lunes, 31 de octubre de 2016

This is the rhythm of the night, the night, oh yeah

Podéis felicitarme (o sentir lástima por mí. No lo tengo muy claro). Soy, oficialmente, un señor.

Me explico. Todos los que leéis este blog habéis pasado por la infancia y la adolescencia, lo que me recuerda algo importante que tengo que decir:

Si eres un niño... No deberías estar aquí. Mejor vete a decirle a papá y mamá que son muy malos padres por dejarte entrar en internet sin su supervisión y luego haz clic en este enlace que tiene contenido muy chuli sobre Peppa Pig.

Bien, ahora que he limpiado el artículo, me dirijo a los que os encontráis en la edad adulta, o incluso en la madurez o en la senectud, vete tú a saber. El problema es que las fronteras entre todas estas etapas suelen estar difusas y uno no tiene claro cuándo sale de una para meterse en otra hasta que ya lo ha hecho. Vamos, es como cuando mi gata acerca el hocico a su ración de comida con efecto control de apetito, y cuando se quiere dar cuenta se lo ha jalado todo y está llorando para que le rellene el cuenco otra vez.

fuente: Royal Canin
Control de apetito, mis cojones

Pues bien, resulta que el otro día fui protagonista de una situación que me hizo percatarme de que ya no me encuentro en la adolescencia y soy lo que podría considerarse un "señor". Vale, hace unos meses, estando yo en el Toys R us de Valladolid por un asunto que no viene al caso, un niño me señaló y gritó: "¡Mamá! ¡Ese señor se ha metido en el abrigo un peluche de My little pony!". Pero aquella vez no cuenta, que los niños llaman "señor" a cualquiera que les saque una cabeza, no me jodas.

Antes de continuar he de aclarar que, para bien o para mal, siempre he vivido en casas/pisos ubicados en zonas relativamente tranquilas, por lo que mi organismo no tolera nada bien el más leve ruido cuando de intentar dormir se trata (aunque, paradójicamente, duermo como un ceporro cuando lo consigo y no hay dios que me despierte). Mención especial requiere el lugar en el que pasé los primeros 20 años de mi vida: una casa molinera frente a un restaurante especializado en bodas, comuniones y comidas/cenas de empresa. Fui testigo de cómo un serio yupi con traje y corbata se desplomaba contra la ventana de mi habitación mientras entonaba el Asturias, patria querida añadiendo licencias de su propia cosecha con sorprendente calidad métrica (recuerdo perfectamente que llegó a colar un "hijossssdeputa" en medio de la canción que no sonó nada mal), y he tenido que aguantar a más de un grupo de críos que celebraban la comunión de alguno de ellos jugando al fútbol ante mi tapia pasadas las 11 de la noche.

El problema es que, siendo niño o adolescente, no resulta muy convincente el asomarse a la ventana para reclamar unpocodesilencioquelagentetienequedormirynosonhorasjoderhombreya: nadie le hace caso a un puto niño cuando exige a desconocidos en la calle que se callen, y nadie cree a un adolescente cuando intenta parar una fiesta nocturna, pues lo habitual es que dicho adolescente forme parte de la misma.

En fin, volvamos a la situación que protagonicé el otro día, a eso de las doce de la noche. Mis vecinos estaban celebrando una fiesta de Halloween (a los que que estéis echando espuma por la boca con "las mierdas yankis que nos invaden" y tal, aclaro que Halloween es una celebración de origen irlandés y yo vivo en Irlanda y sois un poquito bocazas) en su jardín, con sus risas, su jolgorio, su jarana, su jaleo y más sinónimos que ahora mismo no se me ocurren.

Y yo quería dormir. Y sólo consiento que mi gata me impida dormir. Y mi gata no estaba invitada a la fiesta.

Así que les di quince minutos de gracia, pasados los cuales procedí a solicitarles, con la educación y urbanidad que me caracterizan, que tuvieran a bien el reducir el volumen de su ameno coloquio. Vamos, que abrí la ventana y grité "SHUT UUUUP!" con toda la fuerza que mis pulmones me permitieron.

Y mi propia voz me dio miedo, pues sonó especialmente profunda y fuerte (en serio, me costó reconocerme a mí mismo. Fue una mezcla entre Ramón Langa y Constantino Romero). Pero lo más fuerte vino justo después: mis vecinos SE CALLARON. Jamás había logrado algo así (y mira que he intentado veces, sin éxito, y siguiendo el mismo método, que no me jodan el sueño), y el silencio que siguió a mi grito y que duró toda la noche resultó incluso algo tenso.

Aún así, me volví a la cama con una satisfacción maravillosa, dispuesto a caer en los brazos de Morfeo de una puta vez, mientras un poblado bigote aparecía sobre mis labios, mi peinado sufría una permanente con raya a un lado, un fuerte aroma a Varón Dandy invadía mi piel y mi camiseta de dormir se convertía en un pijama de botones comprado en Galerías Preciados.

fuente: RTVE
I shit in the milk, Merche. Que no me dejan dormir

Que vosotros estaréis pensando: "Qué malo eres. Podrías haberte acercado a su casa y haberles pedido por favor que bajasen la voz sin necesidad de vocear como una verdulera". Sí, y también podría haberles arrojado aceite hirviendo. Y no lo hice (que el aceite aquí está muy caro), así que a callar todo el mundo. Empezando por mis vecinos.

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