humano ejerce por placer contra los animales (aprovecho para dirigirme a todos los cazadores y pedirles que me hagan el favor de meterse un tiro de escopeta por el bien del planeta), por lo que he concluído que sería mejor organizar un Camp David que beneficiase todos.

Sin embargo, cuando he entrado por la puerta, Arya había salido a dar un paseo, por lo que me he presentado a Bowie con un "Buenas tardes. Confío en que todo sea de tu agrado. Si necesitas cualquier cosa, lo que sea, tú pide que ya me encargaré yo de proporcionártelo. ¿Que quieres un vaso de agua? Un vaso de agua. ¿Que quieres un ovillo de lana para jugar? Un ovillo de lana para jugar. ¿Que quieres que te alcance un tebeo porque te apetece leer un rato y tú no llegas a la estantería? Te alcanzo uno, dos, tres o los tebeos que hagan falta. Lo que quieras, en serio. Pero no me pidas que te dé atún, que los gatos os enyonkáis enseguida y del atún se sale muy mal". Bowie, como era de esperarse, no me ha hecho ni puto caso y se ha dedicado a pelearse con los juguetes que Arya siempre tiene tirados por la moqueta. Una vez hechas las presentaciones, he pasado a la cocina, donde mi novia me ha puesto al corriente acerca de todo el material (comida de gato, comedero, arena...) incluido con el pack "gato que viene pasar la semana", así como un montón de comida que la dueña de Bowie ha tenido a bien darnos para evitar que se eche a perder durante su ausencia. Yo no me esperaba semejante cargamento de, entre otros, huevos, manzanas, repollo y coliflor, así que ya veré que hago para no tener que tirar todo eso y deshonrar a mis ancestros.

Al poco rato ha vuelto mi gata y mi casa se ha convertido en el festival del bufido aderezado con persecuciones bilaterales al estilo Benny Hill, pero con un gato y una gata como protagonistas en lugar de británicas en bikini y un señor gordo. Lo mejor de todo es que, contra todo pronóstico, es Bowie el que le mide el lomo a Arya, y la pobre no para de huir del bicho y encaramarse a la ventana de la cocina.

Sí. Este moco tan adorable tiene a mi gata acojonada

En fin, no sé vosotros, pero yo, desde que soy un adulto responsable, no aguanto en pie más allá de las once de la noche los viernes, así que voy a aprovechar que los ánimos gatunos se han calmado un poco y me voy a dormir, confiando en que a ninguno de los dos le dé por marcarse una encamisada que nos haga salir corriendo de la cama en mitad de la noche para poner orden, en plan serenos.

Sábado


El día ha comenzado con la misma rutina de cada fin de semana: Arya se despierta a eso de las siete de la mañana y se acerca a la puerta de nuestra habitación para solicitar amablemente que le demos de desayunar. Vamos, que maúlla como una loca hasta que tiene la comida en el plato. Sin embargo, la presencia de Bowie, que ha subido tras ella, ha provocado que Arya haya retomado el festival de bufidos justo donde lo había dejado la noche antes. Es más, se ha subido a la ventana de la cocina y ahí se ha quedado gruñendo, sin atreverse a bajar a por la comida, mientras Bowie se ha jalado su desayuno sin preocupaciones. Al final no me ha quedado más remedio que dejar el plato de Arya donde ella pueda alcanzarlo y él no para que la pobre pueda comer. Tras esto, les he dicho a los dos que más les vale llevarse bien y me he vuelto a la cama.

Poco más he podido dormir por la mañana. Un par de horas más tarde, mi novia y yo hemos bajado a la cocina con la idea de desayunar unos cruasanes a la plancha viendo un episodio de Bola de Dragón (adoro mi vida, qué queréis que os diga), y Arya no ha parado de maullar subida a la ventana hasta que la hemos dejado salir. Y yo me he acojonado un poquito ante la posibilidad de que Arya considere más adecuado vivir en cualquier sitio antes que en el manicomio en el que se ha convertido nuestra casa, mientras venía a mi cabeza el She's leaving home de los Beatles (no os paso enlace a la canción que Youtube y los Beatles que quedan vivos no se llevan muy bien, y seguro que si encuentro un vídeo lo tiran en un par de días y la entrada me queda coja. Buscadlo vosotros, vagos).

De todas formas, Arya ha vuelto a los pocos minutos, maullando esta vez bajo la cerrada ventana del salón para que le dejásemos entrar. Y luego ha vuelto a maullar, subida a la ventana de la cocina, para que le dejásemos salir. Y así a lo largo de toooda la mañana. Pero tranquilos, que es lo que hace cada fin de semana.

Mientras tanto, yo me he dedicado a blanquear la coliflor y el repollo para congelarlos y, poco después, mi novia y yo hemos transformado los huevos y las manzanas en una tarta orgásmica desde el punto de vista gastronómico.

Tras sacar la tarta del horno y dejarla enfriar sobre la encimera, y aprovechando que Arya estaba en la calle una vez más y que Bowie estaba durmiendo la siesta en el salón, mi novia y yo hemos disfrutado de un rato de tranquilidad mientras comíamos y veíamos Transpotting (lo sé, no es una película muy adecuada para ser visualizada mientras se come, pero a veces cometo errores, ¿qué pasa?). Ha sido entonces cuando Arya ha vuelto a hacer una aparición estelar bajo la ventana del salón y, tras entrar, ha ido derecha a la cocina, temerosa de que Bowie despertase y volviese a patearle el culo. Pasados unos minutos, he sentido lástima de la pobre gata, imaginándola subida una vez más a la ventana de la cocina, sin atrever a moverse, sin hacer ruido... Espera, espera. ¿Sin hacer ruido, has dicho? HOSTIAS, LA TARTA. Cuando he entrado por la puerta, la hijaputa ya se había jalado un buen trozo. Y es que no puedo estar a todo, copón.

Durante el resto de la tarde, ambos gatos han mantenido una situación de calma tensa, cada uno en un rincón del salón, y mi novia y yo hemos podido cenar una enooorme pizza casera (intuyo que a este ritmo voy a ganar unos diez kilos antes de que acabe el invierno) sin tener que soportar actividad hostil por parte de los dos bandos.

Parece que vamos mejorando.

Domingo


Arya me ha despertado con una hora de retraso. Ignoro si el miedo que le da el pequeño Bowie ha podido influir en su ascenso escaleras arriba a nuestra habitación. Como mi novia también se ha despertado debido a sus hambrientos maullidos, los dos hemos bajado a la cocina para darles de comer y actuar como Cascos Azules de la ONU al primer indicio de bronca entre estos dos bichos. Pero bueno, parece que ambos gatos mantienen la tregua iniciada ayer, por lo que hemos podido volver a la cama y descansar unas horas más.

Yo, en particular, me he vuelto a despertar a las doce del mediodía debido al ruido de cascabeles proveniente del salón, pues mi novia estaba mostrando por Skype a su familia lo tenaz que es Bowie en eso de intentar cazar juguetes que se agitan y suenan. He de reconocer que ver al pequeño correteando sobre la moqueta durante estos dos días ha eliminado la poca masculinidad que me quedaba, pero no el hambre. Eso no hay dios que me lo quite, así que mi novia y yo hemos dejado a los dos contendientes solos por primera vez, durante un par de horas, mientras salíamos a por sendos desayunos irlandeses que hiciesen juego dentro de mis arterias con la tarta y la pizza de ayer.

El panorama que nos hemos encontrado a a vuelta era bastante apacible, con Arya y Bowie ignorándose, por lo que hemos podido ver en el sofá un capítulo de Halt and catch fire (muy recomendable, por cierto) mientras la olla a presión preparaba dos raciones de fabada que pienso comerme en el trabajo el martes y el jueves, dando envidia a todos aquellos compañeros que tengo que son incapaces de manchar un cazo y comen sopa y sandwiches comprados en el Tesco día sí, día también. Qué triste.

Arya ha aprovechado para pedirme que la dejase salir un par de horas y ha vuelto de su paseo mientras mi novia y yo dábamos cuenta de la cena. Y no llevaba collar. Y en el collar estaba la chapa en la que están grabados su nombre y nuestro teléfono. No es la primera ni la segunda vez que esto ocurre, por lo que imagino que, o bien hay varios collares suyos plantados por entre los arbustos del barrio, o algún vecino hijoputa se dedica a mangárselos. Espero que sea lo primero, pues me daría una pereza horrible ponerme a buscar al vecino en cuestión y tener que hacerle tragarse sus propios dientes.

Como ya estamos preparados para esta situación (la cual tiene lugar cada vez con mayor frecuencia), Arya posee una segunda equipación: un collar con nuestro teléfono escrito a boli y un cascabel que nos advierte de su presencia cuando ronda cerca de casa durante sus paseos. El problema es que Bowie, a estas alturas, ya ha asociado el ruido de cascabeles con juegos, persecuciones y peleas. Vamos, lo que le faltaba a la pobre Arya. Así que, de momento, Arya se ha librado de llevar collar dentro de casa. Al menos hasta que encargue y reciba una nueva chapa que la muy imbécil se encargará de perder nuevamente en unos pocos días.

¿Sabéis si se le pueden hacer tatuajes a los gatos? Igual es la solución a tanto extravío chapil ("chapil" suena raro, pero la alternativa era poner "chapero"), no sé.

En fin, parece que esta noche también va a darse un alto el fuego entre los dos.

Lunes


Una cosa que hago yo los días de diario es levantarme a las seis y salir a correr media hora. Preguntadle a mi gata si no os lo creéis, pues para ella es fundamental que yo siga esta rutina. Y es que, mientras yo paso frío a la luz de las farolas, ella se despereza y aguarda mi regreso para, una vez entro por la puerta, salir como un cohete a la calle. Es entonces cuando, mientras yo cambio mis zapatillas de deporte por mis zapatillas de andar por casa, ella se dedica a cagar en la puerta de algún vecino seleccionado al azar. Rutina, ya os digo.

Como podéis imaginar, la rutina se ha visto hoy ligeramente alterada por la presencia de Bowie, que también se había despertado y ya tenía ganas de dar por saco. Además, no dejo que Arya salga de casa sin collar, por lo que he tenido que ponérselo antes de permitirle pisar la calle (con el She's leaving home siempre en mente). Después, mientras mi novia y yo preparábamos el desayuno, Arya ha vuelto visiblemente aliviada y ambos gatos han podido desayunar sin complicaciones, al tiempo que lo hacíamos los humanos.

Debido a que tanto mi novia como yo tenemos oligaciones laborales de las que no podemos escaquearnos así como así, pues ni ella ni yo nos apellidamos "Borbón", nos ha tocado dejar a los gatos a solas durante gran parte del día. Yo he aprovechado un rato libre para acercarme al Marks & Spencer y ver si tenían sección de mascotas en la que poder comprar algo parecido a un identificador que colgar del collar de Arya, pero hay dos cosas que caracterizan a dicho establecimiento: la primera es que es ridículamente caro, y la segunda es que no tiene nada realmente útil (en parte me recuerda a cierto comercio español, mira tú). Al final he optado por pedir los identificadores por internet, junto con OCHO kilos de comida de gato en bolsas de dos kilos (vivan las ofertas) que llegarán a mi oficina en un par de días. De todas formas, mi novia ha encontrado en Aliexpress un proveedor que tiene chapas personalizadas a buen precio. Hemos encargado ocho.

Cuando he vuelto a casa a eso de las siete de la tarde, Arya y Bowie estaban enfrascados en sus respectivas meriendas. Tras lo cual Arya ha salido a darse un paseo más largo de lo habitual y Bowie ha decidido secuestrar mi regazo durante el resto de la tarde.

La coña de "pussy magnet" ya la hizo mi novia en Facebook hace unos días, gracias 

A eso de las diez, cuando mi novia y yo habíamos acabado de cenar, Arya a vuelto a casa y Bowie se ha dedicado a putearla. Lo que ocurre en realidad es que Bowie en un bichillo travieso que sólo quiere jugar, pero Arya ve a Bowie como si fuese un macarra diciendo "Arya... Come out to plaaaaay..." mientras hace golpear dos botellines entre sí (si habeis pillado la referencia, OS AMO), por lo que huye de él aterrorizada.

Pero bueno, cuando apagamos las luces y nos vamos a la cama vuelve la paz.

Martes


Como cada día de diario, mi despertador me ha dicho a las seis y un minuto (lo de poner el despertador un minuto más tarde de la hora a la que debería sonar lo hago para que no me joda ciertos sueños que tengo de cuando en cuando y de los que no os voy a dar detalles) que me levantase y saliese a correr. Pero estaba lloviendo y lluvia gana a despertador. Así que, tras otros cuarenta y cinco minutos remoloneando, mi novia y yo hemos bajado a desayunar mientras Bowie y Arya hundían los hocicos en sus cuencos de comida para después jugar un rato a "corre que te pillo y te suelto un zarpazo así como flojito", que es un juego al que ambos gatos se han aficionado últimamente.

Mientras transcurría mi jornada laboral, he recibido un email de la tienda de comida para animales diciendo que el alijo que compré ayer llegará mañana a mi oficina. Eso es eficiencia. Lo que tengo que hacer ahora es pensar en una forma de transportar todo el cargamento hasta mi casa.

Por la tarde se ha repetido una vez más la escena "Arya se pira un rato y Bowie toma mi regazo en busca de mimos", y cuando mi gata ha vuelto a aparecer por la ventana y ha visto el panorama, ha puesto una cara de príncipe destronado digna de foto.

"Ya no me quieren. El día menos pensado cojo la puerta y los ocho kilos de comida que mi dueño va a recibir mañana y me voy"

Por cierto, ahora que digo eso, debería leer más a Miguel Delibes, que aunque fuese aficionado a la caza y tal, también tenía un lado ecologista (por paradójico que resulte). Además, El Camino me gustó bastante. En fin, que me distraigo.

La entrada de Arya en casa ha sido, digamos, intensa. Las persecuciones han aumentado en número y velocidad, por lo que mi novia y yo hemos decidido que Arya duerma en el salón y Bowie en la cocina, pues dejar a estos dos bichos juntos aumenta el riesgo de bufidos nocturnos y creemos que los vecinos podrían oír perfectamente el concierto y montarnos el pollo. Además, queremos dormir, coño.

Y como esta entrada me está quedando más larga de lo que yo pensaba, voy a dejar el resto de la historia para la semana que viene. Qué puto morro tengo.

Licencia Creative Commons

No hay comentarios:

Publicar un comentario