En el que los protagonistas de la historia vuelven de Japón y por fin se acaba este tostón. Por Dios, qué coñazo de verano, sacando tiempo de debajo de las piedras para escribir cada puta entrada. Que vosotros estaréis muy bien en la playa rascándoos los huevos o lo que sea que os rasquéis en vuestro tiempo de ocio, pero servidor se ha pasado julio y agosto currando como un negro (sí, con la que está cayendo digo cosas así. ¿Algún problema?) y me he visto con la hora pegada al culo semana sí y semana también para poder sacar esto a tiempo. Qué angustia, en serio.
Quienes hayáis seguido esta serie y estéis al tanto de la totalidad o parte de su contenido pensaréis que tengo una memoria prodigiosa que me ha permitido recordar todo cuanto hemos hecho en Japón con un nivel de detalle acojonante. Nada más lejos. Lo que pasa es que me dediqué a tomar notas de aquello que me parecía más gracioso o destacable. Bueno, pues para la jornada que nos ocupa no lo hice, así que la entrada de hoy se antoja escasa y sosa. Y encima sólo tiene dos fotos.
Y, por si fuera poco, hasta ayer yo tenía un borrador de este post con dos párrafos. Anoche me tiré hasta las dos de la madrugada escribiendo el resto desde la aplicación de Blogger (desde la PUTA MIERDA de la aplicación de Blogger) y cuando esta mañana he querido publicarlo, cerciorándome de que estaba todo en orden, la PUTA MIERDA de la aplicación dd Blogger me ha publicado el borrador de dos párrafos, dejando que todo el trabajo posterior se perdiese como lágrimas en la lluvia. Tras pasar media hora con la mirada de los mil metros y cagarme en muchos dioses de diferentes religiones y cultos, voy a intentar reescribirlo. Pero no soy Rainman, así que no prometo nada.
Nuestra última mañana comenzó prontísimo. Creo recordar que amanecimos a eso de las cinco de la mañana y, tras una ducha rápida y un nuevo vendaje, montamos en el shuttle bus del hotel con destino al aeropuerto.
Que, por cierto, el otro día me metí en un artículo de esos clickbait de Facebook en el que aparecían los diez aeropuertos más peligrosos del mundo según un estudio que se habían sacado de los huevos, y en el que nos encontrábamos ocupaba el tercer puesto. Y tiene su lógica, pues los japos serán todo lo listos y eficientes que tú quieras, pero lo de construir un aeródromo internacional en una isla artificial levantada de la nada en una zona donde los tsunamis, los terremotos (precisamente hubo uno en Osaka dos días después de nuestra partida) y los ataques de monstruos gigantes radiactivos, a pocas décadas de que el cambio climático ante el que no estamos haciendo NADA haga que el nivel del mar suba varios "os lo dijimos" se me antoja un poco temerario.
Pero no hubo que lamentar desgracias durante nuestra estancia allí. Lo primero que hicimos al llegar fue echar en un buzón de correos el enorme sobre que contenía el Wi-Fi portátil que tantas veces nos salvó el culo los días anteriores (pues incluso ciudades tan pequeñas y cuquis como Nara son auténticas colmenas en lo que a trazado de calles se refiere) y que recogimos el primer día en cuanto pisamos Tokio. El cacharro tenía su gracia: contaba con el tamaño de una cinta de casete gorda y se calentaba un huevo. Además, su batería no duraba todo el día, y más de una vez nos dijo "ahí os quedáis" antes de que estuviésemos de vuelta en el hotel correspondiente. A pesar de todo ello, nos vino bien para tirar de Google Maps, buscar sitios en los que meternos y jugar a Pokemon GO, por lo que le dijimos adiós con cierta emotividad (pero no mucha, que recuperar la fianza era más importante que aquel cacharro).
Lo siguiente que hicimos fue deshacernos de nuestra maleta grande tras pasar por una cola de facturación más rápida y eficiente que la que nos tocó soportar en Dublín el día que empezamos todo esto, y de ahí fuimos al control de seguridad aeroportuaria más laxo de la historia:
Uno está acostumbrado a los estrictos controles occidentales, donde te hacen despojarte del contenido de tus bolsillos, la mitad de tu ropa y toda tu dignidad antes de vaciar la maleta sobre la cinta transportadora (aunque después te la vayan a revisar igualmente por si llevas sangre de unicornio en ella o algo), donde tienes que jugar al Tetris con los líquidos al meterlos en esa raquítica bolsa de plástico en la que no cabe ni un escupitajo, y donde te van a meter mano si al arco le da por pitar. Y con esta idea en mente me dirigí al arco del de Osaka, para descubrir que todas las mierdas anteriormente descritas no van con ellos: cuando le dije al segurata de turno que llevaba un portátil en la maleta, el hombre me miró como diciendo "Y a mí, ¿qué?", y como lo único calificable como "líquido" que llevaba encima era el maravilloso Azunol que me estaba curando la mano, se lo enseñé a otra segurata de la fila (sin bolsa ni leches), quien a su vez se lo enseñó a su jefe, recibiendo de éste un encogimiento de hombros como única respuesta. Ella, a su vez, me alcanzó el bote de vuelta encogiéndose también de hombros, yo me encogí de hombros al recogerlo para no desentonar con aquel ambiente encogersedehombril, agarré mi maleta y me fui de allí. Y eso fue todo. Han pasado semanas de aquello y aún estoy flipando.
La siguiente pantalla del juego "Aeropuerto de Osaka" transcurrió en el control de pasaportes", al cual nos dirigimos un poco acojonados. Creo que ya he mencionado por aquí que a los guiris nos descontaban la parte de impuestos en muchos comercios, a condición de que los bienes adquiridos no fuesen consumidos dentro del país. Y para llevar la cuenta de lo que íbamos gastando, los comerciantes escaneaban un código QR incluido en el sello del pasaporte y pegaban los tickets de compra entre las páginas del mismo. El problema es que, entre otras cosas, yo llevaba puesta una camiseta adquirida a través de este método, y casi todo lo demás iba en la maleta facturada. Por ello, imaginábamos al encargado de turno como a una especie de agente de la Gestapo oriental ante quien se nos iba a caer el pelo por no poder declarar como intactos los bienes recogidos entre las páginas de nuestros pasaportes.
Pero no. En lo que constituyó un nuevo episodio de este "Te preocupas por nada" que es mi vida, el amable hombre sólo confirmó que las fechas del visado y el pasaporte estuviesen en regla y nos dejó pasar a la terminal de salidas, donde pudimos por fin disfrutar de nuestro último desayuno en la isla:
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Hasta el sushi descongelado del aeropuerto está bueno en este país |
Tras dar cuenta de lo que se ve en la foto anterior, montamos en una especie de monorraíl que nos acercó a nuestra puerta de embarque, y allí tuvimos que hacer un huevo de tiempo porque es posible que yo me pase un poquito con esto de ser previsor a la hora de calcular con cuánta antelación hay que ir al aeropuerto. Mientras esperábamos, y aprovechando que nos sobraban monedas, mi novia se ofreció a ir a la máquina de bebidas de aquel sitio para sacar algo. Me preguntó que qué quería, le dije que me sorprendiese y me sorprendió.
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Pedazo de invento la cocacola clear, macho |
Al rato tuvo lugar el embarque, que pareció más un sorteo extraño que otra cosa, habida cuenta de la gran cantidad de zonas y filas con que contaba el aparato. Una vez dentro, descubrimos que nos tocaba sentarnos en una fila de tres asientos a compartir con un hombre con el que mantuvimos un silencio incómodo durante las once horas y media que tardamos en llegar a Amsterdam.
Del vuelo en sí no puedo destacar muchas cosas. Se me hizo corto, me vi entre otras las pelis Una verdad muy incómoda (que se podría haber llamado Al Gore hace cosas 2) y Salyut-7, que me gustó mucho y va de dos cosmonautas arreglando cosas en el espacio para no morirse, tuve que cambiarme de sitio con mi novia porque el leviatán que tenía sentado delante echó su asiento para atrás y al tercero de la fila, vegetariano, le dieron de comer antes que al resto porque pidió menú especial, pero no se atrevió a tocarlo y estuvo esperando veinte minutos a que las atareadas azafatas sirviesen la comida al resto del pasaje hasta que pudo enganchar a una y decirle con un punto de pánico que su ensalada olía a marisco y él era de un alérgico que te cagas. Pero la azafata le tranquilizó diciéndole que aquel plato era marisco-free y que, en el peor de los casos, todos los integrantes de la tripulación sabían hacer traqueotomías.
Tras cruzar medio mundo de vuelta, aterrizamos en el aeropuerto holandés (sé cómo se llama pero no cómo se escribe exactamente, así que no voy a poner su nombre aquí. Que vale que tardaría menos en buscarlo que en poner esta excusa tan larga, pero mi blog funciona así. Punto), mi favorito hasta la fecha porque tiene DE TODO, y nos acercamos al McDonalds a por sendos happymeales (Dios bendiga las pantallas de autopedido que evitan que tengas que mirar a un empleado a los ojos para pedirle un menú de niños) y nos atiborramos de queso en una de las tiendas.
Un par de horas después embarcamos en el avión con destino a Dublín, y entonces el jet lag dijo "aquí estoy" y se quedó conmigo hasta el final de esta entrada.
Porque yo nunca he tomado drogas sintéticas, pero teniendo en cuenta lo que he oído al respecto, el rato que pasé a bordo del vuelo fue lo más parecido a un mal viaje de ácido (o a la escena de Dumbo borracho) que voy a experimentar: tras sumergirme en un estado de duermevela constante (del que mi novia me sacó durante cinco minutos para ingerir algo que nos dieron de comer o de beber), lo que veía dentro del aparato se confundía con los sonidos que llegaban a mis oídos, en una incómoda sinestesia que parecía no acabar nunca.
Y hablando de acabar, esta entrada se acaba aquí. Y no es que no quiera seguir contándoos mis mierdas (que también, pues os recuerdo que es la segunda vez que escribo esto gracias a la PUTA MIERDA de la aplicación de Blogger), lo que ocurre es que no guardo ningún recuerdo del aterrizaje, el paso del control de frontera dublinés, la recogida del equipaje y el traslado del aeropuerto a casa (para que luego digan que el jet lag son los padres). Nada de nada. Lo cual viene bien, porque así puedo meter un fundido a blanco sobre el que, si os fijás mucho, se puede leer la palabra "owari" que, según Google, significa "fin" en japonés.
Y dicho esto, vuelvo a darle al botón de pausa del blog. Bueno, al de pausa no. Mejor al de stop, que en mi casa siempre ha existido la creencia de que el botón de pausa jodía las cintas de vídeo.
Pues eso, que volveré en unas semanas, meses o años y mientras tanto voy a descansar de teclear y a disfrutar de los pequeños placeres que nos ofrece la vida, como volver a usar los abrigos que han pasado meses en el armario, fotografiar bosques disfrazados de otoño o leer la última payasada que haya tuiteado José Manuel Soto.
Hasta pronto.
