lunes, 23 de enero de 2017

Por favor y gracias

Aquellos de vosotros que no hayáis visto Los Goonies sois basura. Fuera de mi blog, hombre. Al resto os recordaré aquella escena de la peli en la que Gordi y Sloth están encerrados en el sótano de los Fratelli. Sloth está viendo cómo preparan un postre con chocolate en la televisión, y Gordi le ofrece una chocolatina. Sloth la acepta sin dudarlo, y Gordi, debido a que ha sido más o menos inmovilizado, debe arrojársela desde su sitio. El problema es que golpea con ella a Sloth en la cara, dejándola fuera de su alcance (él también está encadenado) y provocando que éste entre en modo UIP hasta el punto de romper sus cadenas entre berridos y aspavientos. Bueno, tardo menos si os paso directamente el enlace a la escena.

Analicemos la reacción de Sloth. Pensaréis que su comportamiento se debe a que el muchacho tiene "capacidades diferentes", pero no es del todo cierto. La clave está en la chocolatina, y en la frustración que a Sloth le produce el, repentinamente, verse obligado a renunciar a algo que le iba a salir GRATIS.

Sé muy bien de lo que hablo porque yo soy como Sloth. Además de que mi cara también se parece a la de un míster potato con defecto de fábrica y de que mucha gente piensa que no estoy bien del todo de la olla, a mí también me gusta que algo gratis se presente en mi vida sin avisar, y me jode que no veas que, una vez me haya hecho ilusiones, Matrix me haga un control + Z y me quede sin ello. Hablando del tema, cada vez que un crío en heelys se me cruza pienso que han cambiado algo en Matrix. Ni dejavu ni pollas, Neo. UN CRÍO EN HEELYS.

En fin, que me distraigo. No voy a entrar a analizar si está justificado o no que tanto Sloth como yo nos pongamos tan de mala hostia cuando nos quedamos sin algo que, ni nos iba a costar dinero, ni originalmente existía para nosotros (más que nada porque el resultado de dicho análisis no nos iba a dejar en muy buen lugar a nivel de inteligencia emocional). Si estoy hablando del tema es porque algo así me ha ocurrido más de una vez. Y siempre con frustrante resultado.

Hace unos meses, mientras yo me dedicaba a mi rutina de gimnasio, uno de los monitores apareció en la sala de máquinas portando una caja enorme llena de vasos mezcladores de proteínas que promocionaban una marca de leche irlandesa. Yo me froté las manos pensando en el nuevo objeto que iba a formar parte de mi vida a partir de ese momento, pero al puto monitor le dio por comportarse como a los soldados nazis de El Pianista y hacer un "tú, tú, tú y tú" (y yo no, por supuesto), repartiendo los vasos de forma selectiva a quien a él le parecía como si éstos fueran disparos de luger y los que estábamos allí sudando fuésemos judíos de vuelta a nuestros barracones tras una agotadora jornada de trabajo. Vale que comparar el quedame sin un vaso mezclador con el Holocausto me convierte en alguien horrible, y más aún teniendo en cuenta que yo ya tenía un vaso mezclador mejor y más grande que aquellas birrias que el monitor nazi estaba repartiendo según el criterio que le dictaban sus nazis cojones, pero coño, quería uno.

"Y, ¿por qué no te acercaste a pedírselo?" pensaréis. Pues porque no tengo huevos. Mi ansiedad social me impidió soltarle un "Oye, cruasán, ¿me das uno?", y ese día me volví a casa con ganas de romper cosas. Porque, si están regalando algo, yo quiero. Aunque sea mierda en lata.

Y quien dice mierda en lata, dice Red Bull (que viene a ser más o menos lo mismo), porque el pasado martes tuvo lugar en el gimnasio al que estoy yendo ahora (éste libre de monitores nazis) una situación similar. En esta ocasión, mientras yo me encontraba al borde de la lesión muscular por no tener cuidado al levantar las mancuernas, dos promotoras de la bebida azucaradísima, acompañadas por un fornido operario que empujaba un minifrigorífico, entraban y salían del gimnasio cargando latas de Red Bull, sin dejar muy claro qué iban a hacer con ellas. Yo estaba ya a punto de finiquitar mi rutina, y cuando finalmente di por terminada la misma, allí nadie estaba regalando nada. No obstante, la nevera, felizmente situada en un rincón, estaba llena de latas.

Tras cambiarme en el vestuario, volví a pasar por la sala de máquinas para ver si sonaba la flauta, pero lo único que vi fue a un grupo de culturistas rodeando la nevera sin atreverse a abrirla, no fuese a sonar una alarma o a explotar una bomba o algo. Les hice una foto:

fuente: Metro-Goldwyn-Mayer
"Acho, ¿esto es de balde?"

Las dos promotoras, que en aquel momento flanqueaban la puerta de salida, no me ofrecieron Red Bull, por lo que no me atreví a pedírselo y salí de allí sabiendo que, si hubiese sido ligeramente más valiente o si hubiese esperado unos minutos, habría podido llevarme por la patilla una lata de una bebida que ni necesito, ni me gusta. Pero qué rabia, tú.

Al día siguiente, cuando volví al gimnasio (porque voy al gimnasio todas las tardes, pues soy un muchacho sano sin un ápice de vida social), la nevera seguía aguardándome, llena hasta los topes, y yo me pasé toda la sesión de pesas pensando en la canción de George Harrison Got my mind set on you. Bueno, en realidad la canción en la que pensaba era Niña, no te modernices, de El Payo Juan Manuel, pues no conseguía quitármela de la cabeza tras haberla escuchado por primera vez horas antes dentro de un episodio de La vida moderna. Lo que ocurre es que basta que una canción tenga algo de homófoba, de xenófoba o de misógina (o una mezcla de todo lo anterior), para que mi cerebro me trolee y no me deje librarme de ella. Pero, dejemos a un lado toda esa basura y volvamos a la pieza del beatle, pues una de las cosas que la misma dice es que para conseguir algo que tienes en mente se necesitan paciencia y tiempo. Pues bien, os presento a Paciencia y Tiempo:

MUAHAHAHA (x2)

Efectivamente, tras llevar a cabo mi rutina y trabajar un poquito mi confianza en mí mismo, me acerqué a la nevera y trinqué una de las latas, sabiendo que una segunda oportunidad no se debe desaprovechar nunca. Después, antes de salir, fui directo hacia una de las promotoras y no me hizo falta abrir la boca más que para darle las gracias cuando ella me ofreció una segunda. Y me largué de allí como un niño con zapatos nuevos.

Ya os he dicho que voy al gimnasio todos los días, ¿no? Pues bien, el jueves fui, vi y trinqué:

Donde caben dos, caben tres

El viernes, tras una nueva sesión, consideré que era suficiente con haber acumulado un bote de tres latas de Red Bull, por lo que decidí no seguir rapiñando.

Vale, me habéis pillado. Lo que pasa es que la nevera ya no estaba allí el viernes. Si no, os aseguro que me habría llevado otra. Pero no penséis que soy un egoísta, no. He compartido la captura con mi novia. Aunque a ella tampoco le gusta el Red Bull, ninguno de los dos le hemos hecho ascos a este jarabe apestoso. ¿Que por qué? Pues porque sabía a GRATIS, el mejor sabor que algo puede tener. Con permiso de la vainilla.

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